Alejandro Nadal
La Jornada
El proceso de cambio social
iniciado por la victoria de Evo Morales hace 14 años estuvo apuntalado
por una victoria política de las clases explotadas en la sociedad
boliviana. El triunfo electoral casi no cuenta con paralelismos en los
procesos de lucha en la región. La vía a un socialismo al estilo Bolivia
parecía quedar despejada.
Ese triunfo político coincidió con lo que se ha denominado el superciclo de los commodities.
A partir de 1995, el índice de precios de las materias primas aumentó
espectacularmente. Eso permitió a gobiernos, como los de Kirchner, Lula,
Correa y Evo Morales, mantener ingresos fiscales suficientes para
soportar los programas sociales que eran la médula de su estrategia
económica y que ayudaron a la gente que había sido más abandonada
durante la larga noche del neoliberalismo. Los programas brasileños,
como el de Cero Hambre y Bolsa Familia, tuvieron su paralelismo en los
distintos bonos que el gobierno entregaba puntualmente a Bolivia.
Esos programas sociales constituyeron un respiro para la gente que
recibía los pagos. No sólo se trataba de una ayuda material para
sobrellevar la pesada carga cotidiana que el castigo neoliberal había
impuesto desde hacía años. También representaban un mensaje de aliento,
en el sentido de sentir que alguien por fin se había acordado de las
clases más golpeadas, lo que representó una inyección de optimismo y, yo
diría, hasta de alegría política.
Sin embargo, en una economía capitalista las fuerzas que mantienen a
la gente en la trampa de la pobreza no desaparecen con esas entregas de
dinero en efectivo. El otorgamiento de bonos en Bolivia amplió sin duda
la capacidad de consumo de los estratos de menores ingresos, pero eso no
necesariamente constituye una política redistributiva duradera. Por
cierto, esa es una lección que el actual gobierno de Andrés Manuel López
Obrador no parece querer entender. Claramente, se requiere algo más y a
escala macroeconómica para que esos programas tengan un alcance
distinto. Lo que sí es claro es que los programas sociales basados en
pagos en efectivo no son sinónimo de una política para el desarrollo.
La industria extractiva siguió jugando un papel clave en la economía
boliviana. La estrategia de desarrollo del gobierno de Evo Morales
siguió dependiendo de la extracción de algunas materias primas claves.
El oro, el zinc y el gas llegaron a representar cerca de 65 por ciento
de las exportaciones totales. Es cierto que el gobierno de Evo Morales
procedió a nacionalizar el sector hidrocarburos (las grandes compañías
trasnacionales permanecieron como los grandes operadores del sector). Y
también es cierto que los impuestos y regalías que el gobierno pudo
renegociar con esas compañías le permitieron alimentar sus programas
sociales y ciertos proyectos de inversión. Pero una estrategia basada en
las exportaciones de materias primas tenía que verse afectada tarde o
temprano por las variaciones de precios de esos productos. Tal como lo
previó Raúl Prebisch hace ya más de seis décadas, los ciclos de precios
de las materias primas son un enemigo mortal del proceso económico en
América Latina (y eso vale para cualquier país que sea dependiente de
los mercados de commodities). Bolivia no es una excepción, y cuando el superciclo de los commodities terminó por la crisis de 2009 los efectos negativos no tardaron en dejarse sentir.
En el terreno de la minería, las cosas tomaron un cauce todavía más
complicado. Una parte de la industria minera siguió en manos de grandes
empresas trasnacionales, mientras otro segmento estuvo explotado por
cooperativas mineras. Ahí las contradicciones fueron de otra índole. Una
parte del sector se opuso a la sindicalización de los trabajadores, lo
que llevó a violentos enfrentamientos. En otras localidades muchas
comunidades se opusieron a los grandes proyectos mineros, con sus
secuelas de contaminación y destrucción. Detrás del mito sobre la
protección de los derechos de la Pachamama en la Constitución,
Bolivia siguió siendo un territorio devastado por las secuelas del
extractivismo (éste es uno de los países más contaminados del mundo por
mercurio).
Evo Morales obtuvo 61 por ciento de los sufragios en las elecciones
de 2014. Pero en el referendo de 2015, para reformar la Constitución y
permitirle postularse una cuarta vez, Evo fue derrotado. Grave error
político cometió Evo cuando buscó por otros medios dar la vuelta a ese
resultado negativo. Además de las contradicciones que ya experimentaba
el modelo boliviano, este error abrió las puertas al golpe por una
oposición que nunca abandonó su odio al presidente indígena y todo lo
que representaba.
Hoy, América Latina sigue atrapada en una inserción defectuosa en la
economía mundial. Habiendo abandonado el proyecto de industrializarse
desde la década de los años 80, Latinoamérica sigue siendo prisionera de
una tragedia que se llama extractivismo. Y las donaciones en dinero a
los más pobres pueden ser un paliativo, pero no constituyen una
estrategia de desarrollo ni un proyecto redistributivo duradero.
Twitter: @anadaloficial
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