Vilma Fuentes
▲ Manifestación de los chalecos amarillos, ayer en Nantes, Francia, donde los rótulos exhibidos rezan:
Alto a la violencia policial,
Curo a tus padresy
Ya no tengo confianza.Foto Afp
Las caras demacradas
de los cajeros y cajeras de los pequeños almacenes de víveres, de las
empleadas en la tintorería y otras tiendas diversas del barrio de la
Maub, justo al otro lado del Sena frente a la catedral de Notre Dame
rodeada de andamios, muestran el cansancio que afecta a los trabajadores
parisienses a causa de una huelga de transportes que se alarga ya más
de un mes. Tres horas para llegar al lugar de empleo, tres horas para
regresar a sus domicilios. Caminatas, atropellos para lograr subir a un
vagón de tren que conduzca a los suburbios, desmañanados por los
levantares en la madrugada para atrapar las escasas ramas del Metro que
circulan entre las seis y las nueve de la mañana. Embotellamientos de
kilómetros para quienes se lanzan en automóvil hacia la capital y tratan
de salir de ella rumbo a sus hogares al anochecer.
El cansancio es evidente. Sin embargo, la resignación ante la
situación no es quejumbrosa. Contra todas las predicciones y casi todos
los sondeos, más manipulados unos que otros, la gente sigue apoyando de
manera mayoritaria la huelga que paraliza a Francia en protesta contra
la reforma de la jubilación.
Desde 1968, este país no había vivido un movimiento de tal duración.
Ni un apoyo popular tan fuerte, una simpatía tan calurosa, pese a las
dificultades diarias para transportarse.
A la huelga de ferrocarrileros y de conductores de autobuses se han
ido sumando muchas: las de internos de hospitales, ballet de la Opera
(la foto de las bailarinas danzando El lago de los cisnes en la calle
frente al palacio Garnier dio la vuelta al mundo), escuelas, camiones de
basura, parte del correo y oficios diversos. Se agrega ahora personal
del sector privado, como abogados o kinesiterapeutas. Se paran siete
refinerías sobre las ocho existentes en Francia y 12 depósitos de
petróleo sobre 200. Sin embargo, el gobierno insiste en que no se teme
una penuria de carburante.
Pese a los llamados del gobierno a una tregua navideña, la huelga
continuó durante el fin de año. Las autoridades contaban con tal tregua
para apagar el movimiento de protesta. Las vacaciones de los ministros
y, sobre todo, la noticia del viaje a Marruecos de la ministra encargada
de transportes, sólo levantaron más los ánimos. El gobierno pospuso las
negociaciones a la segunda semana de enero contando desmoralizar a los
huelguistas que pierden sus salarios cada día. La respuesta fue la
solidaridad de la gente que decidió sostenerlos con sus dones
financieros: hay quien da 10 euros y quien da 100, 400, cada uno lo que
puede.
Mientras, la guerra de cifras continúa: las autoridades se empeñan en
rebajar el número de manifestantes y huelguistas, tal como lo hizo
durante un año con los chalecos amarillos cada sábado sin conseguir
desalentarlos, los sindicatos duplican y triplican esas cifras. Último
ejemplo, el jueves, el gobierno afirmó que apenas 40 mil y pico de
personas desfilaron en París en un cortejo disperso y escaso: los
huelguistas hablaron de casi medio millón de manifestantes en la
capital. Personas fidedignas, cercanas, me dijeron que era el gentío era
aplastante. En las tomas de televisión, podía verse un denso y nutrido
cortejo a lo largo y ancho de las calles del trayecto de varios
kilómetros.
Al mismo tiempo, a pesar de afirmar que contra viento y marea se
llevará a cabo la reforma para instalar una jubilación universal sin
privilegiados, el gobierno concede aquí y allá, pilotos o bailarines,
alguna prebenda, algunas migajas, tratando de dividir a los huelguistas.
El ballet de la Ópera no acepta las concesiones y se solidariza con el
resto de protestatarios. Cuando las autoridades hablan de no afectar las
pensiones de los nacidos antes de tal o cual fecha, los futuros
beneficiados se niegan a gozar tal beneficio a costa de sus hijos y
nietos.
En nombre de un Estado laico, el presidente Emmanuel Macron suprimió
las tradiciones felicitaciones de Navidad, acaso en busca de los votos
musulmanes… Días después, las estatuas de unas vírgenes fueron
vandalizadas.
El gobierno afirma que no hay dinero para pagar las pensiones dado el
envejecimiento de la población. De ahí la idea de una edad pivote para
obtener una jubilación completa o verla reducirse si el trabajador se
retira a la edad convenida antes de esta reforma.
Las intervenciones de Macron parecen las de un bombero pirómano.
Chassez le natural, il revient au galop(saque al natural, vuelve a galope), reza un dicho popular. Pareciera que el presidente no puede ocultar la arrogancia de su verdadera naturaleza, pues cuando toma la palabra enciende una nueva mecha, y esto a pesar de sus afirmaciones de haber cambiado y aprendido a escuchar a la gente. En su nuevo libro, el filósofo Michel Onfray habla de un populicidio puesto en marcha por Macron.
La fuerza de este movimiento tiene, sin duda, sus raíces en el de los
chalecos amarillos. Sin sus actuaciones durante un año, los sindicatos
acaso no habrían logrado la duración y apogeo de esta huelga y sus
manifestaciones.
Las repercusiones son múltiples. Entre las más características se
halla la incredulidad total en los medios de comunicación al servicio
del gobierno. De ahí la importancia que han tomado las redes sociales en
la circulación de noticias. Ni qué hablar del enorme costo financiero
que afecta a todos.
Un mensaje insidioso se desliza en la mente: vivir viejo cuesta
demasiado, sobre todo cuando se es pobre. Hace algunos años, era posible
pagar las jubilaciones a gente que moría pronto. Los progresos médicos
alargan la vida. Sin contar que enfermedades como el Alzheimer agravan
la nota. Desde luego, este mensaje se oculta tanto como se puede y no es
todavía contemplable una
modesta proposiciónpara limitar los años de vejez, a la manera del genial e irónico escritor irlandés Jonathan Swift, quien expuso la idea de acabar con el hambre de los pobres vendiendo a los hijos para alimento de los ricos.
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