David Brooks

▲ El discurso del presidente estadunidense, Donald Trump, es cada día
más agresivo, consideran analistas y académicos. Laurence Tribe,
profesor de la Universidad de Harvard, señaló recientemente que su
retórica
es tomada directamente del libro de jugadas de fascistas y dictadores. La imagen, en Kentucky el fin de semana.Foto Ap
Cada día –aun si uno hace el
intento de evitarlo– Trump interrumpe todo, y cada intervención es más
obscena y mentirosa que la anterior. Muchos aconsejan, incluyendo la
gente del presidente, que no hay que tomar tan en serio los comentarios
del mandatario. Pero ahora los mensajes se han vuelto tan ominosos que
hasta observadores veteranos que no suelen gritar, están sonando la
alarma. Muchos ven tinieblas que recuerdan los momentos más oscuros de
la historia moderna.
En una serie de mítines políticos para apoyar a candidatos
republicanos leales al régimen, Trump ha hecho lo de siempre:
autoelogiarse –recién declaró que su presidencia es
la revolución más grande jamás realizada en este país– burlarse de sus opositores, atacar a los inmigrantes, acusar a los medios de fake news y llamarlos
enemigos del pueblo, pero ahora ha elevado el tono del ataque contra sus críticos y opositores al declarar que son parte de una
turba enfurecidaque está amenazando la
ley y orden.
La agenda demócrata es el socialismo y las fronteras abiertas, declaró ante sus fanáticos la semana pasada en un mitin en Iowa. Agregó que, en el contexto de las elecciones intermedias, “no le das poder a una turba enfurecida de izquierda. En eso se han convertido los demócratas. Volverían tan rápido a nuestro país en Venezuela….” Una y otra vez afirmó que los demócratas se han vuelto
demasiado extremos y, francamente, demasiado peligrosos como para gobernar. Afirmó que habían
enloquecido.
En un artículo de opinión firmado por Trump publicado en USA Today afirmó que si los demócratas toman control del Congreso, eso
llevaría a Estados Unidos más cerca al socialismo peligrosamentey que destruirá la prosperidad en este país.
“Demócratas socialísticos (sic) liberales es igual a una America comunística
(sic). Patriotas no permiten que eso ocurra. Voten Trump 2020”, dice el
lema de una camiseta de uno de los fanáticos en un mitin.
En un mitin en Misisipi, acusó que “demócratas radicales quieren
destruir nuestras leyes… nuestras instituciones… demoler nuestra
prosperidad en nombre del socialismo y probablemente peor”. Como
siempre, en estos actos subrayó la amenaza de los inmigrantes, acusando
que los demócratas desean volver a este país en
un santuario gigante para extranjeros criminales, como el MS-13.
Laurence Tribe, profesor de leyes de la Universidad de Harvard, comentó vía tuit sobre estas declaraciones recientes:
tan peligroso que se ha mostrado en muchos contextos, él (Trump) ha dicho pocas veces algo tan alarmante como esto. Es retórica tomada directamente del libro de jugadas de fascistas y dictadores.
Tal vez es por ello que la obra de filósofos/as como Hannah Arendt,
que exploraron el totalitarismo y las funciones de propaganda en la
época que surgieron Hitler, Mussolini y Franco, ha resucitado como
lectura urgente y necesaria para estos tiempos.
Al aproximarse las elecciones intermedias, la retórica de Trump y su
oposición suele ser resumida por los medios como expresión de un país
dividido y polarizado. Pero vale recordar que Trump no ganó el voto
popular y conquistó la Casa Blanca con el voto de apenas una cuarta
parte de los ciudadanos con derecho a sufragar. Sólo un promedio de 40
por ciento aprueba su gestión en las encuestas. El Congreso controlado
por los republicanos tiene un nivel de aprobación de 16 por ciento,
según Gallup.
En el extranjero, según una encuesta reciente del Pew Center en 25
países, entre ellos los principales aliados de Estados Unidos, sólo 27
por ciento le tienen confianza a Trump; las
calificaciones más bajas de todos son las registradas en México, donde
únicamente 6 por ciento expresa confianza en el liderazgo de Trump.
Todo lo cual debe provocar la pregunta tanto para los de adentro de
este país como para los gobiernos extranjeros, ¿hasta dónde se debe
colaborar con un régimen como este antes de convertirse en cómplice? Es
una pregunta que fue esencial la última vez que este tipo de tinieblas
ensombrecieron al mundo.
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