Entrevista a la periodista e investigadora argentina Telma Luzzani
La Correo
Telma Luzzani es una periodista e investigadora argentina de larga trayectoria, quien además es autora del libro Territorios vigilados: Cómo opera la red de bases norteamericanas en Sudamérica, obra
que le valió en 2012 el Premio Libertador al Pensamiento Crítico,
otorgado por el gobierno venezolano y el cual recibió de manos del
presidente Nicolás Maduro en 2013.
Desde hace décadas, Luzzani es una
comprometida intelectual y activista por nuestra América y actualmente
es una de las más calificadas estudiosas del avance estratégico
estadounidense en la región, por ello La Correo mantuvo un extenso diálogo para que nos ofreciera su visión en la materia.
Usted es autora de uno de los más importantes trabajos de
investigación sobre las bases militares estadounidenses en América
Latina realizados en las últimas décadas. ¿Qué significa y bajo qué
conceptos estratégicos tienen presencia estas bases en nuestros países?
Hasta
el siglo XIX, la estrategia dominante en el mundo era la del geógrafo y
político inglés Halford John Mackinder [1861-1947], que privilegiaba el
dominio terrestre como proyección de poder geoestratégico. Sin embargo,
los Estados Unidos luego intentan superar este enfoque doctrinal a
través de algunos de sus estrategas como Alfred Mahan, que anteponía el
predominio naval como aspecto clave para fortalecer a la nación.
En
su doctrina, Mahan visualiza a América como una gran isla continental y
a su propio país como un territorio rodeado por los océanos Atlántico y
Pacífico, y por lo tanto, con proyección hacia los dos continentes
vecinos: Asia al oeste y Europa al este. Dentro de esta concepción, el
punto más vulnerable en términos geoestratégicos para él era el sur, por
lo cual entendió que resultaba crucial controlar cualquier amenaza que
proviniera de esa frontera terrestre. Bajo esta línea interpretativa,
EE.UU. decide dotarse de una poderosa flota naval y mercante y asume la
necesidad de un sistema de bases militares, no sólo para mantener
abiertos los pasos interoceánicos y las rutas comerciales, sino también
para abastecerse. En efecto, la estrategia que hoy observamos en la
política exterior estadounidense no es reciente, sólo la utilización y
características de las bases fueron corregidas o adaptadas conforme la
tecnología y los usos tácticos fueron evolucionando.
¿Y cuál sería el sentido estratégico dado por EE.UU. a sus bases en este momento histórico?
En
este siglo XXI las bases militares resultan un instrumento fundamental
para conservar la hegemonía imperial. En el contexto latinoamericano,
las bases diseminadas tanto en Centroamérica como en Sudamérica son
imprescindibles para la sobrevivencia económica estadounidense y para su
futuro equilibrio estratégico. Recordemos que EE.UU. se concibe como
una isla continental y dentro de esa concepción le adjudica a América
Latina un lugar clave, es parte de su Homeland, según ellos afirman de manera reservada.
De
su análisis se desprende que América Latina resulta indispensable para
EE.UU. en el complejo escenario multipolar y ambientalmente crítico que
se perfila en este siglo XXI…
Sin dudas… No sólo por las
razones geoestratégicas ya señaladas, sino porque nuestra región es una
fuente inagotable de recursos naturales: de agua, alimentos, metales
estratégicos, hidrocarburos, entre otros. Vemos entonces que pertenece a
un área de seguridad militar. De ahí que tengan base en Guantánamo,
Panamá, Manta, las bases costeras en el Pacífico continental o en la
Amazonía peruana, como reaseguro ante cualquier ataque extranjero, pero
además como proyección de poder.
Desde siempre las bases
militares se caracterizan por estar emplazadas donde existen recursos
importantísimos, como por ejemplo, las bases abiertas bajo el auspicio
del Gobierno de Macri, ubicadas en las cercanías del acuífero guaraní en
la Mesopotamia, en Jujuy donde está el litio, y en Neuquén en el
yacimiento petrolífero de Vaca Muerta. Estas instalaciones, junto a
Ushuaia, que es un punto próximo a la Antártida además de controlar el
paso interoceánico del Cabo de Hornos, son un ejemplo ilustrativo de su
proyección regional.
¿Cuáles son las argumentaciones o
justificaciones que utiliza Washington para este despliegue continental,
que es también mundial?
El argumento oficial luego de la
caída de la Unión Soviética fue el combate al narcotráfico, al crimen
organizado o bien proveer ayudas humanitarias y asistencia en caso de
desastres naturales. Ya caducada la posibilidad de seguir hablando de un
“peligro rojo”, se elaboraron nuevos argumentos que son los que se
utilizan actualmente, aunque en realidad los objetivos son otros: el
acceso a los recursos naturales y a las fuentes energéticas, como ya
vimos. También juegan un papel el control de las migraciones y del
negocio de la droga (que es la segunda o tercera fuente de riqueza y de
acceso al dinero en el mundo). Otra razón primordial es la vigilancia de
las insurgencias y de los movimientos sociales. Las bases articulan
tareas de espionaje y de inteligencia, pero no sólo de almacenamiento de
información, sino además como proveedoras de datos. Podemos citar el
golpe contra Hugo Chávez en 2002, que fue asistido desde la base
estadounidense de Manta.
Habría que recalcar que la generalidad
de estas bases utiliza ejércitos mercenarios. No olvidemos que en EE.UU.
existen grandes corporaciones de servicios militares privados como Academi (anteriormente denominada Xe Services LLC, luego Blackwater, una empresa que participó en Irak y Afganistán con cientos de miles de efectivos mercenarios).
De
igual manera, las bases están concebidas para ser utilizadas en
eventuales intervenciones e invasiones destinadas a desestabilizar un
país, como se pretende hoy en Venezuela, y para entrenamiento de tropas a
ser empleadas en diversos escenarios planetarios. Después de la reforma
que se hizo durante la Administración de Bill Clinton en 1997 estas
bases se denominaron “sitios de operaciones de avanzada”, que son
plataformas portátiles con personal rotativo que operan en red. Su
comando central se encuentra en la base aérea de Schriever, en el Estado
de Colorado.
¿Las proyecciones en cuanto a las bases
estadounidenses en el mundo y en particular en América Latina son
crecientes o decrecientes? ¿Habrá más en el futuro?
La
tendencia sugiere claramente que EE.UU. intentará incrementar sus
emplazamientos. EE.UU. ha logrado recientemente presionar al Gobierno de
Michel Temer en Brasil para habilitar la base de Alcántara, en Maranhão, algo
que hasta ahora no se había podido concretar debido a la posición
soberana de Lula da Silva, que lo impidió. La excusa esgrimida por
Washington es que la base de Alcántara es un excelente emplazamiento
para lanzar satélites al espacio debido a que está dos grados por debajo
del Ecuador. Sin embargo, el interés está puesto en el Amazonas, que es
otra fuente vital de recursos naturales. La zona de Alcántara es además
el punto más próximo de América al continente africano. Y África, sin
dudas, despierta cada vez más el interés de EE.UU.
En estos
momentos, uno de los vectores que hay que tener en cuenta es la mayor
presencia de China, no sólo en África, sino en nuestra región, y las
disputas que EE.UU. está teniendo con la potencia asiática. Una
confrontación que ya fue manifestada de forma explícita en la última
doctrina militar aparecida en diciembre de 2017, y ahora, en la gira que
hizo el Secretario de Defensa estadounidense, James Mattis, en
Latinoamérica y en la que pidió a Michel Temer la apertura de la base de
Alcántara. Asimismo expresó el deseo de su país de que América Latina
se aparte de toda asociación comercial y cooperativa con China. Mattis
insistió en que los valores latinoamericanos se acercan más a los de
Estados Unidos que a los de China o Rusia.
¿Existe alguna manera eficaz de contrarrestar este despliegue claramente neocolonizador en el hemisferio? ¿La remoción de estas bases supone un problema militar, o más bien de orden jurídico bilateral?
En
este sentido creo que los medios para contrarrestar estos despliegues
son siempre políticos y jurídicos, es decir, todos los medios son
válidos. La solución militar siempre está en último término y en nuestro
caso no resulta recomendable, ya que la región no está capacitada para
encarar ese tipo de confrontación. Sí en cambio debemos apelar al
recurso político y a la presión popular, que puede ser un factor vital
para el cierre de estas bases. En Argentina, cuando se estuvo por abrir
la base en la provincia del Chaco durante la gestión del gobernador
Jorge Capitanich, la iniciativa tuvo que ser cancelada debido a la
creciente presión popular y política.
¿Qué rol desempeñan China y Rusia en este equilibrio que plantea EE.UU. con sus bases diseminadas en toda la región?
Diría
que estamos en un ciclo en donde podemos marcar cierta decadencia de la
potencia norteamericana y el ascenso de Rusia, pero sobre todo de
China. Por supuesto, Rusia es trascendental por su poderío nuclear, pero
es China la que más puede rivalizar con EE.UU. y ellos están muy
preocupados por este cambio de paradigma. Por ello, la administración de
Trump está buscando resolver ese conflicto. Los estrategas de
Washington saben muy bien que alcanzar otra vez el unilateralismo y
erigirse en la única potencia mundial dominante es imposible. Eso lleva a
que haya, al menos en apariencia, un interés de compartir el poder
mundial con una especie de G-3 o G-2 (algo que estimo muy difícil de
conseguir). O bien asentarse en distintos bloques de poder, en cuyo caso
la elección clara de EE.UU. sería asegurarse a como dé lugar el bloque
de América Latina, y en general a todo el continente americano.
(Publicado en revista La Correo No. 78, septiembre de 2018 / www.lacorreo.com)
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