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miércoles, 18 de marzo de 2009

Los nuevos indios


Si la historia es el proceso del rescate de la alienación, entonces los nuevos indios rescatan parte de la alienación social mediante su praxis radical, enteramente distinta a la conocida.

Eduardo Rosenszvaig SUTEBA- Argentina Hoy 20:42 13 lecturas
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-->Se cruzan por el desiertocomo un animal feroz;dan cada alarido atrozque hace erizar los cabellos;parece que a todos elloslos ha maldecido Dios.(José Hernández: La vuelta de Martín Fierro, 1879, sobre el indio).
1. Expediciones y malonesEn su fase de maduración/descomposición, el capitalismo liberalicida en Latinoamérica hace de los viejos, «basura»; de los jóvenes, «indios». Para ambos produce un Estatuto del exterminio. Caso paradigmático de hecatombe de este prototipo social de desigualdad y económico de vaciamiento, es el argentino. Los ancianos lucharon contra el Estatuto durante los 80 y 90 y ya no pudieron más. Los jóvenes, convertidos en «nuevos indios», están atacando las ciudades tardocoloniales, como los viejos indios lo hacían en autodefensa con las ciudades coloniales. Los nuevos indios derriban al Presidente De la Rúa en diciembre del año de la odisea espacial de Kubrik. Cubren las plazas, saquean los hipermercados, dejan treinta muertos en el asfalto. Golpean con cacerolas las puertas de los Bancos aunque no tengan depositados un solo dólar. Simplemente ayudan a los ahorristas. Los Bancos cambiaron la estética de su arquitectura en unos días, poniendo persianas metálicas en bruto, allí donde mostraban antes luces y colores en la fachada. Los jóvenes indios cubren las plazas, queman, toman las rutas, advirtiendo a las clases medias que el modelo hace, en su versión extrema, lo que éste acusaba al socialismo que haría: la expropiación de la propiedad privada. No para el caso como reparto entre las mayorías más pobres, sino para reconcentrarse en las minorías hipérricas y corporaciones. Al Estado le corresponde el trabajo «sucio» de la expropiación que lleva el nombre hiperbólico de «corralito».
En unos pocos días fue desaparecida una gran parte de la clase media.En las llamadas Campañas al Desierto de finales del siglo del vapor en Argentina, se mataba al indio para desocupar la tierra. El «desierto» -denotación de la nada-, era la metáfora literaria con que el capitalismo argentino nomenclaba a territorios donde habitaba el indio: Patagonia, bosques del Gran Chaco, Pampa humedecida por los ríos. Si era un desierto es que la vida no existía. Luego el indio resultaría menos que un animal (que sí tiene vida). A resultas de matar a lo sin vida (la arena es el indio), se ocupaba la tierra con latifundios, así que en el acto dejaba de etiquetarse «desierto» al espacio que publicísticamente pasaba a llamarse «granero del mundo».Un siglo después, a finales del XX, se inician las nuevas Campañas al Desierto, con otro Estatuto del exterminio. Se mata a los jóvenes para desocupar el «gasto social». Pero no se previó que los indios del siglo XXI pasaran a «malones» y estén atacando.
El «gatillo fácil» policial, que vino a reemplazar a los rifles de repetición de 1880, tampoco puede acabar con tantos nuevos indios, es decir con un universo fuera de la producción, de la cultura, de la salud. La literatura de la generación del 80 llamó malón (de «malo») a las embestidas guerrilleras y bandidescas de los indios sobre las ciudades, en respuesta a los ataques militares blancos. Estos, a un tiempo, se denominaban «expediciones», en alusión literaria a una investigación geográfica, botánica y etnográfica.2. Padres e hijosNo hay bibliografía para consultar lo que está ocurriendo. Fue Rubén Darío quien acuñó la metáfora «juventud divino tesoro». El capitalismo amaba a la juventud. Era la fuerza de trabajo briosa, sana, con la cual sus fábricas se hacían grandes. A inicios del siglo XXI que promete ser el más radical en la biotecnología, cambiado el modo de producir, de vaciar regiones enteras en unos días por la velocidad de traslado de capitales, la juventud forma parte de una indigenización espectacular en la mirada reconquistadora.
En los años 60 la juventud latinoamericana pareció salirse de los dos predicados contrapuestos que señalara Umberto Eco -apocalípticos e integrados-, impugnado el curso de la realidad. Pacifismo hippie y guerrillas urbanas. Salidas del mundo. Ruralidad ecológica y bombardeo a la ciudad emblemática del sistema.En los 90 se inicia algo que llamaré la integración apocalíptica. Es tal vez la propuesta más inusitada del modelo: no ya salir del consumo, sino consumir hasta matarse. El Estatuto para la sociedad que sobra. No hay cómo insertar a la juventud en la producción, pero se requiere de ella una pasión fresca, desbordante por el consumo. Que haga lo imposible por consumir y luego se mate. Esa debería ser la forma posmoderna de su rebeldía, iconografiada en el grupo de rock Beavis and the Bud Head, pasado a dibujos animados y a remeras. Bud Head, traducción de cabeza mala, podrida, retorcida y sucia.
No suciedad exterior que las buenas familias achacaron en los 60 a los hippies, sino programa de la suciedad en las cabezas para jóvenes sin lugar en el prototipo. Silueta psicológica e intelectual de un dúo juvenil integrado profundamente, hasta abajo en el mercado para pobres, hasta tocar la barbarie. Ven toda la televisión, se toman todas las latitas de gaseosas, se ríen de la idiota naturaleza, jamás leen algo, abominan de cualquier acto solidario, odiosos, lentos, perversos, ignorantes, pendencieros, pero finalmente inocentes. Un neofascismo larvado en gags. Estar dentro pero en el fondo de la cuba. Allí donde precipitan las materias sólidas desechables. En el fondo de la vasija consumirse toda la basura: bolsas de papas fritas, vino envenenado, aceite envenenado, pizza envenenada, drogas impuras, un balazo de rebote. La juventud como gasto, es decir, como impacto negativo en la eficiencia. Beavis se vio en todos los canales latinoamericanos. Otra versión del Street Figther, es decir, videogames de blancos pateando mestizos (indios) en los barrios bajos. Para salvarse hay que sumar puntos blancos: estar junto a los ricos para escapar a la «solución final».
Es sabido que a las variantes exterminadoras de integración apocalíptica, neofascismo tecnológico digitalizado, visión desantropologizada del mundo como espectáculo (barrido del actor juvenil por la entronización del espectador juvenil) se agrega el sida (pandemia sobre la juventud pobre).Por primera vez ocurre que no se puede cumplir con la deuda generacional: pagar a nuestros hijos, lo que recibimos de nuestros padres. Las nuevas generaciones de la debacle son generaciones de una guerra. Finalmente el capitalismo neoliberal es ante todo eso, una guerra. Chicos y jóvenes asisten a escuelas intrínsecamente «bombardeadas». Por primera vez la ocurrencia, en Argentina, que los padres transmiten a sus hijos la certidumbre de un retroceso respecto al nivel de vida y cultura que ellos tuvieron. Y por primera vez también, los padres arrastran a sus hijos a las manifestaciones, barriendo el largo miedo conservador del «vos no te metás que es peligroso».
Son esencialmente por ello, manifestaciones contra la guerra, por una suerte de paz económico-social.Los «cacerolazos» en las plazas transmiten desde padres e hijos, prácticas sociales de dignidad, de indignación frente a la prepotencia y la corrupción que toda guerra supone en cuanto se crean mecanismos ideológicos y tecnológicos para eliminar la vida humana. La cacerola, como instrumento de trabajo femenino, se generaliza a los géneros. En otra etapa, es la continuación de los pañuelos de las Madres de Plaza de Mayo. El sonido de una reivindicación. Madres y Padres que no quieren una vida en guerra para sus hijos.El sistema de enriquecimiento desmesurado de unos pocos a cambio del exterminio de futuro para los jóvenes (por eso mismo convertidos en «nuevos indios»), se instaló con el consenso de los padres. Claro que para que esta aberración sucediese, se convenció a los padres que «su» hijo se salvaría entrando al mundo de los ricos de un país «eficiente, moderno, globalizado».
Incluso se les participó a los padres que si ellos mismos se quedaban sin trabajo en el contexto de las privatizaciones, ganarían en indemnizaciones más hijos entrando al país moderno. Las indemnizaciones fueron expropiadas por el paro sin retorno y, como broche, el llamado «corralito» por el cual la banca se queda con los ahorros de los pobres y clases medias, para saldar el rojo provocado por la fuga anticipada de los ahorros de ricos, políticos y corporaciones.
3. El Fondo Monetario de IndiasEn un reportaje a un matutino de Buenos Aires, la canadiense líder antiglobalización expresaba que, habiendo sido la Argentina por décadas el alumno obediente, era miserablemente abandonado por sus profesores del Fondo Monetario Internacional. Y no debería estar rogando por préstamos, sino exigiendo una indemnización (Página 12, 17/03/02). Pero en realidad, durante casi tres décadas el organismo no funcionó como docente sino próximo al Consejo de Indias que el imperio español inventara para el control y explotación de sus colonias americanas. No fue un docente sino un Consejo de expoliación. Para lograrlo, había que desarmar el gran aparato productivo nacional, sus millares de pequeñas y medianas empresas, sus corporaciones públicas, transformando la psicología económica del país a la dinámica de un casino flotante. La especulación como juego de alternativas múltiples. Se privilegió el juego a la inflación, banca, dólar, importaciones, Bolsa, mesas de dinero, cierre de industrias, y préstamos del Estado para invertir en lo anterior. En un territorio regido por el Fondo de Indias, los jóvenes mutaron a indios. Desheredados por antonomasia. Para la orden de mutación tardocolonial se necesitó, a un tiempo, convertir a los políticos en clase mafiosa primero y en clase rica de inmediato.
Las prácticas electorales siguieron el tránsito.Si en los 60 la juventud universitaria se ponía a la vanguardia de la confrontación con el Estado, en los inicios del milenio ocupa la retaguardia. El Estado, como sociedad de militares señores de la guerra interior más economista neoliberales (durante los 70), pasa a sociedad de los economistas señores de la guerra social interior más políticos feudales (en la desintegración de los 90). La Universidad es percibida por una parte de los estudiantes como la institución capaz de renovar el cambio de piel. Hacer de un indio un blanco. No en la clave ideopsicológica clásica de las clases medias y proletarias modernas, del título universitario como instancia de progreso sino otra cosa. Usar del consenso político juvenil para negociar un lugar en la administración de la Universidad y -eventualmente- una instancia docente. Ello puede ser así porque rectores y decanos transfieren todas y cada una de las prácticas de la política neoliberal, desde el ideario a la moral, a la Universidad; hacen de las organizaciones políticas estudiantiles vasallos y siervos a través del manejo de becas, puestos políticos, pasantías etcétera.
Este tipo de nuevo indio blanqueado, intuye o sabe que no hay lugar para su título en la economía quebrada; luego asume que la única empresa posible es la propia Universidad. La relativa autonomía económica permite a las direcciones universitarias hacer alianzas con los jóvenes más politizados, para unos y otros compartir los recursos de la institución, aunque como patrones y obreros respectivamente. De allí también que los jóvenes más altamente contestatarios permanezcan fuera de las organizaciones políticas estudiantiles, quedando como la casta de indios en la sociedad colonial. Sin becas, sin beneficios, sin «prestigio». La Universidad es gratuita, pero la «salvación» individual tiene un costo ético.Cuando Anne Krueger, autoridad del Fondo, dijo a los periodistas no tener ningún problema de conciencia a la hora de empujar a la desesperación a un enorme sector de la población argentina, se ponía en las condiciones del debate a mediados del XVI, en el Consejo de Indias, sobre si los indios eran o no seres humanos y, por ende, si quedaban o no exentos de las obligaciones en las bestias.
En un empleo de los servicios macdonalizados, el nuevo indio trabaja sábados y domingos diez a doce horas diarias (un día de descanso por mes). Aún así, trabajo atemorizado por las decisiones generales desde arriba. Por el cliente «oculto» que desde abajo entra a calificar su atención, sonrisas, servilismo, ignorando el nuevo indio cuál de los clientes es el espía de la empresa, de forma que cualquiera puede ser el «oculto». (Así se llama también en los territorios azucareros, al roedor tipo ratón que se esconde bajo tierra para devorar las raíces de la caña). Atemorizado por los costados de indefensión legal, porque ante el menor descenso de productividad de la empresa o del indio, se resuelve con despidos. El capital cruza las fronteras, reorganiza los mercados, pero la suerte de los nuevos indios no tiene por qué importarle. En su proyección aparecen sí y sólo si están configurados como potenciales consumidores.
Las políticas de «ajuste» (cracks sociales) monitoreadas por el Fondo de Indias, caen sobre los padres, pero los hijos son quienes las sufren en silencio, sin los medios de comunicación o los organismos de Estado notar los efectos. Cuánto más transferencia de capitales desde el Estado a las clases altas, más indios se tornan. Los eufemismos de la Campaña al Desierto se vuelven más creíbles e ingrávidos. La «flexibilidad» laboral es rígida carencia de paraguas protectivo. Las «reformas educativas» (tipo Ley Federal de Educación en Argentina) intentos de contrarrevolucionar la gratuidad, la laicidad, la irrestrictividad de los ingresos a la Universidad, de manera tal que la educación pública quede convertida en expresión opaca y enana que compatibilice con los «ajustes» económicos en el área.Luego de la expropiación de los ahorristas, una estampilla simple a España costaba en el Correo privatizado del socio millonario de Carlos Menem, el equivalente a setenta litros de leche pagados al productor.
Es decir que él necesitaba la producción de dos vacas durante un día para comprar la estampilla común. Los productores arrojaban millones de litros a los canales para no sufrir la explotación de las corporaciones lecheras. Pero morían dos niños -futuros indios- diarios por subalimentación en el país de la leche y la privatización absoluta de la vida. ¿Un niño? ¿dos? ¿cuántos son equivalentes al precio de una estampilla?4. Subjetividad novo indiaLos nuevos indios hacen historia, produciendo objetivaciones a través de sus prácticas sociales y, simultáneamente, apropiándose subjetivamente de sus resultados (o de la historia que hacer). Para ellos, lo público y lo privado adquieren otra configuración. Lo privado no es la propiedad -de la que se carece positivamente- sino la comunicación en el universo propio. Contrario sensu, lo público es el sentido estricto de la propiedad privada: todo lo que está en la calle puede pertenecerte como un derecho abstracto. Los servicios «públicos» -luego de las privatizaciones- se tornaron «countrys» a los que los nuevos indios no pueden acceder. Raramente una línea de teléfono propia o televisión por cable (excepto que se esté «colgado»).
La calle es el espacio del ataque y la defensa, de la creación estética colectiva, del amor frecuentemente, de la muerte en el caso de los sin nada absolutos. La calle es el territorio que políticos y economistas de la desigualdad abandonaron. La calle es la reestructuración del desierto real. Los poderosos y cómplices se refugian en lugares amurallados, vigilados, alarmados para la vida y las compras. En las relaciones sociales de clase tardocoloniales, ser joven no es ser negro, sino indio. (Recordemos que en la sociedad colonial el negro «gozaba» -por sobre el indio- del valor de cambio que da la mercancía, lo que -hasta cierto punto- garantizaba alimentación y horas de descanso para que no implosionara su valor de uso). La historia personal del nuevo indio es inseparable de la historia de las relaciones sociales que lo convirtieron en tal. Formado el ciclo de una biografía, identidad y prácticas sociales no se pueden separar de las mutaciones ocurridas en la categoría de raza/etnia (más que en las de género o clase social). Para el prototipo concentrador del colonato pues, los jóvenes son la raza que sobra.El poder que cuentan estos jóvenes es el de crear acontecimientos.
Raramente actúan por reacción, porque no están percibiendo las noticias de las acciones de los poderosos para responder. Esas noticias no les interesan; no significan nada para el que no tiene nada. Actúan cuando deciden que ya es el momento; que las condiciones éticas sociales o económicas los rebasan con su descomposición. Si acaso están organizados en «piquetes» u otros movimientos de desocupados o sin tierra, crean acontecimientos para, de inmediato, acordar con los gobiernos medidas sociales a cuenta de permitir el retorno a la normalidad económica de las calles y rutas. Nada más literal que la concepción foucaultiana del poder en circulación, funcionando en cadena, ejerciéndose en red, que este poder novoindio de las calles. (Geografía por antonomasia de la circulación). Manejan lo imponderable. Escriben la historia desde la fragmentación y lo efímero, los sitios donde precisamente la historia parecía imposible.Se constituyen frecuentemente en voluntarios, haciendo del dolor general el dolor particular, particularmente cuando velan la carencia de los ancianos. Van a hospitales, corren a los asilos olvidados, pagan una deuda social que no adquirieron, pero que los reconstituye al tejido de la sociedad sin razas. Impulsan la autoestima, rediseñan el rostro humano. No pueden dar limosnas por supuesto; no saben lo que es la caridad. Simplemente trabajan en algo sobre un espacio que les niega el trabajo.
Trabajan en «solidaridad» (sin llarmarlo de esa manera), sobre un espacio donde se bombardeó la solidaridad del trabajo, en el trabajo, por el trabajo. Fermentan otro mundo sin proponérselo. Pero, a veces, ven la televisión, salen a la calle con un arma y asaltan una estación de servicio o a otro joven que lleva bicicleta con cambio de velocidad.Si la historia es el proceso de rescate de la alienación, entonces los nuevos indios rescatan parte de la alienación social mediante su praxis radical, enteramente distinta a lo conocido hasta entonces.Se dice frecuentemente de los nuevos indios «piqueteros» que crean hechos y negocian. El término «negociar» supone, en la dinámica política del neoliberalismo, que el piquetero -así como lo hace el sindicalista clásico- cambia beneficios por principios éticos, por ventajas individuales secretas, por traiciones al ideario de los representados etcétera. Una vez que se ha realizado el primero de los «negocios» entre el gobierno (que dispone de los fondos económicos del Estado) y la protesta (que dispone de los fondos míticos de las calles), después son sencillos los siguientes.
Es decir se inicia el proceso de debacle mítico del movimiento. Pero la espontaneidad de los movimientos, el carácter de «cacicazgo» de los representantes (con un poder localizado y temporal, asegurado sólo por la ausencia de propiedad) hace que los contratos no sean «negocios», sino más bien «acuerdos de paz» o «altos al fuego». Ello no detiene la mítica del proceso, sino que la enriquece y complejiza.5. Conversando con los viejos indiosCuando acababa de instalarse Internet en la ciudad, mis alumnos no orgánicamente politizados en el sentido clásico, me acercaron un mensaje de los viejos indios de Chiapas. En la catástrofe del modelo de colonialismo tardío, los jóvenes no tienen computadoras. Utilizan la tecnología en los cibercafés, aunque jamás leen un diario. No les interesa un diario, cualquier diario. No obstante captan las ciberseñales de humo de los viejos indios de maneras originales, sorprendentes. Adoptan sus programas sintéticos. Uno, la capacidad de resistencia indígena durante siglos; dos, la ética comunitaria o tribal con sus endosolidaridades; tres, identidad cultural; cuatro, estética originada desde los materiales primarios; cinco, pobreza como relación social natural; seis, uso de la tecnología más alta, prestada/copiada/expropiada. Por eso no leen los diarios, porque buscan por Internet páginas de música, de humo, de discursos propios universalizados, que les aporten respuestas a sus preguntas. De ahí que comprendan a Ignacio Ramonet sin haberlo leído.
Una empresa de información no vende información a los anunciantes, sino que vende ciudadanos a los anunciantes. Entre los nuevos indios hay cada vez menos ciudadanos (habitante de la ciudad) y más tribalanos (habitantes de la tribu). Si la información pasó en los medios a constituir algo secundario respecto al beneficio, los nuevos indios producen contrainformación que enriquece la imagen del mundo. Leen y escuchan a los viejos indios. Hablan un idioma similar; manifiestan una sensibilidad aproximada respecto al tiempo. Los nuevos indios que sospechan no entrarán, no estarán ya incluidos en los beneficios del prototipo, esperan, tal como los viejos indios. El tiempo de espera es una herramienta. Ni siquiera esperan que el modelo que los excluyó se caiga a pedazos, no les interesa tan poca y miserable cosa como este modelo. Es una espera de esperanza autónoma. Una producción de afectividad, de solidaridades, el ensayo de una fiesta que jamás acaba en una versión original. Crean una ecología de la espera.De pronto todo estalla y ocupan las plazas, los mercados, las afueras de los Bancos. Durante las jornadas de diciembre en la Plaza de Mayo de Buenos Aires, las que destronaron al ministro de Economía de Indias y a la figura decorativa virreinal del Presidente, una parte de los muertos fueron «motoqueros».
Así llamados a los trabajadores juveniles que cumplen, en moto, tareas de mensajería en la gran ciudad, es decir los que mueren en accidentes de tránsito no reconocidos como laborales con el índice de catástrofe. Los motoqueros atacaban a la Policía en la Plaza, en «malones» con sus motos, como los viejos indios lo hacían a caballo.Cada época tiene su idea de progreso, aún cuando el progreso no se advierta como tal, aún cuando muchos filósofos escriban artículos sobre su inexistencia, aún cuando los sujetos de la historia desesperen. Para millones de hombres en Latinoamérica resulta claro como el agua que el progreso es deshacerse cuanto antes del colonialismo retardado. Un esquema cuyo estatuto es la «solución final» para los nuevos indios y para la propia naturaleza. Curiosamente, para los dos anclajes del devenir. ¿Qué es enganchar los sueños al ferrocarril ultra rápido de los días? Es la reformulación del trabajo en el mundo, reestructuración del reparto de la riqueza, la compatibilidad ecológica entre el planeta y el modo de producir, la libertad, el avanzar atrayendo hacia la cultura y la salud a la mayor parte de pobres del mundo, etc. Esto no forma parte de una tarea programática, sino de una supertarea que engloba al género humano. Si no encontramos una relación nueva entre la realidad y la supertarea, regirá la condena a los nuevos indios (entre otra de las partes de la sociedad) a la inmovilidad, a las masacres o a los corrimientos hacia alguna de las variables de la integración apocalíptica.El capitalismo se sigue concentrando; ha mostrado toda su flexibilidad, y ha colocado el mojón de su barbarie. El proceso de desigualdad no sólo es el más extenso y profundo de la historia, sino que se dobla, se deforma todavía más, volviéndose genocidio.
Si el progreso es un conflicto entre degradación y regeneración, la política -en su sentido más abarcador- será una antropología. Del hombre de la polis se pasó al hombre del mercado. Ha llegado la hora del hombre de la Tierra-Madre. ¿Tal vez la Pachamama, deidad sin representación de la cultura incaica? El primer sorbo de agua, chicha, aguardiente o gaseosa que bebe el hombre andino, lo arroja a la tierra. En español sería «escupir», o algo sucio, porque ¿qué más impuro, obsceno, guarro que desperdiciar el trago? ¿y tan luego el primero? Pero el hombre de la ciudad o el campo quechua aymara, devuelve algo de lo mucho que recibió de la Tierra-Madre. Los jóvenes niños son también una devolución. La Tierra-Madre implica políticas multidimensionales. Por lo mismo una energía no conocida antes. Si el núcleo de la política pasó a tocar la sobrevivencia de la especie, entre ellos el destino de los nuevos indios, entonces este núcleo es una nueva antropología.Cuantos más valores crea el hombre incluido, tanto más parece empujar a otros al vacío. Y ahora sí, cuanto más culto es el objeto que crea, tanto más bárbaro parece él mismo (Marx).
La tendencia a empujar al excluido hacia la mugre, la naturaleza degradada, lo putrefacto, intenta aproximarlo a la basura. Asimilado este hombre a la imagen del basural, una pala mecánica lo levanta y lo entierra. El hombre basura es la ideografía legitimadora del exterminio.El proyecto de liberación es colosal, porque es global. Koestler decía «luchamos con sólo media verdad contra una mentira entera». Este es el desafío: una media verdad es siempre menos que una mentira entera. Pero es una verdad. La verdad tal vez de que una mayor justicia es posible junto a una más alta libertad. La verdad de la acción y la belleza.Cuando en la selva Lacandona, en uno de esos corazones del etnocidio y el ecocidio latinoamericano, los viejos indios transmitieron el mensaje de humo por Internet, el neoliberalismo es la muerte, los primeros en captar las señales fueron los nuevos indios. Ni para unos ni para los otros, el progreso tiene el aspecto acerado, milimétrico que los mecanicistas le daban, sino uno deforme. Tal vez hasta horrible. Ciego, sordo, ignorante de los números del tiempo, pero sorpresivo. Estos ensayos poéticos desde el estado prosaico del campamento llamado La Realidad, ganan la imaginación de los nuevos indios. De ello arranca un sueño diferente. Un cruce de culturas y generaciones de los atrapados en el mismo espacio. Los viejos indios están hablando a los nuevos indios. También otros hablan y muchos otros escuchan. Como Tamenund, el cacique de El último de los mohicanos: «Yo vi muchas veces cómo la langosta se comía el follaje de los árboles; pero éstos volvían a florecer».
SUTEBA - Piedras 740, CP 1070 - Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Argentina

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