Memoria quemada
Javier Aranda Luna
▲ Tapa de Sha-Amun-en-Su, ca. 750 aC, de Tebas, perteneciente a la colección del Museo Nacional de Brasil.Foto tomada del sitio web del recinto
Si la sangre es el vehículo de
la vida, la cultura es la constancia de su paso. Es el vínculo que nos
conforma y al que damos forma. La cultura es la trama de la vida donde
las muchas hebras le dan fuerza y consistencia. La fuerza de un tejido
son sus hilos. La de la cultura, su herencia.
El incendio del Museo Nacional de Brasil es una tragedia no sólo por
el valor que en el mercado podrían haber tenido las más de 20 millones
de piezas de su acervo. En realidad es una tragedia por la memoria
perdida.
La incertidumbre sobre el legado de Octavio Paz es un incendio. Para
unos el declarar su legado como ‘‘monumento artístico” no incluye los
derechos de sus libros ni sus bienes inmuebles. ¿Eso significa que un
particular podrá vender, como se vendieron los archivos de las revistas Plural y Vuelta
de Paz a la Universidad de Princeton, los derechos de sus libros? ¿Sus
bienes inmuebles? Me parece que la razón jurídica no debe prevalecer
sobre la razón ética. Existen sordos morales a quienes no debemos
escuchar.
Los libros que sobrevivieron al incendio de su departamento y los que
restauró la Biblioteca Nacional, así como el resto de su archivo y
algunos objetos personales, como plumas, ¿no podrían formar parte de una
casa museo en su departamento de Guadalquivir y Reforma?
La casa de su madre en San Ángel, ¿no podría dar cuenta del poeta niño con los libros y objetos arrumbados en su sótano?
En estos días en los que todo se compra y todo se vende conviene
preservar nuestra memoria. Paz es el único escritor mexicano que ha
merecido el Premio Nobel de Literatura. ¿Dejaremos que un particular
decida si sus poemas deberán traducirse al otomí o al mixteco y a qué
precio?
Nuestro patrimonio cultural es lo más vivo de nuestra historia: ha
sobrevivido al vendaval de los años, a la incuria de las generaciones.
¿Dejaremos que el legado de Paz sobreviva como pueda? ¿Que se
convierta en marca de café, en el nombre de un estilo de pluma fuente,
en una marca de vino? ¿No convendría que mejor se convirtiera en nombre
de una cátedra, un premio, un seminario?
El legado de Paz nos trae invariablemente un mensaje del pasado: de
su renuncia a la embajada de la India por la masacre del 2 de octubre de
1968, por ejemplo, y de cómo algunos miembros de la comunidad
intelectual quisieron juzgarlo en una corte internacional por ‘‘traición
a la patria”.
Cuidar como sociedad el legado del poeta también es cuidar nuestro
futuro. Conservarlo no nos hace solidarios con el pasado sino con los
días que vendrán.
Al hablar del incendio del Museo Nacional de Brasil, Washington
Fajardo, quien fue director del Consejo Municipal del Patrimonio
Cultural de Río de Janeiro, pidió ‘‘que las generaciones futuras nos
perdonen. Somos la gran nación desmemoriada, vagando por el cosmos sin
saber lo que fuimos, o que podemos, o soñamos. Ahora son cenizas aquello
que debería inspirar a los jóvenes a guiar la nación”. Ojalá no
repitamos algún día sus palabras al hablar del legado de Paz convertido
en moneda de cambio de unos cuantos.
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