Un balance del Gobierno de Ollanta Humala en Perú
El autor hace balance de la presidencia de Humala en Perú que pasó de ser una «importante expectativa» para Latinoamérica, de ser el «Chávez peruano», a ser un impulsor del rumbo neoliberal en la economía y apostar por la «Alianza del Pacífico» que impulsa Washington. |
La
victoria de Ollanta Humala, líder del Partido Nacionalista Peruano, en
las elecciones presidenciales de junio de 2011, generó importantes
expectativas en América Latina por la posibilidad de que el bloque gris
(neoliberal y pro-EEUU) perdiera un aliado de peso medio (30 millones
de habitantes y quinto país más poblado de la región) y de ubicación
estratégica (más de 2.000 kilómetros de costa en el Pacífico, con
puertos clave para el intercambio con el gigante chino y el continente
asiático). Casi 3 años y medio después del inicio del mandato, el
balance del Ejecutivo de Humala es sumamente deficiente en relación a
las expectativas creadas, como lo corroboran diferentes analistas a los
que pudimos entrevistar en nuestra estancia en Perú.
Antecedentes:
Para el filósofo peruano Eduardo Cáceres la década del noventa, la del
«Fujimorismo», fue clave porque supuso el restablecimiento del poder
oligárquico que había sido desmontado en el «Velasquismo», durante el
gobierno militar revolucionario de Velasco Alvarado (1968-1975), y la
imposición de un modelo neoliberal que se mantuvo intacto -excepto en
su vertiente dictatorial- en los siguientes gobiernos de Alejandro
Toledo (2001-2006) y Alan García (2006- 2011). En este contexto, la
aparición de Ollanta Humala generó ciertas expectativas de cambio para
sectores de la izquierda y el progresismo.
Proyecto Humala 2006.
Humala se da a conocer como candidato a las presidenciales de 2006 con
un perfil notablemente rupturista y con el padrinazgo y la asesoría de
Venezuela. Aunque una gran parte de la izquierda tenía muchas
reticencias por su pasado en el Ejército en el que fue acusado de
violaciones de derechos humanos durante el enfrentamiento armado entre
el Estado y Sendero, su caracterización como el «Chávez peruano» le
permitió convertirse en la esperanza de los sectores populares y de
todos aquellos que aspiraban a superar el neoliberalismo.
Fuera
del ámbito intelectual, en las masas campesinas y más humildes, Humala
se proyectaba como el nuevo «Velasco Alvarado». En el imaginario
campesino la figura del general Velasco está asociada a la reforma
agraria y al combate a la oligarquía, y por tanto es un referente
histórico de lo nacional- popular. A una parte de la izquierda urbana e
intelectual le ha costado más reivindicar su figura, aunque en los
últimos años, según Eduardo Cáceres, «todos coincidimos en que el
Velasquismo fue el proyecto nacional más importante del siglo XX».
Raul
Wiener, prestigioso periodista y exasesor de Humala, recuerda que en la
campaña de 2005 el candidato «parecía un izquierdista de los 70» con un
fuerte discurso estatista. Ganó la primera vuelta y para la segunda
mantuvo un discurso radical. La «derrota» frente a Alan García, plagada
de acusaciones de fraude, retrasó la llegada de Humala al Palacio
Presidencial. La maquinaria del viejo APRA funcionó eficazmente
alterando en las actas lo que en los votos supuestamente no había
logrado el camaleónico García.
Proyecto Humala 2011. Hasta
el año 2009, señala Wiener, Humala mantuvo un perfil similar al de los
comicios de 2006. Sin embargo, será ese año cuando se produce el
distanciamiento con Venezuela, la entrada en escena de Brasil y el
inicio de vínculos cada vez más estrechos con Lula y el PT. El grupo de
asesores más izquierdistas y/o de inspiración bolivariana van a ser
desplazados y sustituidos, a partir de 2010, por asesores brasileños.
Según Wiener, el nuevo círculo de influencia le convence que debe
moderar su imagen y reducir su perfil confrontativo. En síntesis,
construyen un «Ollanta de marketing publicitario».
Inicio de mandato y Conga.
Pedro Francke, economista y profesor de la Universidad Católica señala
que durante los primeros cinco meses de gobierno la composición del
Ejecutivo tuvo cierta imagen «progresista», ya que Humala nombró como
primer ministro a Salomón Lerner, una figura próxima a la izquierda,
además de otorgar dos carteras (Ambiente y Mujer) a referentes del
espectro del progresismo. De cualquier manera, desde el primer momento
el ministerio de Economía fue puesto bajo el control de un hombre de
las transnacionales, el exfuncionario del Banco Mundial Luis Castilla.
Paralelamente, en otra institución estratégica como el Banco Central,
Humala decide mantener la misma estructura directiva que había diseñado
el anterior presidente, Alan García.
Las reformas impulsadas a lo
largo de este primer medio año, indica Francke, fortalecen una imagen y
una ilusión de cambio, tras más de dos décadas de neoliberalismo. La
propuesta de impuesto adicional a las empresas mineras, la promesa de
consulta a las comunidades en proyectos extractivistas, el impulso de
nuevos programas sociales y el acercamiento a Brasil y Unasur, son los
aspectos más relevantes de esta primera etapa. Mar Daza, del Instituto
de investigación PDTG (Programa Democracia y Transformación Global),
considera que en esos primeros meses se vio más cerca un horizonte de
cambio, una posibilidad de «primavera de izquierda».
Sin embargo,
la explosión del conflicto minero de Conga truncó las expectativas que
podían tener algunos sectores. La resistencia popular contra el
proyecto minero transnacional en Conga (departamento de Cajamarca) puso
contra las cuerdas a Humala, que por arte de prestidigitación había
pasado del «¡Conga no va! ¡Agua sí oro no!» (pronunciado durante su
campaña electoral frente a la población cajamarquina) al «¡Conga va, sí
o sí!» (apenas 6 meses después). Los muertos provocados por la
represión policial consiguieron paralizar el proyecto empresarial pero
supusieron un punto de inflexión, según Cesar Aliaga -presidente
regional de Cajamarca-, ya que el gabinete Lerner cae y Humala gira a
la derecha nombrando como nuevo primer ministro al titular de Interior,
Oscar Valdés, hombre de mano dura y orientación neoliberal.
Balance económico.
Todos los analistas consultados coinciden en que Humala ha mantenido el
rumbo neoliberal implantado por Fujimori en el año 90. Cáceres
puntualiza que el núcleo del equipo económico en el Estado no ha
cambiado en 20 años. Agrega que las políticas económicas se siguen
diseñando bajo la batuta del Instituto Peruano de Economía, «think
tank» al servicio de la elite.
Francke destaca que Perú ha vivido
una década (2004-2014) de fuerte crecimiento económico, con tasas
siempre por encima del 5% e incluso en algunos años alrededor del 8 y
9%, situando al país en uno de los puestos más altos del ranking
mundial. El fuerte crecimiento lo explica fundamentalmente el alto
precio de los metales en el mercado internacional, y más concretamente
el del oro y cobre. Tanto Francke, como Wiener y Cáceres consideran que
el modelo se ha caracterizado por una fuerte concentración del ingreso
y mayor desigualdad, pero a su vez reconocen que este gran incremento
del PIB ha posibilitado una ampliación de las clases medias, una mayor
recaudación para el Estado e incluso cierto impacto positivo en el
poder adquisitivo de los estratos más empobrecidos.
En cuanto a
la estructura del actual poder económico, el mapa presenta
continuidades pero también la entrada con fuerza de nuevos grupos. La
inversión minera privada sigue siendo uno de los motores de la
economía, además de un fuerte crecimiento estos años del sector de la
construcción, con la consiguiente especulación inmobiliaria que
conlleva, la cual es muy visible en Lima, capital del país. Por otro
lado, según Cáceres, están creciendo nuevos grupos económicos que
tienen como fuente de acumulación actividades ilegales (narcotráfico,
contrabando) y que se están haciendo fuertes en regiones mineras
andinas y en zonas de la Amazonia. Estas nuevas elites se están
posicionando en gobiernos regionales, conscientes del atractivo nicho
de negocios que supone el control de la administración pública. Por
último, otros sectores estratégicos siguen bajo control privado, como
el petróleo, la electricidad y las pensiones. Esta radiografía,
evidencia que Perú sigue siendo uno de los países latinoamericanos
donde menos se han podido revertir las contrarreformas neoliberales,
apunta Francke.
Política social. En el ámbito social, el
gobierno de Humala pretendió en un inicio transmitir una imagen de
mayor preocupación con un área que durante los gobiernos anteriores
había sido secundaria. La primera acción simbólica fue la creación del
Ministerio de Inclusión Social (MIDIS) y paralelamente el impulso de
nuevos programas como Pensión 65 (una ayuda básica de unos 30 euros
mensuales para las personas mayores más pobres) y Beca 18 (unas 5.000
becas universitarias para jóvenes de bajos recursos). A su vez, amplió
la cobertura del «Programa Juntos», un clásico programa de «inspiración
Banco-Mundial» de transferencias monetarias condicionadas
(educación-salud-nutrición), que venía del gobierno de Alan García. El
MIDIS asegura que en tres años incrementó en un 43% los beneficiarios,
de menos de 500.00 personas a más de 700.000.
De cualquier
manera, Humala mantuvo gran parte de los principios rectores de la
política social neoliberal: focalización, compensación y fuerte peso de
la lógica privada. En esta línea, destaca su defensa del modelo de
«alianzas público-privadas», como está ocurriendo en el sector salud,
donde se está promoviendo la gestión privada de hospitales públicos.
Geopolítica.
En materia de política internacional, la capacidad de mutación de
Humala ha sido realmente antológica. Pasó de ser el «hombre de Chávez»
en 2006 al nuevo aliado de Brasil en 2011, para finalmente, terminar
«traicionando a los brasileños», como afirma categóricamente Raúl
Wiener, y apostar sin ningún escrúpulo por la «Alianza del Pacífico»,
principal plataforma inter-estatal de apoyo a Washington en América
Latina. Aparece por tanto junto a México, Colombia y Chile, formando
parte de un entramado que tiene como función principal desgastar las
iniciativas de integración soberana en la región, principalmente Unasur
y la CELAC. La relación con Brasil, sin embargo, es más compleja de lo
que parece. A pesar de que en su primer año se negó a comprar los
aviones tucanos brasileños y finalmente apostó por la oferta de Corea
del Sur (con tecnología gringa), durante su periodo las grandes
constructoras privadas (Odebrecht, etc.) del gigante sudamericano están
haciendo suculentos negocios en el sector de infraestructuras.
Hacia 2016.
Aunque queda más de año y medio para los próximos comicios
presidenciales, las quinielas han comenzado a circular. Por una parte,
el PNP de Humala es un cascarón vacío sin ninguna opción de futuro. La
única alternativa con cierto carisma, su esposa, actual presidenta del
partido y figura de gran poder, ha sido satanizada por los mass media
locales para frenar su candidatura. Por otra parte, las encuestas dan
como favoritos a Keiko Fujimori y al inmortal Alan García, dos caras de
la misma moneda: la continuidad neoliberal. Sin embargo, no hay que
olvidar, como acertadamente nos indica Marco Arana, líder del partido
Tierra y Libertad y uno de los precandidatos de la izquierda con mayor
proyección, que en las últimas elecciones hay una franja superior al
30% que vota siempre contra el «stablishment», por lo que hay una base
suficiente para poder disputar la presidencia en 2016.
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