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domingo, 5 de septiembre de 2010

ALEPH: ¿La juventud necesita héroes?

Carolina Escobar Sarti
“Desgraciados los pueblos que necesitan héroes”, dijo Bertold Brecht. Siguiendo un poco el pensamiento de este hombre, seguro que esto lo dijo en el periodo entreguerras, cuando en Europa prevalecía la visión nietzscheana del superhombre y en Estados Unidos nacía Superman.

Casi puedo sentir que lo dijo porque los héroes surgen en situaciones desesperadas, cuando las personas y las sociedades creen que solo un milagro podrá salvarlas. Imagino que lo dijo, también, porque desde nuestra desesperanza y nuestra vocación idólatra, hemos elevado a la categoría de héroes a muchos que no lo merecen, pero que detentan el poder suficiente para aprovecharse de esta idolatría.

Nadie duda que todos necesitamos creer en algo, en alguien, en la humanidad, en nosotros mismos, pero más lo necesitan los niños, niñas y adolescentes que están en proceso de formación. Y cuando estamos en crisis, esta necesidad se hace mayor. Es entonces cuando más héroes necesitamos, porque la función mítica del héroe es renovar el mundo y vencer a la muerte. Recordemos que cada cultura y cada persona tienen sus superhéroes y vuelven a ellos, una y otra vez, para sostener la esperanza y la idea de futuro cuando ya no encuentran otra salida. No cabe duda de que cumplen su función entre tanto desencanto. El problema es que en medio de las crisis solemos aferrarnos a falsos ídolos que, a la primera, se vienen abajo.

Más que héroes, la niñez, la adolescencia y la juventud necesitan creer que viven en un mundo de adultos responsables y amorosos que entienden su función como referentes y fuentes de inspiración. El problema es que muchos adultos no sólo no han tomado conciencia de ello, sino que además abusan y explotan a los niños, niñas y jóvenes, a lo cual sumamos un contexto consumista. Ante la ausencia de adultos a quienes admirar de verdad, cualquier superhéroe es adorado, tanto si se llama Superman, como si tiene el nombre de un político, un criminal, un deportista, un artista o un pastor, y esta adoración sólo puede realizarse por medio del consumo de esa figura. Por eso es que ahora se fabrican ídolos en serie, pero paradójicamente la respuesta de la juventud en las encuestas es que ya no cree en nadie o en casi nadie. Todos estos falsos dioses se han caído de sus tabernáculos tarde o temprano, menos Superman, porque éste ser es omnipotente, ético y de gran inteligencia. Vino de otro planeta.

Sintiendo vergüenza de formar parte de una humanidad que violenta a sus niños, niñas y jóvenes de muchas maneras, busco realidades que me digan que vamos haciendo mejor las cosas y que cuidamos mejor a las nuevas generaciones. Pero últimamente he recorrido barrios extremadamente pobres, he tenido contacto con niños y niñas en situación de calle, he conocido a niñas, niños y adolescentes explotados sexualmente y a víctimas de Trata; he platicado con los adultos que supuestamente tendrían que cuidarlos pero que no tienen ni tiempo ni energía ni recursos ni conciencia para hacerlo, y me he dado cuenta —una vez más— de lo obscenas que pueden ser las prácticas sociales que condenan a tantos seres humanos a vivir en condiciones tan indignas.

Unos por acción, otros por estética y otros por omisión; todos tenemos mucha responsabilidad en la situación de buena parte de nuestra niñez y juventud actuales. Que nadie pregunte qué le pasa a la niñez y juventud de hoy, que está“tan perdida”. Que, por favor, no digan que es sólo un problema de valores o de actitudes, porque es un problema mucho más profundo, de olvido, de abandono, de enajenación y falta de ternura. Que no me digan que la caridad y el asistencialismo bastan, porque sólo son placebos. Esto habla de un problema mayor, que tiene que ver con la estupidez humana desde la cual se privilegia invertir en matar más que en cuidar. Desgraciados los pueblos que necesitan héroes, dijo Brecht. A lo mejor, desde su palabra de profeta supo que en un barrio muy pobre de un país centroamericano en el 2010 habría un cuarto donde vivirían siete personas hacinadas, y que todas ellas, en cuenta los niños y niñas, verían en una vieja y pequeña televisión grandes historias de héroes.

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