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jueves, 9 de enero de 2020

Qassem Suleimani ¿quién detendrá a la muerte?

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Desde el pasado viernes, cuando se conoció el asesinato del general iraní Qassem Suleimani, en una acción concertada entre los Estados Unidos e Israel, el mundo ha quedado en una tensa actitud de espera. Todos sabemos que algo va a pasar, aunque nadie sepa cuándo, dónde, ni cómo.

Estos interrogantes abren la posibilidad de cientos de respuestas. Principalmente si la capacidad diplomática y la posibilidad de presión de naciones como Rusia o Francia, puedan contener, por un lado, las justificadísimas ansias punitivas del gobierno iraní, tal como lo ha prometido su presidente, Hassan Rohaní y el líder supremo de la nación el ayatola Alí Khamenei, las dos máximas autoridades del país. Por el otro lado, si Vladimir Putin, y Emanuel Macron, puedan menguar la locura homicida, en mucho electoralista, de Donald Trump, que no ha dejado de amenazar después de haber reconocido que es el responsable intelectual del magnicidio.

Pero en la crisis, que ha escalado a niveles desconocidos en la ya muy conflictiva relación entre Teherán y Washington, desde el triunfo de la Revolución Islámica de 1979, juegan otros muchos factores de interés que podrían acelerar los factores que intervienen en esta encrucijada, más allá de las decisiones propias de los dos involucrados.

En el ataque al aeropuerto de Bagdad, el dron que disparó el misil contra el convoy oficial en el que viajaba el general, no solo asesinó arteramente a un militar de alto rango y parte de su comitiva entre los que se encontraban Abu Mahdi Muhandis, el líder de la Falange Hezbollah, sino que segó la vida de una leyenda viviente con millones de seguidores no solo en Irán, sino también en Siria, Líbano e Irak y muchos otros países islámicos, fundamentalmente entre los sectores más jóvenes de esas sociedades que veían en el carismático Suleimani, una figura a seguir convocados por su entereza, su integridad, capacidad de conducción y coraje personal, logrados en el campo de batalla comandando personalmente los pelotones de la fuerza al-Quds, un cuerpo de elite de la Guardia Revolucionaria Islámica (IRGC), convirtiéndose en una de las figuras claves para la derrota del Daesh en Siria e Irak.

La proyección política del general, fuera del ámbito estrictamente militar, lo dejaban como un firme candidato para alcanzar la presidencia de la nación persa, si así lo hubiera considerado después de su retiro de las fuerzas armadas. Por lo que, más allá de la voluntad e intereses de Teherán, siempre muy discreto a la hora de ejecutar sus escasas operaciones fuera de sus fronteras, grupos armados y de alto nivel de entrenamiento y operatividad como el movimiento Houthis yemení, Hezbollah, el brazo armado del partido chiíta libanés o la Falange Hezbollah, que opera en Siria e Irak que también perdió a su líder, sin control directo de Irán, podrían disponer vengarse de los Estados Unidos, por el crimen. Pero al mismo tiempo, los hombres que comandaba el general Soleimani, de no producirse oficialmente un acto resarcitorio lo suficientemente categórico por parte de las autoridades iraníes, podrían intentarlo de manera autónoma. Capacidad para planear una operación punitiva de magnitud la tienen, ello obligaría a Trump a responder y de allí a la guerra abierta un paso.

Pero no son solo los letales admiradores del General Suleimani, los que podrían acelerar el conflicto. Desde Estados Unidos, que a lo largo de su historia y particularmente en la era Trump han sabido cosechar demasiado odio o por intereses estrictamente geoestratégicos, se puede planear un ataque de falsa bandera, perfectamente en cualquier gran capital, ya sea en embajadas, consulados, entidades comunitarias, comerciales o culturales norteamericanas o sionistas o contra sus propios funcionaros que son miles alrededor del mundo, materialmente imposibles de vigilar todos de manera eficiente y en un tiempo que podría ser muy prolongado. La lista de esas organizaciones que podrían estar planeando un ataque de esas características es demasiado amplia, pero entre las principales sin duda figura elementos internos del propio gobierno norteamericano, incluyendo la CIA. Recordemos que el impeachment, al que está siendo sometido Trump, tiene origen en denuncias no tan anónimas de un agente de “la compañía”. A estos se le deben sumar, otros sectores muy disgustados con Trump, por sus erráticas políticas en el manejo de las guerras que mantiene en el exterior: Afganistán, Siria, Irak, Libia, Sahel y alguna otra que nunca falta, sin olvidar a los amigos de Mossad, sus desairados socios del al-Qaeda o el Daesh. A ello se podría agregar hasta una decisión propia de Trump, para ubicarse en el lugar de víctima y actuar con las manos libres, vieja política norteamericana desde el estallido del Maine en la bahía de La Habana en 1898: derramar sangre de los suyos, a los Estados Unidos le ha resultado un buen negocio para iniciar nuevas guerras.

Las batallas que vendrán

Con la absurda decisión de Trump de asesinar al general Suleimani, se le ha regalado a los sentimientos anti norteamericanos un nuevo Che Guevara, que se enarbolará cada vez que haya una demanda contra Washington en cualquier lugar del mundo como pasa desde 1967 con el mítico argentino-cubano. Además de someter al pueblo estadounidense a un nuevo periodo de inquietud y alerta, donde cualquier cosa puede pasar en cualquier momento como ya los Boeing del 11 de septiembre lo han dejado más que claro. Cada norteamericano que se atreva a emprender un viaje fuera de sus fronteras, sabe que su cabeza puede tener precio en cualquier sórdido callejón de Karachi, en la alegre campiña toscana o en la montevideana Brito del Pino.

Para evitar que esto sea así de cierto, Trump no tiene alternativas, debe seguir golpeando, es decir seguir sumando más muertos y odio. En las últimas horas nuevos ataques contra objetivos en Irak, el primero contra un convoy de una milicia chií iraquí, que probablemente fuera de las Fuerzas de Movilización Popular (FMP), también conocida como al-Hashd al-Sha'abi; aunque esta información no fue verificada. El ataque cerca del campamento de Taji, al norte de Bagdad, dejó cinco muertos y tres heridos, de los que no trascendieron las identidades, aunque se cree que hay un líder religioso y algunos asistentes. El segundo ataque se produjo en cercanías de la ciudad de Mosul a 400 kilómetros de Bagdad, de las que no se h reportado ni bajas ni daños materiales.

Este tipo de ataques, que se volverán a repetir, muestra que un rubicundo genocida se ha encerrado en una laberinto que ha levantado con su propia ineptitud y del que no podrá salir, más allá de que seguramente pueda ganar las elecciones del próximo noviembre, si sortea el impeachment, lo que parece muy posible, y si la torpeza del pasado viernes no genera una oleada antinorteamericana que pueda producir algún muerto propio y ataques a intereses y bienes estadounidenses en el exterior.

El líder supremo de Irán, Alí Khamenei anuncia que el general Suleimani será remplazado por el general de brigada Ismail Ghaani, comandante de la Guardia Revolucionaria, veterano de la guerra Irán-Iraq (1980-1988), y uno de los hombres más cercanos al extinto general.

Mientras la voz gangosa, chirriante y amanerada de Trump sigue hostigando al mundo anunciando más amenazas ahora contra objetivos dentro de Irán, 52 para ser más exactos, en “homenaje” al número de prisioneros capturados tras la toma de la embajada norteamérica de Teherán en los días de la Revolución.

Ni Naciones Unidas, ni la Unión Europea, han dejado escuchar su voz tras el asesinato del general Qassem Suleimani y observan distantes como si este partido no los involucrase, aunque, bueno, no serán justamente ellos, como siempre, quienes puedan detener a la muerte.

-Guadi Calvo es escritor y periodista argentino. Analista Internacional especializado en África, Medio Oriente y Asia Central. En Facebook: https://www.facebook.com/lineainternacionalGC


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