Entrevista a Alberto Acosta
Correo de la Ciudadanía
Es uno de los
críticos más persistentes de los gobiernos de izquierda que gobernaron
países latinoamericanos, especialmente por sus métodos de desarrollo
económico. Explica, a la vez, dónde se ha producido la brecha para el
retorno de la derecha. Fue uno de los principales constructores del
movimiento Alianza País que elevó a Rafael Correa a la presidencia de
Ecuador, y ejerció como presidente de la Asamblea Constituyente que
otorgó a este país una nueva Constitución. Vivió, desde dentro, el
proceso de burocratización y destitución de los movimientos sociales,
promovido por las izquierdas hegemónicas del continente. Alberto Acosta
está entusiasmado, pero no se engaña, por los recientes levantamientos
populares, que en su opinión, refuerzan que toda una sociabilidad y un
modelo económico se han agotado. Economista y autor de varios libros,
advierte del espectro de la militarización en todo el continente y
proporciona algunos elementos que considera fundamentales para construir
un nuevo momento político positivo para las masas.
-Correio
da Cidadania: El llamado fin del ciclo de gobiernos progresistas fue
sucedido por el retorno de la derecha, en algunos casos, como en Brasil,
el más reaccionario y virulento desde el fin de la dictadura militar.
¿Qué explica esta dinámica en su visión y qué podemos visualizar como
expectativas generales para el 2020?
Alberto Acosta: Para
entender lo que está sucediendo en este momento en América Latina,
especialmente en los países donde la derecha ha reemplazado -en algunos
casos increíblemente rápido- a los gobiernos progresistas, como en los
casos de Brasil y Bolivia, hay preguntas complementarias: ¿Por qué se
han derribado estos procesos tan rápidamente? ¿Cómo se explica el
ascenso de una ultraderecha que ya ha dejado de ocultar o esconder sus
propuestas autoritarias, conservadoras y también neoliberales con
prédicas homofóbicas y racistas?
Más allá de las indiscutibles
acciones desestabilizadoras del Imperio, que se suman a la influencia
del "cristo-neofascista internacional", en palabras del teólogo español
Juan José Tamayo, algo no funcionó en la América Latina progresista en
los años anteriores. Se ha hablado mucho sobre la revolución y el
socialismo, incluyendo la democracia. Sin pretender agotar el tema, es
evidente que los gobiernos progresistas no han logrado democratizar sus
sociedades, en algunos casos incluso han pulverizado la
institucionalidad política a la que se proponían cambiar a través de
procesos constituyentes, como en Venezuela y Ecuador.
La
corrupción ha estado presente de manera escandalosa en toda la región,
incluso en esos gobiernos. Y el deseo de mantenerse en el poder
contribuyó a la configuración de regímenes caudillistas y autoritarios,
que en algunos casos para mantenerse terminaron por coincidir con las
fuerzas conservadoras y la derecha corrupta, como ocurrió en Brasil en
las alianzas del PT con el PMDB.
Pero hay más en el fondo. Los
gobiernos progresistas no intentaron superar las estructuras
tradicionales de sus economías primarias exportadoras, al contrario, las
profundizaron: el extractivismo fue la fuente de ingresos para sostener
los esquemas neo-desarrollistas y expandir las políticas sociales, en
un marco de creciente consumismo financiado, mientras duró el ciclo de
altos precios de las materias primas.
En resumen, el
financiamiento de estas economías descansaba cada vez más en las
exportaciones de productos primarios y en la atracción de inversiones
extranjeras, aceptando una inserción subordinada en el comercio mundial
y, de paso y en la práctica, una acción limitada por parte del Estado;
la expansión del extractivismo vino de la mano de claras tendencias
desindustrializadoras y un aumento de la fragilidad financiera. Y como
bien sabemos, han consolidado un Estado que no sólo es rentista, sino
también prácticas empresariales rentistas, esquemas que van acompañados
de relaciones sociales clientelares y gobiernos autoritarios. El resumen
es: más extractivismo, menos democracia, independientemente de si son
gobiernos neoliberales puros o progresistas.
Para completar este
escenario, con los gobiernos progresistas la lógica de la acumulación
de capital no se ha visto afectada: a pesar de haber reducido la pobreza
mientras había recursos para sostener las políticas sociales, y el
consumismo, la concentración de la riqueza ha alcanzado niveles
crecientes (tendencias que también se han registrado en los países de
los gobiernos neoliberales).
Como señalamos con Eduardo Gudynas
-en la búsqueda de causas para entender la derrota del PT en Brasil y
las secuelas del triunfo del Bolsonaro para la región- todo esto explica
por qué el neo-desarrollo -mientras duró el largo ciclo de altos
precios de las materias primas- fue apoyado tanto por los sectores
populares como por la élite empresarial: Lula da Silva fue aplaudido,
por diferentes razones, tanto en los barrios pobres como en el Foro
Económico de Davos.
En la práctica, uno de los dispositivos que
posee el capitalismo para construir hegemonía, es su capacidad
-especialmente durante el pico del ciclo capitalista- de reducir la
desigualdad entre los trabajadores sin tocar la desigualdad entre ellos y
las clases dominantes; tal capacidad es reconocida como -en palabras
del gran economista peruano Jürgen Schudt- la hipótesis del "hocico de
lagarto": un hocico compuesto de una mandíbula superior que refleja la
alta desigualdad de la riqueza, que es rígida (casi estructural) y sólo
se mueve ante cambios igualmente estructurales en las relaciones de
propiedad de esta riqueza; y una mandíbula inferior que recoge la
cambiante desigualdad de ingresos, que disminuye gracias a la amplitud
de las etapas de pico (el "lagarto capitalista" suelta su presa cuando
tiene mucho que comer), y aumenta debido a la escasez en las etapas de
crisis (el "lagarto" aprieta su presa); todo ello en medio de un ciclo
capitalista que se vuelve más volátil e inestable en sociedades
extractivistas como las latinoamericanas.
Al mismo tiempo, el
desarrollismo progresista, establecido en profundas raíces coloniales y
sobre bases extractivistas cada vez mayores, se sustentó en controles
crecientes y severos sobre la movilización ciudadana, en la
criminalización de quienes se oponían a la expansión del extractivismo,
así como en la flexibilización de las normas ambientales y laborales
para atraer la inversión. Esto debilitó la base de las fuerzas sociales
con capacidad de transformación. Todo esto ha abierto el camino para el
surgimiento de la actual restauración conservadora, que en realidad
comenzó durante los propios gobiernos progresistas -basta recordar cómo
el correaísmo se opuso a la introducción de la posibilidad legal del
aborto por violación en el Ecuador.
Aceptemos, por lo tanto: los
progresistas, que surgieron de matrices de izquierda, al final
simplemente administraron gobiernos que en esencia buscaban modernizar
el capitalismo.
-Correo de la Ciudadanía: Sin embargo, donde
la derecha ha recuperado el poder central, las tensiones sociales y los
levantamientos populares han aumentado. ¿Qué explica esta dinámica en su
opinión y qué expectativas podemos tener para el 2020?
Alberto Acosta: Con la llegada de la crisis económica desatada por la
caída de los precios de las materias primas en el mercado mundial, las
condiciones sociales se deterioraron y con ello la estabilidad política:
si bien el consumismo era bastante desbordante, dicha estabilidad
parecía segura y el progreso estaba en buena salud. La estabilidad
política se vio afectada por este cambio de ciclo económico.
Un
caso digno de mención es el de Argentina: en este país se sustituyó un
gobierno progresista por uno neoliberal, el de Macri, que al fracasar
rotundamente permitió el retorno del progresismo, contradiciendo a
quienes creían que la fase de tal espectro había terminado. Desde otra
perspectiva, es interesante observar que en Ecuador, donde el cambio de
gobierno tuvo lugar dentro del mismo partido progresista, al concluir
una fase de autoritarismo exacerbado -al pasar del gobierno de Correa al
de Lenin Moreno- muchas organizaciones sociales anteriormente
reprimidas con dureza pudieron reconstruir sus fuerzas.
Y,
ciertamente, una vez terminada la bonanza progresista, el neoliberalismo
encontró el terreno propicio para su resurgimiento con creciente
fuerza; aunque también hay que señalar que en ciertos casos, como en el
mismo Ecuador, se dejó la puerta entreabierta para este retorno, en la
medida que el correaísmo alentó las privatizaciones de los grandes
puertos o la entrega de los campos petroleros a las empresas
transnacionales, abrió de par en par la puerta a la megaminación,
reintrodujo elementos de flexibilización laboral, firmó un TLC (Tratado
de Libre Comercio) con la Unión Europea... Finalmente, el país
experimentó una especie de "neoliberalismo transgénico": un Estado
fuerte sirvió para introducir algunos de los objetivos neoliberales más
esperados.
Es decir, con los progresistas no hubo paso a las
transformaciones estructurales que permitieran -al menos para empezar-
construir bases económicas, sociales y políticas más sólidas para
superar la dependencia extractiva y sus secuelas. Tampoco se han visto
afectadas las estructuras de acumulación de capital, exacerbadas por el
extractivismo desvergonzado: la minería, el petróleo, la
agroindustria... Además, el progresismo, con sus políticas de disciplina
social y de criminalización de los defensores de la naturaleza, ha
debilitado las bases de la organización social, afectando a aquellos
grupos que alguna vez se enfrentaron al neoliberalismo.
En este
escenario, aprovechando el debilitamiento del progresismo y ante el
deterioro de las fuerzas sociales con capacidad transformadora, las
derechas retoman directamente al poder y desde allí emprenden políticas
económicas que en esencia buscan aumentar aún más las condiciones de
acumulación de capital, transfiriendo el costo del ajuste a los sectores
populares y a la naturaleza, como ocurre una y otra vez en nuestra
historia. Es decir, el "hocico de lagarto" se cierra de nuevo.
En este punto surgen muchas de las recientes luchas populares,
exacerbadas también por la inviable promesa de progreso y desarrollo
propia de la Modernidad. Así, tales acciones, con múltiples expresiones
simbólicas, con contenidos diversos y particulares en cada país,
caracterizaron el turbulento año 2019 y marcarán el del 2020, en el que
la represión en sus múltiples formas estará en manos de la derecha y la
sorpresa -como veremos más adelante- a cargo de las masas.
Este
será un año en el que, sobre todo, debemos tener la capacidad de
diferenciar lo que el progresismo realmente propone de lo que presentan
los izquierdistas. Para enfrentar al neoliberalismo y sobre todo a las
fuerzas de la ultraderecha, se pueden construir amplias alianzas que,
aun así, no deben confundir a la izquierda en la conquista de su
objetivo postcapitalista.
-Correio de la Ciudadana: ¿Cómo vio
los levantamientos masivos en Colombia, Ecuador y Chile y qué es lo que
tienen de más profundo?
Alberto Acosta: Son procesos
alentadores. Son definitivamente alentadoras. A pesar de ciertos rasgos
comunes, son procesos únicos y en cierto modo irrepetibles. Tales
levantamientos son demostraciones de la capacidad de las sociedades en
movimiento, con potenciales enormes e incluso impredecibles. De hecho,
estos levantamientos no surgen de planes preconcebidos, y menos aún
están inspirados en la lógica repetitiva del funcionamiento de muchas
organizaciones sociales y políticas tradicionales. Estos levantamientos
sorprendentes e innovadores, muestran que se puede dar un nuevo impulso a
muchas acciones de lucha que de tan agotadora repetición, han pasado
del ámbito de la constancia a convertirse sólo en una somnolienta y
hasta tediosa obstinación.
Una característica de estos
levantamientos es la sorpresa, no tanto por el asombro que han causado,
incluso para aquellos que buscan leer con atención la evolución política
y social, sino porque han influido en varios gobiernos? Este es el
mayor potencial: la sorpresa como herramienta indispensable para lograr
el progreso, que perdurará mientras la sociedad en movimiento mantenga
una alta creatividad y, ciertamente, que haya claridad en los objetivos
estratégicos a alcanzar, lo cual, insistimos, no puede ser una simple
reedición actualizada de viejas propuestas, y menos aún la repetición
cansadora de las mismas tácticas.
En estos países, a los que
podemos añadir a Haití, se han producido varias situaciones explosivas
durante mucho tiempo, pero no parecían tan potentes como para que
pudiéramos anticipar una explosión de la magnitud que hemos
experimentado en los últimos tiempos. En cada caso hay varios
detonantes, como la eliminación de los subsidios a los combustibles en
Ecuador o el aumento del precio del metro en Santiago, que encendieron
la chispa para descubrir realidades muy complejas. En el caso colombiano
y chileno, la cultura de la protesta es la dura experiencia del
neoliberalismo, sin duda. En otros casos, como el ecuatoriano, la receta
no sólo se nutre de ingredientes neoliberales, sino de una perversa
mezcla de neoliberalismo con elementos propios del progresismo, que en
el caso boliviano construyó el escenario del golpe de Estado por la
falta de respeto del gobierno de Evo Morales a sus propias
construcciones institucionales.
-Correio de la Ciudadana:
¿Hay algún elemento que pueda explicar estos levantamientos en América
Latina relacionados con otros procesos en el planeta?
Alberto Acosta: Ese es un punto clave. El mundo, y no sólo América
Latina, se ve sacudido por levantamientos que van más allá de los
escenarios predecibles y que no pueden ser leídos con las herramientas
tradicionales.
Por lo tanto, es urgente abordar tal evolución
sin caer en análisis simplistas o generalizaciones que borren las
especificidades, ni esperar a tener todos los elementos que permitan
comprender la plenitud de tales procesos. Es el momento de interpretar
lo que sucede para sacar conclusiones y lecciones al mismo tiempo que
nos permitan actuar frente a desafíos de gran complejidad.
Este
enfoque debe hacerse desde una perspectiva latinoamericana, tratando de
identificar los mínimos denominadores comunes de estos procesos. Esta es
la tarea urgente para construir alternativas de izquierda y enfrentar a
la derecha.
Existen múltiples focos de indignación y
frustración en un mundo que está experimentando una crisis
multifacética: ecológica, social, económica, política... Una crisis que
supera en todos los aspectos las conocidas crisis cíclicas propias del
capitalismo y prefigura los cambios civilizadores. Las causas pueden ser
diversas en cada caso, pero algunas reacciones y muchas de las
confrontaciones con el orden establecido muestran algunos rasgos
similares.
La institucionalidad política está en crisis. La
democracia, independientemente del número de elecciones que se celebren,
parece estar en modo avión, es decir, desactivada en la práctica. Los
partidos políticos se han atrincherado en la defensa de sus intereses,
al igual que los grandes medios de comunicación, que se niegan a
entender lo que significan las sociedades en movimiento y el origen
profundo de los levantamientos en marcha. La corrupción corre libre.
Las promesas de bienestar de la modernidad se ahogan en una realidad
cada vez más deshumanizada y destructiva. Las élites gobernantes -
políticas y empresariales - responden con una violencia creciente y
profundizan los conflictos con su vandalismo neoliberal. Y en este
escenario la frustración, especialmente en la juventud, en sus múltiples
facetas alimenta las acciones de resistencia y protesta.
-Correio da Cidadania: ¿Por qué estas revueltas son difusas e involucran
a diversos sectores de la sociedad, relegando a un segundo plano a los
partidos, sindicatos y movimientos sociales más hegemónicos?
Alberto Acosta: Estos nuevos procesos se están llevando a cabo en
muchas partes de nuestra América. Definitivamente, la frustración
popular creada y acumulada por la civilización de la desigualdad y el
daño que está dejando en la periferia del mundo, han generado las
condiciones para una explosión social que hace temblar la escena
política. “Esta movilización popular -como escribí en un artículo para
introducir la lectura de la realidad ecuatoriana, con John
Cajas-Guijarro- equivale a un terremoto que mueve y cuestiona los
fundamentos de nuestras sociedades injustas e inequitativas, e incluso
cuestiona las viejas formas y conceptos utilizados para entender a los
sectores populares y su sufrimiento”.
Aquí -como ya se ha
señalado- el reduccionismo es inadmisible, ya que oscurece el panorama e
impide la construcción de estrategias que potencien esta ola de luchas
de resistencia y de re-existencia. La lista de problemas y frustraciones
acumuladas es larga y no se reduce a una u otra medida económica o
política en particular, que, como ya se ha mencionado, pueden ser los
detonantes de una explosión social, no su última causa.
Por lo
tanto, sin que ello signifique la única o mayor explicación, el
deterioro económico está en la raíz de muchos de estos procesos. Al
desempleo y la miseria que surgen de este empeoramiento se suman las
políticas económicas que aumentan la explotación del trabajo y la
naturaleza. Pero la raíz del problema tiene muchas más aristas. El peso
de las estructuras clasistas, patriarcales, xenófobas, racistas, etc.
persiste e incluso emerge con doble fuerza, en oposición a las múltiples
protestas libertarias, ya sean feministas, indígenas, ecologistas,
campesinas, laborales
A su vez, la propia violencia extractiva
es un proceso interminable de conquista y colonización, que explica
tanto el autoritarismo -progresista o neoliberal- como la corrupción, y
da paso a una creciente resistencia territorial. Luchas que también
están empezando a inundar las zonas urbanas: la reciente revuelta en
Mendoza, Argentina, contra las megaminas es uno de los ejemplos más
recientes. Definitivamente, la pobreza, la desigualdad, la destrucción
de las comunidades y la naturaleza van de la mano de las frustraciones
de grandes grupos - especialmente los jóvenes - movilizados sin nada que
perder, porque incluso el futuro les ha robado.
Entender tal
complejidad no es fácil. Aunque acojo con satisfacción estos
levantamientos, en ningún caso surgen mecánicamente de ellos claras
salidas democráticas; por ejemplo, el controvertido proceso
constituyente chileno sigue siendo una oportunidad llena de amenazas
aunque esté controlado por las mismas élites gobernantes. Lo que es más
evidente es que la violencia estatal está creciendo rápidamente y hasta
las sombras de la militarización de la política se ciernen como una
constante en varios rincones de Nuestra América, desde Brasil hasta
Ecuador, desde Venezuela hasta Bolivia, desde Chile hasta Colombia.
Dentro de esta complejidad observamos el agotamiento de una modalidad
de acumulación y sus sistemas políticos -progresivos o neoliberales-
sustentados en profundas estructuras injustas y coloniales y forzados a
niveles explosivos por las insaciables demandas del capitalismo global.
Como bien observa Raúl Zibechi: "las revueltas de octubre en América
Latina tienen causas comunes, pero se expresan de manera diferente.
Responden a los problemas sociales y económicos que generan el
extractivismo o la acumulación por despojo, la suma de los monocultivos,
la minería a cielo abierto, las megaciudades de infraestructura y la
especulación inmobiliaria urbana”.
Son problemas que nacen de
las contradicciones del capitalismo periférico, bajo el cual los países
latinoamericanos se ven constantemente empujados a perpetuar su carácter
de economías primarias de exportación, siempre vulnerables y
dependientes, que tienen tanto el autoritarismo, como la violencia y la
corrupción, como condiciones necesarias para su cristalización. Al mismo
tiempo, persiste la lógica perversa de que se privatizan las ganancias y
se socializan las pérdidas, siempre con la complicidad entre el Estado y
los grandes grupos de poder económico y político. Mientras tanto, la
posibilidad de cristalizar patrones consumistas propios de un "modo de
vida imperial" se diluye en la imaginación de amplios segmentos de la
población, lo que sólo puede lograrse mediante la sobreexplotación del
trabajo y de la naturaleza, lo que de hecho es algo irrepetible en
general.
Ante tal injusticia e indolencia de poder, cuando las
estructuras políticas se han vuelto hambrientas de poder por el poder,
¿qué le queda al pueblo más allá de la resistencia y la protesta?
-Correo de la Ciudadanía: ¿Está usted de acuerdo con la idea de que
América Latina pierda su papel global en la actual reorganización
económica que está sufriendo el planeta? ¿A qué estamos relegados?
Alberto Acosta: Aceptémoslo: América Latina nunca ha tenido un
verdadero liderazgo mundial en términos de una reorganización de la
economía mundial. Esta región ha sido condenada desde las horas más
remotas del capitalismo - hace más de 500 años - como un sumiso
proveedor de materias primas. La realidad no ha cambiado en absoluto.
Por el contrario, con los regímenes neoliberales y progresistas, como ya
se ha mencionado, la lógica del extractivismo y el desarrollismo ha
dominado el imaginario político de la región en las últimas décadas. Las
conquistas y la colonización son constantes en Nuestra América.
En este punto es lamentable ver la incapacidad de los gobiernos
progresistas para dar paso a una sólida evolución integracionista. Esto
habría permitido que la región se posicionara como un bloque poderoso en
el contexto mundial. Los discursos sonoros no superaron las acciones de
sumisión neoliberal. La neoliberal IIRSA (Iniciativa para la
Integración Regional Sudamericana) se convirtió en COSIPLAN (Consejo
Sudamericano de Infraestructura y Planificación), en esencia también
neoliberal al asegurar la vinculación de varios recursos de la región
con las demandas del capital transnacional y los mercados
metropolitanos.
Brasil, por ejemplo, durante el largo período de
gobierno del PT, lejos de ser un motor de un proceso de integración
regional, ha profundizado sus prácticas subimperialistas en el
continente, mientras que en el interior ha expandido el extractivismo,
generando un proceso de clara desindustrialización. Todo esto ha
profundizado las condiciones tradicionales de dependencia del mercado
mundial.
-Correio da Cidadania: ¿Cuáles serían las
alternativas al marco político y económico imperante? ¿Qué ventanas
parecen ofrecerse para la apertura de un nuevo período histórico que va
en la dirección opuesta a las imposiciones de este modelo de capitalismo
y por qué son necesarias?
Alberto Acosta: Mientras los
diferentes grupos de poder, aparentemente, se preparan para imponer el
capitalismo total a través de varias formas de autoritarismo, incluyendo
la de corte fascista, las luchas populares necesitan organizarse y
verse a sí mismas como luchas de múltiples dimensiones. Deben asumir
simultáneamente una dimensión clasista y ambiental (trabajo y naturaleza
contra el capital), una dimensión descolonial (como la histórica
reivindicación indígena), una dimensión feminista y antipatriarcal, una
dimensión opuesta a la xenofobia y al racismo... Definitivamente, una
lucha múltiple que debe buscar un mañana más justo para todos y todas.
Una lucha que, partiendo de la rebelión, es la semilla de un nuevo
futuro.
Dentro de este nuevo futuro, un elemento clave es la
urgente necesidad de construir y planificar una nueva economía, al
servicio de la vida humana -individuos y comunidades- y siempre en
estrecha armonía con la naturaleza: la justicia social debe ir siempre
acompañada de la justicia ecológica, y viceversa. La construcción de
esta nueva economía es crucial, ya que la economía dominante en la
civilización actual ahoga el mundo humano y natural, mientras acumula
capital y poder en beneficio de pequeños segmentos de la población. Y
mientras tanto, los desposeídos del sistema no tienen otro remedio para
evitar morir en el olvido que luchar por el colapso de una economía que,
siempre, busca salir de su crisis sacrificando vidas -e incluso la
naturaleza- para sostener el poder de unas pocas élites.
En
definitiva, lo que está claro es que la premisa descolonizadora y
despatriarcalizadora, elementos fundamentales para superar la
explotación de los seres humanos y la naturaleza por el capital, exige
la refundación de los Estados nacionales coloniales, oligárquicos y
capitalistas para que estas transformaciones no queden simplemente en
los discursos. No se trata simplemente de ganar elecciones para acceder
al poder, sino de construir el poder desde abajo, desde la izquierda y
siempre con la Pachamama (la madre tierra) para impulsar un proceso de
radicalización permanente de la democracia.
Por consiguiente, es
urgente construir una nueva historia en el camino, que necesita una
nueva democracia, pensada y sentida a partir de los aportes culturales
de las diferentes comunidades, en particular de los pueblos marginados,
ya que ellos son los creadores; es decir, una democracia inclusiva,
armoniosa y respetuosa de la diversidad.
Todo ello en el marco
de propuestas de transformaciones profundas y civilizadoras, en las que
se debe hacer hincapié en garantizar simultáneamente la pluralidad y la
radicalidad. Una tarea que no será posible de la noche a la mañana,
sino a través de sucesivas aproximaciones, que enfrenten a todas
aquellas máquinas de muerte que amenazan la supervivencia humana y la
vida en el planeta. Requerimos acciones que fusionen las luchas de
resistencia con acciones de re-existencia a nivel local, nacional,
regional e internacional... Para hacer frente a la "internacional de la
muerte" necesitaremos una "internacional de la vida", de una vida digna
para todos los seres humanos y no humanos. Este esfuerzo debería liberar
a las fuerzas sociales que ahora están atrapadas en diversas
instituciones del poder estatal, mejorando sus capacidades de
autosuficiencia, autogestión y autogobierno. Todo esto exige no sólo
inteligencia en la crítica, no sólo profundidad en las alternativas,
sino sobre todo la acción creativa de las fuerzas políticas que hacen
posible estos procesos emancipatorios.
Traducción de Correspondencia de Prensa: https:// correspondenciadeprensa.com
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