La Vanguardia

En la raíz del conflicto está la desigualdad social, el fracaso del neoliberalismo y la crisis institucional
La
violencia en Bolivia tiene un origen distinto y más amenazante. Porque
es un país en que el crecimiento económico de la última década ha ido
acompañado de una reducción sustancial de la pobreza y una mejora de las
condiciones de vida del conjunto de la población bajo el liderazgo de
Evo Morales. Pero hubo al mismo tiempo una profunda transformación
social: los indígenas llegaron al poder, con las cholas en primera línea
de la instituciones del Estado y mayoría absoluta en el Congreso
democráticamente elegido. La élite blanca no pudo tolerarlo. El
conflicto en Bolivia es fundamentalmente racial. Aunque se apoyara la
oposición en los brotes de corrupción en el Estado, la prepotencia del
partido MAS y las maniobras de Evo para mantenerse en el poder,
incluyendo, tal vez, fraude electoral. Pero Morales ofreció volver a
repetir las elecciones y no presentarse. Aun así, la conspiración que ya
estaba en marcha, incluidas manifestaciones populares orquestadas por
líderes religiosos fundamentalistas, consiguió que la jerarquía militar
obligara al presidente constitucional a dimitir y exilarse. La mano de
Bolsonaro parece probable, jaleado por Trump. Contra ese golpe estalló
parte de Bolivia, tanto en las regiones cocaleras de Cochabamba como en
El Alto, concentración de indígenas en La Paz. El ejército reaccionó
disparando y matando, retornando a la siniestra historia de Bolivia, el
país con más golpes de Estado en América Latina.
Quienes creíamos
superada esa etapa hemos de aceptar que cuando hay un cambio del poder
social (aunque se respete el económico) el último recurso de las élites
es siempre el monopolio de la violencia.
Mientras tanto, en Chile
la violencia sin sentido está desatada en un frenesí de destrucción,
alimentada por grupos narcos tal vez manipulados y una rabia popular
multiforme. Es posible que se despliegue el ejército en las calles a
requerimiento de un Piñera desbordado. Y si no hay reformas pronto y
continúa la protesta, podría suceder una regresión autoritaria.
En
la raíz del estallido latinoamericano, al que se podría añadir un Perú
políticamente desestabilizado y del que se libró Argentina por la
esperanza popular en Alberto Fernández, hay tres fenómenos entrelazados:
una desigualdad social extrema; el fracaso, una vez más, de políticas
neoliberales que imponen la lógica estricta del mercado no sólo a la
economía sino a la sociedad en su conjunto, y la ruptura de la confianza
ciudadana en las instituciones políticas, cuya representatividad
rechaza el 83% de la población en el conjunto de la región. En ese
contexto, el gatopardismo (“que todo cambie para que todo siga
igual”) no parece que pueda ya ser suficiente. Las ondas de choque del
estallido actual podrían expandirse en tiempo y espacio, con
consecuencias impredecibles.
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