Protegida por la línea estadounidense de “guerra total y permanente”
Con la luz verde de la 
Casa Blanca, que no hace más que asegurar el rápido y buen traslado de 
su estrategia político-militar hacia territorio boliviano, el gobierno 
de facto de Jeanine Añez se prepara con todo para responder con el 
recurso desproporcional de la fuerza represora a los más mínimos 
movimientos de resistencia popular que se den en ese país sudamericano, 
particularmente en los núcleos indígena campesinos leales a Evo Morales,
 quien fue desalojado del poder mediante un golpe de Estado el 10 de 
noviembre.
 El modo como los golpistas bolivianos se han propuesto 
mantenerse en el gobierno, evitar la protesta social contra sus medidas 
anti-nacionales y seguir contando con el apoyo de amplias capas 
fascistizadas de la clase media, es por la vía de la represión 
concentrada y selectiva a la vez del movimiento campesino-indígena, que 
es el “sujeto histórico” que lideró el Proceso de Cambio. 
 Hay 
tres hechos –uno interno y dos externos- confirman el modo del cómo el 
gobierno ilegítimo pretende avanzar en la línea estratégica de desmontar
 las bases materiales y simbólicas del Proceso de Cambio, así como las 
conquistas sociales logradas en el Estado Plurinacional. 
 El 
primero, de ninguna manera sorpresivo y el más importante respecto de 
los otros dos, es el pronunciamiento del presidente estadounidense 
Donald Trump, quién a través de su cuenta en Twitter, sostuvo en la 
tarde del martes 17: "Apoyamos a @JeanineAnez en Bolivia mientras 
trabaja para garantizar una transición democrática pacífica a través de 
elecciones libres. Denunciamos la violencia en curso y las que la 
provocan tanto en Bolivia como desde lejos. ¡Estados Unidos apoya a la 
gente de la región por la paz y la democracia!".
No es nada 
sorpresiva la posición del presidente estadounidense. Para decirlo 
claro, no es que Añez recibe el apoyo de EEUU a una línea propia, 
autónoma y nacional, sino es Trump quién respalda la política general de
 los golpistas que, a través de una senadora desconocida hasta antes de 
ser colocada como presidente, solo están materializando la estrategia 
estadounidense para América Latina en un país importante desde el punto 
de vista geopolítico en la subregión.
La estrategia, que recupera
 los aspectos positivos para los intereses imperiales de la Doctrina la 
Seguridad Nacional y de la Guerra de Baja Intensidad –desarrolladas en 
la región entre las décadas de los 60 y 80-, consiste en el despliegue 
de la “guerra total y permanente” contra todos los gobiernos y 
movimientos de izquierda y progresistas de América Latina, con el 
objetivo de estratégico de “cerrarles el paso a todos los espacios 
legales e institucionales” que amenacen la hegemonía estadounidense y el
 orden establecido. 
Esta estrategia se opera mediante la 
combinación de viejos y nuevos métodos de desestabilización, 
intervención y dominación conocidos en la historia de América Latina. A 
diferencia de algunas interpretaciones parciales y erróneas de algunos 
ingenuos políticos e intelectuales progresistas, que llegaron a suponer 
que el poder duro (Hard power) había sido sustituido por el poder blando
 (Soft power), sobre todo en la llamada “era Obama”, la combinación de 
lo empleado antes y de lo incorporado en los últimos años, es la 
principal característica de la estrategia en curso. Esos métodos van 
desde el uso, directo e indirecto, del componente militar (golpes de 
Estado e intervenciones directas) hasta los novedosos juicios políticos 
(lawfare) y noticias falsas (fake news), pasando por las ya conocidas 
sanciones y acciones internacionales a través de organismos como la OEA.
El
 segundo hecho es la promulgación del decreto supremo 4116 que hizo hace
 pocos días la auto-nombrada presidenta Añez, por el cual se autoriza al
 Ministerio de Defensa la adquisición, en el extranjero, de material 
bélico de uso militar. ¿Cómo justifica la compra el ministro de facto de
 Defensa? La respuesta es como escuchar al mismo Trump: ““El país está 
amenazado, y el boliviano y la boliviana están amenazados 
permanentemente por gente del exterior armada, por narcoterroristas y 
por un expresidente (Evo Morales) que permanentemente está incitando al 
odio y la violencia, el terrorismo y la sedición. Debemos estar 
preparados para eso”.
Esto quiere decir, para no equivocarse, que
 la represión será la política general de este gobierno y se basará no 
en el uso legítimo de la fuerza policial, como encargada de mantener el 
orden público, a veces con excesos, sino en la participación de las 
Fuerzas Armadas. Esto implica, al mismo tiempo, que las masacres de 
Sacaba y El Alto no habrán sido un hecho aislado, sino que se tiene 
previsto otras masacres donde sea necesario, para evitar la organización
 del descontento popular. Ya las masacres de Sacaba (15 de noviembre) y 
Senkata, El Alto (21 de noviembre) se registraron producto de la acción 
combinada de policías y militares (a estos últimos se les garantizó 
mediante decreto estar exentos de procesos penales), con un saldo de más
 de 32 muertes y centenas de heridos, según da cuenta un informe de la 
Comisión Interamericana de Derechos Humanos (Cidh) que visitó Bolivia en
 la segunda quincena del mismo mes. 
Cómo ocurrió desde la mitad 
de la década de los 80 hasta fines de 2005, la represión como política 
general se concentrará, principalmente, en la región del Chapare y en 
base al discurso, característico de la estrategia estadounidense desde 
la caída de la URSS, del “terrorismo y el narcoterrorismo” con presencia
 externa.
El tercero hecho, en el que no vamos a profundizar 
ahora, es la peligrosa militarización de la política de defensa y 
seguridad de América Latina, como ya se aprecia en los casos de Ecuador,
 Colombia, Brasil y Bolivia. Este “retorno” de los militares a la escena
 política es uno de los efectos de la “guerra permanente y total” que 
EEUU impulsa hacia la región. 
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