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lunes, 10 de septiembre de 2018

Década turbulenta


León Bendesky

La historia se compone de hechos y también de su interpretación. Esta relación nunca es trivial. En estos días se cumplen 10 años de un hecho clave de la crisis financiera de 2008: la quiebra de Lehman Brothers, el poderoso banco de Wall Street.
La quiebra fue alentada por las autoridades financieras de Estados Unidos en una muy controvertida decisión. Lo cierto es que la crisis era ya incontrolable.
Esas mismas autoridades destinaron en aquellos días enormes cantidades de dinero público para intervenir muchas otras instituciones financieras y mantenerlas a flote.
Lehman es uno de los símbolos del estallido de la crisis y de sus repercusiones 10 años después. Para recordar aquella fecha, los diarios en todas partes y las revistas especializadas han publicado artículos diversos sobre la efeméride.
Llama la tención la nota publicada en The New York Times y firmada por tres de los principales protagonistas del rescate instrumentado en septiembre de 2008 en medio de la sonada quiebra.
Se trata de los que entonces eran: presidente de la Reserva Federal, Bernanke; secretario del Tesoro, Paulson, y Geithner, presidente de la Fed de Nueva York, la más importante institución del sistema de la banca central de Estados Unidos.
Tres figuras notorias, cuyas decisiones marcaron el rumbo de la crisis y los efectos adversos que, según muchos coinciden, no se han superado. Las notas de este aniversario exponen definido escepticismo con respecto a las condiciones que pueden precipitar una nueva crisis.
No es el caso del texto de referencia. Ahí afirma que la semilla de aquella crisis se cultivó durante décadas en el sistema financiero estadunidense (lo que puede en realidad entenderse como el sistema global de deuda), superó las medidas de protección en contra de los pánicos que se crearon tras la debacle de 1929.
Para 2007, dicen, la mitad de todo el crédito provenía de entidades no bancarias, y las innovaciones, como fueron las hipotecas chatarra, propiciaron un riesgo excesivo de los prestamistas e inversionistas. La nota revisa las principales medidas de un modo higiénico y sin autocrítica alguna. Hay mucha soberbia.
¿Dónde estaban, pues, los reguladores y responsables de la solvencia financiera que firman la nota? Una de las aristas de la crisis y no sólo de la que aquí se trata es, precisamente, el de las responsabilidades, incluida la de los legisladores que formulan las regulaciones vigentes.
Quienes dirigen los bancos centrales se han convertido, como consecuencia de la propia crisis, en figuras clave de la gestión financiera y política de las severas medidas de ajuste que se aplicaron en las principales economías y de una fragilidad social de la que el caso de Grecia es, ciertamente no único, pero sí ejemplar.
El que esos funcionarios ejercieron, y aun lo hacen, un papel predominante, no sólo en materia financiera, sino fundamentalmente política, no son electos por los ciudadanos; las instituciones que encabezan tienen un estatuto de independencia con respecto del poder Ejecutivo y muy escasa sujeción al Legislativo. Esos mismos funcionarios saben que no se ha hecho lo suficiente para prevenir una nueva gran crisis.
Las crisis son inmanentes al dinero y al crédito, es decir, al sistema financiero y eso hay que distinguirlo de las condiciones que propician una crisis de la magnitud de 2008. Los bancos comerciales han reforzado su capital y se dice que son más resistentes. Pero en esencia el crédito fluye de instituciones no bancarias, expuestas a grandes riesgos y poco susceptibles a la regulación.
Los inversionistas ponen su dinero en actividades crecientemente especulativas, una de sus expresiones es que Apple y Amazon tienen ya un valor de mercado por encima del billón de dólares (según medimos acá). Mientras tanto, se reacomodan los precios relativos, especialmente las tasas de interés, y con ello sube la inflación. La desigualdad económica ha crecido y no hay contención a la vista.
Martin Wolf, del Financial Times, hizo recientemente un comentario válido. Cuestiona el hecho de que la gestión de la crisis de 2008 por los bancos centrales y los ministerios de finanzas, principalmente en Estados Unidos, la Unión Europea y Japón y, desde ahí a todas partes, intentó y aún lo hace devolver a las economías a una situación de estabilidad precrisis.
Esto no es posible, sino que además no es legítimo, sobre todo porque las condiciones sociales: el mercado laboral y el inmobiliario, las pensiones, los sistemas de salud y el acceso a los recursos exigen hoy una visión y unas políticas que tienen poco que ver con la fragilidad gestada anteriormente en una ilusión de estabilidad macroeconómica y que se manifestó con la fuerte crisis de hace 10 años.

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