IPS
A 34 años de la 
recuperación democrática, la Justicia de Argentina tiene más de 500 
causas en trámite por violaciones de derechos humanos cometidas durante 
la última dictadura militar (1976-1983). La elevada cifra habla de la 
vigencia del proceso de verdad y justicia, pero también de las demoras 
que oscurecen el escenario.
Desde que en 2003 se retomaron las 
investigaciones judiciales, se dictaron 200 sentencias, de las cuales 
solo 60 están firmes, mientras que 140 se encuentran en distintas 
instancias de revisión.
Así lo reveló un informe de la 
Procuraduría de Crímenes contra la Humanidad, actualizado a diciembre de
 2017, que detalla que hay 856 personas condenadas y 110 absueltas.
Al
 mismo tiempo, hay otras 393 causas en trámite y la pauta de las demoras
 está dada porque 247 de ellas todavía están en instrucción, la etapa 
inicial del proceso judicial, que precede al juicio oral y público, en 
el que se determina la condena o absolución de los acusados.
“Los
 juicios por los crímenes de la dictadura en Argentina han sido un 
ejemplo para toda la humanidad, porque no hubo otro caso así en el 
mundo. Y es muy positivo que el Estado esté transmitiendo hoy el mensaje
 de que los juicios siguen”, destacó Santiago Cantón, ex secretario 
ejecutivo de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), en 
diálogo con IPS.
“Sin embargo, las demoras son graves, porque 
estamos hablando de acusados que en la mayoría de los casos tienen más 
de 80 años”, puntualizó Cantón, actualmente secretario de Derechos 
Humanos de la provincia de Buenos Aires, la más extensa y poblada del 
país.
“Que los juicios terminen es importante para todos: para 
que los acusados no se mueran con un manto de duda sobre ellos y para 
que las víctimas y toda la sociedad tengan justicia”, agregó
La 
última dictadura argentina fue responsable de un plan criminal que 
incluyó la instalación de cientos de centros clandestinos de detención, 
tortura y exterminio en todo el país. Organismos de derechos humanos 
señalan que son 30.000 las personas desaparecidas y muertas por la 
represión ilegal.
Luego de la recuperación democrática, el 
presidente Raúl Alfonsín (1983-1989) promovió la investigación y el 
castigo de los crímenes. El punto culminante fue el célebre Juicio a las
 Juntas Militares, que tuvo como acusados a nueve altos jefes de las 
Fuerzas Armadas.
Así, en 1985, el exgeneral Jorge Videla y el 
exalmirante Emilio Massera, hombres fuertes de la primera etapa de la 
dictadura, la más brutal de la represión, fueron condenados a prisión 
perpetua.
Sin embargo, bajo presión militar, en 1986 y 1987, el 
Congreso Nacional dictó las llamadas leyes de Punto Final y Obediencia 
Debida, que restringieron fuertemente las posibilidades de investigación
 y condena. El círculo fue cerrado por el presidente Carlos Menem 
(1989-1999), quien en 1990 indultó a Videla, Massera y al resto de los 
jefes militares presos.
Solo en 2001, un juez de primera 
instancia declaró inválidas las dos leyes exculpatorias, con el 
argumento de que los de la dictadura fueron crímenes contra la humanidad
 y por lo tanto no pueden ser objeto de amnistías.
Esa decisión 
marcó un cambio de época, reafirmada en septiembre de 2003, cuando el 
Congreso, a instancias del presidente Néstor Kirchner (2003-2007), 
declaró nulas las leyes de Obediencia Debida y Punto Final.
A 
partir de allí se retomaron las investigaciones judiciales y se removió 
el último obstáculo en 2005, cuando la Corte Suprema de Justicia se 
pronunció por la imprescriptibilidad de los crímenes contra la humanidad
 y por la imposibilidad de perdonarlos.
“Es muy importante que 
desde 2003 hasta hoy se hayan hecho 200 juicios, gracias al esfuerzo y 
el compromiso de víctimas y familiares”, consideró Luz Palmás Zaldúa, 
abogada del Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS), la 
organización que promovió la primera declaración de inconstitucionalidad
 de las leyes de amnistía, en 2001.
Palmás Zaldúa destaca algunos
 juicios en particular, como el del Plan Cóndor, que finalizó en 2016 
con 15 condenados, “en el que se probó que existió un plan de represión 
política entre distintas dictaduras del Cono Sur”.
También 
valoriza especialmente el de los hechos ocurridos en la Escuela de 
Mecánica de la Armada (ESMA), el centro clandestino emblemático de la 
dictadura, finalizado en noviembre pasado con 29 condenados a cadena 
perpetua.
“Allí se probaron los llamados vuelos de la muerte, en 
los que fueron arrojadas al río, por ejemplo, las fundadoras de las 
Madres de Plaza de Mayo”, dijo Palmás Zaldúa a IPS.
La abogada, 
de todas formas, advierte que el proceso de justicia y memoria 
“atraviesa diversas dificultades, que son responsabilidad de los tres 
poderes del Estado”.
El CELS fue uno de los 13 organismos de 
derechos humanos argentinos que en octubre de 2017 denunciaron, en una 
audiencia ante la CIDH realizada en Montevideo, que el gobierno 
argentino debilitó o desmanteló dependencias oficiales dedicadas al 
relevamiento de documentos de la dictadura, con el fin de aportar 
pruebas a la Justicia.
También dijeron que el Congreso no puso en 
funcionamiento la comisión bicameral que debe investigar las 
complicidades económicas con la dictadura, creada por ley en noviembre 
de 2015.
Para el sociólogo e investigador Daniel Feierstein, 
desde que Mauricio Macri asumió la Presidencia, en diciembre 2015, “se 
constata con preocupación el desmembramiento o recorte de áreas de 
investigación y el vaciamiento de fiscalías dedicadas a estas causas”, 
según dijo a IPS.
Además, “pareciera haberse creado un nuevo 
clima judicial que ha llevado a muchos tribunales a otorgar con 
facilidad prisiones domiciliarias a los genocidas, ha aumentado 
significativamente el número de absoluciones y se han rechazado 
prisiones preventivas en un contexto donde las mismas se incrementan 
para delitos de menor gravedad”, agregó Feierstein.
“Se trata 
entonces de un panorama contradictorio, con un proceso que parece 
continuar pero en condiciones cambiantes, que generan fuertes niveles de
 incerteza”, alertó.
El informe de la Procuraduría, que pertenece
 al Ministerio Público Fiscal de la Nación, precisa que desde que 
reanudaron las causas en 2003 hubo 2.979 imputados, de los cuales 1.038 
están detenidos, 1.305 libres, 37 prófugos y 599 fallecidos, de estos 
100 con sentencia y 499, antes de ella.
Un dato significativo es 
que más de la mitad de los presos (549) gozan del beneficio de arresto 
domiciliario, lo que en algunos casos ha despertado un fuerte repudio 
social.
“Aunque se vayan a la casa, quedan condenados por la 
historia, por la sociedad y en algunos casos hasta por sus propias 
familias”, subrayó Norma Ríos, dirigente de la Asamblea Permanente por 
los Derechos Humanos (APDH), en diálogo con IPS.
“Hace algunos 
años, nunca hubiéramos imaginado todo esto. Y tal vez lo más importante 
es que ya está largamente demostrado que no mentimos cuando denunciamos 
los crímenes de la dictadura”, agregó.

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