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sábado, 16 de noviembre de 2019
Bolivia y la contrarrevolución: así fue derrocado Evo Morales
Pablo Stefanoni
/
Fernando Molina
- Revista Anfibia
Empecemos por el final (o por el final provisional de esta historia): durante las últimas horas de la noche del domingo,
el líder cruceño Luis Fernando Camacho desfiló encima de un vehículo
policial por las calles de La Paz, escoltado por policías amotinados y
aupado por sectores de la población opositores a Evo Morales. Se
escenificaba así una contrarrevolución cívica-policial que sacó del
poder al presidente boliviano.
Morales se parapetó en su
territorio, la región cocalera de El Chapare que lo vio nacer a la vida
política y donde se refugió de los riesgos revanchistas. Es una parábola
–al menos transitoria– en su vida política. De este modo, lo que
comenzó como un movimiento en demanda de una segunda vuelta electoral
tras la polémica y confusa elección del 20 de octubre, terminó con el
jefe de las Fuerzas Armadas "sugiriendo" la renuncia del presidente.
Una sublevación contra Evo Morales no estaba en el horizonte de
nadie. Pero en tres semanas, la oposición se ha movilizado con más
firmeza que las bases "evistas", que tras casi 14 años en el poder han
ido perdiendo potencia movilizadora mientras el Estado iba reemplazando a
las organizaciones sociales como fuente de poder y burocratizando el
apoyo al "proceso de cambio". Y en pocas horas, lo que fue el gobierno
más fuerte del siglo XX en Bolivia pareció desmoronarse (hay varios
exfuncionarios refugiados en embajadas). Ministros renunciaron
denunciando que sus casas eran quemadas y los opositores mostraban a los tres muertos de los enfrentamientos
entre grupos civiles como prenda de indignación frente a lo que llaman
la "dictadura". Finalmente, el domingo Evo Morales y Álvaro García
Linera renunciaron y denunciaron un golpe en marcha.
Denuncio
ante el mundo y pueblo boliviano que un oficial de la policía anunció
públicamente que tiene instrucción de ejecutar una orden de aprehensión
ilegal en contra de mi persona; asimismo, grupos violentos asaltaron mi
domicilio. Los golpistas destruyen el Estado de Derecho.
— Evo Morales Ayma (@evoespueblo) November 11, 2019
El
Movimiento al Socialismo (MAS), formado en los años 90, fue siempre un
partido profundamente campesino –más que indígena– y eso se trasladó en
muchos sentidos al gobierno de Evo Morales. El apoyo urbano fue siempre
condicionado –en 2005 una apuesta a un nuevo liderazgo "indígena" frente
a la profunda crisis que vivía el país; luego porque Evo mantuvo una
muy buena performance económica–, pero los intentos de Morales
de permanecer en la presidencia –sumado a sustratos racistas de larga
tradición y la sensación de exclusión del poder– alentaron a las clases
medias urbanas a salir a la calle contra Morales.
Antielitismo, estatismo y clase media
Objetivamente
hablando, el llamado "proceso de cambio" no favoreció a la clase media
tradicional ni al estamento "blancoide" –como se suele denominar a los
"blancos" en Bolivia–, y, en cambio, les quitó poder. La de Morales fue
revolución política antielitista. Por esto chocó contra las élites
políticas anteriores y las sustituyó por otras, más plebeyas e
indígenas. Este hecho desvalorizó hasta hacer desaparecer el capital
simbólico y educativo con que contaba la "clase burocrática" que existía
antes del MAS. Entretanto, sus victorias electorales con más del 60% le
permitieron copar todo el poder del Estado.
Morales pareció
sellar una victoria de la política sobre la técnica. Si el
neoliberalismo creía en el derecho de los "más capaces" a imponer sus
visiones al conjunto, el "proceso de cambio" creía en el derecho de la
Bolivia popular de imponerse sobre los "más capaces". Para actuar
recurrió a la política (igualitarismo) y al reparto corporativo de
cargos entre diversos movimientos sociales antes que a la técnica
(elitismo). Por esta razón no llenó de manera meritocrática las vacantes
dejadas por el repliegue de la burocracia neoliberal. Y tampoco
recurrió sistemática y ampliamente a las universidades para proveerse de
un capital cultural que, en cambio, consideraba prescindible. Esto
agrió a la clase media, especialmente a su segmento
académico-profesional, cuya expectativa máxima era lograr un claro
reconocimiento social y económico de los saberes que posee.
Policías de La Paz se repliegan en una unidad cercana a la sede del Gobierno
EFE
Y finalmente, el MAS fue crecientemente estatista. El enfoque siempre
estatista con que el Gobierno abordaba los problemas y necesidades que
iban surgiendo en el país lo llevó a ignorar y a menudo a chocar con las
pequeñas iniciativas privadas, esto es, con las iniciativas de la clase
media. Por esta razón había roces entre el "proceso de cambio" y los
sectores emprendedores no indígenas y no corporativos (los que sí se
beneficiaban de los aspectos políticos del cambio e indignaban a los
"clasemedieros"). Es cierto que existía un pacto de no agresión y de
apoyo táctico entre el "proceso de cambio" y la alta burguesía o clase
alta, pero este se fundaba en razones políticas antes que empresariales o
económicas.
Por otra parte, varias medidas adoptadas por Evo
Morales desestabilizaron la dotación de capitales étnicos, perjudicando a
los blancos: si bien no hizo una reforma agraria, benefició a los
pobres con la dotación de tierras fiscales; hubo una redistribución del
capital económico –mediante infraestructuras y políticas sociales– en
favor de sectores más indígenas y populares; la política educativa
implementada por el Gobierno mejoró la dotación de capital simbólico a
los indígenas y los mestizos, mediante la revaloración de su historia y
su cultura pero, al mismo tiempo, el Gobierno hizo muy poco para elevar
el nivel de la educación pública y, por tanto, para arrebatar el actual
monopolio blanco de la educación (privada) de alta calidad. Así, las
élites anteriores perdieron espacios en el Estado, vieron debilitados de
sus capitales simbólicos y sus vías de influencia en el poder. En
síntesis: el Club de Golf perdió cualquier relevancia como espacio de
reproducción de poder y estatus.
Diversas encuestas ya mostraban
la desconfianza de los sectores medios respecto al presidente. No por la
gestión, que aprobaban, sino por la duración del dominio de la élite
que Evo dirigía. Tal era la cuestión que importaba a la clase media, una
cuestión que la persistencia en la meta reeleccionista de Morales
hicieron imposible de resolver, precipitando a la clase media a la
sedición. Y a esto se sumó que el "proceso de cambio" no debilitó los
microdespotismos presentes en toda la estructura estatal boliviana. El
uso de los empleados públicos en las campañas electorales y, más en
general, en la política partidaria del MAS, debilitó el pluralismo
ideológico entre los funcionarios incluso de menor rango.
Bolivia es un país casi genéticamente antirreeleccionista: ni Víctor
Paz Estenssoro, conductor de la Revolución Nacional de 1952, logró dos
periodos consecutivos. En parte esta tendencia parece una suerte de
reflejo republicano desde abajo y en parte la necesidad de una mayor
rotación del personal político. Y cuando alguien no se va limita el
acceso de los "aspirantes". Todos los partidos populares que llegan al
poder tienen el mismo problema: hay más militantes que cargos para
repartir. El Estado es débil pero es una de las pocas vías de ascenso
social.
Bolivia es también el paraíso de la lógica de las
equivalencias de Laclau: apenas la situación se sale del carril y se ve
débil al Estado todos se suman con sus demandas, indignaciones y
frustraciones, que son siempre muchas dado que es un país pobre y con
muchas carencias. Así también fue esta vez. Los motines policiales
expresan enemistades de viejo cuño de sectores bajos con los mandos más
altos, por temas de desigualdad económica y abusos de poder entre las
"clases": sucedió en 2003, en el motín de 2012 y en el del fin de semana
pasado.
Potosí, enfrentado con Evo desde hace años por sentir que
desde la Colonia sus riquezas –ahora el litio– se esfuman y ellos
siguen siendo siempre pobres, también se sumó a la rebelión. Y lo mismo
pasó con sectores disidentes de todas las organizaciones sociales
(cocaleros Yungas, ponchos rojos, mineros, transportistas). Esto se suma
a una cultura corporativa que hace que las demandas de región o sector
pesen más que las posiciones más universalistas, lo que habilita
posibles alianzas inesperadas: en esta última asonada se aliaron Potosí y
Santa Cruz, impensable durante las crisis de 2008, cuando Potosí fue un
bastión "evista".
Un nuevo líder en la oposición
Después
de varios años de impotencia política y electoral de la oposición
tradicional –los viejos políticos como Tuto Quiroga, Samuel Doria Medina
o el propio Carlos Mesa– aparece un "liderazgo carismático" nuevo: el
de Fernando Camacho. Este personaje desconocido hasta hace pocas semanas
fuera de Santa Cruz se proyectó primero ocupando un vacío en la
dirigencia cruceña, que desde su derrota frente a Evo en 2008 había
pactado cierta paz. Aupado en una nueva fase de radicalización juvenil,
el "macho Camacho", un empresario de 40 años, se erigió como líder del
Comité Cívico de la región que agrupa a las fuerzas vivas con hegemonía
empresaria y defiende los intereses regionalistas.
Y más
recientemente, frente a la debilidad de la oposición, Camacho esgrimió
una mezcla de Biblia y "pelotas" para enfrentar "al dictador". Primero
escribió una carta de renuncia "para que Evo la firme"; luego fue a
llevarla a La Paz y fue repelido por las movilizaciones oficialistas;
pero volvió al día siguiente para finalmente entrar el domingo a un
desierto Palacio Quemado –el viejo edificio del poder hoy trasladado a
la Casa Grande del Pueblo– con su Biblia y su carta; allí se arrodilló
en el piso para que "Dios vuelva al Palacio".
Camacho selló pactos
con "ponchos rojos" aymaras disidentes, se fotografió con cholas y
cocaleros anti-Evo y juró no ser racista y diferenciarse de la imagen de
una Santa Cruz blanca y separatista ("Los cruceños somos blancos y
hablamos inglés", había dicho alguna vez una Miss). Y, en una productiva
estrategia, Camacho se alió con Marco Pumari, el presidente del Comité
Cívico de Potosí, un hijo de minero que venía liderando la lucha en esa
región contra el "ninguneo de Evo".
Así, el líder emergente e
histriónico terminó siendo el artífice de la revuelta cívica-policial.
Para ello desplazó al expresidente Carlos Mesa, segundo en las
elecciones del 20 de octubre, quien al ritmo de la aceleración de los
acontecimientos se radicalizó sin convicción ni grandes oportunidades de
ser aceptado en el club más conservador por ser considerado un "tibio".
El líder cruceño Luis Fernando Camacho es escoltado por policías luego
de entregar la carta de renuncia al presidente de Bolivia, Evo Morales,
este domingo en La Paz (Bolivia)
EFE
René Zavaleta decía que Bolivia era la Francia de Sudamérica: allí la
política se daba en su sentido clásico, es decir, como revolución y
contrarrevolución. Pero el país ha vivido más de una década de
estabilidad, un periodo que puso en duda la vigencia del pensamiento de
Zavaleta. En 2008, Evo Morales resolvió su pulso con las viejas élites
neoliberales y regionalistas que se habían opuesto a su asunción al
poder y comenzó su ciclo hegemónico: una década de crecimiento
económico, de confianza del público en su porvenir, de aprobación
mayoritaria de la gestión gubernamental; un mercado interno con grandes
inversiones financiadas a partir de ingresos extraordinarios en un
tiempo de altos precios de las exportaciones; y una mejora en el
bienestar social.
Pero la rebelión ha vuelto y se ha articulado
con un movimiento conservador y contrarrevolucionario. A diferencia de
Gonzalo Sánchez de Lozada en 2003, Evo Morales no ha sacado al Ejército a
la calle. Movilizó a los militantes del MAS, al tiempo que se expandió a
través de las redes sociales y los medios la imagen de las "hordas
masistas" –ya no se puede decir campesinas o indígenas–. El informe de la OEA sobre el resultado electoral,
alertando sobre alteraciones, minó la autoconfianza del oficialismo:
perdió la calle y las redes al mismo tiempo. Esta auditoría, que podría
haber pacificado la situación, fue rechazada por la oposición, que
consideraba a Luis Almagro un aliado de Evo Morales por haber avalado su
repostulación. La organización acaba de pronunciarse para rechazar
"cualquier salida inconstitucional a la situación".
Una de las
razones del insurreccionalismo es el caudillismo, esto es, la ausencia
de instituciones políticas consolidadas. No existe más que una lógica
inmediatista, de "suma cero": se gana o se pierde todo, pero nunca se
busca acumular victorias y derrotas parciales con la vista puesta en el
futuro. Evo Morales no superó esa cultura y por eso buscó seguir en su
cargo: pero la oposición hasta ahora tampoco y emerge con otro
"caudillo" de derecha como Camacho.
No sabemos qué futuro político
le aguarda pero ya ha cumplido una "misión histórica": que las ciudades
acaben con la excepción histórica de un gobierno campesino en el país.
No casualmente tras el derrocamiento de Evo se quemaron Whipalas,
bandera indígena transformada en una segunda bandera nacional bajo el
gobierno del MAS. Y adicionalmente, sacar al nacionalismo de izquierda
del poder: "echamos al comunismo", repetían los movilizados en las
calles, algunos con Cristos y Biblias.
Una vez
consumado el golpe de Estado a Evo Morales, se sacaron y destruyeron las
whipalas -símbolo de resistencia de los pueblos indígenas- que
encontraron. El golpe no fue para restablecer valores republicanos, fue para barrer las conquistas sociales alcanzadas.#GolpeEnBoliviapic.twitter.com/L1zbv0I5SC
— Edgardo Rovira (@EdgardoRovira) November 11, 2019
Bolivia
no es solo el país de las insurrecciones, sino también de las
refundaciones. Solo la idea de una "refundación" permite cohesionar las
fuerzas que requieren las salidas insurreccionales y anular la
influencia social y política de quienes perdieron. Por otro lado, una
"refundación", y la "destrucción creativa" de instituciones estatales y
políticas que le es consustancial, permiten una movilización de promesas
y prebendas con la dimensión que los nuevos ganadores requieren para
"ocupar" (aprovechar) verdaderamente el poder. Pero la paradoja es que
el país cambia poco en cada refundación. Sobre todo en términos de
cultura política.
Ahora el péndulo ha quedado del lado
conservador, veremos si la fragmentada oposición a Evo Morales logra
estructurar un nuevo bloque de poder. Pero las heridas étnicas y
sociales del derrocamiento de Evo serán perdurables.
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