Carolina Escobar Sarti
Veintinueve años más tarde, cuatro ex kaibiles fueron sentenciados a seis mil 60 años de condena cada uno, por haber masacrado a 201 personas en el parcelamiento Dos Erres, Petén, durante el periodo más álgido de la guerra vivida en Guatemala. Más allá de estas frías cifras que dejan mucho sin decir, este ha sido un juicio histórico en el país y nos obliga a comenzar a dejar atrás malísimas costumbres relacionadas con la impunidad que hemos vivido, como el silencio y el miedo.
Mi sentir jamás podrá ser el de los familiares de las víctimas o el de los sobrevivientes, pero todo mi cuerpo está un poco más liviano desde que tuve conocimiento de la sentencia dictada por el Tribunal Primero A de Alto Riesgo. Este es un hecho que nos regala la posibilidad de desconocer, poco a poco, nuestra adicción al terror y la opresión, porque el genocidio nos dejó muy mal acostumbrados a extrañar la tristeza, y hasta parece que a veces la estuviéramos buscando.
Sin embargo, esto apenas comienza. Hay una perversa racionalidad que permitió ejecutar un Plan Sofía, levantar las famosas “aldeas modelo”, diseñar e implementar una Estrategia de Tierra Arrasada o llevar a cabo uno de los genocidios más brutales que se han vivido en el planeta. Esa subjetividad “transformer” ha vivido una serie de mutaciones que han incubado hoy en grupos como los Zetas, los kaibiles, los narcotraficantes, el crimen organizado y los políticos de sonrisa frescapil. Es la misma racionalidad que adelgazó al Estado hasta dejarlo famélico, sin haber generado jamás una plataforma social que nos permitiera salir de formas de violencia tan extremas y tortuosas como el hambre, la ignorancia y la injusticia.
Hay que meterlo todo en un mismo canasto, para no olvidar que este país se ha levantado sobre un terrorismo del Estado, orquestado y sostenido por los actores protagonistas de las elites dominantes. Habrá ahora que abrir un poco más la puerta y llevar también ante la justicia a jefes de Estado, ministros de la Defensa, jefes del Estado Mayor, a los patrocinadores de la guerra y a los corruptores y corruptos de todos los tiempos que, aunque cambien de rostro, siguen siendo los mismos. La historia no es parcial y hay que someter a todos los responsables de masacres y crímenes de lesa humanidad a la justicia, siempre recordando que el 93% de estas masacres fueron cometidas por el Ejército, el 3% por la guerrilla y el resto por otros actores.
Este juicio es indudablemente un atisbo esperanzador que deja en la boca el sabor a justicia y no a venganza, gustos ambos totalmente distintos. Lo que sabe a justicia perdura y comienza a ser una serena y obligatoria costumbre entre seres humanos, mientras que lo que sabe a venganza, pide una nueva cabeza que pedirá la siguiente y la siguiente y la siguiente. Si por décadas hemos sido adictos al dolor, al terror y a la opresión, ¿por qué no habríamos de volvernos adictos a la justicia?
Parece que ha llegado el tiempo de la “limpia”, aunque esta contienda electoral ponga frente a nosotros más de lo mismo y lo peor. Platón decía que la justicia no era otra cosa que la conveniencia del más fuerte, pero luego de este juicio y de los claveles rojos en las manos de sobrevivientes y familiares de las víctimas, yo creo que la justicia se aprende cuando se vive, cuando se hace, cuando se ejerce y es de todos, para todos. Así como se hizo esta vez.
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