Hambre en el norte de Canadá
The Canadian Press
Traducido del inglés para Rebelión por Carlos Riba García
Estamos
en Iqaluit, Nunavut. Israel Mablick abre la puerta de su refrigerador y
nos muestra su magro contenido. “Esto es todo lo que tenemos para
comer”, dice señalando los estantes vacíos. En el segundo estante, al
lado de un tubo de margarina y un par de rebanadas de pan, hay un
pequeño frasco de carne de foca que ha quedado. Hay zumo, una bolsa de
leche, algo de agua y un cartón de huevos, además de algunos
condimentos y una bolsa pequeña de queso rallado.
En el congelador
hay unas pocas bolsas de vegetales congelados junto a un cartón de
helados Chapman. En uno de los armarios, lo único que hay son dos
bolsas de cereal –palomitas (pochoclo) y copos de maíz–. “Esto es todo
lo que tenemos”, dice Mabick, “y en la casa hay seis niños”.
El
inuit de 36 años comparte con su esposa y cinco hijos, su madre, con su
hermana y el hijo pequeño de ella, un pequeño apartamento de dos
dormitorios en Iqaluit, en la isla de Baffin, Canadá. Su cara es la del
hambre en Nunavut; los armarios y el refrigerador vacíos son el emblema
de un problema de larga duración al que hasta ahora los programas del
gobierno no le han encontrado solución.
El subsidio alimentario
de gobierno federal, Nutrition North –60 millones de dólares–, es solo
la última de las últimas soluciones propuestas, que anda a los
trompicones debido a la mala administración y la vastedad del problema
del hambre.
Nadie puede conjeturar si se encontrará o no una
solución. Después de todo, la escasez de comida no es nada nuevo para
el pueblo inuit.
* * *
“Siempre ha habido
episodios de inanición”, nos dijo Frank Tester, historiador del Ártico
de la Universidad de British Columbia.
Uno de los peores
episodios ocurrió al final de los cuarenta y principios de los
cincuenta, cuando un cambio en las pautas migratorias del caribú
provocó una extendida hambruna en el interior de la sureña región de
Kivalliq al oeste de la bahía de Hudson.
El colapso del comercio
de la piel de zorro después de la Segunda Guerra Mundial fue algo
devastador para los inuit, que descansaban en él como fuente de
ingresos para la compra de harina, té, azúcar, trampas de caza, rifles
y munición.
“Desde el punto de vista de la economía, los inuit
están ahora en un serio problema”, dijo Tester. Algunos inuit fueron
trasladados a lugares de Norte que cuentan con recursos naturales más
abundantes. “Los inuit fueron llevados a otros sitios. El argumento fue
‘Bueno, ya lo sabéis, ¡qué diablos! Ellos pueden vivir en cualquier
lugar donde haya nieve y renos salvajes y zorros para cazar’”, dice
Tester, quien ha estudiado y escrito sobre los reasentamientos.
Pero
esos reasentamientos han sido materia de polémica. En los noventa, hubo
una comisión real. Eventualmente, Otawa estuvo de acuerdo con pagar 10
millones de dólares a un fondo de inversiones para compensar a las
familias inuit que en los cincuenta habían sido reasentadas a 2.000
kilómetros de su lugar de origen, Inukjuak, en la parte norte de
Quebec, a lo que hoy día son Resolute y Grise, las dos comunidades más
septentrionales de Canadá. En 2010, el entonces ministro de asuntos
aborígenes, John Duncan, pidió perdón en nombre del gobierno por los
traslados de Inukjuak.
Pero el hecho de que Canadá tuviera a
civiles viviendo en una zona hasta entonces deshabitada reforzaba la
soberanía canadiense en un momento en el que otros países
–especialmente Estados Unidos– estaban mostrando un interés cada vez
mayor por ella como un frente posible de la Guerra Fría con la Unión
Soviética.
Para controlar la frontera norte del continente,
Canadá y EEUU construyeron 63 estaciones de radar en el Ártico, en un
arco que se extiende desde Alaska hasta la isla de Baffin. Los sitios
de la línea de alerta temprana tuvieron impacto importante en la
sociedad del Norte. Las estaciones de radar –y los sureños que las
atendían– fueron a veces el primer contacto que el pueblo inuit tenía
con el mundo exterior.
Un cambio en la política gubernamental en
los cincuenta y los sesenta provocó una perturbación en “el modo
tradicional de vida de los inuit”, dijo Tester. “Hacia mitad de los
cincuenta, el gobierno lo dejó bien en claro”, afirmó, “que los inuit
debían ser modernizados en lugar de dejarlos en su estilo tradicional
de vida”.
De este modo, empezó el gran cambio del modo de vivir
tradicional del inuit. Tener un empleo significaba que había una
presión para que los trabajadores tuvieran un ingreso fijo para
mantener a su familia. Esto dificultó la caza, ya que la gente tenía
que viajar muy lejos de su comunidad para encontrar una presa. No poder
cazar quería decir que el inuit debía comprar lo que comía, ya fuera en
las tiendas de comestibles o a cazadores del lugar.
La comida
siempre ha sido cara en el Norte. La población es relativamente pequeña
y está desparramada en una región muy vasta y muy lejos de los centros
más importantes de distribución. Los costes de transporte, o fletes,
son exorbitantes, sobre todo en Nunavut, donde no existen caminos que
conecten las comunidades del territorio con el resto de Canadá. El alto
costo de los alimentos transportados al Norte hace que algunos
productos estén fuera del alcance de mucha gente.
En un esfuerzo
para conseguir que la comida sea más asequible, en los sesenta el
gobierno federal puso en marcha el programa Northern Air Stage –más
conocido como Food Mail (correo alimentario)–, que subsidia su
transporte. El subsidio pasó a los comerciantes minoristas cuando el
programa Nutrition North sustituyó al Food Nail, en 2011. El nuevo
programa subsidia al comercio al por menor basado en el peso de
determinados alimentos transportados a determinadas comunidades.
Pero
el auditor general Michael Ferguson comprobó recientemente que el
departamento de asuntos aborígenes no seleccionaba a las comunidades
determinadas sobre la base de las necesidades. En lugar de eso, las
comunidades eran elegidas según dispusieran de camino de acceso abierto
todo el año y hubieran sido beneficiarias del programa Food Mail.
Aquellas que hicieron poco uso del programa FM fueron seleccionadas
para un subsidio solo parcial, y aquellos que no lo usaron no fueron
elegibles en absoluto. “Como consecuencia de ello”, dice el auditor,
“la elegibilidad está basada en el pasado y no en las necesidades
actuales. Es así que, quizás haya otras comunidades norteñas aisladas
que no se benefician del subsidio, cuando la cuestión es la
accesibilidad a los alimentos nutritivos.”
Asuntos aborígenes le
dijo al equipo de Ferguson que había tratado de ampliar el alcance del
subsidio a 50 comunidades del Norte a las que llegan aviones, pero esta
ampliación incrementaría el costo del programa en siete millones de
dólares al año. Antes de que el auditor fuese despedido en noviembre
pasado, el gobierno conservador anunció que gastaría otros 11,3
millones de dólares en el programa del año siguiente. Pero muchos
habitantes de las tierras del Norte son escépticos en relación con la
posibilidad real de que la totalidad del subsidio beneficie a los
clientes.
Asuntos aborígenes no ha pedido a los comerciantes
minoristas que den información sobre su margen de ganancia, que
indicaría la repercusión en el tiempo del total del subsidio. El
informe de Ferguson expresa que una medida como esta ayudaría a acabar
con el escepticismo en torno a si los consumidores están consiguiendo o
no todo el beneficio posible. El departamento dice ahora que para el 1
de abril próximo, los comerciantes deberán proporcionar información
sobre los márgenes de ganancia: el actual y el de largo plazo.
* * *
El
costo de los alimentos ha contribuido a una palpable y creciente
sensación de frustración en todo Nuvanut. El catalizador de gran parte
de la angustia fue un grupo de Facebook llamado “Feeding my family”
(alimentando a mi familia). La gente empezó a publicar impresionantes
fotos de etiquetas de precios en las tiendas de comestibles. Luego el
malestar se convirtió en protestas callejeras, una rara demostración
del desafío inuit.
“Mostrar algo tan privado como la pobreza y el
hecho de que tienes hambre y tu comida es algo inseguro son dos cosas
muy diferentes”, nos dijo Madeleine Redfern, ex alcaldesa de Iqaluit el
mes pasado en su ciudad. “Me parece que la gente está diciendo: ‘Este
no es un problema que debamos esconder. No podemos seguir fingiendo que
no existe’”. Con toda su rabia, Redfern dice que los que tienen hambre
son inuit. “Hay desigualdad, no solo étnica sino también de clases
sociales.”
En diciembre pasado, la fuerza laboral de Nunavut se
mantenía en unas 14.000 personas, 9.500 de las cuales eran inuit. Pero
una mirada más detenida de las estadísticas muestra que hay unas 8.500
inuit en edad laboral que no están incluidos en esa fuerza laboral,
mientras que las personas no inuit que está fuera de la población
activa son apenas unas 600.
El índice de participación –es decir,
la cantidad de personas que tienen empleo o que lo están buscando
activamente– también era mucho más baja entre los inuit. El índice de
participación de los inuit era del 52,7 por ciento, mientras que entre
los no inuit era del 88 por ciento.
El índice de desempleo de los
inuit de Nunavut fue del 1,9 por ciento en los tres últimos meses de
2014 (los informes estadísticos del territorio dan a conocer las cifras
promedio de lapsos de tres meses). En comparación, la tasa de desempleo
en el resto de Canadá en diciembre fue del 6,6 por ciento.
Los
últimos guarismos publicados por la oficina territorial de estadísticas
muestran que las personas que en 2012 recibieron ayuda social en
Nunavut fueron 14.578.
* * *
Regresemos al
abarrotado apartamento de Mablick en Iqaluit; ahí está él tomando con
muy poco entusiasmo una taza de té preparado con una bolsita que para
ahorrar dinero ya ha utilizado varias veces. No ha comido en una semana
y recurre al té para aliviar los retorcijones del hambre. Reserva la
poca comida que tiene para sus cinco hijos, que tienen entre año y
medio y 11. Mabblick, que lleva una desgarrada camiseta blanca de la
Asociación inuit Qikiqtani, nos dice que está sin trabajo desde octubre.
La
ayuda social llega con cuentagotas, pero no alcanza para alimentar a
todos en la casa, por eso Mablick se ha visto obligado a vender la
mayor parte de sus cosas para poner alguna comida sobre la mesa.
Desprenderse de su trineo a motor sería realmente difícil para él. “No
es mucho lo que podemos vender, algunas joyas o tallas, poca cosa más”,
dice. “Quiero decir, voy a mi taller, que está fuera, tallo y vendo
algo, pero hace algún tiempo que ya no lo hago. Empecé a trabajar en un
tablero para naipes, pero hace tanto frío que se me congelan los dedos,
por eso ahora mismo no estoy tallando nada”.
Como muchas personas
hambrientas en Nunavut, Mablick acude a sus amigos y familiares para
conseguir comida, pero sabe que ellos tienen sus propios problemas,
* * *
El
alimento tradicional de los inuit –la llamada “comida nacional”,
consiste en carne de caribú (reno), foca y ballena– es una opción para
resolver el problema del hambre.
Una recomendación clave de la
Coalición por la Seguridad Alimentaria de Nunavut –una asociación
formada por representantes del gobierno territorial, organizaciones
inuit, la industria y los grupos que trabajan por la justicia social–
fue animar a la gente para que vaya a cazar.
Will Hyndman, nativo
de Edmonton, Alberta, abrió en Iqaluit un mercado de cazadores y
tramperos y les invitó –la mayor parte de ellos tienen grandes
dificultades para comprar munición y combustible– a que vendieran en la
ciudad la carne que obtenían. “El objetivo real era cambiar el eje de
la conversación acerca de cómo resolver el problema de la alimentación
aquí en Iqaluit”, nos dijo Hyndman, con el bigote lleno de carámbanos,
de pie con su perro en las heladas costas de la ensenada de Koojesse.
“Cuando vas a cazar o pescar no puedes llenar el depósito de gasolina
con pescado. No puedes coger tu foca y convertirla en balas, a pesar de
que tradicionalmente todo proviene de los animales que tú cazas.
Entonces, hacer algo que cierre el ciclo de la sostenibilidad; el
mercado es una forma de hacerlo.”
* * *
Los
habitantes de Iqaluit también enfrentan la situación acudiendo al
comedor de la ciudad o al banco de alimentos, cuando está abierto; dos
veces por mes. Hay una clara necesidad de estos servicios. Stephen
Wallick, que preside la comisión que gestiona el banco de alimentos
Niqinik Nuatsivik, nos dice que empezó a funcionar en 2001, para
atender a unas 30 familias. Hoy día, agrega, son más de 120 las
familias que se acercan para conseguir comida y provisiones cada dos
semanas.
El comedor de Iqaluit, centrado en la preparación de
sopas, sirve hasta 200 platos por día; está trabajando en el límite de
sus posibilidades y algunas veces los supera. “Cada dos por tres
estamos en números rojos”, nos dijo la voluntaria Cathy Sawer en una
visita reciente. “Los fondos que recibes llegan con retraso, y a veces
puede haber gastos extras.” Por ejemplo, uno de los elementos de su
cocina eléctrica se ha averiado y hará falta un electricista que lo
repare. “Aquí, los precios de estos servicios son bastante altos.
Los
más desesperados –como se ha visto por televisión después de que
Ferguson diera a conocer su informe– incluso rebuscan restos de comida
en los vertederos de basura.
* * *
Entonces, ¿qué podemos hacer?
Tester,
el historiador del Ártico, dice que el territorio necesita centrarse en
las oportunidades online que puedan presentarse. “Necesitan desarrollar
una economía norteña; para mí, una economía norteña debe ser online”,
dice. “En otras palabras, los jóvenes está interesados en un economía
basada en la web; esto es lo que tiene posibilidades reales en Nuvanut.
Se ha hecho muy poco para explorar esta contingencia. En lugar de eso,
están tirando decenas de millones de dólares en programas de formación
para que los hombres de aquí se transformen en mineros.
El acceso
a la red en Novalut es más lento y más caro que en la mayor parte del
país; este es un obstáculo importante para el desarrollo de una
economía basada en la web. Para llevar al Norte la Internet de alta
velocidad, será necesario hacer inversiones importantes.
El
gobierno federal está trabajando en un plan de cinco años y de 305
millones de dólares para llevar la banda ancha al ámbito rural y las
comunidades lejanas, incluyendo 12.000 viviendas en Nunavut y la región
de Nunavik, en el norte de Quebec. “La infraestructura ya existe”, dice
Tester. “Lo único que hace falta es mejorarla, y eso lleva mucho
tiempo.”
Otros han sugerido que el gobierno federal ponga en
marcha un programa similar al de la Fundación de ayuda a los cazadores
de Nunavut, que entrega aproximadamente dos millones de dólares por año
a los cazadores para que compren equipo que les permita cazar, pescar y
poner trampas. Un programa parecido para los inuit del norte de Quebec
está completamente financiado por el Acuerdo del norte de Quebec y la
bahía de James.
Nunavut Tunngavik Inc., que administra los
reclamos de tierra en Nunavut, lleva adelante el programa de apoyo a
los agricultores. En 2014, el programa estaba suspendido; entonces,
Nunavut Tunngavik Inc. pudo emplear el resto del año para hacerle una
revisión. La presidenta de Nunavut Tunngavik Inc., Cathy Towtongie nos
dijo que el gobierno federal debería ayudar a sufragar el costo del
equipo necesario para la caza tal como lo hace al subsidiar a los
productores rurales en el resto de Canadá.
“Podríamos poner en
marcha un programa. Cuando los granjeros no consiguen producir lo
suficiente, reciben mucha ayuda en forma de subsidios en todo el
territorio canadiense. Pero en la zona de Ártico del país, los precios
de las balas, los cartuchos de caza y los trineos a motor están
creciendo. Por lo tanto, salir a cazar está cada vez más caro”, nos
dijo Towtongie hace poco tiempo, cuando la visitamos en su despacho de
Iqaluit. “Entonces, si pudiéramos subsidiar al menos una parte del
costo de la caza, como las balas, creo que tendríamos un programa
diseñado para los cazadores; de este modo, ellos podrían aportar
alimento no solo a su familia sino también a la comunidad.”
Nada
de esto le importa mucho a Mablick, ocupado como está en la lucha
diaria para encontrar la próxima comida para su familia. “Estoy seguro
de que ellos están bien alimentados y de que siempre tienen algo para
llevarse a la boca; ese no es mi caso, ya que estando al frente de la
casa debo hacer muchos sacrificios”, dice él. “¿Qué sentido tiene
sacrificar a mis hijos? Son todo lo que tengo; yo debo sacrificarme por
ellos. Y eso es lo que hago.”
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