Tan pronto se supo del
asesinato del general iraní Qasem Soleimani en territorio del vecino
Irak, ocurrido el 3 de enero por órdenes directas de Donald Trump,
surgió una densa ola de preocupación en varios sectores del gobierno del
ultraderechista brasileño Jair Bolsonaro: ¿cuál sería su reacción?
Muy rápidamente militares que integran su equipo, empresarios,
dirigentes del agronegocio y algunos veteranos diplomáticos con larga
experiencia trataron de hacer llegar al despacho presidencial rigurosas y
consistentes alertas indicando que lo mejor sería guardar silencio
absoluto, no manifestarse.
El esfuerzo fue inútil: prevaleció la insistencia del ministro de
Relaciones Exteriores, Ernesto Araujo, discípulo del astrólogo y gurú
ideológico del clan presidencial brasileño, el también ultraderechista
Olavo de Carvalho.
Resultado: el gobierno emitió una insólita nota respaldando
plenamente el asesinato ordenado por Donald Trump, y anunciando su
compromiso de dar combate al terrorismo donde sea.
Con eso, además de avanzar otro paso rumbo a la destrucción radical
de una tradición diplomática construida a lo largo de más de un siglo y
que era de las más respetadas en el mundo, Bolsonaro alcanzó un grado de
sumisión y vasallaje frente a Washington que no encuentra antecedente
ni en la dictadura militar que imperó en Brasil de 1964 a 1985.
En los días siguientes, por las redes sociales o en declaraciones
diarias a periodistas en la puerta de la residencia presidencial,
Bolsonaro insistió en exhibir total alineamiento con Trump, y hasta
superó a su homólogo estadunidense, al asegurar que Soleimani no era
general. Nadie entendió de dónde sacó tal extravagancia.
Hasta el 8 de enero, Bolsonaro no dejó pasar un día sin insistir en
el tema, ampliando su rutina de difundir mentiras, mientras trató de
involucrar al ex presidente Luiz Inácio Lula da Silva y su relación con
Irán, de inmediato desmentidas a partir de rápidas consultas al doctor Google.
En todo caso, las muy malas relaciones de Jair Bolsonaro con la
verdad ya no sorprenden a casi nadie. Lo que sí asombró hasta a los
acostumbrados con los exabruptos presidenciales ha sido su
irresponsabilidad.
El insólito e inmediato respaldo brasileño al acto terrorista
ordenado por Trump podrá traer consecuencias por parte de Irán en al
menos dos puntos, uno más difuso, otro más inmediato.
El más difuso: que Irán realice algún acto de represalia en Brasil o
que incentive a células internas de seguidores fundamentalistas a
propiciar una respuesta radical a la iniciativa externada por el
gobierno brasileño.
Aunque entre militares activos esa preocupación exista, se considera
que la posibilidad de que tal represalia ocurra es remota; al fin y al
cabo, Teherán ya tiene sobrados problemas internos y regionales, además
de los que enfrenta con Estados Unidos.
La otra amenaza, sin embargo, preo-cupa, y mucho, a diversos sectores no sólo del gobierno, sino de la economía brasileña.
Baste citar que entre enero y noviembre del año pasado el superávit
comercial con Irán alcanzó un monto de 2 mil 200 millones de dólares,
casi 5 por ciento del total registrado por Brasil en el mundo. Las
proyecciones para este año indicaban la perspectiva de aumentar ese
superávit a una cifra alrededor de 3 mil millones, gracias a una mayor
demanda de maíz (Brasil es el principal, o era, proveedor iraní).
Además, Irán es el quinto mayor importador de soja brasileña, y si se
considera el Medio Oriente como un todo, Brasil es el mayor proveedor
del sector agropecuario, superando a India, Estados Unidos, Rusia y
Ucrania.
A raíz de eso, también preocupa la posibilidad de que otras naciones
de la región se sumen a una eventual sanción aplicada por Irán a Brasil.
Frente a las críticas y preocupaciones del sector exportador luego de
su torpe gesto de vasallaje, Bolsonaro aseguró a los periodistas que
Brasil mantendrá en 2020 su comercio con Irán.
No mencionó en qué se basaba para semejante afirmación. Quizá se haya
olvidado que la decisión no depende de Brasil y menos de su despacho
presidencial, sino del país que él atacó duramente para mostrarse en
plena disputa por el puesto de sumiso estelar frente a Trump.
Como sobran indicios de que la tensión en la región, y en especial
con Estados Unidos, está lejos de amainar, y como no hay quien le ponga
un alto a Bolsonaro y su capacidad de disparar absurdos de forma
incesante, 2020 –que ya se anunciaba como un año preocupante por razones
internas, dado el muy lento desempeño de la economía– promete ser
generoso en tensión, incertidumbre y preocupaciones.
Es decir: un escenario perfecto para que Jair Bolsonaro persista en
su imparable rutina de proferir barbaridades en secuencia, sin tener
noción del alcance de lo que expresa ni idea del grado de
responsabilidad impuesto por el cargo que ocupa.
Y, claro, sin que exista quien sea capaz de frenarlo en sus absurdos.
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