La expresiva actuación del candidato ultraderechista Jair Bolsonaro,
del Partido Social Liberal (PSL) en la primera vuelta de las elecciones
presidenciales en Brasil, puede ser explicada por tres factores que
actuaron de forma simultánea: antipetismo (odio), rechazo al sistema
político (frustración) y la consolidación de valores conservadores en la
sociedad, tras la derrota cultural del progresismo brasileño.
Hay un punto que hay que tener en cuenta: el poder fáctico desechó a la
democracia como instancia de negociación y marcha hacia un
enfrentamiento radical contra los sectores populares, en una guerra de
imposición ideológica que tiende a borrar las conquistas sociales,
inclusión social y de redistribución de la riqueza de la etapa del
progresismo, que incluye confrontaciones de clase, de grupos étnicos, de
género.
Dos conceptos definen la importancia que tiene Brasil. El exsecretario de Estado de EEUU, Henry Kissinger, dijo que “Hacia donde se incline Brasil, se inclinará Latinoamérica” y definió al gigante sudamericano como el “satélite privilegiado” de las políticas de Washington en estos territorios.
No hay que olvidar que la dictadura militar en Brasil fue larga
(1964-2003) y tuvo gobiernos desarrollistas conservadores durante los
cuales el país creció y se industrializó, de la mano de una gigantesca
exclusión y desigualdad social. Pero el desprestigio de los militares n
el imaginario colectivo de los brasileños fue inferior al desarrollado
en los otros países del área.
La victoria en
primera vuelta del candidato ultraderechista Jair Bolsonaro en Brasil,
da cuenta que más allá de una derrota electoral del progresismo, éste
debe asimilar la derrota cultural. Incluso si gana en la segunda vuelta,
a Fernando Haddad, el delfín de Lula, le será muy difícil gobernar: la
derecha acumuló 301 de los 513 escaños en Diputados (sumaba 238 en
2014), mientras la izquierda pasó de 166 a 137 diputados, y el centro,
el gran derrotado, apenas logró 75 bancas (tenía 137): el MDB de Temer y
el PSDB de Fernando Henrique Cardoso lograron 31 y 25 diputados
respectivamente.
Si bien no participa
directamente en el escenario electoral, la prensa hegemónica era
poseedora casi exclusiva del contacto diario y directo con los
ciudadanos. Pero ahora ve su relevancia amenazada por otros medios de
comunicación, las redes sociales y la militancia de las iglesias
evangélicas (a través de la oligopólica Red Record) fueron las que
produjeron los fenómenos electorales de Bolsonaro y tantos otros
desconocidos de la gran prensa que, de la noche a la mañana,
conquistaron victorias electorales impensable.
En 2019, la cuestión mediática será crucial. Independientemente de quien
gane la elección, las redes Globo y Record estarán en franca disputa
por las pautas oficiales y las redes sociales permanecerán dominadas por
el odio hacia la izquierda, propagado por ambas concesionarias
públicas, y por la milicia virtual del mesías, que cuenta con hartos
recursos de empresarios brasileños y extranjeros, como estamos viendo a
lo largo de esta campaña, señala Joaquim Palhares, director de Carta Maior.
El Laboratório de Estudos de Mídia e Esfera Pública señala que se está
pasando de un paradigma donde la comunicación con el elector se daba por
medio de los partidos y los medios tradicionales a un paradigma donde
éstos, sin quedar totalmente fuera de la ecuación, se ve sobrepasados
por las iglesias evangélicas y las redes sociales.
Lo cierto es que los partidos tampoco fueron aniquilados, en vista de
las expresivas votaciones recibidas por el PT, PSB, PP, pero perdieron
mucho de su capacidad comunicativa. Para los grandes medios, junta a
este cambio vino otro, la quiebra del patrón de competencia que había
caracterizado a la Nueva República, el del enfrentamiento entre el PT y
el PSDB. Esta vez, Geraldo Alckmin, el candidato tucán (del PMDB) no
consiguió mostrarse competitivo, a pesar de su preponderancia en horario
electoral gratuito, lo que demostró la carencia de capacidad
comunicacional de los partidos, ya no solo del PT.
Algunos analistas se adelantan a los resultados de la segunda vuelta y
hablan del mayor tsunami político, social y cultural que ha vivido
Brasil en su historia, pero no hubo engaños: la gente sabía a quién
votaba. Esta vez los grandes medios (la Red Globo, Folha de Sao Paulo, O Estado) no jugaron a favor del Bolsonaro (aunque dieron amplia difusión sus bravatas), e incluso lo criticaron.
El candidato ultraderechista tuvo muy poco tiempo en los espacios
gratuitos de la televisión y el atentado sufrido jugó a su favor: fue
una excelente excusa para rehuir debates.
Se
presentó como el candidato antisistema aunque lleva 27 años como
diputado (sin que se le conozca propuesta alguna), y consiguió captar
los sentimientos de la mayoría, de la mano de la inteligencia y del
financiamiento puesto a su disposición por la internacional capitalista
(la Red Atlas), sus think tanks, sus ongs, sus redes y sus vendedores de
esperanza evangélicos: pare de sufrir. Es más, aprovechó e insufló la
ola conservadora, fascistoide, machista y racista.
Entre estos movimientos ultraconservadores, se destaca el Movimiento
Brasil Libre (MBL), que lanzó la campaña anti-Dilma Rousseff en 2013.
Kim Kataguiri, uno de sus líderes aspira a presidir la Cámara de
Diputados. Janaina Paschoal, una de las autoras del juicio político a la
expresidenta, obtuvo el mayor caudal de votos que se recuerde como
diputada en Sao Paulo. El propio hijo del candidato, Eduardo, sumó 1,8
millones de votos, la mayor votación para diputado lograda en la
historia.
Hoy, el bloque ruralista -del
agronegocio y contra cualquier reforma agraria,- tiene dos centenares de
diputados, el evangélico unos 76 y la “bancada de la bala”, defensora
de la pena de muerte y de armar a la población, que no tenía senadores,
pasó a contar con 18 de los 54 curules en disputa.
Para avizaorar lo que se viene, es necesario desmenuzar la actual
crisis por la que atraviesa ese país; las debilidades del progresismo
del Partido de los Trabajadores (PT), los generalizados problemas en
materia de corrupción e inseguridad (utilizados por la propaganda del
sistema), la herencia de la dictadura, el anunciado fin del lulismo, las
limitaciones evidentes del progresismo y de la izquierda para
comprender las nuevas realidades y sobre todo de afrontarlas.
Causas de la restauración conservadora
Entre sus principales logros de los gobiernos del PT (Lula y Dilma) se
puede destacar que sacó de la pobreza a más de 20 millones de
brasileños, de la mano de una política asistencialista, pero dejó
incólumes las bases económicas del sistema empresarial que siguió
dominando el poder, arraigado en los latifiundistas y la poderosa
Federación de Industriales de Sao Paulo (FIESP), con la que negociaba el
poder político.
Lula dejó el Banco Central en
manos del economista Henrique Meirelles, del sector financiero y amigo
de la FIESP… y ministrfo del golpista Temer. Joaquim Levy, economista de
la Escuela de Chicago, fue Ministro de Hacienda de Dilma. O sea, en
lugar de producir cambios estructurales, profundos y de incentivar la
participación popular, prefirieron dormir con el enemigo, facilitando el
acoso de las trasnacionales y las conveniencias estratégicas de la
política estadounidense en la región.
Fue el
propio gobierno del PT, su tibieza, el que abrió las puertas para una
restauración conservadora: el consumismo reemplazó a una necesaria
formación ideológica y construcción de un poder en manos del pueblo
organizado.
Para peor, aquellos movimientos
sociales que llevaron al PT al gobierno, fueron desmantelados y sacados
de la calle. Lo prueban el escaso protagonismo y movilización de la
central obrera CUT, de la militancia del PT, y en menor grado del
Movimiento de los Trabajadores sin Tierra, en los últimos
acontecimientos lo prueban.
La persistente dictadura
Brasil es el único país sudamericano donde no hubo un Nunca Más a la
dictadura militar, ni juicios a los militares (ningún torturador fue
preso y Bolsonaro se dio el lujo de alabar al torturador de Dilma) y
civiles del régimen. En el imaginario colectivo representó el
lanzamiento de Brasil como potencia regional, con grandes obras de
infraestructura y un crecimiento económico sostenido … hasta que llegó
el estancamiento.
En esa época el general
Golbery do Couto es Silva delineó la nueva geopolítica brasileña que
convirtió al país en potencia regional (el subimprialismo del que
hablaba Paulo Schilling), Sucedieron gobiernos “democráticos”, pero la
dictadura simpre se sostuvo soterrada, la policía siguió militarizada,
nadie osó tocar el poder castrense dejando en el camino las pretensiones
hegemónicas de los militares argentinos.
Pero
Bolsonaro no sólo alabó a torturadores sino que lanzó ataques
permanentes contra homosexuales, mujeres, negros e indios. No fue el
único: hasta José Antonio Dias Toffoli, el presidente del Supremo
Tribunal Federal, elegido por el PT, en lugar de hablar de dictadura
prefirió referirse al “movimiento de 1964”. El PT, que cuando Lula dejó
el gobierno ostentaba un 84% de aprobación, no consiguió (ni intentó)
terminar con la dictadura ni cambiar las estructuras del Estado.
Si bien Bolsonaro estuvo tentado de elegir como vice al “príncipe” Luiz
Philippe de Orléans e Bragança, descendiente de familia imperial
portuguesa, optó por el verborrágico y ultraderechista general Hamilton
Mourão, cuyas banderas de campaña fueron la eliminación del aguinaldo y
la redacción de una nueva Constitución por notables, sin participación
ciudadana.
Corrupción, inseguridad, Venezuela: jugar con el miedo
Los temas de corrupción e inseguridad están en el centro de las
cuestiones planteadas, con mucha influencia en las decisiones de los
electores. Ambos problemas son reales pero han sido construidos de tal
manera para que siembren el miedo y favorezcan políticas represivas;
sirven al objetivo de despolitizar a la sociedad y dejar que solo el
poder económico pueda gobernar e imponer sus criterios, obviamente al
servicio de sus intereses.
La corrupción incluye
los recursos necesarios para el financiamiento de un sistema político
que deja afuera a quienes no tengan mucho dinero y su aprovechamiento
por parte del sistema imperial de dominación que, de esa manera, se
evita tener que adoptar otras formas de intervención que lo dejarían al
descubierto. Esa circulación de dinero ilegal crea las condiciones para
el enriquecimiento de la dirigencia que maneja esos recursos.
Los movimientos populares siempre reivindicaron el valor de la ética en
el manejo de la cosa pública, pero ese valor se fue deshilachando
cuando les tocó ser gobierno, recuerda el dirigente social argentino
Juan Guahán. Esto constituye un acto de traición a los intereses que
dicen defender y al sentido de los cambios que –en sus discursos-
proponen realizar, añade.
El tema de la
inseguridad -64 mil muertos en 2017- es una de las claves de las
políticas de dominio de los poderosos: cuatro de cada cinco
informaciones de los medios hegemónicos –no sólo en Brasil- se refiere a
asuntos policiales, con el fin de estigmatizar a los pobres, fortalecer
las políticas represivas y multiplicar la desconfianza y descreimiento
en un sistema político institucional, que por méritos propios es cada
vez más decrépito.
Antes de intentar ser
presidente, Bolsonaro intentó producir un polémico filme de 26 minutos,
difundido por youtube, con el título “Venezuela: um alerta para o
Brasil”, que relata una cobarde conspiración comunista para tomar
control de la mayor democracia latinoamericana para tornarla en un
infierno bolivariano. “Es posible que Brasil se convierta en la
Venezuela del mañana”, tuiteó Bolsonaro, con un link a su filme.
En sus primeros comentarios tras el triunfo del 7 de octubre, Bolsonaro señaló que había sólo dos caminos para los electores: el suyo, de prosperidad, libertad y santidad, o el de Haddad, “el amino de Venezuela”. Campañas similares se usaron para derrotar al candidato centroizquierdista Gustavo Petro en Colombia, acusado de “castrochavista”.
En sus primeros comentarios tras el triunfo del 7 de octubre, Bolsonaro señaló que había sólo dos caminos para los electores: el suyo, de prosperidad, libertad y santidad, o el de Haddad, “el amino de Venezuela”. Campañas similares se usaron para derrotar al candidato centroizquierdista Gustavo Petro en Colombia, acusado de “castrochavista”.
Ante esta arremetida de
Bolsonaro fue el expresidente Fernando Henrique Cardoso, acérrimo
crítico del PT y de Lula, calificó de “exagerados” los alegatos sobre la
“amenaza comunista”. Haddad, acosado por periodistas extranjeros,
reafirmó el compromiso del PT con el principio de no intervención en los
asuntos internos de otros países: “La respuesta no son más balas, más
bases militares, más guerra… el continente necesita más cooperación”.
El anunciado fin del lulismo
El sociólogo Raúl Zibechi recuerda que junio de 2013 fue el momento
decisivo, el que formateó la coyuntura actual, desde la caída de Dilma
hasta el ascenso de Bolsonaro. En ese momento comenzaron las
manifestaciones de jóvenes estudiantes urbanos contra el aumento de las
tarifas del transporte urbano, que encontraron la reacción brutal de la
policía militar, que tuvo inmediata respuesta de miles de ciudadanos en
353 ciudades del país.
Era el primer aviso en
reclamo de mayor igualdad, exigiendo “un paso más en las políticas
sociales que se venían aplicando, lo que implicaba tocar los intereses
del 1% más pudiente del país”. La que sí supo intrepretar la situación
fue la ultraderecha. La izquierda, los movimientos sociales vaciaron las
calles en junio de 2013 y se las dejó a una derecha que desde las
vísperas de la dictadura había perdido toda conexión con las multitudes.
Luego vinieron las multitudinarias
manifestaciones contra el gobierno del PT, la ilegítima destitución de
Dilma, la multiplicación de los sentimientos contra los partidos y el
sistema político y, finalmente, Bolsonaro, con el telón de fondo de la
crisis económica.
El anunciado fin del lulismo
tiene su raíz en la crisis económica de 2008 que derrumbó los precios de
los commodities y las movilizaciones de 2013, que rompieron de facto el
consenso trabajadores-empresarios y el esquema de coalición para
gobernar, entre sectores de izquierda y varios grupos de centroderecha
como el PMDB.
Esta coalición se rompió en 2014
cuando la derecha llenó el congreso y logró, finalmente, el juicio
político y la destitución de Dilma, mientras se desmoronaba la
socialdemocracia de Fernando Henrique Cardoso: su candidato Geraldo
Alckim apenas logró el 4% de los votos y su base social emigró a
Bolsonaro. El PSDB, que fuera el rival más fuerte del PT desde 2002,
perdió toda relevancia, así como el MDB y el DEM, la base de la derecha
neoliberal.
El intentó de Dilma de calmar al
poder fáctico al asumir su segundo gobierno en 2015 con un ajuste
fiscal, terminó por dinamitar las conquistas sociales de la década
anterior. El descontento social fue capitalizado por la derecha radical,
alimentada diariamente por la prensa hegemónica y las redes sociales.
Durante más de una década el desarrollismo lulista proporcionó
bienestar a las grandes mayorías y enormes ganancias a la gran banca,
pero el modelo se agotó cuando ni siquiera intentó realizar cambios
estructurales en el país, temeroso de afectar al poder fáctico. Claro,
ponía en riesgo los miles de cargos estatales y todos los beneficios
materiales y simbólicos que conllevan. El PT mostró su incapacidad de
cambiar su estrategia, la derecha sí lo hizo.
La
paz social era la clave del consenso entre trabajadores y empresarios,
así como de un “presidencialismo de coalición” que albergaba partidos de
izquierda y de centro derecha, pero las consecuencias de la crisis
económica de 2008, que derrumbó los precios de las commodities y
derechizó a las elites, junto a las jornadas de junio de 2013 que
hicieron añicos la paz social, enterraron el llamado consenso lulista.
Lo cierto es que el lulismo no fracasó, sino se agotó. Durante una
década había proporcionado ganancias a la mayoría de los brasileños,
incluyendo a la gran banca , que obtuvo los mayores dividendos de su
historia. Pero el modelo desarrollista había llegado a su fin, ya que se
había agotado la posibilidad de seguir mejorando la situación de los
sectores populares sin realizar cambios estructurales que afectaran a
los grupos dominantes. Algo que el PT aún se niega a aceptar.
En el terreno político, la gobernabilidad lulista se basaba en un
amplio acuerdo que sumaba más de una decena de partidos, la mayoría de
centro derecha liberal como el PMDB y el DEM. Pero esa coalición se
desintegró durante el segundo gobierno de Dilma, entre otras cosas
porque la sociedad eligió en 2014 el parlamento más derechista de las
últimas décadas, que fue el que la destituyó en 2016.
Otra consecuencia del ascenso de la derecha más conservadora, es la
crisis de la socialdemocracia de Cardoso: su candidato Geraldo Alckmin
apenas alcanzó el 4% de los votos.. El PSDB perdió toda relevancia, y
desnuda la crisis del partido histórico de las elites y las clases
medias blancas urbanas. Su base social emigró a Bolsonaro.
La izquierda sin estrategia
Lo que se viene ahora es una fenomenal ofensiva contra los derechos
laborales, contra la población negra e indígena, contra todos los
movimientos sociales. Con o sin Bolsonaro, porque su política ya ganó y
se ha hecho un lugar en la sociedad y en las instituciones.
No es un caso aislado. La ministra de Seguridad argentina Patricia
Bullrich, acaba de lanzar su propio exabrupto, esta semana en una
entrevista televisada, al vincular los movimientos sociales con el
narcotráfico, abriendo de ese modo el grifo de la represión. Se trata de
desviar el sentimiento de inseguridad hacia los actores colectivos que
resultan obstáculos para implementar medidas más profundas contra las
economías populares y la soberanía estatal sobre los bienes comunes.
Sobre el futuro inmediato, el cientista político César Benjamin señaló
al portal Piauí: “Temo que un gobierno de Bolsonaro sea peor que el
gobierno militar. Hay una movilización de grupos, de masas que lo
apoyan, que el régimen militar nunca tuvo. Una vez que llegue a la
presidencia, un hacendado puede entender que llegó la hora de lanzar sus
pistoleros, un policía que participa de un grupo de exterminio
entenderá que puede ir más lejos. El sistema vigente desde la
Constitución de 1988, ya no existe más”.
Para el
supuesto que Haddad logre remontar el resultado adverso del domingo
pasado, Brasil seguirá una ruta semejante a la que tuvieron Lula y
Dilma, pero con características particulares. Ese gobierno, tendrá mucho
menos poder y estará sometido al constante acecho de este nuevo
liderazgo de un conservadorismo militante y reaccionario.
A ello habrá que agregarle la presencia amenazante de una estructura
militar fuertemente comprometida con una candidatura de surgida –según
analistas- de la entrañas de la inteligencia militar. Todos esos
antecedentes le darían un fuerte clima de inestabilidad institucional a
un eventual gobierno del PT.
Paulo Guedes, quien
ha sido presentado como el próximo ministro de Economía de Bolsonaro,
ahora cuestionado por hechos de corrupción, es un liberal clásico,
también formado en la Escuela de Chicago. Su política puede chocar con
cierto “nacionalismo” de Bolsonaro y de algunos núcleos de sectores
militares.
Se trataría de un gobierno de los BBB
-buey (ganado), biblia y bala-, por la fuerza que tendrían los
tradicionales terratenientes y dueños del poder; por la presencia
decisiva de los sectores evangélicos integrantes de la Iglesia Universal
del Reino de Dios (IURD), expulsada en1992 del seno de la “Alianza
Evangélica de Iglesias” por sus actividades “non sanctas”; y por el
anunciado carácter represivo del que hace alarde y promueve Bolsonaro.
De ganar Bolsonaro –incluso de no lograrlo-, se vendrá una fenomenal
ofensiva contra los derechos laborales, contra la población negra e
indígena, contra todos los movimientos sociales, porque su política ya
ganó y se ha hecho un lugar en la sociedad y en las instituciones.
Bolsonaro no alcanazó aún a la ministra argentina de Seguridad, Patricia
Bullrich, quien vinculó los movimientos sociales con el narcotráfico,
abriendo de ese modo el grifo de la represión.
Se trata de desviar el sentimiento de inseguridad hacia los actores
colectivos que resultan obstáculos para implementar medidas más
profundas contra las economías populares y la soberanía estatal sobre
los bienes comunes, afirma Zibechi.
El cientista
político César Benjamin señaló al portal Piauí su temor de que un
gobierno de Boslonaro sea peor que el gobierno militar. “Hay una
movilización de grupos, de masas que lo apoyan, que el régimen militar
nunca tuvo. Una vez que llegue a la presidencia, un hacendado de Pará
puede entender que llegó la hora de lanzar sus pistoleros, un policía
que participa de un grupo de exterminio entenderá que puede ir más
lejos.: “El sistema vigente de los años 80, especialmente desde la
Constitución de 1988, ya no existe más”.
Es
sabido que Argentina tiene en Brasil a su principal socio comercial. Esa
situación puede cambiar o sufrir un severo deterioro si –finalmente-
ese eventual gobierno decide dinamitar o profundizar la decadencia del
Mercosur.
Hay dos formas de pararse ante la
segunda vuelta. Desde la óptica de los partidos, sus plataformas
electorales y lo dicho por sus dirigentes, surge que Haddad tendría
buenas posibilidades de revertir el resultado. Si bien son pocos los que
han pedido a sus adherentes que voten a Haddad, la mayoría de ha
manifestado públicamente su oposición a Bolsonaro. Ese sería el modo
racional, “políticamente correcto”, de analizar la realidad y Haddad
tendría posibilidades.
Pero hay otra forma de
mirarla, colocando el eje más en los aspectos emocionales y ese es el
modo que Bolsonaro ha planteado su campaña. Uno de sus spots más
difundidos dice: “o mito llegou e o Brasil acordou”, mientras un coloso de piedra se despereza ante una población emocionada que sale a ver ese fenómeno y donde se escucha “ordem e progresso, eu quero pro mi país” y se ve, al fondo, el lema “o gigante nao esta mais adormecido”.
Frente a ese despliegue emotivo y en un marco muy crítico a los
partidos conocidos es –lamentablemente- poco probable que el
racionalismo partidario, que puede reunir Haddad, logre quebrarlo,
descontando los 18 millones de votos que los separaron en la primera
vuelta. Pero el “voto útil” llegó a su máximo potencial: Bolsonaro se
sintió frustrado de tner que disputar la segunda vuelta y suspendió la
fiesta de celebrasción programada.
Esta ventaja
no es estática: no hay automatismo en la escogencia de inmensas parcelas
del electorado y por ende, la elección está abierta y es realista la
posibilidad de Haddad venza a Bolsonaro. Una semana antes de la primera
ronda, unos 20 millones de ciudadanos aún no tenía definido su voto. El
“efecto manada” del voto útil derritió las principales candidaturas
antipetistas (Marina Silva y Geraldo Alckmin), ayudó al crecimiento de
Bolsonaro y generó resultados sorprendentes, como la elección inesperada
de ciertos gobernadores, diputados y senadores.
Si uno sigue con la numerología, la votación de las candidaturas
no-antipetistas (Haddad, Ciro Gomes, Ghillerme Boulos, Vera Lucía,
Goulart) totalizaron 45, 4 millones de votos (42,36%), 13,7 millones
menos que los estimados el 20 de agosto, cuando Lula aún mantenía
posibilidades. Hoy, segmentos del antipetismo rechaza las barbaridades
de Bolsonaro y sus prácticas truculentas y odiosas, lo que permite
pensar que parte de ellos puede votar nulo, no votar, e incluso votar
por Haddad.
Anticomunistas sin comunistas
Uno de los dramas del progresismo en nuestra región es que ha dejado a mitad de camino
la transformación económica, la revolución cultural, la transferencia
del poder a los ciudadanos, el ejercicio de nuevos tipos de gestión
política, de gobierno, sin olvidar los vicios atávicos propios del
poder: corrupción, nepotismo, tráfico de influencias, soberbia,
prepotencia, autosuficiencia, dice Néstor Francia..
Mientras, la convivencia y connivencia con los usos electoralistas,
propagandísticos y organizativos de los factores de la democracia
burguesa, terminó por confundirlos con la derecha en la percepción
popular que los considera tan “políticos” como los de la derecha, en el
peor sentido de la palabra.
Los medios
hegemónicos de información han impuesto el imaginario de que en todas
las sociedades de nuestra región impera la sensación de desorden,
anarquía y “crisis
multidimensional”, donde se
mueven poderosas bandas delictivas, con participación de policías y
militares organizadas (como las milicias verdes de Bolsonaro), que
practican el chantaje, el soborno, el contrabando, el tráfico de drogas,
el sicariato, el paramilitarismo. Por eso cala tan hondo el discurso
que ofrece “orden y “autoridad”.
Es innegable
que Bolsonaro conquistó una inmensa base social. Su discurso de odio y
violencia fue capturando las insatisfacciones desde jóvenes hasta las
“viudas de la dictadura”, desde las periferias hasta las elites, bajo el
aplauso de los vendedores de armas. Responsables de la construcción de
la polarización social en el país, Globo (y también la pentecostal Red
Record) diseminaron el antipetismo, reaplicando su vieja receta de
anticomunismo básico.
Un tuit del investigador
argentino Andrés Malamud, habla de “la paradoja brasileña: elegir a un
fascista de verdad, creyendo que es de mentira, por miedo a un comunismo
de mentira que creen que es de verdad”. Es mucho más que un juego de
palabras: quizá resume el drama que se vive hoy en Brasil.
Aram
Aharonian. Periodista y comunicólogo uruguayo. Magíster en Integración.
Fundador de Telesur. Preside la Fundación para la Integración
Latinoamericana (FILA) y dirige el Centro Latinoamericano de Análisis
Estratégico (CLAE, www.estrategia.la)
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