La
igualdad de oportunidades no existe. Se espera que las 500 personas más
ricas del mundo le entreguen a sus herederos la suma de 2,4 billones de
dólares en las próximas dos décadas. O, lo que es lo mismo, algo más
que el PIB de la India. Esa privilegiada generación, la heredera,
comenzará su vida desde una línea de partida mucho más adelantada que
cualquiera de nosotros.
El 28% de los ricos de Estados Unidos
obtuvo su fortuna gracias a herencias, según un estudio del Instituto
Peterson de Economía Internacional. Este mismo valor crece hasta el 35%
para Europa. En países que presumen de tener un capitalismo productivo,
como Alemania, el porcentaje asciende hasta el 64%. Es decir, de cada
100 ricos, 64 lo son gracias a la herencia, y no por sus méritos.
Recientemente, la OCDE publicó un
informe en el que destaca que en Colombia se necesitan al menos 11
generaciones para que un niño pobre deje de serlo. Más de dos siglos
para salir de una condición heredada desfavorable. Es el país con menor
probabilidad de superar la pobreza. La región latinoamericana es la más
desigual del mundo, y lo es en gran medida porque la herencia actúa como
mecanismo de reproducción de un reparto desigual desde el inicio. Más
de la mitad de la riqueza pasa de generación en generación sin verse
afectada por nada ni por nadie.
Tal como se demuestra en el libro de
Thomas Piketty, “El capital del siglo XXI”, la herencia es uno de los
factores principales para estudiar la reproducción del modelo económico
capitalista. El control de la riqueza se transmite por vía hereditaria,
en lo que Kathleen Geier denominó heiristocracy (gobierno de
los herederos). Esta suerte de “capitalismo patrimonial”, de alta
concentración, condiciona definitivamente el devenir de la economía
real. ¿Para qué trabajar si puedo heredar? Se impone así una economía
ociosa dominante que pone en jaque el mito del trabajo, la
productividad, la meritocracia y el esfuerzo.
La herencia es, en gran medida, un
subsidio intergeneracional privado, que va de los padres a los hijos y,
en consecuencia, le cabrían las mismas críticas que la escuela
neoclásica de la economía hace a los sistemas de subsidios,
especialmente a la pereza que engendra entre los perceptores. El efecto
es una gran tentación, por parte de quien recibió la herencia, de
multiplicar la riqueza de forma tan cómoda: ni creando empleo, ni con
mejora de la productividad, ni con inversiones en la economía real.
¿Qué hacer frente a este patrón de
acumulación tan injusto como ineficiente? En la mayoría de los modelos
económicos neoclásicos, la tradicional disyuntiva entre ocio y trabajo
jamás viene determinada por la herencia recibida. Es una variable
inexistente, obviada por los innumerables manuales de la economía
hegemónica que se utilizan en la mayoría de las universidades de este
mundo. La herencia no existe, tampoco, en casi todos los estudios de
organismos internacionales que, a la postre, recomiendan e imponen
determinadas políticas económicas para lograr ciertos niveles de
desarrollo.
La herencia queda afuera de la política
económica, a pesar de ser una de las variables de mayor influencia en el
orden económico de cualquier país. Son pocos los trabajos académicos
que han relacionado los niveles de herencia con el funcionamiento del
sistema financiero, con los bajos niveles de productividad, con la caída
de la inversión nacional y con el nivel de endeudamiento externo.
La economía no analiza casi nunca
aquello que no quiere afectar. Ni siquiera hay estadísticas confiables
sobre su magnitud en la mayoría de los gobiernos latinoamericanos. La
herencia en América Latina aparece invisible en cualquier cuadro
macroeconómico. Es más sencillo poder saber cuánto gana cualquier
trabajador que el patrimonio heredado por los ciudadanos más ricos de
cada país.
Hay políticas económicas dirigidas a
cualquier fenómeno y, en cambio, no existen para la herencia como uno de
los principales nichos de concentración de riqueza más relevantes en
todos los tiempos. Se impone así una suerte de prohibición de tratar
económicamente la herencia. El último ejemplo fue Ecuador, cuando el ex
presidente Rafael Correa quiso establecer regulaciones gravando la
herencia de grandes patrimonios y, entonces, los grandes medios de
comunicación pusieron el grito en el cielo para defender a una minoría
afectada. Llegó Lenín y rápidamente las abolió para contentar a los
pocos herederos afectados, como sucedió en la dictadura argentina,
cuando en 1976 derogó las normativas sobre la herencia para proteger a
sus financistas.
En América Latina, actualmente, dicho
tipo de normas sólo están vigentes en Venezuela, Chile y Brasil, con
alícuotas muy inferiores al 30% de Alemania, al 40% de EE.UU., al 50% de
Corea del Sur y el 55% de Japón. La herencia no puede ser abordada como
si fuera un éter. A esta variable hay que conocerla, caracterizarla,
repensarla y diseñar una política económica que la gestione para que
contribuya a ser más efectiva en cualquier modelo de desarrollo, de modo
que deje de ser un lastre al progreso de nuestra Latinoamérica.
No hay comentarios:
Publicar un comentario