Por Javier Rodríguez * Asunción
 (PL) El diálogo que acaba de fracasar entre el gobierno paraguayo y las
 centrales sindicales, las cuales llevaron adelante la huelga general 
del pasado 26 de marzo es, como se dice en estos casos, un desenlace 
anunciado. 
Otros Especiales: 
Hay que empezar por recordar la paralización nacional desarrollada por 
los sectores obreros y campesinos del país guaraní en aquella ocasión, 
la cual mostró, evidentemente, una revitalización de las acciones 
unitarias de los sectores sociales frente a la política económica y 
social del Ejecutivo.
   Otra cosa no puede decirse si se analizan 
cuáles fueron las demandas fundamentales que permitieron obtener un 
triunfo popular en aquella medida de fuerza y encendieron, para el 
gobierno de Horacio Cartes, un botón de alarma y le hizo pensar 
inmediatamente en buscar alguna negociación.
   Por primera vez en 
mucho tiempo se unieron en las calles y ciudades del país, confluyendo 
finalmente en una poderosa demostración en Asunción, las seis grandes 
centrales sindicales paraguayas, la importante Federación Nacional 
Campesina, las organizaciones indígenas y otros sectores.
   Pero 
más importante que esa coincidencia en la acción resultó, en la 
demostración de marzo, el respaldo unitario a las consignas principales y
 a las demandas presentadas al gobierno.
   Entre ellas se destacó,
 en primer lugar, el reclamo de la derogación de la Ley de Alianza 
Público-Privada, aprobada por el Congreso y promulgada por el presidente
 de la República, pero considerada por la mayor parte de los 
representantes de la sociedad como privatizadora y contraria a la 
imprescindible defensa de la soberanía nacional.
   La legislación,
 impulsada directamente por Cartes, quien hizo presión sobre los 
congresistas para lograr su rápida aprobación, pone a disposición de los
 grandes intereses nacionales y extranjeros, éstos últimos 
preferentemente, 16 grandes sectores de la economía y los servicios.
  
 Por disposición exclusiva del Poder Ejecutivo, sin control por el 
Congreso, se podrán concesionar y eventualmente privatizar esos sectores
 sensibles, incluso con mayoría accionaria para los capitales foráneos.
  
 Entre los que se consideran en peligro por los trabajadores se cuentan 
los aeropuertos internacionales, hidrovías, dragado de ríos y 
mantenimiento de su navegabilidad y la construcción, rehabilitación y 
mantenimiento de rutas y autopistas nacionales, incluso para su 
posterior explotación.
   Incluye construcción, extensión y 
operación del servicio de líneas ferroviarias, generación, transmisión, 
distribución y comercialización de energía eléctrica, infraestructura 
vial de Asunción y área metropolitana y lo referente a hospitales, 
unidades educativas, penitenciarías, acueductos, poliductos, oleoductos y
 gasoductos.
   Para completar el paquete, que se ha ido ofertando 
hace meses por los altos funcionarios del gobierno en una ofensiva 
calzada con viajes al exterior, están los servicios de 
telecomunicaciones, producción y comercialización de cemento, 
producción, refinación y comercialización de hidrocarburos, combustibles
 y lubricantes.
   Junto al nunca atendido planteamiento de 
derogación de dicha ley, los sindicatos tropezaron con la negativa 
oficial al aumento en 25 por ciento del salario mínimo, sólo 
incrementado en 10 por ciento en definitiva, y el equivalente a oídos 
sordos en cuanto al cese de los desalojos campesinos y de la 
criminalización de la lucha social en todas sus formas.
   La 
transformación de jubilación docente para lograr un aumento en ella a 
los de la tercera edad, y la abstención a descontar de los salarios de 
los maestros los días de huelga, tampoco fueron aceptados aplicándose 
rígidamente la ley vigente.
   Varios de los participantes en la 
huelga de marzo se negaron a asistir a las conversaciones propuestas por
 el gobierno advirtiendo se trataba sólo de ganar tiempo por parte del 
Ejecutivo y de desmovilizar el movimiento unitario logrado durante la 
medida de fuerza.
   Ellos fueron, fundamentalmente, la Federaci�n
 Nacional Campesina, la Central Corriente Sindical Clasista, la 
Organización de los Trabajadores de la Educación y otros.
   Sin 
embargo, las centrales sindicales restantes decidieron dar la 
oportunidad a la contraparte de mostrar su buena voluntad acudiendo a 
las conversaciones que, por parte del gobierno, fueron encabezadas por 
el vicepresidente de la República, Juan Afara.
   Inicialmente, aún
 sin mucho acuerdo por la parte sindical, se dividieron las tratativas 
en una serie de comisiones que analizarían la temática por sector para 
emitir conjuntamente con los delegados de los ministerios 
correspondientes una propuesta final.
   Más de tres meses después,
 tras numerosas exhortaciones públicas a acelerar la toma de decisiones y
 presentar resultados a la masa sindical y campesina, los delegados 
obreros decidieron abandonar las conversaciones y convocar a un Congreso
 Unitario para el 8 de agosto, ya con el fín de evaluar las condiciones 
con vistas a llevar adelante un nuevo paro nacional.
   Para el 
gobierno representa ver ante sus ojos un panorama difícil, ya complicado
 por la tragedia de los desbordes de los principales ríos y las 
afectaciones, que significa más de un cuarto de millón de damnificados 
existentes.
   A eso se une que, hasta ahora, resultaron muy pocos 
los capitales dispuestos a participar en las inversiones esperadas y 
sólo el futuro dirá si esa situación cambia.
   Mientras tanto, 
trabajadores, campesinos e indígenas se aprestan a librar otra gran 
movilización de apoyo a sus demandas, ahora rechazadas en la mesa de 
negociaciones.
   *Corresponsal de Prensa Latina en Paraguay. arb/jrr | 
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