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miércoles, 10 de febrero de 2016

Venezuela va de picada



Claudio Lomnitz
Periódico La Jornada
El New York Times puso a un reportero, Nicholas Casey, a viajar durante 30 días por Venezuela, escribiendo sus impresiones de viaje en un blog. La inversión resultó ser de valor, porque la política de medios del chavismo y del madurismo ha sido tan negativa como su política económica. La prensa de la oposición – El Nacional, por ejemplo, o Tal Cual– se ha ido empobreciendo a tal grado que casi no tiene ya reportaje de investigación. Pero en lo que a la noticia dura se refiere no resulta menos escuálida la página de aporrea.org, que fue durante años espacio predilecto de comentario chavista. Hoy Aporrea está en rebelión más o menos franca frente al madurismo, y por eso abre algunos espacios a la denuncia, pero ni así se puede afirmar que ofrezca un periodismo de investigación. En Venezuela, sólo hay periodismo ciudadano –o sea Whatsapp, Youtube y redes sociales–, pero tener periodismo ciudadano sin periodismo institucional es estar sujeto siempre al rumor, sin posibilidad de crear un sentido firme de la realidad. Aquello es el reino del rumor y de la teoría de la conspiración.
No son muchos los medios que se han molestado en mandar reporteros a Venezuela, pese a la importancia del caso. Por eso esfuerzos como los de Nicholas Casey y el Times se agradecen, por simples y mundanos que sean.
Casey se paseó por buena parte de Venezuela. Estuvo en Caracas y en Mérida, en Barquisimeto y Morrocoy, en Puerto Cabello y en varias otras partes… Y lo que vio a cada paso fue un paisaje de deterioro. Puerto Cabello, que es el puerto más importante de país, recibía hace un par de años al menos 10 buques de carga fresca diaria, fundamentales para todo, porque Venezuela todo lo importa. Cuando pasó por ahí en días pasados Casey, no entraban sino unos cuatro buques. La escasez es también falta de capacidad de comprar importaciones.
El reportero estadunidense visitó campos abandonados, y hospitales con colas de gente esperando medicinas que raramente llegan. Visitó tiendas de abarrotes bastante desabastecidas, pero aun así cuidadas por policías armados. Conversó con choferes y policías, con trabajadores que vigilan ruinas de planes de desarrollo inconclusos.
Y dondequiera encontró lo mismo: una economía constreñida a un grado preocupante. Un empobrecimiento colectivo palpable. Casey entrevistó a una joven pareja que había ido a pasear con su bebé a una de las bellas playas de ese país; su salario agregado sumaba apenas 2.19 dólares diarios, y aquello se considera un ingreso sólidamente de clase media. Se entrevistó con el ambulantaje –con los llamados bachaqueros, que han sido inculpados por Maduro dizque por ser artífices de la llamada guerra económica y que venden productos como frijol, jabón o papel de baño en las calles a cincuenta veces el precio oficial. Gente gastando medio salario de un día a cambio de una bolsita de frijol.
Al llegar a Mérida, un soldado preguntó al reportero si estaba ahí para cubrir la noticia. Casey preguntó que cuál noticia, y el soldado le habló de una epidemia de secuestros que asuela aquel lugar. Caracas rebasó ya a Tegucigalpa, y es la ciudad más peligrosa del mundo.
La prensa económica espera un colapso en Venezuela este año. La economía se contrajo 10 por ciento en 2015, y se había contraído ya 4 por ciento en 2014. Se espera que la contracción sea también bien pronunciada este año. El año pasado, la inflación venezolana fue la más alta del mundo, y se piensa que el país pasará a una situación de hiperinflación ya en cualquier momento; el Times proyecta una inflación de 720 por ciento para este año. El Financial Times, por su parte, informa que el Bolívar ha perdido 92 por ciento de su valor en los últimos dos años, y la proporción entre la deuda externa (que se cuadriplicó bajo Chávez) y el producto nacional bruto se torna cada vez más inmanejable: la declaración de una moratoria está ya prevista. La semana pasada, El País publicó que Venezuela está importando gasolina de Estados Unidos…
Frente a todo esto, sería importante que México explorase una política exterior regional coordinada con otros países, que buscaran entre todos evitar el colapso total de Venezuela. Hace unos meses el mundo presenció la expulsión de miles de colombianos ordenada por Maduro, inculpados de ser responsables de la plaga de contrabando que es resultado inevitable de una serie de políticas insostenibles. Siempre es fácil culpar de todo al extranjero, y por eso miles de colombianos tuvieron que regresar a su país, cargados de todos sus enseres. Esas imágenes fueron perturbadoras, pero la cosa se pondrá todavía peor si la economía venezolana se colapsa y los que comienzan a vadear ríos y atravesar fronteras son los propios venezolanos, buscando refugio en Colombia o Brasil. Importa que México ejerza algún liderazgo para contribuir a evitar una situación así.
El segundo pendiente, menos urgente, pero aun así relevante, es la necesidad de una reflexión crítica del caso desde la izquierda internacional, que apoyó con tanto entusiasmo a Hugo Chávez, un caudillo al que se le atribuyeron propiedades taumatúrgicas y hasta divinas, pero cuya magia dependió al final de los altísimos precios de petróleo que lo beneficiaron, y de la quiebra moral del sistema de partidos políticos que precedió su ascenso al poder. No es correcto echar la culpa de todo a Maduro y dejar perfumado a Chávez, el hombre que se religió sabiendo que tenía un cáncer incurable para dejar en la presidencia a un hombre que, además de autoritario e incompetente, ha tenido la mala fortuna de tener que administrar al país monoexportador que dejó Chávez ante el desplome de los precios del petróleo. La corrosión institucional a la que fue sometida Venezuela todos estos años es un aspecto clave del colapso inminente que amenaza aquella república.

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