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lunes, 22 de enero de 2018

La gota que derramó el vaso: 10 evidencias de racismo


Jorge Durand

Con certeza podemos decir que Donald Trump es un ególatra, vanidoso, narcisista, imprudente, precipitado, intolerante, sectario, intransigente y demás epítetos.
¿Podemos decir que es racista?
Para calificar de racista a una persona, se requiere mucho más. No se trata de un rasgo del carácter o de la personalidad. Es una actitud que se relaciona con la xenofobia, con el miedo, rechazo u odio al extranjero, al que es diferente. Y cuando este talante se expresa con manifestaciones de rechazo, discriminación, agresión y desprecio a otras personas o comunidades, por ser de raza diferente, podemos hablar de racismo.
Hace ya muchos años me llamaba la atención que cuando le preguntaba a los migrantes si se habían sentido discriminados en Estados Unidos, invariablemente me respondían que no. Hasta que una vez me explicaron, ellos mismos, que el sentimiento y reconocimiento de ser discriminados está íntimamente relacionado con la comprensión, con el conocimiento del idioma. Esta persona vivió muchos años en Estados Unidos y por más que lo agredían, insultaban y se burlaban de él, propiamente no entendía en toda su dimensión lo que sucedía. Simplemente hacía oídos sordos. Obviamente se daba cuenta de que le gritaban o que estaban molestos con él o su trabajo. Pero no pasaba de ahí. Lo atribuía al mal genio del jefe o a que hizo mal su labor.
El racismo se expresa con el lenguaje. De ahí que sea tan relevante que se haya denunciado públicamente, al presidente de Estados Unidos por referirse a los migrantes que provienen de países de origen africano o centroamericano como lugares de mierda, shihole countries. Este exabrupto se dio cuando se negociaba el fin de las lotería de visas a cambio de que se les otorgara el permiso de residencia a migrantes de El Salvador y Haití que tenían un estatus migratorio temporalmente protegido (TPS).
La denuncia la hizo el senador demócrata Dick Durbin, al salir de la reunión con Trump cuando se negociaba el tema migratorio y fue corroborada por el senador republicano Lindsey Graham. Al mismo tiempo otros dos senadores republicanos dijeron que no habían escuchado tal expresión, aunque sí se utilizó un lenguaje rudo en la reunión. Luego Trump afirmó que no era cierto, que no había dicho nada derogatorio en contra de los haitianos y que el no era racista, que era una falsa acusación de los demócratas.
Las imputaciones de racismo en contra del inquilino de la Casa Blanca son tan numerosas y variadas como las de acoso y misoginia. No obstante, siempre se mueve al filo de la navaja y no pasa nada. Lo dijo hace tiempo de manera premonitoria, al empezar las primarias: podría salir a la Quinta Avenida y disparar a la gente y no perdería votos.
Pero las evidencias se acumulan una tras otra.
Durante la campaña se le acusó que en otros tiempos había dado órdenes a sus subordinados para que no aceptaran a inquilinos negros en sus edificios. Lo que ciertamente resultaba discriminatorio por motivos raciales. Obviamente negó tal episodio.
Al empezar su campaña política por la nominación, acusó a México y migrantes mexicanos de ser criminales, violadores y traficantes de drogas. Muchos analistas consideraron que había un trasfondo racista en sus declaraciones.
A los pocos días de ser presidente Donald Trump emitió un orden ejecutiva negando la entrada a inmigrantes y viajeros de varios países musulmanes. Los jueces determinaron, en una primera instancia, que la orden tenía visos de discriminación racial y religiosa y como prueba se presentaros discursos y twitts del propio Trump.
Posteriormente, el 12 de agosto, en una manifestación ultraderechista, de claros tintes racistas y fascistas, en Charlottesville, Virginia, se negó a criticar y denunciar el incidente de racista y supremacista, a pesar de que murió una manifestante opositora arrollada por un coche de manera intencional.
Unos días después, el 25 de agosto, indultó al sheriff de Arizona, Joe Arpaio, que había sido acusado de discriminación racial cuando realizaba detenciones de migrantes e impulsaba a sus subordinados a actuar de esa manera. La Casa Blanca calificó a Arpaio de patriota y funcionario ejemplar.
Luego se afirma, según el New York Times, que en una reunión Trump dijo,al referirse a la presión de migrantes en busca de refugio, que todos los haitianos tienen sida y que los migrantes nigerianos volverían a sus chozas. La Casa Blanca desmintió que se haya usado esos términos (diciembre de 2017).
Finalmente, al dar una conferencia de prensa sugirió que debía promoverse la llegada de inmigrantes de Noruega, en obvia referencia a las políticas migratorias de corte racista del pasado, que pretende restaurar. Aunque muy posiblemente los noruegos, que viven en uno de los países más ricos del planeta y con la mayor cobertura de seguridad social, no tienen la menor intención de ir a Estados Unidos a contratar y pagar por seguros privados.
Todo esto puede resultar circunstancial o discutible. De ahí la relevancia de que se haya referido de manera despectiva a Haití y El Salvador como países de mierda. Obviamente él lo niega, la oficina de prensa de la Casa Blanca lo rechaza y dos senadores salieron en su defensa.
Muy pocos funcionarios y congresistas han tenido la valentía de denunciarlo y mucho menos de renunciar. La excepción fue el embajador de Estados Unidos en Panamá, John Feeley, quien afirmó que no se sentía cómodo al representar a su país con un presidente como Donald Trump. Al parecer fue la gota que derramó el vaso, pero su red de complicidades lo protege y lo blinda, no le entran balas; ya habrá tiempo para pasarles la factura.

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