León Bendesky
Han sido largas las
semanas de confinamiento a raíz de la pandemia. Esta medida para
prevenir el contagio y la saturación de los servicios de salud se ha
utilizado prácticamente en todas partes.

La pandemia ha impuesto urgencias a sociedades y gobiernos. La
población se ha sometido a las restricciones por temor al contagio y ha
acatado las medidas impuestas por los gobiernos.
La estrategia de confinamiento se ha politizado inevitablemente de
una u otra manera. Ejemplos sobresalientes y de diferente naturaleza son
Estados Unidos, Brasil y España. Cada sociedad, a su manera, expresa
sus contradicciones propias.
El conflicto adquiere nuevos tonos en la medida en que empiezan a
proponerse y aplicarse medias para reabrir las calles y actividades
económicas.
Esta etapa tiene un grado muy distinto de complejidad que el
encierro. De la secuencia de la fase cero a la tres, ahora se plantea
desescalar, como se denomina en España, el estado de emergencia. Para ello definen otras tantas fases y sus tiempos.
Esto ocurre en un entorno de afirmaciones y rectificaciones, en el
mejor de los casos. En otros se hace en medio de mucha inseguridad y de
confrontación política. El proceso que se sigue ahora en Estados Unidos
lo manifiesta claramente. La relección presidencial está de por medio.
El fenómeno sociológico es, en general, muy relevante y están por verse
las consecuencias.
Ciertamente, las muertes provocadas por el coronavirus son muy
reducidas como proporción de la población total, pero ocurren al mismo
tiempo. El argumento es válido, pero imagino que es más defendible
cuando le ocurre a los demás y no a uno mismo y su círculo próximo. Se
puede, claro, jugar a los dados. Las opciones individuales son una cosa,
la dimensión social, económica y política es otra. Las ilusiones
también.
El tránsito de la urgencia por contener el daño del coronavirus a la
prisa por relajar el confinamiento introduce nuevas características a la
naturaleza de la pandemia y sus repercusiones. La gente y las empresas
demandan el relajamiento de las restricciones, las autoridades van
cediendo de distintas maneras. En otros casos es alentada desde el
poder.
El proceso está inmerso en el hecho de que el virus no desaparece. En
un reciente artículo, el escritor Ian McEwan recuerda lo dicho por el
epidemiólogo Larry Brilliant, quien contribuyó a erradicar la viruela:
“Este manojo de ARN en su envoltura de grasa… se sienta a esperar con
paciencia hasta que no haya más personas vulnerables”. En el caso que
nos envuelve a todos hoy, no hay aún manera de conseguir la inmunidad
contra el virus. No se ha comprobado que el sistema inmunológico lo
consiga y no hay vacuna.
Algunas propuestas en favor de la apertura afirman que permitirá
controlar el contagio. Para ello se necesita que las personas
desarrollen la resistencia al virus y se consiga la
inmunidad de rebaño. La apertura en ese caso podría exigir aún más de los sistemas de salud, ya muy vapuleados. Ahí entra el debate sobre la extensión con que se deben aplicar las pruebas de contagio y, aunado a ello, el seguimiento de los contactos de los infectados.
Se habla de distinguir entre aquellos que son más vulnerables
(obesos, diabéticos y viejos) y el resto de la población. Esto implica
ya una manera específica de concebir la sociedad y la solidaridad, pero
no debería causar demasiada sorpresa. Los fondos de pensiones estarían
muy complacidos en poder eliminar el riesgo actuarial de los mayores de
60 años y liberar la presión sobre sus recursos, sobre todo ahora que
hay tantos desempleados y son menores las contribuciones y las reservas.
En algunos casos se planea la apertura de ciertas actividades aun
mientras los casos de contagio y defunciones van al alza. Esta etapa
exigirá una renovada concepción del funcionamiento de la pandemia.
Algunos, como ocurrió en el estado de Michigan, en Estados Unidos,
entrarán en los recintos oficiales armados con pistolas y metralletas
para exigir que se acabe el confinamiento.
¿Rebelión o protesta? ¿Incitados o motu proprio? Otros actuarán con más prudencia y hasta desobedecerán las prematuras acciones de apertura que planean sus gobiernos.
Planear la apertura, controlarla y cumplirla son tareas enormes en
cuanto a su definición, aplicación y necesidad de revisión constante.
Requiere de consensos y cuestiones prácticas que tienen que ser
satisfechas: el control del contagio, los medios de protección
disponibles, la disciplina social y un claro liderazgo técnico y
político. Las cosas evolucionarán a un paso que puede ser incompatible
con la prisa.
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