Algo cambió el
domingo en la política latinoamericana. La foto asusta: casi 50 millones
de brasileños y brasileñas votaron por un proyecto abiertamente
fascista. El 46% del electorado del país más grande de la región (y el
quinto del mundo) eligió a un candidato que reivindica la tortura y hace
apología de la dictadura, que despliega una retórica de odio, machista,
racista y homofóbica descomunal y que promete armar a la población y
privatizar las empresas estatales. De yapa, su hijo se convirtió en el
diputado más votado de la historia brasileña.
El refortalecimiento
de la derecha pura y dura ya se venía acentuando con los Macri, Piñera,
el propio Temer, Mario Abdo, Iván Duque y varios más. Pero la irrupción
de una ultraderecha troglodita que logra conquistar una enorme base
social -un experimento que se instaló en EEUU con Trump y que se
extiende en Europa- es un emergente novedoso en América Latina que nos
alborota los diagnósticos. Y enciende todas las alarmas.
Brasil
quedó al borde del abismo. Y más allá de las urgencias de cara a la
segunda vuelta, toca desentrañar la película completa ante el retorno
del oscurantismo. ¿Cómo se gestó este fenómeno político, sociológico y
hasta religioso llamado Jair Messias Bolsonaro?
El triunfo de la “antipolítica”, o la política del odio
Para
comprender este tsunami político es necesaria una mirada retrospectiva
de largo aliento. O al menos de mediano. Un país cuya independencia fue
proclamada por un príncipe portugués, que no vivió procesos
revolucionarios, cuya última dictadura duró 21 años y tuvo una salida
bastante consensuada, parió una sociedad históricamente despolitizada.
Pero este sentimiento “antipolítica” se repotenció en los últimos años,
estimulado por la operación Lava Jato y los grandes medios. Tras el
golpe institucional que destituyó a Dilma en 2016 y la paupérrima
gestión de Michel Temer, quedó en evidencia la putrefacción del sistema
político y se impuso un sentido común de rechazo a la clase dirigente.
De hecho, los principales castigados de la elección del domingo fueron
los dos principales partidos del establishment: el PSDB, cuyo candidato
Geraldo Alckmin no llegó al 5%, y el MDB de Temer que postuló a Henrique
Meirelles y obtuvo un magro 1,2%.
Pero este proceso tuvo como
condimento central una fuerte campaña de satanización mediática y
judicial contra el PT, que permitió asociar la epidemia de corrupción
unilateralmente a esa fuerza política y justificar socialmente la
irregular prisión y proscripción de Lula.
En ese marco emerge este
ignoto ex militar desbocado que logra capitalizar la implosión de los
partidos de derecha y centro-derecha, la consolidación de ese fuerte
sentimiento anti-PT y la aguda crisis económica que potenció el hastío.
Como la política aborrece el vacío, Bolsonaro aparece como el candidato
antisistema –pese a que hace 28 años ejerce como diputado- que promete
resolver esta crisis multidimensional a fuerza de mano dura y prédica
mesiánica. Y de ser un legislador marginal, que ganó fama cuando juró
por el militar que torturó a Dilma, se convirtió en el efecto más
siniestro de esta democracia agonizante.
El fundamentalismo religioso
No
se pueden entender esos 50 millones de votos sin la militancia activa
que desplegó la poderosa Iglesia Universal del Reino de Dios. La fuerza
evangélica neopentecostal -que juega cada vez más en el terreno político
en toda la región- ataca en tres frentes simultáneos: en el Congreso,
donde “la bancada de la Biblia” controla la quinta parte de la Cámara de
Diputados; en la prensa masiva con su multimedio Record, el segundo del
país achicándole distancias a la Rede Globo; y en las barriadas
populares, donde tiene una penetración territorial que no logra ningún
partido.
Quizá parte del ascenso abrupto de Bolsonaro se explique
por el despliegue de miles de pastores haciendo campaña furiosa por el
ex militar en los días previos a la votación.
Las otras tres patas de la mesa
Otro
factor clave en la construcción de consenso alrededor de Bolsonaro
fueron los grandes medios, que terminaron aceptando al mal menor ante la
irreversible polarización con el PT y el fracaso de los candidatos del
orden. Las fake news antipetistas se multiplicaron en las últimas
semanas e hicieron estragos en las redes sociales. Algo similar pasó
con el poder empresarial y financiero, que también cerró filas con
Bolsonaro. No es para menos: su gurú económico es Paulo Guedes, un Chicago boy que asegura un rumbo ultraliberal.
Por
último, el creciente poderío del llamado “Partido Militar”, que este
domingo cuadruplicó su presencia al ritmo de la debacle de la política
tradicional. Además de Bolsonaro y su compañero de fórmula, el inefable
general Hamilton Mourão, al menos 70 candidatos militares fueron electos
y tres disputarán gobernaciones estadales en segunda vuelta.
Los límites del progresismo
También
al PT se merece reflexionar sobre su responsabilidad en la
despolitización de la sociedad brasileña y en la creación del
Frankenstein Bolsonaro. Durante 12 años faltó audacia para avanzar en
transformaciones raizales, como hubiera sido la tan reclamada reforma
política o una ley que limitara la concentración mediática. Y sobre
todo, no se profundizó en el empoderamiento popular y la formación
político-ideológica, facilitando el terreno para la diseminación de
valores retrógrados y autoritarios.
Y una vez fuera del Palacio de
Planalto, el progresismo brasileño se conformó en dar la pelea casi
exclusivamente en el andamiaje institucional. Salvo la gimnasia de
movilización permanente de los movimientos populares, la estrategia
petista quedó atrapada en la telaraña de un sistema democrático
controlado por el golpista entramado mediático, religioso, militar y
financiero.
Tal vez en la respuesta callejera de las mujeres
brasileñas y su poderosa consigna #EleNão se puedan encontrar algunas
pistas de cómo enfrentar a los profetas del odio y su monstruo
Bolsonaro.
Gerardo Szalkowicz, Periodista. Editor
de Nodal. Colabora en diversos medios como Tiempo Argentino, TeleSUR,
Rebelión, ALAI y otros. Conduce el programa radial “Al sur del Río
Bravo” por Radionauta FM. Coordinador, junto a Pablo Solana, del libro
“América Latina. Huellas y retos del ciclo progresista”.
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