León Bendesky
La historia se compone de
hechos y también de su interpretación. Esta relación nunca es trivial.
En estos días se cumplen 10 años de un hecho clave de la crisis
financiera de 2008: la quiebra de Lehman Brothers, el poderoso banco de
Wall Street.
La quiebra fue alentada por las autoridades financieras de Estados
Unidos en una muy controvertida decisión. Lo cierto es que la crisis era
ya incontrolable.
Esas mismas autoridades destinaron en aquellos días enormes
cantidades de dinero público para intervenir muchas otras instituciones
financieras y mantenerlas a flote.
Lehman es uno de los símbolos del estallido de la crisis y de sus
repercusiones 10 años después. Para recordar aquella fecha, los diarios
en todas partes y las revistas especializadas han publicado artículos
diversos sobre la efeméride.
Llama la tención la nota publicada en The New York Times
y firmada por tres de los principales protagonistas del rescate
instrumentado en septiembre de 2008 en medio de la sonada quiebra.
Se trata de los que entonces eran: presidente de la Reserva Federal,
Bernanke; secretario del Tesoro, Paulson, y Geithner, presidente de la
Fed de Nueva York, la más importante institución del sistema de la banca
central de Estados Unidos.
Tres figuras notorias, cuyas decisiones marcaron el rumbo de la
crisis y los efectos adversos que, según muchos coinciden, no se han
superado. Las notas de este aniversario exponen definido escepticismo
con respecto a las condiciones que pueden precipitar una nueva crisis.
No es el caso del texto de referencia. Ahí afirma que la semilla de
aquella crisis se cultivó durante décadas en el sistema financiero
estadunidense (lo que puede en realidad entenderse como el sistema
global de deuda), superó las medidas de protección en contra de los
pánicos que se crearon tras la debacle de 1929.
Para 2007, dicen, la mitad de todo el crédito provenía de entidades no bancarias, y las
innovaciones, como fueron las hipotecas chatarra, propiciaron un riesgo excesivo de los prestamistas e inversionistas. La nota revisa las principales medidas de un modo higiénico y sin autocrítica alguna. Hay mucha soberbia.
¿Dónde estaban, pues, los reguladores y responsables de la solvencia
financiera que firman la nota? Una de las aristas de la crisis y no sólo
de la que aquí se trata es, precisamente, el de las responsabilidades,
incluida la de los legisladores que formulan las regulaciones vigentes.
Quienes dirigen los bancos centrales se han convertido, como
consecuencia de la propia crisis, en figuras clave de la gestión
financiera y política de las severas medidas de ajuste que se aplicaron
en las principales economías y de una fragilidad social de la que el
caso de Grecia es, ciertamente no único, pero sí ejemplar.
El que esos funcionarios ejercieron, y aun lo hacen, un papel
predominante, no sólo en materia financiera, sino fundamentalmente
política, no son electos por los ciudadanos; las instituciones que
encabezan tienen un estatuto de independencia con respecto del poder
Ejecutivo y muy escasa sujeción al Legislativo. Esos mismos funcionarios
saben que no se ha hecho lo suficiente para prevenir una nueva gran
crisis.
Las crisis son inmanentes al dinero y al crédito, es decir, al
sistema financiero y eso hay que distinguirlo de las condiciones que
propician una crisis de la magnitud de 2008. Los bancos comerciales han
reforzado su capital y se dice que son más resistentes. Pero en esencia
el crédito fluye de instituciones no bancarias, expuestas a grandes
riesgos y poco susceptibles a la regulación.
Los inversionistas ponen su dinero en actividades crecientemente
especulativas, una de sus expresiones es que Apple y Amazon tienen ya un
valor de mercado por encima del billón de dólares (según medimos acá).
Mientras tanto, se reacomodan los precios relativos, especialmente las
tasas de interés, y con ello sube la inflación. La desigualdad económica
ha crecido y no hay contención a la vista.
Martin Wolf, del Financial Times, hizo recientemente un
comentario válido. Cuestiona el hecho de que la gestión de la crisis de
2008 por los bancos centrales y los ministerios de finanzas,
principalmente en Estados Unidos, la Unión Europea y Japón y, desde ahí a
todas partes, intentó y aún lo hace devolver a las economías a una
situación de estabilidad precrisis.
Esto no es posible, sino que además no es legítimo, sobre todo porque
las condiciones sociales: el mercado laboral y el inmobiliario, las
pensiones, los sistemas de salud y el acceso a los recursos exigen hoy
una visión y unas políticas que tienen poco que ver con la fragilidad
gestada anteriormente en una ilusión de estabilidad macroeconómica y que
se manifestó con la fuerte crisis de hace 10 años.
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