Jorge Durand
La Jornada
La conocida metáfora de la
válvula de escapepor los problemas sociales, económicos y políticos de un país, para explicar la migración, nunca se ajustó adecuadamente al caso mexicano, porque por casi un siglo los mexicanos iban y venían. Y si ahora no regresan es precisamente porque están atrapados en Estados Unidos por las políticas migratorias.
Otra metáfora muy conocida es aquella de que los migrantes
votan con los pies, su voto negativo, personal, es contra el sistema político en general, que no resuelve las necesidades básicas ni brinda oportunidades para todos, por tanto no vale la pena invertir energía en un proyecto común, mejor optar por otra salida.
La migración tiene un componente personal indiscutible, es una
decisión única, en ocasiones individual a veces consensuada
familiarmente; pero también tiene un componente social, es una salida,
que ya no depende de la voluntad de uno, sino de un contexto (social,
político, económico) que fuerza a un grupo amplio de personas a tomar la
decisión de emigrar.
No obstante, esa migración como fenómeno social se diluía en el
trayecto, en las diferentes rutas, en los diferentes destinos que
escogían o al que eran llevados los migrantes. Las casualidades y
circunstancias inesperadas del trayecto muchas veces tienen efectos
determinantes en la trayectoria migratoria de cada quien.
Por su parte el cruce subrepticio de la frontera, por parte de los
migrantes, los coloca individualmente al margen de la ley, muy
especialmente porque se trataba de una migración de tipo laboral y
masculina. Cuando la migración se feminiza y se vuelve familiar,
adquiere otra condición, la deportación de un miembro de la familia en
situación irregular, no afecta sólo al individuo, también al grupo
familiar que puede tener y acceder a derechos especiales, al ser menores
de edad o al ser ciudadanos estadunidenses. Expulsar al padre o al
tutor de una familia donde hay ciudadanos, afecta no sólo al individuo
en cuestión sino a la familia y al conjunto de la sociedad, al colocar a
uno, o varios ciudadanos, en situación de indefensión y vulnerabilidad.
Como quiera, la condición de
irregularidadindividualiza un caso que puede ser de origen social, al mismo tiempo la deportación soluciona un caso
individualque tiene repercusiones sociales en la familia, la sociedad de origen e incluso en la comunidad de destino. Las familias divididas de migrantes por la deportación son un problema social que tiene que enfrentar el estado y la sociedad.
El caso de las caravanas de migrantes pone sobre la mesa la
discusión, no sólo del fenómeno social de la migración, sino su posible
componente como movimiento social. Es una respuesta generalizada de un
determinado sector de la sociedad a una situación política, económica y
social imperante, en un país o lugar determinado pero también con
repercusiones internacionales.
Como movimiento social tiene un alto grado de espontaneidad, pero
detrás se percibe activismo social y político, ciertos niveles de
organización, capacidad de convocatoria, dirigencias experimentadas y
reconocidas y liderazgos emergentes que se identifican por grupos
sociales o lugares de origen.
Tiene este movimiento, a su vez, una capacidad de arrastre
impresionante, en el caso de la caravana de octubre de 2018, de un grupo
inicial de un millar convocados por las redes sociales e indirectamente
por los medios, en San Pedro Sula, Honduras, llegaron a Tijuana más de
seis mil caravaneros de varios orígenes nacionales.
Por otra parte, como grupo son capaces de abrir fronteras y romper
cercos, de exigir audiencia y recursos, de negociar el tránsito y de
formalizar su situación. El carácter disruptivo del migrante individual,
que puede saltarse ciertas normas, se traslada a un movimiento social
disruptivo, de la normalidad, regularidad o formalidad establecida.
La decisión de la caravana de octubre de 2018 de ir juntos, en
bloque, a Tijuana, es propia de un movimiento social, que así como
irrumpió en la frontera entre Guatemala y México, pretendía hacer lo
mismo en la frontera norte. No obstante, en la realidad las soluciones
eran personales, individuales, para aquellos casos que pudieran acogerse
a refugio. Finalmente, muchos se tuvieron que someter a una lista de
espera, para poder acceder a la audiencia, de manera individual o
familiar. Los migrantes eran conducidos en bloque, pero los mismos
asesores los individualizaban de acuerdo a casos particulares, lo que
fraccionó al movimiento.
Por su parte los desesperados o desencantados, después del largo
periplo del tránsito, y la espera en campamentos improvisados, optaron
individualmente por el retorno o se decidieron por la aventura personal
de cruzar la frontera.
La fórmula actual de las visas humanitarias, o permisos de salida,
que se otorgan en México de manera selectiva y personalizada, es la
forma que se ha encontrado para desarticular a las caravanas como
movimiento social. Es posible que prosigan las caravanas, pero ninguna
será como la de octubre pasado.

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