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domingo, 5 de septiembre de 2010

Rusia, empantanada en Medio Oriente



Red Voltaire

Como resultado del conflicto que opone a su presidente y su primer ministro, Rusia está dejando pasar una oportunidad histórica de desplegarse en el Medio Oriente. Las elites rusas no supieron elaborar una estrategia en esa región en el momento en que tuvieron la posibilidad de hacerlo y ahora ya no son capaces de definirla. Moscú está paralizado: no logra sacar plenamente partido del fracaso del “rediseño” estadunidense del Medio Oriente ni responder a las esperanzas que Vladímir Putin había suscitado

Thierry Meyssan / Red Voltaire

El fracaso israelí del verano de 2006 ante la resistencia libanesa marcó el fin de la hegemonía estadunidense en el Medio Oriente. En cuatro años, la situación militar, económica y diplomática cambió completamente en esa región.

En este momento, el triángulo Turquía-Siria-Irán se consolida como líder, mientras que Rusia y China extienden su influencia a medida que Estados Unidos va perdiendo la suya. Moscú vacila, sin embargo, en aprovechar todas las oportunidades que se le ofrecen. Primero que todo porque su prioridad no es el Medio Oriente, porque no existe un proyecto que reúna el consenso de las elites rusas en lo tocante a esa región y, finalmente, porque los conflictos del Medio Oriente revisten para Rusia ciertas implicaciones con problemas internos que aún están por resolver.

Veamos un balance: 2001-2006 y el mito del rediseño del “Medio Oriente ampliado”.

La administración de George W Bush supo reunir al lobby petrolero, el complejo militar-industrial y el movimiento sionista alrededor de un grandioso proyecto: garantizar el control de los campos petrolíferos que van del Mar Caspio al Cuerno de África, rediseñando el mapa político sobre la base de pequeños etno-Estados. Delimitada no en función de su población, sino de las riquezas de su subsuelo, la zona fue primero denominada “Media luna de crisis” por el universitario Bernard Lewis y, posteriormente, “Medio Oriente ampliado”, por George W Bush.

Washington no escatimó en medios para “rediseñar” el Medio Oriente. Se invirtieron sumas gigantescas en la compra de las elites locales para que antepusieran sus intereses personales a los intereses nacionales en el contexto de una economía globalizada. Lo más importante es que una gigantesca fuerza militar se desplegó en Afganistán e Irak para apresar en una tenaza a Irán, el principal actor de la región que se mantiene firme ante el imperio. El resultado del “rediseño” era que todos los Estados de la región, incluyendo los aliados de Washington, serían desmembrados en numerosos emiratos para evitar que pudieran defenderse mientras que Washington impondría al vencido Irak una división en tres Estados federados (uno kurdo, uno sunnita y uno chiíta).

Cuando parecía que nada podía evitar aquel proceso de dominación, el Pentágono puso en manos de Israel la tarea de destruir los frentes secundarios antes del ataque contra Irán. El objetivo era acabar con el Hezbollah libanés y derrocar el gobierno sirio. Sin embargo, después de someter un tercio del territorio libanés a una campaña de bombardeos nunca vista desde la guerra de Vietnam, Israel se vio obligado a retirarse sin haber alcanzado ni uno solo de sus objetivos. Aquella derrota marcó la inversión de la correlación de fuerzas.

Durante los meses posteriores, los generales estadunidenses se rebelaron contra la Casa Blanca. Los generales no lograban controlar la situación en Irak y anticipaban con espanto las dificultades de una guerra contra un Estado bien armado y organizado (Irán) con un trasfondo de incendio regional. Unidos alrededor del almirante William Fallon y del viejo general Brent Scowcroft, los generales estadunidenses pactaron una alianza con varios políticos realistas que se oponían al peligro que representaba el excesivo despliegue militar.

Entre todos, utilizaron la Comisión Baker-Hamilton para influir en el electorado estadunidense hasta lograr el despido del secretario de Defensa Donald Rumsfeld y su reemplazo por uno de los suyos: Robert Gates. Posteriormente, esas mismas personalidades lograron poner a Barack Obama en la Casa Blanca, con la condición de que tenía que mantener a Robert Gates en el Pentágono.

En realidad, el Estado Mayor estadunidense carece de estrategia de repuesto después del fracaso del “rediseño”. Su única preocupación consiste en estabilizar sus posiciones. Los soldados estadunidenses se retiraron de las grandes ciudades iraquíes y se encerraron en sus bases. Dejaron el manejo de las áreas kurdas de Irak en manos de los israelíes y el de las partes árabes a los iraníes. El Departamento de Estado puso fin a sus suntuosos regalos a los dirigentes de la región y se muestra cada vez más avaro en estos tiempos de crisis económica. Los lacayos de ayer están en busca de nuevos amos que los alimenten. Tel Aviv es el único que estima que el repliegue estadunidense no es más que un eclipse y que el “rediseño” continuará cuando termine la crisis económica.

Formación del triángulo Turquía-Siria-Irán

Washington creyó que el desmantelamiento de Irak sería contagioso. La guerra civil entre chiítas y sunnitas (la Fitna, según la expresión árabe) debía enfrentar a Irán con Arabia Saudita y dividir a todo el mundo árabe-musulmán. La virtual independencia del Kurdistán iraquí debía hacer estallar la secesión kurda en Turquía, Siria e Irán.

Pero sucedió lo contrario. La disminución de la presión estadunidense en Irak selló la alianza entre los hermanos enemigos turcos, sirios e iraníes. Todos se dieron cuenta de que tenían que unirse para poder sobrevivir y de que unidos podían asumir el liderazgo regional. Así es: Turquía, Siria e Irán cubren lo esencial del espectro político regional. Como heredera del imperio otomano, Turquía encarna el sunnismo político. Como único Estado baasista desde la destrucción de Irak, Siria encarna el laicismo. Y finalmente Irán, desde la revolución de Khomeiny, encarna el chiísmo político.

En cuestión de meses, Ankara, Damasco y Teherán abrieron sus fronteras comunes, disminuyeron sus derechos de aduana y sentaron las bases de un mercado común. Esa apertura les aportó una bocanada de aire fresco y un repentino crecimiento económico. El resultado fue que, a pesar del recuerdo de anteriores querellas, la apertura encontró un verdadero apoyo popular.

Cada uno de esos tres Estados tiene, sin embargo, su talón de Aquiles, que Estados Unidos e Israel, al igual que algunos de sus vecinos árabes, tratarán de aprovechar.

El programa nuclear iraní

Hace años que Tel Aviv y Washington acusan a Irán de estar violando sus obligaciones como firmante del Tratado de No Proliferación [de armas nucleares] y de aplicar un programa nuclear secreto de carácter militar. En tiempos de chah Reza Pahlevi, tanto Washington como Tel Aviv –al igual que París– habían organizado un amplio programa destinado a dotar a Irán de la bomba atómica. Nadie pensaba entonces que un Irán nuclear podía ser una amenaza estratégica, ya que a lo largo de los últimos siglos ese país nunca había tenido un comportamiento expansionista. Una campaña de propaganda basada en informaciones voluntariamente falsificadas objetó posteriormente que los actuales dirigentes iraníes son fanáticos que pudieran utilizar la bomba atómica, si la tuviesen, de forma irracional y por lo tanto peligrosa para la paz mundial.

Los dirigentes iraníes dicen, sin embargo, que han renunciado a fabricar, almacenar o utilizar la bomba atómica, precisamente por razones ideológicas. Y lo que dicen es enteramente creíble. Basta con recordar lo sucedido durante la guerra del Irak de Sadam Husein contra el Irán del imam Khomeiny. Cuando Bagdad comenzó a disparar andanadas de misiles sobre las ciudades iraníes, Teherán respondió haciendo lo mismo. Se trataba de misiles que no estaban teledirigidos, que se disparaban en determinada dirección y con cierta potencia y caían en cualquier lugar. El imam Khomeiny intervino entonces para denunciar el uso de aquellas armas por su propio Estado Mayor. Khomeiny estimaba que los buenos musulmanes no podían asumir el riesgo moral de disparar contra los militares si corrían el riesgo de matar un gran número de civiles. Khomeiny prohibió entonces los disparos de misiles sobre las ciudades, lo cual desequilibró la correlación de fuerzas, prolongó la guerra y trajo nuevos sufrimientos al pueblo iraní. Hoy en día, el sucesor de Khomeiny, Alí Khamenei, guía supremo de la revolución, defiende la misma ética en cuanto a las armas nucleares y no es posible imaginar que alguna facción del Estado iraní pueda infringir la autoridad del guía supremo y fabricar secretamente una bomba atómica.

La realidad es que, después de la guerra de la que fue objeto por parte de Irak, Irán supo prever el agotamiento de sus reservas de hidrocarburos y quiso dotarse de una industria nuclear civil como medio para garantizar su propio desarrollo a largo plazo, y el de los demás Estados del Tercer Mundo. Los Guardianes de la Revolución conformaron para ello un cuerpo especial de funcionarios dedicado a la investigación científico-técnica y organizado, según el modelo soviético, en ciudades secretas. Estos investigadores trabajan también en otros programas, como los vinculados con el armamento convencional. Irán ha abierto todas sus instalaciones nucleares a los inspectores del Organismo Internacional de la Energía Atómica (OIEA), pero se niega a abrirles los centros que se dedican a la investigación sobre armas convencionales. Nos encontramos entonces en una situación ya conocida: los inspectores del OIEA confirman que nada permite incriminar a Irán, mientras que la Agencia Central de Inteligencia (CIA, por sus siglas en inglés) y el Instituto Central de Operaciones y Estrategias Especiales –el centro de inteligencia israelí–, afirman, sin aportar pruebas, que Irán esconde actividades ilícitas en el seno de su vasto sector de investigación científica. Toda esta situación se parece como una gota de agua a la campaña de intoxicación ya realizada anteriormente por la administración de Bush, que llegó a acusar a los inspectores de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) de no hacer correctamente su trabajo y de ignorar los programas de armas de destrucción masiva que supuestamente tenía Sadam Husein.

Ningún país en el mundo ha sido objeto de tantas inspecciones del OIEA, y no es serio que se siga acusando a Irán, pero no por ello es menor la mala fe de Washington y Tel Aviv. La falacia de la supuesta amenaza es indispensable para el complejo militar-industrial, que desde hace años viene instrumentando el programa israelí de “escudo antimisiles”, con los fondos del contribuyente estadunidense. ¡Sin amenaza iraní, no hay presupuesto!

Teherán ha realizado dos operaciones para salir de la trampa que se le ha tendido. Primero organizó una conferencia internacional por un mundo desnuclearizado, conferencia durante la cual explicó su propia posición a sus principales socios (el 17 de abril). Irán aceptó además la mediación de Brasil, cuyo presidente –Lula da Silva– espera convertirse en secretario general de la ONU. El presidente Lula había preguntado a su homólogo estadunidense Barack Obama qué tipo de medida podía restablecer la confianza. Barack Obama le respondió, por escrito, que el compromiso concluido en noviembre de 2009, y que nunca llegó a ser ratificado, sería suficiente. El presidente Lula viajó a Moscú para asegurarse que el presidente ruso Dimitri Medvedev era de la misma opinión. El presidente Medvedev le confirmó públicamente que él también pensaba que el compromiso de noviembre de 2009 bastaría para resolver la crisis. Al día siguiente, el 18 de mayo, el presidente Lula firmaba con el presidente iraní Mahmud Ahmadinejad un documento que satisfacía, desde todo punto de vista, las exigencias de Estados Unidos y de Rusia. Pero la Casa Blanca y el Kremlin dieron de pronto marcha atrás y, en contradicción con lo que ya habían expresado, afirmaron que las garantías que ofrecía el nuevo documento eran insuficientes.

No existe, sin embargo, ninguna diferencia significativa entre el texto negociado en noviembre de 2009 y el que se ratificó entre Irán, Brasil y Turquía en mayo de 2010.

El pasivo de Turquía

Turquía heredó del pasado un gran número de problemas con sus minorías y sus vecinos, problemas que Estados Unidos ha estado alimentando para mantenerla por décadas en situación de vasallaje. El profesor Ahmet Davutoglu, teórico del neotomanismo y nuevo ministro turco de Relaciones Exteriores, ha elaborado una política exterior que busca, en primer lugar, liberar a Turquía de los interminables conflictos en los que se ha empantanado, así como multiplicar sus alianzas a través de numerosas instituciones intergubernamentales.

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