Somos un Colectivo que produce programas en español en CFRU 93.3 FM, radio de la Universidad de Guelph en Ontario, Canadá, comprometidos con la difusión de nuestras culturas, la situación social y política de nuestros pueblos y la defensa de los Derechos Humanos.

sábado, 21 de noviembre de 2009

ALEPH “Amores” que matan"


ALEPH
Carolina Escobar Sarti

El fragmento de una conocida canción de esas que se cantan a voz en cuello en cualquier celebración dice así:“Amigo voy a darte un buen consejo/ si quieres disfrutar de sus placeres/ consigue una pistola si es que quieres/ o cómprate una daga si prefieres/ y vuélvete asesino de mujeres./ Mátalas/ con una sobredosis de ternura/ asfíxialas con besos y dulzuras/ contágialas de todas tus locuras”.

En el imaginario social de Guatemala, esa canción no pasa de ser un texto inocente en la voz de un lindo macho mexicano, y yo una mujer exagerada por usarla para introducir el tema de violencia contra las mujeres. Sin embargo, creo que en lo cotidiano se reproducen formas de opresión contra las mujeres de las que ni cuenta nos damos; cuando cantamos canciones como esa y decimos cosas como “saber qué hizo ella para merecerlo” o “ella está allí porque quiere”, mandamos claras señales de cómo nos relacionamos con un sistema que culpabiliza a las mismas mujeres por la violencia ejercida en su contra, mientras exime a los hombres, a la sociedad y al Estado de su responsabilidad en este problema.

La violencia contra las mujeres toma muchas formas, desde un grito hasta el sometimiento a la pobreza, pasando por amenazarlas, discriminarlas, mantenerlas lejos de las oportunidades de desarrollo, impedirles buscar la propia autonomía, privarlas de decidir sobre su cuerpo o descalificarlas sistemáticamente. Una de sus formas más extremas es la violación, y la peor, el asesinato. Pero, ¿por qué hacemos tanta bulla por los asesinatos de mujeres en Guatemala, si matan a más hombres?

Dos cosas son diferentes en los asesinatos de mujeres respecto de los que se cometen contra hombres: la primera es que, en un alto porcentaje, son asesinadas por los hombres que “las quieren” o son cercanos a ellas; la segunda, es que la saña con que generalmente las matan o las torturan previamente, es innombrable. Si mueren en mayor o menor número que los hombres no es la cuestión; lo que preocupa, es quién las asesina, por qué, cómo son asesinadas, a qué se debe que este fenómeno vaya en aumento, si algo tienen que ver en esto las relaciones de poder entre hombres y mujeres, y para qué le sirve al Estado mantener esos crímenes en la impunidad.

Contamos con estudios muy serios como el de Violencia feminicida en México y Guatemala de la Unamg y Cesem, con esfuerzos importantes de mujeres y grupos organizados de mujeres, con marcos legales nacionales e internacionales de lujo, y con campañas de sensibilización de gran impacto como la de Únete que lanza ahora las Naciones Unidas, pero en América Latina y El Caribe, 54.5 por ciento de las mujeres ha sufrido de violencia intrafamiliar o sexual alguna vez en su vida (Fries, 2009). Una de cada dos mujeres es una cifra que asusta. ¿Por qué será que entre más presencia tenemos las mujeres en el ámbito público, más nos agreden o nos matan?

En los cuerpos de las mujeres oprimidas, violadas o asesinadas se escribe una visión de mundo que se preserva desde los hombres que hacen pactos de silencio entre ellos para mantener este estado de las cosas. Los cadáveres de las mujeres asesinadas tienen mensajes en el cuerpo, porque el cuerpo es un territorio narrativo, pero parece que ni el Estado ni la sociedad tienen oídos para escuchar.

cescobrasarti@gmail.com

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