(Foto: AFP)
Tupac
Shakur supo desde muy cachorro que la vida era una lucha desigual. Lo
mamó de su mamá Afeni Shakur, activista legendaria del partido Pantera
Negra. Su vieja le puso un nombre que homenajeaba a otro guerrero, el
líder indígena Tupac Amaru. “Soy hijo del mensaje de unidad
antirracista, defensa y libertad del que hablaban los Pantera Negra
–confesaba el rapero en 1991, en una entrevista radial por la
presentación de su discazo 2Pacalypse Now -. Es mi destino
retomarlo, es mi llamada, mi negocio familiar es ser un revolucionario y
sé que están esperando que traiga violencia para eliminarme y
justificarlo así, como que era un violento, pero lo haré desde otro
lugar. No voy a cambiar al mundo, pero dejaré las semillas, tocaré a la
mentalidad que sí lo hará. Nuevamente un Shakur los aterroriza, sólo que
esta vez todo esto que les da pánico se hará desde la música, y será un
terror que no podrán detener, porque nadie detiene a la música, ni
siquiera América ”. No se equivocaba.
En su
corta pero fecunda carrera, Tupac Shakur supo ganarse su espacio en el
parnaso del hip hop a principios de los años noventa, antes de que las
balas disparadas por unos gansters –pero seguramente cargadas por el
sistema- terminaran con su vida en octubre de 1996, entre el pánico y la
locura de Las Vegas. Tenía 25 años.
Más
allá de las rimas profundas, filosas, siempre incisivas contra el statu
quo que lo transformaron en un artista masivo, su legado voló mucho más
alto, en los cielos del mito popular. Es que en tan sólo seis intensos
años, Tupac se erigió como estrella musical del país del norte, pero
sobre todo logró ponerles cuerpo y darles voz a las demandas históricas
de su pueblo: los negros olvidados, violentados y desclasados de las
barriadas de los Estados Unidos. También de los latinos, los presos y
los migrantes.
Más que un artista (de los muy buenos),
Tupac era un luchador social: “En los barrios marginales no existe eso
de ‘tu abuelo hizo tal cosa, tu padre la continuó, esta es tu herencia’ y
esas coas que hacen a una dinastía familiar. En vez de continuar un
imperio tenemos que levantar uno desde cero. Porque si no lo hacés vas a
pasarla realmente mal el resto de tu vida. Y hablo de los barrios
marginales porque eso son, están al margen, olvidados, nadie los mira.
La única herencia posible para nosotros es la cultural. Lo único que
podemos dejar es música, dignidad y determinación”. Black Power.
Por qué escuchamos a Tupac Shakur
(Gourmet Musical Ediciones) es un libro de la ensayista y artista
visual Bárbara Pistoia, dedicado a reflexionar sobre el legado
artístico, y sobre todo político, del combativo rapero. Esta delgada
pero potente obra se aleja del repaso enciclopédico digno de Wikipedia.
El lector no encontrará en sus páginas el escuálido repaso de todos los
records de venta –que fueron demasiados-, rankings conquistados,
“guerras” de costas y otros detalles quizá banales y fáciles de
googlear. Pistoia construye un ensayo “afrohistórico” sobre la vida y
obra del rapero nacido en el East Harlem, pero también sobre el devenir
sociocultural del país del norte en la segunda parte del siglo XX. La
otra historia de los Estados Unidos.
“Yo
no hice a Estados Unidos así de desigual, yo no inventé el delito, las
drogas, la vida en los guetos. Yo sólo nací ahí. El que me dice gangster
no me está escuchando, y el que me quiere callar lo hace porque me
escuchó y sabe lo que implica que diga lo que estoy diciendo”, les
espetaba Tupac a los políticos que pedían a las disquerías que retiraran
sus CD de las bateas. Su obra y sus luchas se empapan en las
resistencias de los movimientos revolucionarios: Panteras Negras, Zulu
Nation y también las pandillas juveniles que intentaron despertar al
pueblo de esa pesadilla llamada sueño americano. Pistoia resalta el
compromiso político de Tupac con las luchas plebeyas afroamericanas: “Es
el primer rapero en encarar definitivamente un proyecto político,
social y cultural con la carga de ser el enemigo del gobierno
norteamericano antes de empezar a existir, un enemigo destinado por la
carga de su apellido.”
Al
final del libro, el artista de las palabras nos deja un mensaje
postrero: “No quiero ser olvidado. Para algunos sé que siempre seré el
conflicto, pero, aun así, mi pueblo me ama y yo les debo todo. Todo se
lo debo al gueto. Por eso me concentraba en describir el mundo tal cuál
es. Mi mensaje es que los jóvenes negros podemos hacer cualquier cosa si
nos dan la oportunidad, si dejan de pisarnos la cabeza. Así que llevá
la cabeza en alto y hacé lo que tengas que hacer. Y entonces, en tu
interior, renaceré”. Por todo eso seguimos escuchando a Tupac.
Fuente: https://www.tiempoar.com.ar/nota/pantera-negra
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