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sábado, 5 de junio de 2010

ALEPH: El turno de los olvidados


Carolina Escobar Sarti

Más de 37 conos volcánicos, de los cuales tres se mantienen activos, y la convergencia de tres grandes placas tectónicas sitúan a Guatemala en condiciones de alto riesgo.

A ello, súmese nuestra particular topografía y el hecho de estar localizados entre dos grandes masas de agua. Sin embargo, y a pesar de que esta realidad nos enfrenta periódicamente a desastres “naturales”, cada vez menos naturales y más frecuentes por la abusiva intervención humana, su efecto devastador en términos sociales se levanta sobre una estructura injusta que hace más vulnerable a la gran población empobrecida y la coloca en situaciones de mayor riesgo.

Una mirada diferenciada del fenómeno nos permitiría concluir que, cada cierto tiempo, los olvidados del país ocupan las primeras planas de los periódicos, por las razones equivocadas. Esto sucede, generalmente, cuando hay epidemias, huracanes, hambruna, guerras o erupciones volcánicas. Entonces le toca el turno a los relegados de la historia, a los más vulnerables, a los sin tierra, a los insalubres, a los sin techo, a los analfabetas, a los pobres. Es en estas circunstancias que, finalmente, acceden a los 15 minutos de gloria que por derecho les corresponden.

La erupción del Volcán de Pacaya y el paso de la tormenta Ágatha por el territorio guatemalteco nos han retratado de cuerpo entero. Desnudos, aparecemos ante nosotros mismos y ante el mundo como un país que no cuida a los suyos y que históricamente ha sostenido la exclusión y marginalidad de muchos. Por supuesto, desde el síndrome de infantilidad que nos caracteriza, la primera reacción de muchos ha sido buscar culpables únicos a quienes satanizar por lo sucedido hoy, como si levantar a un país no fuera una tarea histórica común de largo aliento.

Claro que los políticos de sucesivos gobiernos cargan con gran parte de la responsabilidad del abandono de grandes sectores poblaciones, pero no podemos dejar de lado el peso histórico de las tradicionales hegemonías de este país, que por siglos han practicado la indiferencia, la opresión, el racismo y el clasismo, condenando a demasiados a vivir en condiciones infrahumanas. Por ello, provocan vergüenza ajena las declaraciones de políticos aprovechados y pensadores ortodoxos que le echan la culpa de todo a una sola persona o a un solo gobierno, cuando arrastramos siglos de abuso de poder desde los exitosos matrimonios entre las distintas élites económicas, políticas, militares y sociales del país. Mismas que, por cierto, se lucen “regalando” sus marcas de productos, instituciones o partidos en medio de las catástrofes.

El huracán Mitch, en 1998; la tormenta tropical Stan, en el 2005, y ahora Ágatha y el Pacaya. Luego de la destrucción de Stan, la foto producto de múltiples análisis fue la siguiente: una naturaleza degradada por la intervención humana, ríos desviados para los grandes latifundios, falta de planificación y ordenamiento territorial, mal uso de los suelos, modelos destructores de producción, poblaciones forzadas a vivir precariamente y a “exprimir” el suelo en laderas de montañas, cerca de cauces de ríos o barrancos. No tenemos memoria; nos topamos tres y cuatro veces con la misma piedra. Por otra parte, hay cosas importantes de resaltar desde el ojo de una ciudadana común: una respuesta más rápida y organizada de la Conred, un trabajo más eficiente de las cuadrillas de caminos en calles y carreteras, y la actitud solidaria y desinteresada de la población, que no tiene más que ofrecer que una mano amiga. Y más allá de todo, la esperanza sostenida de que, aunque la naturaleza haga lo suyo, la próxima vez nos encuentre mejor preparados y más humanos.

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