Somos un Colectivo que produce programas en español en CFRU 93.3 FM, radio de la Universidad de Guelph en Ontario, Canadá, comprometidos con la difusión de nuestras culturas, la situación social y política de nuestros pueblos y la defensa de los Derechos Humanos.

viernes, 31 de enero de 2020

¿Terroristas “luchando” contra el terrorismo?


Atilio A. Boron
Rebelión

Hace poco más de una semana tuvo lugar una cumbre hemisférica en Bogotá mentirosamente titulada “IIIª Cumbre Ministerial Hemisférica de Lucha contra el Terrorismo.” Quien aparece organizando el evento fue el “régimen” de Iván Duque, empecinado más aún que sus predecesores en convertir a Colombia en un lastimoso enclave neocolonial estadounidense en Sudamérica. Pero quien realmente convocó la conferencia fue el gobierno de Estados Unidos, a juicio de Frei Betto y muchos de nosotros, el mayor terrorista de la historia. Nadie jamás perpetró tantos atentados como Washington, antes y después de Hiroshima y Nagasaki. El asesinato del General Qassem Suleimani, orgullosamente reconocido como tal por un impresentable e inimputable Donald Trump rebosante de felicidad al comunicar su aniquilación en un tercer país, es una perla más de un largo collar de infamias que jalonan la historia de Estados Unidos desde su fundación.

¿Qué autoridad moral tiene Washington para presentarse como un campeón de la lucha antiterrorista? Ninguna.

El evento de Bogotá fue importante porque marca una nueva vuelta de tuerca en el proceso de militarización de la política exterior de Estados Unidos y la voluntad de criminalizar todo lo que se oponga a sus nefastos designios. “Si estás conmigo eres un ángel democrático”, dicen en las cercanías de la Oficina Oval aunque, como hace Duque, asesines a un líder social por día (27 en los primeros 26 días del 2020). “Pero no debes preocuparte porque nuestro inmenso aparato comunicacional silenciará tus crímenes. Pero si rechazas mi amistad y no te sometes a mis órdenes, como Maduro, Díaz Canel u Ortega, eres una despiadada dictadura y la prensa, una vez más, se encargará de convertirte en un personaje aborrecible y repugnante.” Tal es el discurso dominante en Washington. Será muy difícil para gobiernos como el de Alberto Fernández o Andrés M. López Obrador sortear esta trampa tendida por los estrategas y los propagandistas del imperio.

La reunión de Bogotá trajo también una novedad: la indisimulada y oficial intromisión de Israel -un “estado canalla”, sistemático transgresor de la legalidad internacional por su genocidio del pueblo palestino y desacato ante las resoluciones de las Naciones Unidas- en los asuntos hemisféricos para cumplir el papel del matón de otro barrio llamado a aportar su experiencia en materia de equipamientos sofisticados para el control de las protestas sociales, aplicación de torturas y represión de las luchas populares en momentos en que el neoliberalismo arde sin remedio en todo el cordón de los Andes, desde Colombia hasta el Sur de Chile. 

Barreras a la participación política de los pueblos indígenas

Perú


Los resultados de las elecciones congresales extraordinarias 2020, siguen generando muchas preguntas, la sorpresa para el Perú oficial y los desorientados medios de comunicación, no preveían un resultado donde el Frente Agrícola Popular del Perú (FREPAP) y Unidos por el Perú (UPP), tengan tan importante presencia dentro de un fragmentado Congreso para este periodo 2020-2021.
Los caminos sinuosos que traza el Perú no oficial, son desconocidos y marginales para esa realidad limacentrista, y claro, las propuestas que se esbozan, suelen estar aún lejos de abordar esa complejidad social, un reflejo más de nuestra débil democracia.
Lo cierto es que esa fractura social la podemos corroborar, si hacemos una breve revisión sobre las barreras que ha enfrentado la participación política de los pueblos indígenas u originarios en las elecciones 2020.
Barreras institucionales
El Convenio 169 de la OIT es para los pueblos indígenas uno de los principales tratados internacionales que protege sus derechos colectivos, ratificado por el Perú desde 1995 aún sigue siendo un reto implementarlo. Por tanto, existe una vulneración constante y sistemática a este tratado, que en un proceso electoral como analizado salta rápidamente a la vista.
Perú fue una de los últimos países adheridos al Convenio 169 en introducir una pregunta de identificación étnica en los censos nacionales, en el 2017 por primera vez se elabora la pregunta, a pesar de ser una pregunta racializada la que se hizo, dio como resultado que el 25.6% de los peruanos y peruanas, cerca de 6 millones de ciudadanos, se identifique como parte de un pueblo indígena u originario. Es decir, hoy contamos con cifras disgregadas en todas las regiones del país que no fueron utilizadas para el proceso electoral.
En ese sentido, no se informó que regiones del país cuenta con mayor cantidad de población indígena, no se preguntó a las y los candidatos si pertenecían a uno de los 55 grupos indígenas o hablan una de las 48 lenguas; menos aún se pudo conocer las propuestas de cada candidato (1). Si bien no existe ninguna ley explicita que obligue a dar esa información, si hay normas de gestión pública que buscan transversalizar el enfoque intercultural.
El Jurado Nacional de Elecciones- JNE, en el proceso electoral 2020 no visibilizo la problemática indígena, simplemente lo redujo a enviar una nota de prensa exhortando a los partidos políticos a asegurar la participación de los pueblos indígenas (2) y un saludo en idioma indígena en un spot publicitario.
Por su parte, el ente rector en materia de derechos de pueblos indígenas, Ministerio de Cultura conjuntamente con el JNE, organizaron un diálogo denominado “Una nueva política con igualdad” (3) donde además participaron grupo LGTBI y otras minorías, ese fue el único acto que informe y visibilice la problemática de los pueblos indígenas.
En general hubo muy pocos espacios de discusión sobre la agenda indígena, uno de ellos fue la organizada por la Confederación Nacional Agraria-CNA (4) en donde se invitó a candidatos de los veintiún partidos y solo asistieron cinco: Frente Amplio, Juntos por el Perú, Perú Nación, RUNA y Perú Libre; dejando en evidencia el poco interés por parte de la mayoría de partidos políticos en esta temática.
Barreras sociales: Discriminación y racismo
Como sabemos el Estado peruano no tiene ninguna norma que promueva que ciudadanos indígenas sean candidatos para elecciones legislativas, los partidos políticos tienen total discrecionalidad en incluirlos o no. Sin embargo en los procesos electorales regionales y municipales desde el 2002 se incluyó una “cuota indígena” modificando la Ley 26864, Ley de Elecciones Municipalidades, que obligaba incluir a ciudadanos indígenas en las listas partidarias. En la práctica este mecanismo fue utilizado residualmente para acumular las categorías de mujer indígena joven y desnaturalizar el espíritu de la norma.
Es entonces que solo podemos identificar a un candidato o candidata indígena si el partido tiene en bien considerarlo, pero además no hay obligatoriedad para registrar dicha información. En estas elecciones congresales fueron principalmente partidos progresistas los que incluyeron en sus listas, es el caso del Frente Amplio que llevó a Ketty Marcelo por Junín y Denis Pashanase por Loreto, Juntos por el Perú a Gahela Cari por Lima, RUNA a Isabel Lopez por Lima, Perú Libre a Jhirely Diaz Oliva por Lambayeque, Democracia Directa a Rosa Palomino por Puno, además de dos partidos conservadores como Vamos Perú que llevó a Teddy Sinacay por Junín y Podemos Perú a Robert Guimaraes por Ucayali (5).
Como no se tiene información sobre la identidad étnica de los candidatos es complicado hacer el seguimiento, pero se ha podido identificar que principalmente son las mujeres indígenas las que sufrieron diversos ataques de racismo y discriminación, es el caso de la candidata Rosa Palomino de la región de Puno, auto-identificada como aymara, de la misma manera la candidata Ketty Marcelo, asháninca de la región Junín y Gahela Cari, trans-indígena candidata por Lima, quien recibió diversos ataques racistas y transfóbicos.
A esta problemática durante el proceso electoral, hay que sumarle la reacción eminentemente racista y discriminatoria ante los resultados del partido político FREPAP, que lograra colocar 16 representantes en el Congreso y cuyos virtuales congresistas si bien no se autoidentifican como miembros de pueblos indígenas, su ideario político, tiene referencias a ser un partido tawantisuyano.
Lo cierto es que sigue siendo la identificación étnica en el Perú una problemática de la cual no se quiere tratar abiertamente como una cuestión Estatal, lo que lleva a no poder abordar de manera clara y definida los ataques racistas, a esa situación hay que agregarle que los medios de comunicación abierta suelen reproducen y trasmitir impunemente el racismo y discriminación hacia los pueblos indígenas.
Barreras normativas
La implementación de la norma de cuotas indígenas en la lista de partidos políticos, ha sido un fracaso, es por tanto una urgencia que el actual Congreso retome el debate de las reformas políticas necesarias para llegar al 2021 con un marco jurídico que promuevan la participación directa de los pueblos indígenas en el Congreso.
Recordemos que la Comisión Tuesta, elaboró 12 proyectos de reforma, uno de ellos abordaba de manera tímida y desproporcional la participación política, proponiendo la introducción de un distrito electoral indígena y asignándole un escaño. Ante ello las organizaciones indígenas aprovecharon la oportunidad para presentaron el proyecto de ley N° 4542/2018-PE[6], introduciendo cambios sustanciales, donde en base a los resultados del censo nacional del 2017 se aplicase la proporcionalidad en la representación política otorgándoles 32 escaños reservados para los pueblos indígenas.
Además la manera de elegir a los representantes indígenas respetase los usos y costumbres en de pueblos indígenas, puesto que el mecanismo de partidos políticos no es el idóneo. El proyecto de ley actualmente está en la Comisión de Constitución y tiene que ser discutido cuando se instale el nuevo Congreso.
Es urgente una reforma política que ponga sobre la mesa la problemática que significa tener excluidos a las comunidades y pueblos indígenas de las decisiones del actual Estado, al no otorgar ninguna cuota de poder político a pueblos y comunidades poseedores y propietarias de más del 40% del territorio nacional y que cada mes constituyen más del 70% de conflictos sociales que reporta la Defensoría del Pueblo.
Hay por tanto una situación de asimetría de poder en la actual organización política, que no visibiliza el control verdadero de los territorios indígenas y que una vez instalado el conflicto obliga al Estado a enfrentarlo con violencia en lugar de canalizar parte de las demandas por vía democrática y que mejor que hacerla de manera directa, a través de la participación política de los pueblos indígenas.
Notas:
(1) La CNA a través de un trabajo interno elaboró una agenda legislativa de pueblos indígenas que el actual Congreso podría abordar: https://www.cna.org.pe/wp-content/uploads/2020/01/Agenda-legislativa-de-los-pppi-web.pdf
(6) Proyecto de ley 4542/2018-PE: http://www.congreso.gob.pe/pley-2016-2021  
Luis Hallazi Méndez es abogado y politólogo, docente universitario e investigador del Instituto del Bien Común

El coronavirus de Wuhan y el control sanitario de los mercados de alimentos y animales en China


Observatorio de la Política China

El brote epidémico del nuevo virus surgido de un mercado de productos del mar en la ciudad de Wuhan, China, donde, además, se vendían todo tipo de animales domésticos y salvajes, tanto vivos como muertos, ha sido evaluado por la Organización Mundial de la Salud (OMS) como de muy alto riesgo para el propio país y, a nivel regional y global, la categoría se ha elevado ya a alto riesgo. Hasta ahora hay más de un centenar de muertos y el número de afectados crece exponencialmente.
No es la primera vez que en este tipo de mercados se genera una nueva enfermedad, y los expertos consideran que, probablemente, no será la última. El síndrome Respiratorio Agudo Severo, más conocido como SARS, se originó en un mercado similar en China en 2002. Estos mercados típicos de China y que se encuentran también en muchos otros países en desarrollo de Asia y África, tienen a la venta frutas y verduras, carne de res, cerdo y cordero desmenuzados, pollos enteros desplumados con cabezas y picos, cangrejos y peces vivos en tanques de agua estancada. Algunos venden comidas más inusuales, como serpientes vivas, tortugas y cigarras, conejillos de indias, ratas de bambú, tejones, erizos, nutrias, civetas de palma, incluso cachorros de lobo. Esta venta de animales salvajes se convierte en una peligrosa variable ya que no existen protocolos de control sanitario para los mismos, como son la secuencia de vacunaciones para las enfermedades normales establecidas para los animales domésticos. Por ejemplo, las civetas fueron las portadoras del virus que causó el SARS, aunque los científicos creen que el virus se originó en los murciélagos. Sin un saneamiento y manejo de animales adecuado, los expertos en salud afirman que estos mercados pueden convertirse en zonas perfectas para la incubación de nuevos patógenos y enfermedades. En general, la mayoría de los animales vendidos allí son saludables, pero en las condiciones de hacinamiento en estos mercados, basta un animal enfermo para poder infectar a muchos otros.
Según la secuencia de eventos, el 31 de diciembre de 2019, la Oficina de la Organización Mundial de la Salud en China fue informada de casos de neumonía de etiología desconocida detectada en la ciudad de Wuhan, provincia de Hubei de China. Desde el 31 de diciembre de 2019 hasta el 3 de enero de 2020, las autoridades nacionales de China notificaron a la OMS un total de 44 pacientes en los que el agente causal no había sido identificado. Las autoridades chinas identificaron un nuevo tipo de coronavirus, que se aisló el 7 de enero de 2020. Los días 11 y 12 de enero de 2020, la OMS recibió más información detallada de la Comisión Nacional de Salud de China de que el brote estaba asociado con exposiciones en un mercado de la ciudad de Wuhan. El 12 de enero de 2020, China compartió la secuencia genética del nuevo coronavirus para que los países pudieran utilizarla en el desarrollo de kits de diagnóstico específicos y vacunas.
Las estimaciones actuales indican que el período de incubación del virus oscila entre 2 y 10 días y la transmisión puede ocurrir desde individuos asintomáticos o durante el período de incubación. Este virus perteneciente a la familia de los coronavirus, el virus 2019-nCoV, infecta las vías respiratorias y causa síntomas que van desde un cuadro leve (tos seca, fiebre…) a graves dificultades para respirar y a una neumonía potencialmente mortal, sobre todo para los colectivos más vulnerables como las personas mayores, personas con otras enfermedades crónicas, como diabetes avanzada, hipertensión, cardiopatías, u otras enfermedades respiratorias, así como cáncer. Los coronavirus son una extensa familia virus que afectan al ser humano y varias especies de animales. El que causa el resfriado común es uno de ellos. Otros solo afectan a animales, pero pueden sufrir mutaciones que les permiten saltar de especie y hacer enfermar a personas. También pueden adquirir la capacidad de transmitirse entre seres humanos. Los precedentes más conocidos son el Síndrome Respiratorio Agudo Severo (SARS) que causó más de 800 muertes y el síndrome respiratorio de Oriente Medio (MERS, en sus siglas en inglés), identificado por primera vez en 2012 en Arabia Saudí y del que ha habido 2.500 casos confirmados y 850 muertes.
China comunicó a principios de la semana pasada que el patógeno podía transmitirse de persona a persona, en contra de los primeros indicios aunque, por el momento, se desconoce cómo el virus pasó de los animales a las personas. Desde que dio el salto de especie se contagian como cualquier otro virus de resfriado, a través de la tos y los estornudos.
El brote del nuevo virus se está extendiendo rápidamente y, según las autoridades chinas, el martes, aumentó la cuenta oficial de casos conocidos en casi un 60 por ciento durante la noche y se informó de la muerte de 106 personas. Según la OMS, a día de hoy, el número de casos confirmados ha aumentado a 4.593 y existen 6.973 casos sospechosos, 976 casos severos y 106 muertes. El caso confirmado más joven es una niña de 9 meses en Beijing. Fuera de China se han contabilizado 56 casos en 14 países. En Japón se han confirmado 6 casos de infección, en Corea del Sur 4, Vietnam 2, Singapur 7, Australia 5, Tailandia 14, Malasia 4, Camboya 1, Nepal 1, Sri Lanka 1, Estados Unidos 5, Canadá 2, Francia 3 y Alemania 1. El resto, 4.537 infectados confirmados, en China. Hasta ahora no ha habido muertes fuera de China. Pero esta información se va modificando con el paso de las horas.
En un intento de detener el coronavirus y evitar que se produzca una pandemia, y mientras la Organización Mundial de la Salud decide si decreta una alerta de emergencia de salud pública global, China ha decretado la mayor cuarentena de la historia y ha tomado medidas drásticas, sin precedentes en la política de salud global moderna, para intentar detener la propagación del virus, si bien, la eficacia de dichos pasos tan drásticos sigue aun siendo indeterminada. El día 23 de enero la ciudad de Wuhan, zona cero para el brote del virus, ciudad de 11 millones de habitantes, fue cerrada al tránsito de personas, suspendiéndose el transporte público e impidiéndose la salida y entrada de vehículos privados, excepto para el abastecimiento sanitario y básico de la ciudad, bajo estrictos controles de seguridad. Al día siguiente, al menos otras 12 ciudades en la provincia de Hubei habían emitido restricciones de viaje, incluyendo Huanggang, hogar de siete millones de personas, y Ezhou, una ciudad de aproximadamente un millón.
El brote epidémico está agotando el sistema de atención médica de China, que cuenta con exceso de trabajo y fondos insuficientes. China no tiene un sistema de atención primaria en funcionamiento, por lo que la mayoría de las personas acuden a los hospitales que se encuentran colapsados. En Wuhan, epicentro del coronavirus, los residentes acuden a los hospitales con cualquier signo de resfriado o tos, los corredores del hospital están sobrecargados de pacientes y los médicos se están esforzando en manejar una enorme carga de trabajo. A pesar de haber tratado el coronavirus del SARS hace casi dos décadas, muchos hospitales chinos en ciudades más pequeñas no están completamente preparados para enfrentarse a un brote importante como el virus actual. Los materiales también se van agotando y las empresas no dan abasto para la fabricación de mascarillas y vestuario médico especializado. Los hospitales de Wuhan han publicado mensajes en línea que solicitan urgentemente equipos médicos. La situación es aún más desesperada en las zonas rurales más pobres cercanas.
Con la escasez de instalaciones médicas, el gobierno local también se ha comprometido a construir un nuevo hospital de 1.000 camas en 10 días, y ha prometido que a mediados del próximo mes estaría listo otro nuevo hospital de 1.300 camas.
Por el momento no existe vacuna alguna para prevenir la infección por este coronavirus, aunque los investigadores, desde el momento en que los investigadores chinos publicaron la secuencia del 2019-nCoV en la base de datos pública y que tiene un 70% de similitud con el SARS, trabajan contrarreloj para intentar desarrollar una. Por ahora. la mejor prevención es evitar viajar a China y el contacto cercano con las personas que sufren infecciones respiratorias agudas y que son sospechosas de estar contagiadas. Lavarse las manos con frecuencia y evitar el contacto sin protección con animales de granja y salvajes.
El día 28 de enero, el Director General de la Organización Mundial de la Salud, Dr. Tedros Adhanom Ghebreyesus, se reunió en Beijing con el presidente de la República Popular de China, Xi Jinping. Ambos compartieron la información más reciente sobre el nuevo brote de coronavirus 2019 y reiteraron su compromiso de controlarlo. La Comisión Nacional de Salud mostró la alta capacidad y los recursos de salud pública de China para responder y controlar el brote epidémico. Los debates se centraron en la necesidad de colaboración continua sobre medidas de contención en Wuhan, medidas de salud pública en otras ciudades y provincias, realizar estudios adicionales sobre la gravedad y la transmisibilidad del virus y continuar compartiendo datos.
El mensaje principal en los medios estatales chinos es que el gobierno municipal de Wuhan debería asumir la culpa por ocultar la gravedad del virus, y el alcalde de Wuhan ha reconocido que “las advertencias iniciales no fueron suficientes”. Sin embargo, el gobierno central no está completamente exento de culpa. Los mercados de animales son parte de muchas ciudades chinas, pero ahora, al menos por segunda vez en dos décadas, se han convertido en la fuente de una epidemia que ha paralizado a parte del país y que va a tener posibles graves efectos económicos a largo plazo. Supone un gran desafío de salud pública para el gobierno que debe, además, responder a las crecientes preguntas sobre la razón por la cual han cambiado tan poco las cosas en los 17 años desde que ocurrió la epidemia del SARS. Asimismo, a nivel regional y global, se trata de un grave foco de preocupación en el que se debe trabajar coordinadamente para evitar que degenere en una pandemia que se cobraría un gran número de vidas humanas. En este momento lo más urgente es contener la epidemia con las medidas más apropiadas, pero sería de gran importancia que el gobierno chino haga frente a la problemática a largo plazo que presentan estos mercados de comida y animales vivos, regularizar su situación, llevar a cabo controles sanitarios adecuados e incluso prohibir la venta de animales salvajes en los mismos. La promoción de la salud y las medidas de prevención, y no los tratamientos para intentar curar o paliar una enfermedad o unos síntomas determinados para el restablecimiento de la salud, son las actuaciones más eficaces en sanidad para evitar la enfermedad. Es necesario que el gobierno chino trabaje en la creación y aplicación de protocolos específicos de salud pública más estrictos para controlar estos focos de probable infección con el fin de evitar que, de nuevo, pueda surgir una nueva mutación vírica de resultados impredecibles.
Rosa María Rodrigo Calvo es Licenciada en Estudios de Asia oriental y Máster en China Contemporánea y Relaciones Internacionales y Doctora en Farmacia.

El quinto peronismo a la luz del pasado



Aún se desconoce el tipo de justicialismo que prevalecerá con Alberto Fernández. En el pasado hubo nacionalismo con reformas sociales, virulencia derechista, virajes neoliberales y cursos progresistas. Menem y Kirchner fueron los extremos de ese pragmatismo.

El peronismo contuvo al sindicalismo y amortigua a los movimientos sociales. Se recicla frente a crisis mayúsculas y fracasos de sus adversarios liberales. Su extinción o eternidad no está predeterminada. No converge con el proyecto socialista, ni ha podido extirpar a sus vertientes reaccionarias. Es imposible forjar una alternativa de izquierda desechando el manejo del Estado y desconociendo los virajes progresistas del peronismo.

Con la presidencia de Alberto Fernández comienza el quinto gobierno peronista de la historia argentina. Aún se desconoce la modalidad de justicialismo adoptará ese mandato y los cuatro antecedentes previos ofrecen pistas contradictorias. Ese movimiento transitó por caminos contrapuestos que explican su permanencia.

Variantes de justicialismo

El peronismo es la estructura política dominante desde la mitad del siglo pasado. Mantiene gran primacía como cultura, fuerza electoral y red de poder.

Su versión clásica (1945-55) se inspiró en el nacionalismo militar y apuntaló a la burguesía industrial, en conflicto con el capital extranjero y las elites locales. Las confrontaciones con las potencias imperiales nunca alcanzaron la intensidad de los procesos radicales antiimperialistas (Arbenz en Guatemala, Torrijos en Panamá). Pero incluyeron choques del mismo alcance que otras presidencias progresistas (Cárdenas en México).

El primer peronismo implementó mejoras sociales de enorme envergadura. En ningún otro país de la región se forjó un estado de bienestar tan próximo a la socialdemocracia europea. Por esa razón logró un inédito sostén en la clase obrera organizada. Resulta difícil encontrar otro ejemplo internacional de identificación tan estrecha del proletariado con un movimiento no comunista, socialista o anarquista.

El segundo peronismo fue totalmente diferente (1973-76). Estuvo signado por la violenta ofensiva de las vertientes fascistas (López Rega) contra las corrientes radicalizadas (JP, Montoneros). La derecha arremetió a los tiros contra la vasta red de militancia forjada durante la resistencia a la proscripción de Perón. Actuó con furia contrarrevolucionaria en el contexto insurgente de los años 70.

La presencia de esos dos polos extremos al interior del mismo movimiento fue una peculiaridad de ese peronismo. Incluyó corrientes antagónicas, que en el resto de América Latina confrontaban en organizaciones opuestas. La convivencia de Argentina era inimaginable en otras latitudes como Chile, dónde Pinochet y Allende nunca compartieron el mismo el espacio.

El tercer peronismo fue neoliberal. En los años 90 Menem puso en práctica las políticas de privatización, apertura comercial y flexibilización laboral, que implementaban los thatcheristas de todo el mundo. No fue el único converso de ese período (Cardoso en Brasil, PRI de México), pero nadie corporizó una deserción tan impúdica del viejo nacionalismo.

El riojano perpetró atropellos que superaron las tropelías del antiperonismo. Atacó a los huelguistas de la telefonía, el petróleo y los ferrocarriles que se oponían a las privatizaciones, desarticuló los sindicatos combativos y domesticó a la burocracia sindical. Menem aprovechó el contexto internacional de euforia neoliberal y el agobio interno generado por la hiperinflación, para imponer su terrible modelo de injusticia social.

Sus agresiones demostraron hasta qué punto el peronismo puede encabezar procesos regresivos. Esa misma mutación reaccionaria se verificó en otros casos, como el MNR de Bolivia o el APRA de Perú. Pero esas formaciones se extinguieron o abandonaron definitivamente todo nexo con su base popular. Afrontaron la disolución o el declive.

En cambio el peronismo recompuso la fidelidad de su electorado, modificando el principal cimiento de ese sostén (sindicatos, precarizados, funcionarios, capitalistas). Siempre mantuvo una relación tensa con el establishment y nunca logró la adhesión perdurable de la clase media. El grueso de ese sector preservó su afinidad con otros partidos tradicionales.

Los tres peronismos del siglo pasado ilustran la multiplicidad de variedades que asumió ese movimiento. Ha protagonizado grandes crisis y sorpresivas reconstituciones. De cada desplome emergió un nuevo proyecto amoldado a los tiempos.

El progresismo kirchnerista

El kirchnerismo encabezó un cuarto peronismo de índole progresista. Retomó con otros fundamentos las mejoras del primer periodo. El viejo paternalismo conservador fue reemplazado por nuevos idearios pos-dictatoriales de participación ciudadana. La confrontación interna con la derecha no fue dramática y se zanjó con un distanciamiento del duhaldismo.

Kirchner reconstruyó el aparato estatal demolido por el colapso del 2001. Restableció el funcionamiento de la estructura que garantiza los privilegios de las clases dominantes. Pero consumó esa reconstitución ampliando la asistencia a los empobrecidos, extendiendo los derechos democráticos y facilitando la recuperación del nivel de vida. Su gestión incluyó alejamientos del justicialismo ortodoxo e intentos de refundación “transversal”. Hubo un infructuoso tanteo de confluencia con los herederos del alfonsinismo.

Kirchner se amoldó al nuevo escenario de regresión industrial y fractura entre trabajadores formales y precarizados. Mantuvo el soporte popular del peronismo, pero tomó distancia de la clase obrera, buscando neutralizar el protagonismo sindical.

Cristina introdujo una impronta más combativa, gestada en la confrontación con la derecha (agro-sojeros, medios de comunicación, fondos buitres). Esa polarización quebró el equilibrio que había mantenido Néstor con todos los grupos de poder.

El cristinismo alumbró agrupaciones juveniles contestatarias y multiplicó las enemistades con gobernadores, intendentes y jerarcas sindicales. El inesperado carisma de CFK resucitó identificaciones populares y odios del liberalismo.

Cristina reforzó la autonomía de Estados Unidos inaugurada con el entierro del ALCA, la creación de UNASUR y el acercamiento a Rusia y China. Esta distancia con Washington retomó la tradicional lejanía del peronismo pre-menemista con el Departamento de Estado. Pero también hubo una gran afinidad con Israel que potenció el embrollo con Irán.

El cuarto peronismo se ubicó en la centroizquierda regional (junto a Lula, Correa y Tabaré), pero estableció nexos más estrechos con las vertientes radicales de Chávez y Evo.

Esa flexibilidad de la diplomacia kirchnerista sintonizó con el viraje económico neo-desarrollista. En un marco de rebote productivo interno y alta valorización internacional de las exportaciones se logró acelerar la recuperación del PBI. La regulación estatal no modificó la base exportadora primarizada, pero oxigenó a la industria con alientos del consumo.

El neo-desarrollismo kirchnerista incluyó la renegociación de deuda con una importante quita, la nacionalización del sistema privado de pensión y el control cambiario. Implicó más intervencionismo que el auspiciado por Lula, pero no introdujo las medidas socialdesarollistas que propiciaba la heterodoxia radical. La auditoria de la deuda, la nacionalización comercio exterior y la regulación de los bancos no fueron considerados. También fue desechado el esquema boliviano de nacionalizar el petróleo y el gas para reinvertir la renta energética.

Néstor y Cristina apostaron al virtuosismo de la demanda y confiaron en las promesas de los empresarios afines. Pero no consiguieron las inversiones prometidas por esos capitalistas, que prefirieron fugar gran parte del capital receptado a través de los subsidios. La inflación, el déficit fiscal y las devaluaciones reaparecieron, junto a la consolidación del basamento extractivo agro-exportador, la estructura industrial dependiente y el sistema financiero ineficiente. El neo-desarrollismo no pudo contrarrestar las adversidades estructurales que corroen a la economía argentina.

El kirchnerismo participó del ciclo progresista regional con una impronta peronista. No compartió la matriz socialdemócrata de endiosamiento institucional que imperó en Brasil, Uruguay. Prevaleció la norma presidencialista, los mecanismos delegativos y los órganos para-institucionales.

Este rumbo fue conceptualizado a través de elogiosas teorías del populismo, que impugnaron las fantasías republicanas, exaltando la gravitación del liderazgo y la necesidad del conflicto.

Esa mirada también confluyó con la vieja animosidad peronista hacia el socialismo. El “pos-marxismo” pro-populista empalmó con los prejuicios anticomunistas y contrastó con el reencuentro de Evo y Chávez con la revolución cubana. En su hostilidad al proyecto anticapitalista Néstor y Cristina mantuvieron su fidelidad a los tres peronismos precedentes.

Pragmatismo sin fronteras

El primero y el segundo peronismo gobernaron un país que conservaba la dinámica floreciente del pasado. La tercera y cuarta versión intentaron remedios contrapuestos a la monumental crisis de las últimas décadas. Ese retroceso económico incluye agudos colapsos periódicos. En muy pocos países se observan oscilaciones tan abruptas del nivel de actividad, fugas de capital tan significativas y niveles tan persistentes de inflación.

Ese tormentoso escenario es un efecto de las adversidades generadas por la globalización. El país albergó una industrialización temprana, con gran desenvolvimiento del mercado interno e importantes conquistas sociales. Esa estructura no encaja con el capitalismo actual y por esa razón la sucesión de ajustes no tiene fin.

El mismo desacople padecen otras economías medianas como Brasil y México. Pero Argentina no tiene las compensaciones del enorme mercado vigente en el primer caso. Tampoco cuenta con la proximidad de negocios en Estados Unidos que atempera la crisis azteca. Países como Chile o Perú carecen de parques industriales significativos y están menos afectados por la regresión fabril de Sudamérica. La crisis argentina supera, además, a todos sus vecinos por la pérdida de la tradicional primacía de las exportaciones agropecuarias.

Las dos respuestas simétricas ensayadas para lidiar con esas desventuras tuvieron nítidos exponentes en el peronismo. La salida neoliberal -que propicia una mayor reprimarización- fue motorizada por el menemismo y la opción neo-desarrollista -que intenta preservar la estructura industrial- fue promovida por el kirchnerismo. Ninguno pudo encarrilar su proyecto y ambos quedaron a mitad de camino. En los dos intentos se corroboró cómo la obsolescencia económica perpetúa la inestabilidad política.

Las versiones antitéticas del peronismo contemporáneo buscaron resoluciones también contrapuestas, al deterioro del aparato represivo que incomoda a las clases dominantes. El uso corriente de la coerción ha quedado muy afectado en Argentina por el repliegue del poder militar. El viejo protagonismo político del ejército fue socavado por los crímenes de la dictadura, la aventura de Malvinas y la derrota de los levantamientos de carapintadas. Por eso las Fuerzas Armadas no ejercen el control explícito que exhiben en Colombia, México o Brasil o el rol subyacente que juegan en Chile o Perú.

El menemismo intentó restaurar esa gravitación, creando una nueva fuente de negocios en el submundo del tráfico de armas. Pero esa peligrosa incursión naufragó entre grandes escándalos (venta de armas a Ecuador y Croacia), enigmáticos atentados (embajada de Israel, AMIA, Rio Tercero) y dudosos accidentes (Carlitos Menem).

Por el contrario Kirchner profundizó la desarticulación del poder militar, para afianzar una institucionalidad plenamente civil. Por eso reinició los juicios a los genocidas y adoptó la agenda democrática de las Madres (conmemoraciones del 24 de marzo, recuperación de los nietos, rescate de la memoria de los desaparecidos).

Menem y Kirchner transitaron por senderos muy opuestos en el terreno de la economía, la política y las instituciones. Ese contraste ilustró cómo el peronismo gestiona pragmáticamente el poder, seleccionando la opción que mejor se amolda a cada escenario.

Contención de la beligerancia

La continuada presencia del peronismo obedece también al sostenido nivel de movilizaciones populares. Esa disposición de lucha condujo desde el fin de la dictadura a 40 huelgas generales. La sindicalización se ubica en el tope de los promedios internacionales y su incidencia es notoria en los momentos de gran conflicto. Por esa gravitación de la intervención popular, Argentina ocupa en América Latina un lugar equiparable a Francia en Europa. Define una tónica de resistencia que impacta sobre el resto de la región.

Los dos primeros peronismos utilizaron el aparato del PJ (y su extensión en la CGT) para lidiar con esa beligerancia. Pero desde los años 80 debieron actuar también frente a movimientos sociales surgidos de la pauperización que afecta al país.

Como un tercio de la población ha sido empujada a la miseria, todos los gobiernos han incorporado el asistencialismo en gran escala. Los planes de auxilio se han convertido en un gasto indispensable para la reproducción del tejido social. El empobrecimiento argentino es un efecto de la regresión económica contemporánea y no del subdesarrollo histórico de América Latina. Esa degradación ha producido formas de resistencia muy enlazadas con la belicosidad precedente.

Los movimientos sociales ocupan un lugar protagónico en la protesta actual. Irrumpieron en los piquetes callejeros contra el desempleo y descollaron durante la alianza con las cacerolas de la clase media expropiada por los banqueros.

Su gravitación obedece al cambio registrado en el entramado social. La regresión fabril ha desplazado gran parte de las demandas en las fábricas a exigencias en las calles. Los precarizados peticionan al Estado sin detentar los resortes de la producción. Esa combatividad de los movimientos permitió conquistar la asignación universal, cuando la extensión de las marchas asustó a las clases dominantes.

El kirchnerismo se amoldó al nuevo escenario, pero supuso que la reactivación económica absorbería paulatinamente el desempleo y diluiría la incidencia de los movimientos sociales. Esa reducción significativa de la desocupación no se efectivizó y la pobreza se mantuvo en un invariable piso del 30% de la población.

Frente a este resultado el cuarto peronismo amplió el número de los planes sociales. La bancarización de ese derecho -mediante una tarjeta asignada a cada beneficiario de la AUH- no alteró la gravitación de las nuevas organizaciones populares.

Estos agrupamientos superaron con mayor implantación territorial su status inicial de resistentes. La denominación de “piqueteros” -que aludía a una forma de lucha- fue reemplazada por el término más apropiado de movimientos sociales. En cada país esa denominación alude organizaciones de distinto tipo. En Argentina involucra agrupamientos de precarios y desocupados y no de pueblos originarios (Bolivia) o de campesinos (Brasil).

Los movimientos tantean actualmente un proceso de sindicalización. Por el volumen de sus afiliados, esa agremiación los convertiría en el segundo conglomerado del país. La cúpula de la CGT resiste esa incorporación masiva de nuevos cotizantes, que rompería todos los equilibrios del universo sindical.

La relación del kirchnerismo con los movimientos sociales atravesó por todas las alternativas imaginables. Hubo afinidad, tensión, alejamiento y ruptura. La pesadilla vivida recientemente con el macrismo condujo al reencuentro. Esa cambiante sucesión de aproximaciones y distanciamientos reproduce la relación del justicialismo clásico con el sindicalismo. Amortiguar y disciplinar la belicosidad popular es una persistente necesidad del peronismo.

Los fracasos de la derecha

La renovación periódica de la principal fuerza política del país es también consecuencia de la probada impotencia de sus adversarios. Desde el golpe gorila del 55´ ningún gobierno de la derecha liberal logró estabilizar su gestión. Fallaron las dictaduras y las vertientes civiles que timoneó el radicalismo.

El peronismo implementa un manejo flexible del Estado, con favoritismos cambiantes amoldados a la movilidad social que propicia. Por eso ha lidiado mejor con una crisis estructural que nadie logra resolver.

La derecha tuvo su mayor oportunidad con Macri, al conseguir el primer acceso a la presidencia por vía electoral. Pero esa apuesta del antiperonismo terminó en un fulminante naufragio. Los CEOs del PRO exhibieron una incapacidad mayúscula para remontar las adversidades de la economía. Tampoco lograron doblegar la resistencia popular que mantuvo las movilizaciones y los piquetes.

Esa doble incapacidad del macrismo socavó la consolidación de la “nueva hegemonía derechista”, que algunos analistas entreveían como el gran logro de Cambiemos. En muy poco tiempo se verificó el carácter efímero de una supremacía asentada en coyunturas electorales y atontamientos mediáticos.

El macrismo intentó disfrazar su conservadurismo con mensajes de neoliberalismo modernizado, publicidad de emprendedores y exhibición de individualismo mercantil. Pero gobernó con demagogia electoral, gasto público y recreación de las viejas mañas de la partidocracia.

La coalición encabezada por el PRO ni siquiera pudo repetir el corto escenario de calma que generó el espejismo de la Convertibilidad. En la competencia entre gobiernos reaccionarios, el peronismo menemista exhibió mayor eficacia que Cambiemos.

El fracaso del último cuatrienio confirma la notoria incapacidad gubernamental de la derecha argentina, en comparación a sus pares de Colombia, Perú o Bolivia. También ratifica su dificultad para instalar exponentes extremos en el terreno político (Olmedo) o económico (Espert).

Lo mismo ocurre con las modalidades ultra-derechistas que se expanden con disfraces evangélicos y mensajes de xenofobia. No han logrado la penetración conseguida en otros lugares. Se mantienen agazapadas en el país, sin avizorar irrupciones virulentas (Bolivia), incursiones sistemáticas (Venezuela) o despliegues de terror (Colombia). No cuentan tampoco con la raigambre pinochetista que tuvieron en Chile.

Por estas diferencias no se afianzó un personaje como Bolsonaro, que en Brasil rememora a la dictadura desarrollista y a sus militares impunes. Allí consagra las tradiciones regresivas de una historia nacional signada por el orden. Esa trayectoria contrasta con la convulsión que ha primado en Argentina.

El peronismo obedece también a esos contrastes, que lo inducen a incorporar a todas las opciones posibles a su juego interno. No es casual que el único aspirante a emular a un Bolsonaro sea un experimentado oportunista del justicialismo (Pichetto).

Extinción versus eternidad

Dos tesis contrapuestas sobre el futuro del peronismo han disputado preeminencia desde la mitad del siglo pasado. Los teóricos de la eternidad confrontan con los previsores de la desaparición. En los períodos de auge justicialista prevalece el primer diagnóstico y en las etapas de crisis el segundo.

El postulado de invariable perdurabilidad se basa en la probada recreación que ha logrado el peronismo. Las versiones más extremas identifican esa regeneración con la propia naturaleza del país. Estiman que se ha forjado una unión indisoluble entre el justicialismo y la argentinidad.

Pero si existió un país pre-peronista, cabe imaginar también otro pos-peronista. Ningún movimiento histórico tiene garantizada su continuidad hasta el fin de los tiempos. La permanencia que logró el justicialismo no implica duración infinita.

Ha subsistido por la peculiar irresolución de una prolongada crisis que degrada al país sin transformarlo. La persistencia de las mismas tradiciones políticas en ese escenario constituye un singular desarreglo histórico. Lo más corriente en otros países ha sido el proceso opuesto de fuerte declive de las estructuras políticas que pierden sus cimientos. Esa erosión desintegró arraigados partidos (conservadores, democratacristianos, socialdemócratas, comunistas) durante las últimas décadas. El peronismo no está intrínsecamente inmunizado contra ese ocaso.

La tesis opuesta ha previsto una y otra vez la desaparición de ese movimiento. En los últimos años ese pronóstico fue enfáticamente retomado por los intelectuales del macrismo. Estimaron que la gran mutación social padecida por Argentina, conduciría a la sustitución de la columna vertebral del justicialismo (clase obrera) por nuevos trabajadores informales, carentes de identificaciones y lealtades.

Ese diagnóstico quedó refutado por la fulminante victoria del Frente de Todos. El peronismo no sólo derrotó a Cambiemos. Conquistó nuevas gobernaciones, quórum propio en el senado y mayoría total en diputados.

La hipótesis del fin del peronismo por expansión de los precarizados, omitió que esa transformación social no tiene correlato automático en la esfera política. Es cierto que los movimientos sociales recientes surgieron fuera del peronismo, pero mantienen una ambigua relación con esa estructura y lo votaron mayoritariamente para desembarazarse de Macri.

Los pensadores de la derecha supusieron que la fractura social creaba un vacío disponible para cualquier modalidad de oficialismo. Por eso combinaron el padrinazgo estatal con una esquizofrénica andanada de agresiones y dádivas. Por un lado, propagaron infamias contra los empobrecidos (“planeros”, “vagos”, “mujeres que se embarazan para cobrar la asignación”) y por otra parte propiciaron la despolitización, con la expectativa de erosionar las viejas fidelidades electorales.

Los dos operativos fallaron. Los movimientos sociales consolidaron su presencia con acciones que contuvieron la degradación social y preservaron el legado político previo. Los intelectuales del liberalismo confundieron por enésima vez su deseo con la realidad y el esperado declive de su rival desembocó en un proceso inverso de resurgimiento.

La experiencia de los últimos cuatro años confirma la intrínseca irresolución del debate entre los previsores del entierro y la perpetuación del justicialismo. Por eso resulta más útil indagar las causas del pasaje de un peronismo a otro, en medio de crisis mayúsculas. Esas convulsiones han amenazado efectivamente la supervivencia de ese movimiento. Pero hasta ahora el justicialismo evitó su extinción encontrando nuevos formatos de gobierno. El quinto peronismo encarna un nuevo intento de esa remodelación.

Desaciertos y decepciones

Desde su irrupción el peronismo suscitó reacciones contradictorias en la izquierda. Hubo períodos de crítica furibunda y momentos de resignada subordinación.

Las diferencias ideológicas que separan a ambas formaciones son mayúsculas. El peronismo propugna la humanización del capitalismo suponiendo que ese sistema permite la equidad, si se compatibilizan los intereses de los patrones y los asalariados. Por eso propone el arbitraje del estado para armonizar ambas partes, en una “comunidad organizada” y rectora de los destinos de la nación.

La izquierda resalta, por el contrario, que los capitalistas lucran con la explotación de los asalariados y utilizan los recursos públicos para garantizar sus privilegios. Recuerda que suelen ampliar esos beneficios erosionando la soberanía nacional.

Esos principios contrapuestos -que separan a los marxistas de los peronistas- no definen la política de la izquierda, hacia el movimiento que conserva la adhesión mayoritaria de la población.

Ese continuado predominio indujo a diferentes estrategias para transformar, eludir o erradicar al peronismo. Con distintas opciones se intentó revertir el gran pecado de origen, que convirtió al justicialismo en un partido de masas. En los años 40 los socialistas y comunistas coincidieron con la derecha liberal, en el hostigamiento común a Perón.

Esa convergencia compartió la falsa acusación de “fascista”, esgrimida contra el nuevo líder por el bloque anti-alemán de la URSS y los Aliados. La subordinación a ese alineamiento geopolítico encegueció a la izquierda, impidiéndole registrar el carácter nacionalista y reformista del naciente peronismo. Esa miopía permitió que el justicialismo surgiera con el sostén de sectores provenientes del anarco-sindicalismo y del socialismo.

Para enmendar ese descomunal desacierto, muchas corrientes familiarizadas con la izquierda propugnaron el posterior ingreso al peronismo. Imaginaron distintos caminos para inducir su conversión en una fuerza pro-socialista. Esa expectativa incluyó la asunción total o parcial de la identidad peronista. En el cenit de ese proyecto se batalló por forjar la “patria socialista” que imaginaban sectores de la JP, el Peronismo de Base y los Montoneros.

La cúpula del PJ cerró violentamente el tránsito por ese rumbo. Bajo directivas del propio Perón se desencadenó un baño de sangre para eliminar a todas las vertientes radicalizadas (“infiltrados”).

El férreo verticalismo que el conductor introdujo en su primer mandato (para restringir huelgas y limitar la autonomía de los líderes sindicales) fue reforzado en el segundo período, para perpetrar una contrarrevolución. Los crímenes de Isabelita y la Triple A pavimentaron el camino de Videla y sepultaron las ilusiones de transformación socialista del peronismo.

Ese proyecto se extinguió por completo, pero dejó una vertiente más moderada que propugna la conversión del peronismo en una fuerza acabadamente progresista. Ya no esperan una evolución anticapitalista, pero sí la consolidación de un movimiento desembarazado de sus viejos vestigios derechistas. Hasta ahora, no hay indicios de concreción de esa esperanza.

Los conservadores como Massa, los oportunistas como Gioja y los cavernícolas como Pichetto se alternan en el control de los aparatos peronistas, que operan con burócratas asociados con la derecha. Por esa razón, la recreación del menemismo es una posibilidad siempre abierta en el universo del justicialismo.

Como el peronismo está intrínsecamente consustanciado con el orden capitalista, su performance derechista depende de las circunstancias. El justicialismo apuntaló en su origen a la burguesía nacional, favoreció a los neoliberales con Menem y sostuvo a grupos locales industrialistas y financiarizados con Kirchner. El cortocircuito estructural del peronismo con la izquierda deriva de esa defensa sostenida de los privilegios de las clases dominantes.

Ingenuas negaciones

La rebelión del 2001 provocó una crisis mayúscula en el peronismo, que fue responsabilizado por el despojo menemista y por la bomba monetaria sembrada con la Convertibilidad. La indignación popular contra todo el sistema político (“Que se vayan todos”) afectó a los derivados de la UCR y del PJ. En el pico de la catástrofe económica fueron convocadas las elecciones de emergencia, que llevaron a Kirchner a la presidencia.

Durante ese convulsivo interregno floreció el autonomismo. Sus propulsores exaltaron las asambleas barriales, elogiaron la democracia directa y promovieron la organización cooperativa. Imaginaron que el propio movimiento de piquetes y cacerolas alumbraría un sistema de representación desprovisto de partidos, elecciones, parlamentos y liderazgos. Propusieron desconocer al estado para “cambiar el mundo sin tomar el poder”, creando una nueva economía asentada en las empresas recuperadas.

Ese proyecto se diluyó vertiginosamente cuando Kirchner consolidó su comando del cuarto peronismo. El autonomismo no tuvo respuesta frente al nuevo oficialismo progresista. Ni siquiera registró cómo numerosos líderes de revuelta eran atraídos por la Casa Rosada.

El kirchnerismo reintrodujo parámetros de politización que desconcertaron a las corrientes libertarias. No supieron distinguir a Néstor y Cristina de sus antecesores neoliberales. La pretensión autonomista de soslayar cualquier contaminación con el universo institucional naufragó en forma vertiginosa.

Las nuevas referencias que estableció Kirchner impusieron definiciones desconocidas por los libertarios. Esa orfandad ilustró cómo tambalea esa corriente frente a un desafío político significativo. Todas las inconsistencias heredadas del viejo anarquismo reaparecieron súbitamente. El enflaquecimiento autonomista ante el progresismo K recreó el declive final de los derivados de la FORA frente al primer peronismo.

Ese retroceso ha confirmado la imposibilidad de encarar un proyecto de transformación popular omitiendo el manejo del Estado. La captura y modificación de esa estructura es indispensable para encarar un cambio radical. No hay otra forma de reducir la desigualdad y mejorar el nivel de vida.

Quedó confirmado que ninguna multiplicación de “contrapoderes” en los territorios, sindicatos o cooperativas reemplaza el control del Estado. La idealización autonomista de los movimientos sociales le impide forjar un proyecto de superación del peronismo.

Contraposiciones simplificadas

La gran hostilidad inicial de comunistas y socialistas hacia el peronismo dejó un vacío cubierto por otras tradiciones marxistas. El trotskismo ocupó parte de ese espacio, compartiendo la ponderación justicialista del proletariado industrial. Sus diversas organizaciones evitaron las crisis posteriores del PC (ambigua postura frente la dictadura), los vaivenes del maoísmo y las derrotas de la guerrilla.

Ese trasfondo explica la irrupción del MAS, el despunte del PO y la gestación del FIT. Consolidaron fuerzas militantes con jóvenes predispuestos a la acción. El pragmatismo de algunas corrientes (MST) ha coexistido con emprendimientos mediáticos e incursiones intelectuales de otras vertientes (PTS). La mayoría mantuvo un frente que superó las viejas fracturas por minucias. Han logrado que la propia denominación de “izquierda” sea identificada con sus actividades.

Esas agrupaciones prosperan en las crisis del peronismo y retroceden en las recomposiciones de ese movimiento. Ese vaivén se ha repetido desde que el retorno de Perón opacó la expansión del clasismo. La llegada del kirchnerismo neutralizó a la izquierda, que recobró fuerza con la erosión del cristinismo y volvió a decaer con el debut del albertismo.

La lógica de ese vaivén es frecuentemente ignorada por sus propios afectados. En lugar de analizar esas oscilaciones, suelen proclamar el invariable “agotamiento del nacionalismo burgués”. Ese enunciado choca con la cruda realidad y afronta los mismos problemas del diagnóstico liberal de extinción del justicialismo.

Los reiterados señalamientos del fin del peronismo no registran las variedades de ese movimiento. El kirchnerismo, por ejemplo, nunca fue diferenciado de sus adversarios derechistas y por esa razón, en los conflictos entre ambos prevaleció la neutralidad. Reiteradamente se igualó a los dos campos, reduciendo esos choques a una simple disputa inter-burguesa. Esa mirada predominó frente a la puja con los agro-sojeros, la ley de medios y la expropiación de YPF.

En lugar de reconocer los ingredientes progresistas de esas iniciativas se remarcó la naturaleza capitalista del kirchnerismo. Pero como ese cimiento es compartido por casi todos gobiernos del país y del mundo, su constatación no esclarece ninguna especificidad del cuarto peronismo.

El bonapartismo es otra noción utilizada para caracterizar al kirchnerismo. Pero ese término aludía en el pasado a un arbitraje extraparlamentario, en coyunturas de crisis militar, catástrofe económica o disgregación política. Su extensión a Néstor y Cristina es forzada y no define el posicionamiento de esos mandatarios. Los bonapartismos pueden tener implicancias progresivas o regresivas. Si se soslaya esa valoración el diagnóstico carece de relevancia.

La simple presentación del kirchnerismo como una fuerza burguesa condujo a descartar alianzas durante los cuatro años de resistencia al macrismo. Tampoco se construyeron puentes con la gran expectativa que despertó la fórmula de los Fernández. Varios integrantes del FIT incluso sugirieron el voto en blanco, en la eventualidad de un balotaje entre el peronismo y Cambiemos.

Ese frente difunde meritorios programas anticapitalistas e impulsa candidatos comprometidos con la lucha popular. Pero esas iniciativas afrontan un invariable techo, ante la ausencia de estrategias viables de transformación de la sociedad. La emulación del modelo bolchevique no ofrece esos cursos.

La disputa de la izquierda con el peronismo requiere exponer caminos, referencias y experiencias alternativas. La despreocupación por la viabilidad de la propuesta conduce al mismo divorcio de la realidad que afecta al utopismo libertario. Esa desconexión es acentuada por una proclamada enemistad con todas las variantes de la izquierda mundial.

Particularmente chocantes son las críticas a Cuba o Venezuela en plena agresión imperial. Los medios de comunicación derechistas suelen difundir esos mensajes por su notoria sintonía con los prejuicios del sentido común. Esa prédica obstruye la potencial integración de las tradiciones revolucionarias latinoamericanas al desarrollo de una izquierda efectiva. El encierro realimenta la preeminencia del peronismo.

Insoslayables distinciones

La experiencia ha demostrado que el peronismo no es el ámbito de construcción de un proyecto de la izquierda. La esperada transformación de ese movimiento en una fuerza radicalizada ha sido reiteradamente desmentida por la impronta conservadora, que invariablemente retoma el justicialismo.

Ese desenlace no elimina la eventual reaparición de modalidades progresistas, como ocurrió con el kirchnerismo. Desconocer esos momentos reformistas (y los consiguientes logros populares) conduce a la auto-inmolación de la izquierda. El diagnóstico inicial de “fascismo” durante el primer peronismo no fue el único desatino. Los proveedores de banderas rojas a las marchas de la Sociedad Rural contra el kirchnerismo padecieron una desubicación semejante.

Los virajes del peronismo explican su perdurabilidad y las dificultades para erigir una alternativa. Esa obstrucción no se resuelve con resignadas disoluciones, ciegas confrontaciones o ingenuas omisiones. La opción se construye sin denostar al peronismo y sin aceptar su inexorable primacía.

La simple presencia de un gobierno peronista no esclarece su performance. Hay que evaluar si navega por los torrentes de la reacción o del progresismo, recordando su potencial familiaridad con ambos universos.

Las posturas de cada peronismo frente a los escenarios regionales brindan pistas para esclarecer su modalidad. El cariz centroizquierdista del kirchnerismo quedó muy definido por su empalme con el ciclo progresista sudamericano. También el perfil derechista de Menem estuvo signado por las “relaciones carnales” con Estados Unidos.

Todo el recorrido expuesto de la historia del peronismo apunta a facilitar la evaluación del contexto actual. ¿Qué modalidad de justicialismo está forjando Alberto Fernández? ¿Cómo será su quinta versión de ese movimiento? ¿Cuáles serán los antecesores privilegiados y desechados? ¿Qué orientación sugieren las primeras medidas de su gobierno? Las respuestas a estos interrogantes exigen otro texto.

jueves, 30 de enero de 2020

Venezuela, campeón antimperialista



¿Por qué Venezuela es capaz de reunir exitosamente a cientos de importantes representantes de los principales partidos de izquierda y movimientos populares, femeninos, juveniles, de nuestra región y del mundo? Lo consigue con frecuencia pese a los obstáculos impuestos por el imperio yanqui, que presiona cancillerías para que no den visas y a aerolíneas para que no vendan boletos. La semana pasada Caracas congregó al Foro de Sao Paulo y un Encuentro Mundial contra el Imperialismo por la vida, la soberanía y la paz. En mi opinión lo único que explica esa capacidad de convocatoria es su fuerza moral, su ejemplo de resistencia. Y también la necesidad creada por la época en que vivimos. El asesinato de un general antimperialista mueve multitudes en Medio Oriente e indigna a millones en el mundo.
Venezuela derrotó en 2019 la más feroz de las arremetidas de Estados Unidos contra otra nación en el siglo XXI. La autoproclamación de Juan Guaidó en enero de ese año como presidente encargado era la señal para el inicio de la nueva ofensiva contra la patria de Bolívar, de acuerdo con planes previamente aprobados por el Comando Sur de Estados Unidos, a su vez coordinados con los gobiernos más derechistas de la región y con el servil secretario general de la OEA, Luis Almagro. Estos planes se basan en el esquema de las llamadas guerras de cuarta generación, que comprende acciones en diversos campos, destacadamente masivas y prolongadas campañas de intoxicación mediática, guerra económica y acciones subversivas de distinta naturaleza, incluyendo el intento de magnicidio contra el presidente Nicolás Maduro y otras operaciones militares y paramilitares cuya ejecución es canalizada vía Colombia por el Comando Sur con la activa participación de Álvaro Uribe y del subpresidente Iván Duque. ¡Cómo se creyeron esos dos, Piñera, Almagro, Pence, Elliott Abrams, Marco Rubio y, por supuesto, Trump, que Guaidó tumbaba a Maduro!
El fulminado intento de golpe de Estado del 30 de abril también lo vieron venir como el final de la revolución bolivariana. Ciertamente fue el momento más alto de la ofensiva, con presencia de Guaidó y su jefe político Leopoldo López, una acción aventurera e irresponsable que pudo haber costado numerosas vidas de no ser por el patriotismo y el profesionalismo de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana en estrecha unión cívico-militar con el pueblo. Ya para entonces el autoproclamado había comenzado a perder aceleradamente la capacidad de convocatoria mostrada en las primeras semanas del año. Hoy se ha apagado mucho más porque no ha cumplido una sola de sus promesas y está envuelto en un gigantesco escándalo. Por vínculos con narcoparamilitares, por el robo de fondos para ayuda humanitaria y de activos venezolanos. Lo más que puede reunir es unos pocos cientos de personas en zonas opositoras de Caracas, en contraste con la permanente iniciativa política de Maduro y la enorme capacidad de movilización de masas del chavismo.
Pero lo más dañino y criminal de esta larga cadena de agresiones es el ataque cotidiano, mediante la guerra económica, a las bases de la alimentación y el suministro de medicinas para el pueblo venezolano. Cuando se visita Venezuela y se observa la acción del poder popular, de los Consejos Locales de Abastecimiento y Producción, puede uno darse cuenta cabalmente de la creatividad, la alta conciencia política y el heroísmo sin aspavientos del pueblo chavista. Pues por muy poderoso que sea el imperio, no ha sido capaz de apagar la llama de rebeldía de los venezolanos, ni de imaginar las soluciones que surgen a nivel de barrios para derrotar su guerra. Subestimar a ese pueblo ha sido un grave error de Estados Unidos. Igual subestima a los otros pueblos latinoamericanos y caribeños que no están dispuestos a aceptar por más tiempo el insoportable e inmoral sistema de superexplotación del capitalismo neoliberal y su democracia elitista y antipopular. Quién imaginaba en 2019 que la pradera latinocaribeña iba a arder con la velocidad que lo está haciendo desde finales de ese año. Faltan liderazgos, proyectos, organización, pero eso se crea y a ello ayudan mucho reuniones como la de Caracas, porque permiten algo tan valioso e imprescindible como el intercambio de experiencias, la certeza de no estar solos y de que hay muchos otros que luchan. A propósito de eso le decía Maduro a los reunidos en Caracas que no debemos cohibirnos en darnos cita para organizarnos. Pensé entonces en Fidel y en los intercambios que sobre la deuda externa y la amenaza del ALCA promovió en La Habana, encuentros sin los que uno no podría explicarse bien la gran ola antineoliberal latinocaribeña de los años 90 y hasta hoy. A lo que de veras temen Estados Unidos y las oligarquías es a eso, a que nos encontremos y organicemos. Culpan a Cuba y Venezuela para justificar más agresiones contra ellas pero saben que es su modelo neoliberal de muerte lo que ha hecho que Haití, Honduras, Chile, Colombia, Ecuador, Bolivia, Argentina, México, y los que sigan, se levanten para derribarlo, en las calles o en las urnas.

Macri y los dirigentes de la FIFA tienen la misma ideología



Que hayan designado a Mauricio Macri como presidente ejecutivo de la Fundación FIFA es un cachetazo para el mundo deportivo y para la gente de Argentina; también representa una evidencia más de lo que significa el poder económico. Es lamentable, es una noticia que conmociona porque fue un personaje que arruinó un país entero, que condenó a tanta gente a la miseria, que empobreció a un porcentaje enorme de la población y que ahora resulta premiado al ser nombrado en este cargo. La FIFA es una de las organizaciones más poderosas del mundo y tiene comportamientos mafiosos: primero está el Fondo Monetario Internacional, luego el Banco Mundial, le sigue la Organización Mundial del Comercio y, finalmente, la FIFA.

Entonces, meter en ese mundillo a Macri es algo lógico porque la FIFA es como la cueva de Alí Babá, donde faltaba uno de los amigos para completar los 40 ladrones. Conociendo el historial que tiene Mauricio Macri de su presencia en el futbol argentino, sobre todo como presidente de Boca, demuestra que él y los dirigentes de la FIFA comulgan la misma ideología. Además de ser un personaje de la oligarquía, es portador de una ignorancia sorprendente, tiene una incapacidad que asombra, estando más allá de lo que significa Macri como político nefasto. Creo que la posición que hoy ocupará le puede servir para lavar su imagen y no descarto que eso le sirva para armar algo políticamente otra vez. La oligarquía tiene una constancia tremenda para defender sus intereses económicos con uñas y con dientes: nunca se dan por vencidos.

El futbol es para todos nosotros, para los que nacimos en un barrio y nos formamos con este deporte hermoso que tiene un significado muy distinto para el pueblo y para el negocio. Para nosotros es una manera de expresarnos, de crear, de ilusionarnos. Y para ellos es una nueva manera de hacer dinero. Esta gente nos roba el futbol como también nos roba la sanidad pública, la educación pública, los servicios sociales y los derechos laborales. Merecemos verlo gratis.

Debemos luchar para devolverle los valores al futbol porque nos permite ser, en el sentido más profundo. Todos los que nacimos en las villas estamos destinados a ser para los patrones. Y el futbol nos da una posibilidad de crear una identidad propia, va más allá de cualquier resultado. En cambio, para los que negocian con esto, es una manera de explotar a los jugadores y a los hinchas.

* Ex futbolista y director técnico argentino