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miércoles, 6 de abril de 2011

El "nuevo Egipto": desafección con Israel y acercamiento con Irán

Bajo la Lupa
Alfredo Jalife-Rahme
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Miles de manifestantes se reunieron en la plaza Tahrir de El Cairo el pasado primero de abril, para exigir cumplimiento a las demandas de renovación social y política en EgiptoFoto Reuters

Hace exactamente un mes vertimos la hipótesis operativa para el nuevo Egipto: la irrupción de Turquía (e Irán), por la puerta trasera –ver Bajo la Lupa, 6/3/11.

Es exquisitamente lo que está sucediendo lejos de los reflectores de los legendariamente mendaces multimedia occidentales, volcados como nunca en la doble guerra desinformativa y sicológica –además de sus flagrantes guerras desde Libia hasta Bahrein (nota: la intervención francesa en Costa de Marfil pertenece a otra agenda)– con el fin de intentar redireccionar a su beneficio unilateral las revueltas y revoluciones del mundo árabe.

A nivel local, la extática revolución del jazmín, de aroma intermitente, que ha impregnado los cuatro rincones del mundo árabe de 22 países ha defenestrado hasta ahora a dos sátrapas, curiosamente focalizados y fosilizados en África del norte: el tunecino Bin Ali Baba y el egipcio Hosni Mubarak.

Con base en nuestra propuesta de las cinco subregiones del mundo árabe (ver Bajo la Lupa, 6/3/11) –que, por cierto, ha tenido mucha aceptación–, Turquía, país no árabe de origen mongol, se ha posicionado a nivel regional y subregional como la nueva potencia militar protectora del sunismo árabe en la cuenca del mar Mediterráneo (Siria, Líbano, Palestina y África del norte), ya no se diga el sunismo no árabe de los Balcanes.

Los sunitas representan 85 por ciento del mundo islámico de mil 600 millones, casi la cuarta parte de la población mundial (incluidos los minoritarios árabes: 360 millones) frente a 13 por ciento de chiítas y el restante de otras denominaciones (Pew Research Center, octubre de 2009).

Las nuevas alianzas del nuevo Egipto –todavía décima potencia militar en el ranking mundial y principal polo de poder multidimensional del mundo árabe (casi la cuarta parte de su población total)– marcarán la pauta de la nueva cartografía en vías de recomposición en el gran (sic) Medio Oriente –que según los estrategas israelíes va en línea horizontal, desde Marruecos (nota: yo empezaría desde Mauritania, pero a cada quien sus peculiares gustos) hasta Cachemira, y en línea vertical, desde el Cáucaso hasta el cuerno de África.

Uno de los eventos nodales desde hace 32 años en el gran Medio Oriente lo constituyó el paso reciente de dos naves iraníes por el superestratégico canal de Suez en ruta hacia el hoy turbulento y relevante puerto sirio de Lataquia.

Todavía es muy temprano para sacar la cuenta final de las revueltas y revoluciones en la hipercomplejidad del mundo árabe, pero al corte de caja de hoy en el nuevo Egipto han salido airosos dos países no árabes: Turquía e Irán (en ese orden), quienes apoyan el levantamiento del sitio inhumano en Gaza por cielo, mar y tierra de la entidad sionista.

En medio de una situación excesivamente fluida, Irán ha apoyado retóricamente la rebelión de Cirenaica (capital Bengasi), debido a la añeja desaparición del influyente prelado chiíta iraní-libanés Imam Musa al-Sadr durante una visita al coronel Kadafi (relativamente más popular en la Unión Africana que en la Liga Árabe debido a sus múltiples querellas con palestinos, sauditas, libaneses y qataríes).

Irán también apuntala a los rebeldes norteños –los huthis, de rito zaydita-chiíta– en Yemen, donde espera ansiosamente la inminente defenestración del sátrapa Abdalá Saleh, con 30 años en el poder gracias al apoyo de Estados Unidos (ver Bajo la Lupa, 3/1/11 y 2/3/11). En estos momentos Irán se encuentra a la defensiva donde supuesta y paradójicamente goza de mayor influencia: la media luna chiíta, en las subregiones del Creciente Fértil (básicamente en Siria, en plena efervescencia con sus ominosos vasos concéntricos de comunicación: Líbano, Jordania, Irak y el Kurdistán virtual) y en el Golfo Pérsico, en Bahrein, donde el Consejo de Cooperación del Golfo (CCG), de seis petromonarquías encabezadas por Arabia Saudita, ha intervenido militarmente (desde luego, con bendición de Estados Unidos).

Estados Unidos posee seis bases militares en el CCG: dos en Kuwait, una en Manama (Bahrein), una en Doha (Qatar), una en Abu Dhabi (Emiratos Árabes Unidos: EAU) y una en Muscat (Omán).

Francia ostenta una base militar en el Golfo Pérsico: en los EAU.

Ya decíamos que el verdadero barómetro de la nueva cartografía medio-oriental en la cuenca del mar Mediterráneo se centra en los 11 kilómetros de frontera que tiene Egipto con Gaza, sitiada por la entidad sionista y gobernada –guste o disguste, mediante voto democrático– por el grupo de resistencia palestino Hamas, aliado tanto de Irán como de Turquía.

El muy controvertido Debka (2 y 4/4/11), muy proclive a la desinformación y presunto portal del vilipendiado Mossad, vaticina inminentes guerras (nota: el pan de cada día israelí desde hace casi 63 años) entre la entidad sionista y Hamas, así como entre Irán y el CCG.

La nueva cartografía medio-oriental comporta su ajuste retórico a los dos lados del espectro: el CCG fustiga la intromisión de Irán en sus asuntos internos, mientras el portavoz de los resucitados hermanos musulmanes condena la interferencia de Estados Unidos con el fin de determinar el epílogo político de Egipto (Al-Arabiya, 4/4/11).

Alexander Bligh, ex asesor para asuntos árabes del ex premier israelí Yitzhak Shamir, sopesa las nuevas reglas para la región: en cada país árabe donde cae el viejo régimen, su lugar será tomado temprano o tarde por un régimen radical (¡súper sic!) islámico (Haaretz, 1/4/11).

El investigador del Holocausto Daniel Blatman aduce que el racismo israelí y su neocolonialismo en los territorios palestinos ocupados “conducen a un Estado apartheid israelí” (Haaretz, 4/4/11).

¿No será el radicalismo islámico la imagen en espejo del “racismo y apartheid israelíes”?

Sea lo que fuere, pero el nuevo Egipto e Irán se han acercado a expensas de Israel.

El flamante canciller del nuevo Egipto, Nabil Elaraby, declaró que su país estaba dispuesto a reanudar relaciones diplomáticas con Irán después de una ruptura de más de 30 años (Reuters, 4/4/11).

El canciller Elaraby adujo que Israel respetó su acuerdo de paz con Egipto, pero todavía debe cumplir las solicitudes de los palestinos para la paz (Upi, 3/4/11).

El entreguismo genuflexo del sátrapa Mubarak llegó hasta gratificar a Israel con la venta de gas a precios regalados, lo cual cesará en el nuevo Egipto: Israel no gozará de mayor tratamiento especial.

El nuevo Egipto deja así de lado las aberrantes iranofobia e israelofilia de la cleptocracia gasera y casera del nepotismo de los Mubarak.

Más que con Irán y Turquía, el nuevo Egipto se reconecta y se reconcilia consigo mismo y, por extensión, con el mundo árabe, del que se había aislado debido al apoyo desmedido del sátrapa Mubarak al belicismo israelí contra Líbano y Palestina y sus grupos respectivos de resistencia: Hezbolá y Hamas.

Si el nuevo Egipto aspira a refundar su gloria pasada y a reposicionar sus intereses regionales, el camino pasa necesariamente por el levantamiento del sitio inhumano de Israel a Gaza, que se encuentra en el inconsciente colectivo de los revolucionarios juveniles árabes y, sobre todo, de los egipcios. Esta es la verdadera revolución cosmogónica de las pirámides del nuevo Egipto.

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