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sábado, 13 de marzo de 2010

Chile: “Eppur si muove”



Marcos Roitman Rosenmann

Un desastre natural se ha convertido en un eslogan. No importan las víctimas. En medio de la tragedia, el traspaso de la banda presidencial acaba con un emocionado ¡fuerza Chile! pronunciado por la presidenta saliente. Bachelet es consciente de lo dicho. El país ha recibido el premio gordo de las economías ricas, su nombre ya figura entre los miembros de la OCDE. Sin embargo, el nuevo gobierno debe administrar un terremoto y un tsunami. Bajo estas premisas no se puede variar el rumbo. Hay que seguir aplicando los criterios que han dado fama a Chile como país ejemplar a la hora de transformar su arcaico sistema económico en una boyante economía de mercado. Es decir, la derecha natural, hoy en el gobierno formal, debe profundizar en las políticas cuyos índices de desigualdad resultan obscenos. La distancia entre los sueldos bajos y altos supera la proporción de uno a 40.

El sueldo mínimo es de 165 mil pesos chilenos*. Un obrero o un dependiente de comercio gana 260 mil pesos al mes. Asimismo, un jubilado cobra 280 mil pesos y un profesor de tiempo completo no sobrepasa los 950 mil pesos. En cuanto a los miembros de las fuerzas armadas y de carabineros no oficiales reciben 600 mil pesos mensuales aproximadamente. En el sector sanitario, una enfermera o personal paramédico cobra 940 mil pesos al mes. Insuficientes para encarar el día a día. Y si apuntamos a los diputados y senadores, los primeros reciben un sueldo mensual de 11 millones 954 mil 158 pesos y los senadores 15 millones 476 mil 77. Algo no muy distinto ocurre entre los sueldos de gerentes, altos cargos o profesionales por cuenta propia, cuyos emolumentos pueden superar, y lo hacen, los 20 millones mensuales, lo cual no es ningún consuelo. Sin embargo, para el gobierno, Chile va por el buen camino.

Sus últimas cifras oficiales a 2006 señalan una reducción de la pobreza en más de un punto. Hoy, según su vara de medir, que contempla exclusivamente la ingesta calórica para entrar al mercado laboral, existen 2 millones 208 mil 937 pobres (13.1 por ciento de la población) de los cuales 516 mil 738 estarían en situación de indigencia. Así quienes superen los 47 mil 99 pesos de ingresos mensuales en el ámbito urbano y los 31 mil 756 en el rural, dejan de ser pobres. Un buen ardid para disminuir estadísticamente la pobreza. Sin embargo, la Fundación para la Reparación de la Pobreza elaboró otro informe, ese mismo año de 2006, donde señala que el costo medio de la canasta básica debería situarse en los 366 mil 214 pesos. Y si se acepta la propia escala del gobierno, la canasta promedio debería haber sido de 166 mil 461 pesos. De ser ciertos sus números, la pobreza afecta a 40 por ciento de los hogares chilenos.

Por esta razón y apelando al sentido común, se trata de dejar constancia de las grandes desigualdades existentes en Chile y no desprestigiar a sus servidores públicos, gerentes o profesionales cuyos sueldos son más que dignos. Ojalá todos los chilenos pudiesen disfrutar de dichas mensualidades, ello sí hablaría de un Chile con justicia social e igualdad de oportunidades. Pese a todo, los chilenos guardan pleitesía hacia sus instituciones y son celosos guardianes de la división de poderes. Gracias al denodado esfuerzo colectivo de los poderes Legislativo, Judicial y Ejecutivo, fue posible poner en práctica las estrategias para abaratar los costos de la mano de obra. Sólo tuvieron que flexibilizar, privatizar y desregular el mercado laboral pagando sueldos de miseria.

Chile es un país de fuertes contrastes. Mientras su elite política se regocija en su propia hez, el resto de la población trata de subsistir en base a la solidaridad, comer una vez al día o volver a las ollas comunes. Pero aun así, esta realidad se pretende ocultar o desmentir, para seguir viviendo un cuento de hadas. Chile, dirán los acólitos defensores de su proyecto neoliberal, se siente fuerte y rejuvenecido en la adversidad. Sobre todo si entre sus senadores y diputados se encuentran apellidos pertenecientes a la más rancia oligarquía. En sus asientos descansan las posaderas de los Matte, los Alessandri, los Gumucio, los Edwards, los Larraín, los Frei o los Errázuriz, a ellos se unen los de origen bastardo provenientes de la dictadura, Piñera sin ir más lejos.

En Chile, sus clases dominantes presumen del monto acumulado de su riqueza. Tres prohombres de negocios, osados inversionistas, forman parte de un selecto grupo. Sus fortunas están entre las 100 primeras del planeta. Chile puede estar tranquilo, su presidente es una persona solvente y de toda confianza. No hará uso de las arcas públicas para aumentar sus caudales. Le basta con organizar una pantomima. Mientras sea presidente, ha señalado, creará un fideicomiso ciego para administrar sus bienes. Poco o nada se sabrá de sus miembros, por algo es ciego. Todo un acto de cinismo e hipocresía. El mismo que ahora se practica para conseguir fondos de particulares con el fin noble de ayudar a los desvalidos por el terremoto y el tsunami. El mejor ejemplo, realizar una Teletón. Programa televisivo destinado a recolectar una cantidad simbólica de 15 millones de dólares.

Un acto de altruismo que traspasa las desigualdades, borra las clases sociales y entronca a ricos y pobres en un proyecto común. En él aparecen famosos y personas anónimas, cualquier cantidad suma. Desde uno hasta millones de pesos, todo es bienvenido. Pero los grandes ricos de Chile no tuvieron esa conciencia humanitaria. Bastaba con un gesto. Sacar su pluma, su chequera y firmar un talón bancario por esos 15 millones de dólares. Son aquellos cuya fortuna atesorada sobrepasa los 10 billones de dólares, como la familia Luksic o la compuesta por los Matte-Larraín con una bonita cifra de 8 billones de dólares. Similar a la de Anacleto Angelini con 6 mil millones de la misma moneda. Y el propio Piñera con más de 5 mil millones.

Sin olvidarnos de José Said, Sergio de Castro, la familia Claro y tantos otros cuyas fortunas superan los mil millones de dólares. Bastaba mostrar caridad cristiana, todos ellos devotos, y su compromiso con los damnificados y seguro se sobrepasaban con creces los 15 millones. No menos, deberían haber a portado las empresas extranjeras cuyos beneficios en Chile superan los seis ceros. Endesa, Telefónica o Banco Santander, por decir algo. Pero no ha sido así. Por el contrario, han sido las clases populares, los más pobres y con sueldos de hambre, quienes compartieron su escasez con sus hermanos. Sus mil o 5 mil pesos tienen un valor de entereza que demuestran donde radica la dignidad de Chile. Y no podía ser de otra manera. Ya en el siglo pasado, un representante de la oligarquía, Jorge Matte Pérez, marcaba la línea divisoria entre ricos y pobres: Los dueños de Chile somos nosotros, dueños del capital y del suelo, lo demás es masa influenciable y vendible; ella no pesa ni como opinión ni como prestigio.

* Un dólar, igual a 516 pesos chilenos.

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