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sábado, 6 de diciembre de 2014

Podemos y la experiencia latinoamericana


Matriz del Sur

La consolidación de Podemos como opción de gobierno en el Estado español es motivo de esperanza. Sin embargo su raudo camino de ascenso al poder está develando de manera igualmente rápida los límites transformadores que dicha alternativa supone. En ­este sentido, son cada vez más notorios los paralelismos entre los llamados gobiernos ‘progresistas’ latinoamericanos y el posible devenir de ­esta experiencia política española.

Tan esperanzador resultó el agitado inicio político del presente siglo en América Latina, donde una amplia gama de movimientos sociales alternativos cuestionaron el sistema político-económico entonces imperante, como ver una década después en el Estado español a miles de ciudadanos conformar asambleas y acampadas, cuestionando –mediante un proceso de repolitización y una explosión de participación ciudadana– la corrupta y socialmente ineficaz política de la casta. En ambos casos, los modelos asamblearios y la toma de decisiones de manera horizontal supusieron en la práctica una nueva forma de entender y hacer la política. Una acción colectiva contra la ausencia de reflexión de las mayorías, algo que es indispensable para cualquier proceso de cambio real hoy.

Resultan incuestionables los avan­ces alcanzados en la última década en América Latina. Países con gobiernos de perfil progresista han reducido sustancialmente sus indicadores de pobreza y desigualdad, modernizando sus infraestructuras y el aparato del Estado. Han articulado constituciones de carácter posneoliberal que abrieron paraguas normativos por los cuales se reconfiguró un modelo de Estado protector con notables semejanzas con el viejo welfare fordista. El mismo modelo que se caracterizó en Europa por institucionalizar los conflictos de clase bajo el control del Estado, convirtiendo a las organizaciones de trabajadores en herramientas de cogestión empresarial y anulando así su rol como sujetos de cambio.

El modelo posneoliberal ha permi­tido a estos Esta­dos recuperar su rol como reguladores y organizadores de la sociedad, reeditando viejos programas de cobertura social, mayor acceso al sistema educativo y sanitario, así como el fomento del consumo interno a través del incremento de la capacidad adquisitiva de sus ciudadanos. Para alcanzar tales logros estos países se han visto coyunturalmente beneficiados –por su lugar en la distribución internacional del trabajo– de los precios internacionales de las commodities, lo que permitió mayores ingresos y crecimiento económico nacional. En este sentido, el neodesarrollismo ha emergido como una opción cada vez más atractiva para ciudadanos y élites, combinando un énfasis en la dimensión económica de la gestión estatal con una orientación estatalista, nacionalista y proclive a cierta redistribución, aunque su visión a largo plazo y sobre la sostenibilidad ambiental carezca de claridad. El desconocimiento del segundo principio de la termodinámica hace que, ingenuamente, los economistas neokeynesianos obvien que el crecimiento económico en el mundo actual no podrá continuar por tiempo indefinido. El neodesarrollismo ha emergido como una opción cada vez más atractiva para ciudadanos y élites

La incapacidad de las masas

Por otro lado, la visión de la democracia radical y la retórica del poder popular en estos gobiernos se articula en torno a la tesis de la incapacidad autónoma de las masas, razón por la cual éstas necesitan de un liderazgo fuerte que articule la construcción de identidades populares. Dicha tesis es el punto de partida del proceso de defunción de cualquier posibilidad de interpretar la política ­moderna de un modo diferente, convirtiéndose en el eje ‘enterrador’ de los procesos de cuestionamiento a las estructuras jerárquicas que se establecen desde el Estado weberiano y desde el poder en sí mismo. Pro­cesos de cuestionamiento que, por cierto, se habían articulado a través de las luchas y resistencias populares que generaron las condiciones políticas para que los actuales gobiernos ‘progresistas’ llegasen al poder.

Es desde este conjunto de perspectivas que, al igual que la vieja socialdemocracia europea, el neopopulismo latinoamericano entiende la necesidad de conciliar el movimiento popular con el mantenimiento del capitalismo, generando una supuesta participación social en aras de la legitimación del sistema. Se trata entonces de equilibrar “dos políticas” en principio antagónicas en la búsqueda de un sujeto popular disociado de las contradicciones de clase, pretendiendo superar a su vez la cada vez mayor desconfianza de las multitudes hacia el modelo de democracia representativa. Esta perspectiva lleva a los gobiernos al cuestionamiento de la emancipación como práctica efectiva de resistencia y creación cooperativa, reconduciendo su identidad política al posibilismo pragmático y la concertación nacional.

En resumen, el Estado vuelve a ­adquirir su tendencia más conservadora, pues aun cambiando de banderas, se muestra incapaz de transformar el modelo porque es incapaz de imaginarse como Estado al margen de dicho modelo.

Articular Podemos en una forma cada vez más convencional de partido, donde sus círculos van perdiendo cada vez más competencias tanto práctica como normativamente; apostar por una estrategia donde la empatía entre líder y masa se establece como mecanismo articulador de la confianza política; la elaboración de programas basados en la sapiencia técnica y la desvinculación de la ciudadanía como sujetos activos en su proyecto de construcción; el creer que a través de estrategias inmediatas de “asalto a los cielos” se hace posible la transformación política del modelo socioeconómico imperante... son otros tantos jalones que posiblemente signifiquen un distanciamiento a la postre entre los movimientos sociales más alternativos e innovadores y la organización política que pretende plasmar electoralmente las esperanzas de un cambio de ciclo político.

Difícilmente se puede asociar el keynesianismo o la socialdemocracia con la justicia social, dado que la aplicación de dichas políticas no transforma los modelos de acumulación capitalista basados en la obtención de plusvalía. Ni cuestiona el concepto de desarrollo basado en el crecimiento económico, habiendo sido dicho modelo apenas un punto de reencuentro entre las estrategias aplicadas por el capital –fordismo– y el Estado para superar puntualmente alguna de sus cíclicas crisis sistémicas.

Cabría recordar al viejo Albert Einstein cuando dijo aquello de que “la locura es seguir haciendo lo mismo y esperar resultados diferentes”.

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