Editorial La Jornada
Ante la irresponsabilidad
con que el presidente Donald Trump dispone de las fuerzas armadas más
poderosas del planeta, el liderazgo de la oposición demócrata busca que
exista un mayor control legislativo sobre las acciones militares
ordenadas por el Ejecutivo. Por su parte, conscientes del peligro que
los actos impulsivos del magnate representan para el conjunto de los
intereses estadunidenses, pero decididos a cerrar filas en torno al
mandatario (ya sea por lealtad partidista o por cálculos electorales),
los legisladores republicanos han entrado en una dinámica
esquizofrénica, en la que respaldan todas las medidas de Trump y al
mismo tiempo llaman a reducir las tensiones generadas por el asesinato
del general iraní Qasem Soleimani el pasado 3 de enero.
El mismo mandatario republicano parece haber cobrado finalmente
conciencia de los alcances de su imprudencia temeraria, pues desde el
martes emprendió un tour de malabarismo verbal para acallar los
tambores de guerra que hizo resonar la semana anterior. En un discurso a
cada momento más incoherente, Trump presentó los ataques con misiles
lanzados por Teherán contra bases militares iraquíes que albergan a
efectivos estadunidenses y de otros estados de la Organización del
Tratado del Atlántico Norte (OTAN) como un ejemplo de disminución de las
tensiones, y retomó la igualmente ilegal, pero menos explosiva,
política de asfixia económica mediante sanciones.
En otro giro de esta campaña de señales cruzadas, el canal de las
amenazas de una escalada bélica se mantiene abierto a través del manejo
político y mediático del siniestro ocurrido el martes a un Boeing 737 de
Ukraine International Airlines, en el cual perecieron los 176 ocupantes
(82 iraníes, 63 canadienses y 11 ucranios). Inicialmente reconocido por
todos los actores como un accidente, ayer el presidente estadundiense
declaró que el derribo pudo deberse a un misil de Teherán lanzado por
error; horas después el primer ministro canadiense, Justin Trudeau,
afirmó contar con pruebas (pero no ofreció presentarlas) de que éste
había sido el caso, y, finalmente, el premier británico, Boris Johnson,
respaldó la versión de su homólogo. Aunque de momento los tres jefes de
gobierno sostienen que el lanzamiento del misil habría sido resultado de
una equivocación, nada les impide modificar arbitrariamente sus
declaraciones y usar el lamentable fallecimiento de casi dos centenares
de personas con fines de propaganda bélica.
Por último, no puede soslayarse que todo lo anterior ocurre mientras
Trump enfrenta un inminente juicio político en su contra, y con las
elecciones presidenciales a la vuelta de la esquina. En este contexto,
la escalada de tensiones en Medio Oriente sólo puede leerse como una
alarmante prueba de la pequeñez de los líderes políticos occidentales,
quienes empujan al mundo hacia un conflicto de dimensiones imprevisibles
con tal de favorecer sus intereses más inmediatos y egoístas: además de
los resortes que mueven al inquilino de la Casa Blanca, debe recordarse
que Trudeau encara el momento más bajo en su gobierno, tras relegirse
con una abrupta caída en el respaldo popular, mientras Johnson coquetea
descaradamente con Washington como parte de su pulso frente a Bruselas
en las negociaciones del Brexit.
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