Por Atilio A. Boron
El
nerviosismo que se ha apoderado de la derecha latinoamericana con la
“normalización” de las relaciones entre Estados Unidos y Cuba ha
desatado una serie de manifestaciones que asombran por la impunidad con
que se desfigura la realidad. Un ejemplo lo ofrece la columna de Andrés
Oppenheimer en La Nación del Martes 2 de Febrero cuyo título lo dice
todo: “La clave de la libertad en Cuba es el acceso a Internet.” El
articulista, conocido por su visceral rechazo a toda la obra de la
Revolución Cubana, se pregunta si “el régimen cubano
aceptará la ayuda estadounidense para expandir el acceso a Internet.”
Poco más adelante recuerda que en su discurso del 17 de Diciembre del
2014 Obama dijo que “Washington eliminará
varias regulaciones que impedían a las empresas estadounidenses
exportar teléfonos inteligentes, software de Internet y otros equipos
de telecomunicaciones, pero a juzgar por lo que me dicen varios
visitantes que acaban de regresar de la isla, hay buenas razones para
ser escépticos respecto de que el régimen cubano lo permita.” El remate
de su artículo es de antología: “Washington debería centrarse en
Internet. Y si Cuba no quiere hablar del tema, Estados Unidos y los
países latinoamericanos deberían denunciar al régimen cubano por lo que
es: una dictadura militar a la que ya se le acabaron las excusas para
seguir prohibiendo el acceso a Internet en la isla.”
Prefiero no perder
tiempo en rebatir la inaudita caracterización de Cuba como una
dictadura militar, que en un examen de Introducción a la Ciencia
Política merecería el fulminante aplazo del estudiante que osara
manifestar una ocurrencia (que no es lo mismo que una idea, más respeto
a Hegel, ¡por favor!) de ese tipo. Oppenheimer no es uno de los
energúmenos que pululan en la televisión norteamericana, violadores
seriales de las más elementales normas del oficio periodístico. Pero el
nerviosismo y la desesperación que se ha apoderado de los grupos
anticastristas de Miami -cada vez más reducidos y desprestigiados- lo
deben haber contagiado e impulsado a escribir una nota pletórica de
falsedades. Me limitaré a señalar tres.
Primero, no puede
ignorar que a causa del bloqueo Cuba ingresó parcial y tardíamente al
ciberespacio, y cuando se produjo la vertiginosa expansión de la banda
ancha y de la Internet la Casa Blanca presionó brutalmente a quienes le
ofrecían esos servicios a la isla para que los interrumpieran de
inmediato, orden que por supuesto no pudo ser desobedecida por los
pequeños países de la cuenca del Caribe. Por eso, hasta la llegada del
cable submarino procedente de Venezuela, hace poco más de un año, la
conexión de Internet en Cuba se hacía exclusivamente por satélite.
Ahora existe ese enlace físico, pero desgraciadamente el grueso del
creciente tráfico cubano todavía debe transitar a través de lentos y
muy costosos enlaces satelitales, y con un ancho de banda absolutamente
insuficiente. Problemas que no se deben a una decisión de La Habana
sino a la obcecación de Washington.
Segundo, antes de
preguntarse si La Habana aceptará la ayuda que promete Obama convendría
que Oppenheimer averiguase si Washington aceptará poner fin al cerco
informático dispuesto en contra de Cuba. Su argumento parece salido de
una canción para niños de María E. Walsh: “El reino del revés”. No fue
Cuba quien ante el advenimiento de la revolución de las comunicaciones
decidió hacerse un harakiri informático sino que fue el imperio quien,
consciente de la importancia de esas nuevas tecnologías, extendió los
alcances de su criminal bloqueo para incluir también a la Internet.
Cualquiera que haya visitado ese país sabe que no se puede acceder a
muchísimos sitios de la red ni disponer de los principales instrumentos
de navegación en el ciberespacio. Si lo intenta casi invariablemente
aparecerá un fatídico mensaje de “Error 403” diciendo algo así como
“Desde el lugar en que se encuentra no podrá acceder a este URL” u otro
más elocuente: “El país en el que se encuentra tiene prohibido
acceder a esta página”. No se puede utilizar el Skype, el Google Earth,
o las plataformas de desarrollo colaborativo Google Code y Source
Force, o descargar libremente las aplicaciones del Android. Y cuando se
puede, el reducido ancho de banda hace prácticamente imposible trabajar
con un mínimo de rapidez y eficiencia. Todo esto, ¿por culpa del
gobierno cubano? A mediados del año pasado el CEO de Google, Eric
Schmidt, encabezó una delegación que visitó a Cuba como respuesta a las
acusaciones de que el gigante informático bloqueaba el acceso a sus
servicios. Después de comprobar que varios productos de Google no
estaban disponibles Schmidt señaló oblicuamente al responsable al decir
que “las sanciones estadounidenses en contra de Cuba desafiaban a la
razón.”
Tercero, tal vez Oppenheimer tiene
razón en su escepticismo, pero no por causa de Cuba sino de Estados
Unidos. Porque, ¿cómo olvidar que a comienzos de su primer mandato
Obama ya había prometido lo que volvió a prometer hace poco más de un
mes: “suavizar” algunas sanciones contempladas para las empresas
informáticas que tengan negocios con Cuba? ¿Qué fue lo que ocurrió?
Poco y nada. Ojalá que ahora sea diferente. La Ley Torricelli, de 1992,
había permitido la conexión a Internet por vía satelital pero con una
decisiva restricción: que cada prestación fuese contratada con empresas
norteamericanas o sus subsidiarias previa aprobación del Departamento
del Tesoro. Este impuso estrictos límites y estableció sanciones
extraordinarias –por ejemplo, multas de 50 000 dólares por cada
violación- para quienes favorecieran, dentro o fuera de los Estados
Unidos, el acceso de los cubanos a la red. Lo que hizo Obama, en Marzo
del 2010, fue eliminar algunas de estas sanciones, especialmente para
las empresas que faciliten gratuitamente aplicaciones de correo
electrónico, chat y similares. Pese a ello, en 2012, la sucursal en
Panamá de la compañía Ericsson tuvo que pagar una multa de casi dos
millones de dólares al Departamento de Comercio de Estados Unidos por
violar las restricciones de exportación de equipos de comunicación
a Cuba. Como siempre: una de cal, otra de arena. Por eso la
accesibilidad sin restricciones a la red continúa tropezando con los
grilletes del bloqueo. La “ciberguerra” que Washington le ha declarado
a Cuba, un país que sigue estando escandalosamente incluido en la lista
de los “patrocinadores del terrorismo”, continúa su curso. ¿Cumplirá
esta vez Obama con su promesa? ¿Quién es el que “prohíbe” el acceso a
la Internet en Cuba?

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