Somos una sociedad sin sentido que quiere tener la razón en todo, a cualquier precio, ególatras y yoistas, incapaces de ver lo que sucede a un metro de distancia del radio de su nuestro espacio corporal y si lo vemos volteamos a ver hacia otro lugar inmediatamente, para que la realidad no nos escupa a la cara, si de eso se trata mejor la escupimos nosotros; cada día más indiferentes y desmemoriados: insulsos.
Inhumanos, defensores férreos de la doble moral y la vileza mientras nos lleve a alcanzar nuestros objetivos personales. El otro es utilizado como escalera y trampolín, la cuña perenne, como un objeto, jamás es visto como un semejante al que vamos a ver de frente a los ojos o mucho menos a quien vamos a ayudar en caso  que lo necesite.  Importa solo lo que pensamos nosotros reduciendo el universo a una mísera burbuja personal. 
La crueldad se volvió el común denominador, las canalladas son lo habitual en cualquier espacio porque la justicia, la dignidad, la certeza, la decencia y la integridad fueron enterradas porque solo estorban en el día a día de la mezquindad humana. La misión de vida es acaparar lo que más se pueda, dejando a quien sea en el camino. La utilización de la tragedia del otro para beneficio propio. 
La exposición de la necesidad del otro para beneficio personal. Y las redes sociales son la plataforma perfecta donde se hace visible y patente nuestra mediocridad humana. La sobre exposición, la necesidad constante de demostrar y que los otros sepan que tenemos, porque eso nos dice el sistema, que somos lo que tenemos en dinero y materialmente. Que somos algo gracias a los diplomas, a los viajes, a las conferencias donde participamos, a los amigos y contactos que tenemos: importantes. Importantes porque tienen puestos de relevancia en el gobierno, en la academia, en el mundo artístico y cultural, en el área donde nos desenvolvemos. Mi amigo el doctor, mi amiga arquitecta, mi amiga embajadora, mi amigo periodista, mi amigo cineasta. Pero nadie hace alarde de su amigo recogedor de basura, su amigo carpintero, su amiga empleada doméstica, su amiga maquiladora. Porque esas personas no existen para la sociedad que conformamos, no como seres humanos, sí como objetos que utilizamos. Entonces va la foto con el recogedor de basura, la foto con la maquiladora, la foto con el albañil, con el campesino, desde nuestra posición de superioridad y la exponemos en la red social, para que vengan los aplausos y los aleluyas y las glorias a dios en el cielo por nuestra existencia y grandeza humana (de mierda).
Va la foto de la cama donde dormimos, la cocina, nuestro desayuno, claro si están en condiciones para fanfarronear, porque lo que queremos es que los otros tengan envidia de nuestra casa con piscina, de nuestro gran almuerzo de domingo, de los sillones de la sala, de los viajes que nos damos. De los lujos con los que vivimos para que vean que pela gatos no somos y además buena gente porque nos tomamos fotos con el niño que vende dulces en el semáforo de la esquina. 
Para mientras, los otros, los que están en necesidad que se pudran, porque tenemos la capacidad y los escrúpulos de caminar sobre ellos si es necesario.  Total, que somos una sociedad de apariencias, viviendo de apariencias, anhelando que jamás se rompa la burbuja de comodidad donde vivimos y nos toque caer en el culo del guindo. Sin saber que la boñiga siempre hemos sido nosotros y no servimos ni de abono para las plantas. 
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Ilka Oliva Corado. @ilkaolivacorado