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miércoles, 25 de diciembre de 2019

Panamá, 30 años de impunidad





 

Este pasado 20 de Diciembre se cumplieron treinta años de la brutal invasión estadounidense a Panamá ordenada por el entonces presidente George H. W. Bush, padre de otro criminal de guerra, George W. Bush, el mismo que se propuso perseguir terroristas por todo el mundo “y sacarlo de sus escondrijos” en más de sesenta países. El objetivo declarado de la “Operación Causa Justa” era arrestar a Manuel Antonio Noriega (Jefe de Gobierno más no presidente de Panamá como erróneamente se afirma, cargo que ocupaba Francisco Antonio Rodríguez, del Partido Revolucionario Democrático) y trasladarlo, en calidad de prisionero, a Estados Unidos.El objetivo real, en cambio, era recuperar, aunque sea en parte el control del Canal de Panamá que en virtud de los Tratados Carter-Torrijos pasarían a la jurisdicción panameña el 31 de Diciembre de 1999 y, además, mantener la presencia militar estadounidense en el área.

Noriega fue un personaje que aún hoy suscita enconadas opiniones. Prevalece la de quienes sostienen que durante años había sido un colaborador de la CIA. Producida la ruptura de su vínculo con la Casa Blanca pasó a ser “acusado de narcotraficante, terrorista, dictador … pero con la particularidad de que era un dictador entrenado en Estados Unidos y que su figura fue alimentada por la propia agencia estadounidense, por eso fue un militar de confianza para Bush", según documentos de la CIA que salieron a la luz pública y fueron examinados por un historiador panameño.[1] Sin desmentir por completo lo anterior el gran periodista argentino Gregorio Selser (1922-1991) , uno de los mayores especialistas sobre la problemática de Panamá y su Canal, sostiene en una entrevista que en vísperas de la invasión, y también después, “todo lo que se supo sobre Panamá era contra Noriega; era unilateral, parcializado, totalmente desinformado, y ésta es la aclaración que hay que dar, sin perjuicio de que pudieran ser, no me consta, quizás verdaderas algunas de las imputaciones que se hicieron contra Noriega, algo que todavía no está probado.”El hecho de que un investigador tan riguroso como Selser afirmara lo dicho más arriba debería ponernos en guardia ante los efectos de la intensa campaña de difamaciones a que fuera sometido Noriega como hoy lo son Nicolás Maduro, Daniel Ortega, Evo Morales, Rafael Correa, Luiz Inacio “Lula” da Silva, Cristina Fernández y Jorge Glas, para no citar sino unos pocos casos de jefes o ex jefes de estado atacados implacablemente por el imperio. Selser remata su razonamiento con una reflexión que es tan válida para el caso de Noriega como para los otros gobernantes arriba mencionados: “la guerra de propaganda … y el afán por satanizar al personaje ….encubre un ocultamiento mayor de parte de Estados Unidos: la de la verdadera naturaleza de la operación” que no era otra que retomar, si bien de modo parcial, el control del Canal de Panamá.[2] Por eso la operación propagandística de satanización de Maduro es incomprensible al margen de la obsesión estadounidense por apoderarse del petróleo y el oro venezolanos; o hacer lo propio con el litio boliviano mantenido bajo control estatal por Evo, y así sucesivamente. 

En línea con lo afirmado por Selser se encuentra la obra de Stella Calloni, quien rechaza por completo las acusaciones lanzadas en contra de Noriega. Calloni fue corresponsal de la prensa mexicana durante la invasión. Cuando se lo acusa de “dictador” observa desde el terreno que “los principales opositores estaban tranquilamente en sus casas, a pesar de haber realizado una serie de acciones desestabilizadoras y golpistas contra el gobierno panameño, y apoyado la intervención a su propio país. Habían creado una alianza opositora supuestamente «democrática» recibiendo millones de dólares desde Washington, donde tenían la principal sede de esa oposición.” ¡Extraña dictadura, sin duda! Y en lo relativo a la denuncia por narcotraficante comenta que Noriega fue sometido a un “escandaloso juicio en Miami, con testigos en su contra conformados por una serie de narcotraficantes menores a los que se le descontó años de prisión y se les dieron otros beneficios para que acusaran al general panameño, aún sin conocerlo ni haberlo visto nunca, como está comprobado.”[3] En suma, lo que hoy conocemos como la “guerra de quinta generación” ya se venía practicando hace mucho tiempo y lo único novedoso es el perfeccionamiento de los mecanismos de manipulación de mentes y corazones facilitados por el avance de las neurociencias y su aplicación en el terreno de la propaganda gracias al “neuromarketing político”. Dicho esto, examinemos el contexto histórico inmediato de la época, signada por un acontecimiento trascendental: la caída del Muro de Berlín, el 9 de Noviembre de 1989. A lo cual había que agregar el derrumbe del llamado bloque de las “democracias populares de Europa del Este”, la progresiva desintegración de la Unión Soviética y el comienzo del fin de la Guerra Fría. En el ámbito latinoamericano también soplaban vientos de cambio: en Julio del 1988 triunfaba en México el PRI bajo las banderas del neoliberalismo más radical personificado en la candidatura de Carlos Salinas de Gortari, marcando de ese modo el remate termidoriano de la Revolución Mexicana. Al año siguiente, también en Julio, asumía el gobierno argentino Carlos Saúl Menem traicionando las banderas históricas del peronismo y dando comienzo a un radical giro hacia el neoliberalismo. Días antes de la invasión en Chile se concretaba la victoria electoral de Patricio Aylwin como candidato de la Concertación de Partidos por la Democracia, un conjunto de fuerzas claramente identificadas con el neoliberalismo y obedientes a los dictados de la Casa Blanca. En El Salvador, en cambio, la ofensiva del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional forzaba un inminente armisticio habida cuenta de la incapacidad del ejército de ese país -masivamente adiestrado, equipado e inclusive integrado por efectivos estadounidenses- de contener la escalada del FMLN. Pero en la vecina Nicaragua, el Sandinismo se encaminaba hacia una segura derrota que tendría lugar pocas semanas más tarde. Cuba, mientras tanto, se aprestaba para lo peor porque no escapaba a la penetrante mirada de Fidel el inevitable derrumbe de la Unión Soviética, del campo socialista y del COMECON, el Consejo de Asistencia Económica Mutua, crucial para sostenerlas relaciones económicas entre los países con gobiernos socialistas y sometidos a un implacable acoso por parte de las “democracias” occidentales. Bajo estas condiciones, el factor que sirvió de pretexto para la invasión fue el desconocimiento del triunfo de Guillermo Endara en la elección presidencial de Mayo de 1989, que había doblegado al candidato oficialista Carlos Duque, del PRD, que contaba con el apoyo de Noriega. Éste, como Jefe de Gobierno y comandante de la Fuerza de Defensa,procedió a anular el comicio, y en los disturbios que se sucedieron murió en circunstancias sospechosas un soldado estadounidense estacionado en una de las bases que la Casa Blanca poseía en ese país. Cabe recordar que, como lo señaláramos más arriba, hasta comienzos de los ochentas las relaciones entre el gobierno de Estados Unidos y Noriega habían sido buenas aunque no exentas de ocasionales fricciones. No obstante los cambios en el escenario global hicieron que la Casa Blanca pusiera en marcha un plan destituyente que incluía reiteradas denuncias de la oposición, la acusación a Noriega como narcotraficante y una tenaz campaña local y continental, como siempre, de prensa contra Noriega. Ciertos arrestos de autonomía exhibidos por éste intensificaron la animosidad de la Casa Blanca que quería asegurarse que hubiera un “traspaso controlado” del Canal (en el año 2000) a las autoridades panameñas y para lo cual la indocilidad de Noriega era un obstáculo. Las tensiones hicieron eclosión en marzo de 1988 y fueron seguidas de un pertinaz hostigamiento diplomático, político y mediático en contra del líder panameño y la aplicación de severas sanciones económicas en contra de su gobierno y que atentaron contra las condiciones de vida de la población en general. No es un dato anecdótico que el mismo día de la invasión, el 20 de Diciembre, Endara fuese investido como Presidente Constitucional de Panamá en una inusual ceremonia realizada en una de las bases militares que el Comando Sur de Estados Unidos poseía en la zona del Canal. Como vemos, la monstruosidad jurídica creada con el venezolano Juan Guaidó (no “autoproclamado” sino proclamado por Donald Trump) registra algunos grotescos antecedentes en la historia del imperio. 

Consciente de las enseñanzas derivadas de la Guerra de Vietnam, el gobierno de Estados Unidos estableció, como antes lo había hecho en la invasión a Granada (1983) un férreo control de la prensa para impedir que se tuviera conocimiento de las atrocidades y violaciones a los derechos humanos y libertades civiles perpetradas por la invasión y la posterior ocupación. Como en Venezuela hoy, y en Bolivia hasta hace pocos días, la prensa hegemónica controlada directa o indirectamente por la Casa Blanca preparó el clima para la invasión y, una vez producida ésta, se esmeró en ocultar los crímenes de los invasores. Estos llegaron en número de 26.000 efectivos y con armamentos de última generación, cosa que fue comentada con beneplácito por varios expertos militares del Pentágono. El combate no podía ser más desigual, pese a lo cual la resistencia popular –más contra el invasor que en apoyo a Noriega- duró 42 días. Éste se entregó el 3 de enero de 1990 pero las hostilidades no cesaron y el pueblo siguió en lucha hasta el 31 de enero. Como bien observa Guillermo Castro Herrera, "el objetivo de EE.UU. no era capturar a Noriega, sino destruir a las Fuerzas Armadas panameñas … mismas que quedaron inutilizadas en menos de 24 horas".[4] Pero el patriotismo de panameñas y panameños no cejó sino mucho después. La invasión fue precedida por un terrible bombardeo, iniciado criminalmente minutos antes de la medianoche y tomando por sorpresa a una población indefensa y carente de toda protección para resistir semejante acto de barbarie.. Según lo reporta la BBC “aquel día de hace 30 años, solo se oyó el ruido de las explosiones: una avalancha de cazabombarderos estadounidenses surcaba el cielo de Panamá en vuelo rasante, dejando un estruendo de turbinas y proyectiles tras de sí.Arrojaban bombas sobre áreas populares de El Chorrillo -un barrio en pleno centro de la capital, bastión del régimen militar de Manuel Antonio Noriega- destruyendo todo lo que encontraban a su paso.. Aunque el objetivo era el cuartel central de las Fuerzas de Defensa, todo el barrio desapareció entre las llamas, junto a un aeropuerto y varias bases militares en Ciudad de Panamá y en Colón.”[5] Un analista panameño agrega además que “El sismógrafo de la Universidad de Panamá registró 417 impactos de bombas en las primeras 14 horas de la invasión. De ese total, 66 cayeron en los primeros 4 minutos. El Comando Sur reconoció 314 militares panameños caídos en combate, frente a 23 norteamericanos. No reconoció muertos civiles. Pero el Comité Panameño de Derechos Humanos manifestó en 1990 tener una lista de 556 muertos, que incluía 93 desaparecidos.El ex Procurador General de Estados Unidos, Ramsey Clark, aseguró tiempo después que los muertos sumaban varios miles.” [6] La ausencia hasta el día de hoy de datos verídicos sobre las víctimas es causa de profunda consternación y mantiene abierta una herida que continúa sangrando en la sociedad panameña. Según Nelva Araúz Reyes, investigadora en el área de Derechos Humanos del Centro Internacional de Estudios Políticos y Sociales AIP (CIEPS) de Panamá “no ha habido reparación de ningún tipo a los familiares de todas las víctimas y al país, por las pérdidas humanas y los daños a bienes del Estado [...] y se desconocen dónde se encuentran sepultados los cadáveres de muchos panameños”. En el 2018, o sea, veintinueve años más tarde “la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) de la OEA condenó los hechos y exigió a EE.UU. resarcir a las víctimas e iniciar una investigación completa.” [7] Aún hoy se desconoce la ubicación de numerosas fosas comunes en donde los invasores enterraron subrepticiamente a sus víctimas. [8] Por supuesto la respuesta de Estados Unidos fue el más absoluto silencio como antes con el bombardeo atómico a Japón, y luego con Corea y Vietnam y así sucesivamente. La Casa Blanca no sólo es cruel y malvada. También es arrogante y jamás se arrepiente por sus crímenes y mucho menos pide perdón por haberlos cometido. 

El imperio y las clases dominantes de Panamá se confabularon durante todo este tiempo para ocultar esta historia, para hacer desaparecer de la memoria colectiva los horrores del bombardeo indiscriminado y la matanza de miles de personas. La sociedad panameña recién al cumplirse treinta años de aquella criminal agresión parece estar en condiciones de realizar un examen de lo ocurrido y procesar el trauma de la invasión y la brutal agresión a la que fuera sometida gente común y corriente que ante la derrota de sus fuerzas de seguridad resistió casi un mes y medio con palos y piedras. Y finalmente, después de tres décadas, el gobierno de Panamá decidió establecer el 20 de Diciembre como Día de Duelo Nacional, decisión largamente postergada y calificada por muchos como una tentativa de reparación histórica con las víctimas de la invasión norteamericana. La memoria es el primer paso; pero sin la verdad y la justicia poco habrá avanzado Panamá para reconciliarse con su propia historia. Verdad para saber quiénes fueron los cómplices locales de la invasión, y justicia para que paguen por sus crímenes, única manera de sentar las bases de una sociedad civilizada y democrática. Tarea larga y difícil, pero no imposible. Entre otras cosas, porque es absolutamente necesaria y ante ello no hay imposibilidad que valga. Como lo atestiguara una de las víctimas de aquella tragedia, Cecilio Simón,es necesario denunciar y juzgar a quienes como Endara y sus cómplices“se hicieron del poder montados sobre tanquetas norteamericanas y masacraron vilmente a gente humilde que se aprestaban a celebrar su fiesta de navidad”. [9] Aquellos traidores tomaron el gobierno por asalto sobre los hombros de los invasores y juraron servir a la patria en una base militar de Estados Unidos. Eterno deshonor para ellos, pero también para sus sucesores y sus aliados de hoy y de siempre y para quienes arrojaron un manto de silencio sobre Panamá. Y perpetuo honor para un pueblo que opuso el pecho al ejército más poderoso –y tal vez el más cobarde- del mundo. Por ahora, como ocurriera en Vietnam, Irak, Libia, Afganistán, Siria, los crímenes que el imperialismo norteamericano perpetrara en Panamá siguen impunes. Pero más pronto que tarde sus responsables terminarán sentados en el banquillo de los acusados. Su impunidad no será para siempre. 

Notas: 

[1] Ver Lucía Blasco, en https://www.bbc.com/mundo/noticias-america-latina-50685275, entrevista a Víctor Manuel Ortiz Salazar. 

[2] Cf. Stephen Hasam: "Noriega no era lo importante: lo importante es la zona del Canal". Entrevista a Gregorio Selser en Política y Cultura, número 8, primavera, 1997, pp. 65-85 Universidad Autónoma Metropolitana Unidad Xochimilco. 

[3] Ver su “Panamá: el revés de la trama”, en http://www.elcorreo.eu.org/Panama-El-reves-de-la-trama?lang=frMiami no parece el sitio más apropiado para garantizar un juicio justo. Recordemos la farsa montada para juzgar y condenar a Los 5 Héroes cubanos.

[4] Cf. Blasco, op. Cit. 

[5] Ibid. 


[7] Nótese la diferentes velocidades de la CIDH cuando se trata de enjuiciar supuestas violaciones a los derechos humanos en Venezuela y las que perpetran los Estados Unidos. Cuestión de casualidad, nada más. 

[8] En Blasco, op. Cit. 

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