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lunes, 8 de enero de 2018

Cuba en el huracán


Guillermo ALmeyra

Según cifras oficiales Cuba logró obtener en 2017 –pese al desastre causado por el huracán Irma– un crecimiento de 1.6 por ciento de su producto interno bruto (PIB) que compensa parcialmente los resultados negativos de 2016 y que es alentador, aunque insuficiente, para el desarrollo de la economía, que necesita un crecimiento sostenido de 5 por ciento como mínimo.
Cuba tuvo también importantes logros en el tratamiento de los suelos frágiles y en la recuperación de los mismos mediante cultivos adecuados y diversificados, lo cual podría aportar a las mesas cubanas algunas frutas tropicales, como la malanga, casi desaparecidas con la crisis de la agricultura. Pero las principales cartas con que cuenta el país para su desarrollo son sus servicios sociales, que son salarios indirectos que sostienen el ingreso real de la población y que no se puede medir sólo con la relación salarios-dólar.
Uno de ellos es el servicio público de salud, cuya calidad ha permitido disminuir aún más el ya bajísimo ídice de mortalidad infantil y prolongar las expectativas de vida, y al garantizar un buen estado sanitario asegura también la posibilidad de aumentar la productividad. Cuba destina a este sector una proporción de su PIB tres veces superior a la de México, de acuerdo con información del Banco Mundial, que sólo le atribuye a Sanidad el 2.7 por ciento del producto, contra el promedio de 6.6 de la Organiación para la Coperación y el Desarrollo Económico (OCDE), organización a la que México tamién pertenece.
Otro sector fundamental es el de la educación, pues en éste la revolución cubana no sólo erradicó el analfabetismo al principio de la década de los años 60, sino que también desarrolló un sistema científico y de investigación de primer nivel que le permitió elaborar vacunas y medicamentos contra importantes enfermedades y ayudar a otras naciones hermanas enviándoles médicos y educadores. En contraste, Argentina o México que no sufren ni el bloqueo ni la amenaza de Estados Unidos (que obliga a Cuba a destinar a Defensa una parte excesivamente grande de su PIB) están recortando drásticamente sus respectivos servicios sanitarios y de educación, que consideran gastos y no inversiones y, para colmo, expropian los fondos de los jubilados.
En la educación cubana, sin embargo, hay una venenosa zona de sombra que genera antimarxistas y antisocialistas por decenas de millares, esconde y justifica las desigualdades sociales, traba fuertemente al pensamiento crítico y fomenta la cobardía y el cinismo.
La enseñanza de las ciencias sociales y la preparación teórica socialista en Cuba, en efecto, sufren gravemente la falta de balance sobre qué fue el estalinismo, qué eran esos países que, como la Unión Soviética, decían que había realizado el socialismo y no sólo se derrumbaron, sino que condujeron al poder un capitalismo mafioso, encabezado por los dirigentes del partido que mandaban a manicomios a sus críticos. O por generales-espías de la KGB, como Vladimir Putin, que desarrollan el nacionalismo expansivo de los zares y de Stalin, la represión brutal a todas las divergencias y diferencias políticas o sexuales y defienden los privilegios de los burócratas convertidos en magnates y de una Iglesia medieval y racista.
Como en la Unión Soviética, en Cuba oficialmente no existen clases (¡pero el Partido dice representar al proletariado que sólo puede existir como tal si existe también una clase explotadora!) Como en la URSS, Partido y Estado son una sóla cosa. Como en ese siniestro socialismo realizado que vacunó contra el socialismo a rusos, soviéticos de otras nacionalidades y trabajadores de los países de Europa oriental, se sigue difundiendo que la estatización de los medios de producción, un cambio en la propiedad, y no la socialización de los mismos, es la base del socialismo. Igualmente subsiste la transformación de los sindicatos y organizaciones de masas en simples instrumentos del poder estatal, se impide la capacidad de proponer, organizar y decidir de los trabajadores, se refuerza el papel de las direcciones de las empresas y el funcionamiento de éstas, según las imposiciones del mercado y, sobre todo, se combate como igualitarista la lucha por la igualdad –que es la base del socialismo– y, para colmo, se presenta como socialista el salario por piezas, desde siempre propio de capitalismo y combatido por los obreros porque lleva a ritmos de trabajo infernales.
Los eurocomunistas –y con ellos, el Partido Comunista cubano– decían que la Unión Soviética y los países del Pacto de Varsovia, Albania, Vietnam, China y Corea del Norte, eran socialistas, pero no tenían democracia y que ellos, en cambio, querían un socialismo democrático. Como si el estalinismo no hubiese triunfado mediante la utilización de decenas de millones de trabajadores esclavos de los goulags y como si pudiesen existir dos tipos diferentes de socialismo y pudiera haber un socialismo sin democracia.
El ocultamiento de las clases y la justificación de los atentados contra la democracia sirven para esconder el crecimiento, el enriquecimiento y los privilegios salariales o mediante la provisión de viviendas, consumos, servicios especiales de la casta-clase burocrática es decir, la transformación en clase de una casta que vive ya como si fuese una clase, con valores y mentalidades capitalistas.
En el Partido Comunista cubano se desarrolla ese enemigo interior del curso socialista de la Revolución de 1959 que no fue socialista, sino democrático-antimperialista. Allí convive una gran cantidad de candidatos a Yieltsin o a Putin junto a socialistas sinceros que aún pueden reaccionar. La condición fundamental para corresponder a la capacidad y cultura del pueblo cubano y evitar la recolonización de Cuba, consiste en imponer en el partido plena democracia, derecho a la discusión, regenerar la prensa cubana, editar y difundir los materiales de las víctimas de Stalin, destapar valientemente el pasado y recuperar la marcha hacia la igualdad socialista.

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