
Fuentes: Rebelión - Foto: Protesta por el asesinato de George Floyd al frente de la Casa Blanca, 30 de mayo de 2020 (AFP)
I can’t breathe (no puedo respirar), salmodia definitiva
de George Floyd. Esta súplica agónica debió repetirse por siglos en las
sentinas de los barcos, en las plantaciones, en las minas o en las
calles de las nacientes repúblicas americanas.
Debe ser abandonado el hábito de considerar al racismo como una disposición del espíritu, como una tara psicológica.
-Frantz Fanon
Las policías de estas Américas son el brazo armado y efectivo del
racismo. En Estados Unidos, Brasil, Colombia o en Ecuador. Son los killers of the race.
Al servicio de la sociedad blanca dominante. El racismo no está solo en
las policías, es consustancial con el capitalismo. O el capitalismo es
su expresión económica. Los procesos de acumulación de capital ahí donde
comienzan, sin importar la amplitud geográfica o la geografía humana su
soporte cognitivo es el racismo. El racismo sofisticado o primario.
Instaurado en colores asignados a la piel, en la estética arbitraria de
los cabellos, en cierto valor deplorable de lo arriscado de la nariz o
en la acreditación del grosor de los labios. De ahí saltó a la Cultura
de aquella humanidad racializada. Sin embargo, esa Cultura tiene una
piel (negra), esa Cultura tiene unos cabellos (rizos, apretados o
crespos) y tiene una nariz extraña arriba de unos labios. Pero
las ciencias, desbaratadoras del racismo primario, son derrotadas en la
cotidianidad de las calles de cualquier ciudad de las Américas por el
“primitivismo intelectual y emocional [que aparece] como una consecuencia banal y un reconocimiento de la existencia”[1] de las razas. Y del racismo.
Ocho de la noche, del lunes 25 de mayo, al parecer George Floyd
habría intentado pagar por algo de comida con un billete falso ($20,00) a
un dealer. El hombre había perdido su empleo de guardia por el Covid-19. Estaba asfixia’o económicamente. Aquello que vino después fue la rodilla de Derek Chauvin en el cuello hasta asesinarlo por asfixia. Four policemen at the crime scene, one active and three passive or complacent.
Cuatro tipos de azul armados, pidiendo apoyo, discutiendo con la gente
desesperada y luego el vídeo que estremeció a la humanidad planetaria.
Al menos a esa humanidad antirracista de nación o por convicción. Are they from the death squad or just police?
¿Ellos son del escuadrón de la muerte o simplemente policías? Una
pregunta caída de la mata, pero en este tiempo, justo ahora, es
imprescindible hacerla a los Gobiernos americanos. ¿Simple y trágica
brutalidad policial o los gobiernos, en sus pasillos de sombras, ya
decidieron quiénes morirán? Necropolítica estatal y prolongada. Los asfixia’os
por la rodilla opresora podrían ser mucho más, sus muertes no fueron
filmadas. Sus sombras están ahí mismo esperando el cambio profetizado.
Es la impunidad estatal que consagra la criminalidad policial. El
Estado-nación privilegia la vida de unos nacionales y a la vez disminuye
el valor existencial de esas otras naciones, de allá, de las
barriadas, estudiadas por la sociología de oficio como ‘marginales’. O
dicho con sus dichos: barrios de negros. O viven por allá, por donde a
veces nace el sol o se vuelve caótico paisaje de lumbres sobre la
techumbre de la marginalidad. Están ahí, los negros, es el genérico
inventado hace 500 años para darle un destino al racismo: la gente
africana. Y luego a la diáspora afrodescendiente y a aquellas recién
expulsadas de las territorialidades. Sudamericanas o centroamericanas. Negro
fue el calificativo sistémico para enunciar el racismo contra las
personas africanas. Aunque el cimarronismo cultural le ha dado la vuelta
efectiva, los grupos racistas, según el interés de opresión política,
nos disputan el significante (el conjunto ideológico de la
representación) y el significado (el simbolismo del significante). ¿Por
cuánto tiempo se desconcertaron con el black is beautiful?
Los Dereks Chauvins de las ciudades americanas persiguen ese
significado humano, quizás con una racionalidad primaria o mejor
definida por sus historias de clase y pertenencia racial, con la
historia del poder estatal al cual representan. La maldad estas tribus
policiales de las Américas, eso son en mayor o menor grado, no es
fingida tienen poder para no disfrazar su brutalidad racista. Y la
exhiben y aunque el negro de mierda ya no sea exteriorizado sí
tienen elementos (armas, toletes, puños, rodillas) para ejecutar el
mandato de aquella especie civilizada. Se leyó bien: ‘civilizada’. Los
procesos civilizatorios de una parte de la humanidad no tienen por qué
beneficiar a toda la humanidad, una parte de ella ha sido víctima o es
la víctima. La formación capitalista con sus ciencias y artes destruyó
civilizaciones en África y América, hasta las reinventó con
denominaciones definitivas: ‘negro’ e ‘indio’. Estas palabras de F.
Fanon resultarían axiomáticas: “todo problema humano demanda ser
considerado a partir del tiempo. Lo ideal sería que el presente sirva
para construir el porvenir”[2].
I can’t breathe (no puedo respirar), salmodia definitiva de
George Floyd. Esta súplica agónica debió repetirse por siglos en las
sentinas de los barcos, en las plantaciones, en las minas o en las
calles de las nacientes repúblicas americanas. No puedo respirar.
Los palenkes fueron respiros emancipadores o el cimarronismo del siglo
XXI es un nuevo respiro sobre la antigua sofocación. Ahora entiendo esa
caridad de aire de madres, abuelas, bisabuelas y así hasta el filo de
esta otra Historia: “¡dame un respiro!” La opresión racial ahí donde
coloca su pie o su rodilla suprime el aire. Hay una constancia física y
angustiante de la sofocación causada por el policía y aun una
historicidad metafísica (“nuestros Ancestros no nacieron
esclavos como nos dice la historia nacional, ellos fueron sometidos a
la fuerza por la sociedad dominante de esa época”[3]) que cimarronea
resistencias habituales desafiando al Estado racista. Allá, en
Minneapolis, el pretexto fue la suposición de un mínimo ilícito, pero la
realidad esencial e histórica es el agobio a las personas negras.
Ocurre con menos mass media y redes sociales en las ciudades de
las Américas. Minneapolis y Mascarilla. En la una fue una rodilla en la
garganta y en la otra un balazo sangre fría. Dos asesinados. Por
negros.
Siwezi kupumua o sea no puedo respirar en swahilli. George
Floyd apenas rogaba por un poco de aire, un hilo de aire lo tendría
vivo. ¡Aire! Una demanda desesperada en la Amazonia de las
nacionalidades indígenas, en las sofocadas metrópolis americanas o es
necesidad para que el verde no se extinga en los territorios de las
comunidades negras. El aire, benificio inesperado de la pandemia del
Covid-19 para las ciudades. El aire para las comunidades negras urbanas
es la expresión material de biopolítica. ¿Habrá comenzado la
privatización del aire de los oprimidos? ¿Bastará una rodilla o un pie
policial para confiscarlo? Hay una lógica de ganancia por la raza
(blanca, para este caso), explica Achille Mbembe. ¿Para alcanzar esa
plusvalía hay un valor de uso y un valor de cambio de la raza? “Para que
se convierta en habitus, la lógica de las razas debe ajustarse
a la lógica del beneficio, a la política de la fuerza y al instinto de
corrupción; es decir, a la definición exacta de la práctica
colonial”[4]. Así fue con George Floyd, se “ajustó a la política de la
fuerza” despiadada, asesina e impune del Estado usaíta. Derek Chauvín
ejecuta la supresión del aire por cuenta del habitus colonial interno. Comprende y aplica la lógica de las razas matables.
El primitivismo intelectual es un arma irrenunciable de las
sociedades opresoras, son entregadas a sus organismos de represión, de
manera exquisita, con la educación oficial y con el inmenso continente
de simbolismos permanentes. En Estados Unidos o en Brasil, escenarios de
la violencia racista. A lo mejor, Darek Chauvin siendo el victimario,
también es víctima-instrumento, aunque consciente, del racismo estatal. O
estructural. “El racismo, para retoñar en Norteamérica, atormenta y
vicia la cultura norteamericana. Y esta gangrena dialéctica es
exacerbada por la toma de conciencia y la voluntad de lucha de millones
de negros y de judíos amenazados por el racismo”[5]. ¿Acaso la elección
de Barack Obama fue una complicada “toma de conciencia” de millones de
mujeres y hombres afroamericanos? A la distancia de los años F. Fanon
responde: “Esta fase pasional, irracional, sin justificación, presenta
para su examen un aspecto espantoso. […] En un momento determinado se
pudo creer en la desaparición del racismo. Esta impresión eufórica,
irreal, era simplemente consecuencia de la evolución de las formas de
explotación”[6].
No sabía del asesinato de ese hermano afroamericano a miles de kilómetros de mis preocupaciones, fue con el technicolor
vespertino, del martes 26 de mayo, que supe del vídeo. Es insoportable y
hay como una rabia consciente, antigua e insoportable. Allá en
Minneapolis, Minnesota, una rodilla le estuvo suprimiendo el aire
durante ocho minutos hasta que ya no lo necesitó más. Aún no paro de
escuchar blues, el volumen bajo, solo para mí, me facilita la repetición continua de A change is gonna come [7]. En la versión de Sam Cooke, Aretha Franklin, Otis Redding y otros. Qué más da. It’s been a long long time coming, but I know A change is gonna come, oh yes it will [8]. ¿Será un axê premonitorio?
Notas:
[1] El entrecomillado proviene de Racismo y cultura, de
Frantz Fanon, p. 39. Las cursivas del paréntesis son del autor. Este
texto fue la intervención F. Fanon en el 1er. Congreso de Escritores y
Artistas Negros en París, septiembre de 1956. Publicado por primera vez
en el número espacial de Préscence Africaine, junio-noviembre de 1956.
[2] Piel negra, máscaras blancas, Frantz Fanon, Schapire Editor S.R.L., Argentina, p. 18.
[3] Sembrar pensando/pensar sembrando con el Abuelo Zenón,
Juan García Salazar y Catherine Walsh, Universidad Andina Simón Bolívar,
Sede Ecuador y Editorial Abya Yala, Quito, 2017, p. 116.
[4] Crítica de la razón negra, Achille Mbembe, Ned Ediciones, España, 2016, p. 115.
[5] Racismo y Cultura, p. 44.
[6] Ibídem, p. 44.
[7] Un cambio está por llegar (traducción del autor).
[8] Ha tardado mucho tiempo en llegar, pero yo sé que se acerca un cambio, que las cosas, sin duda, van a cambiar (traducción de Alejandro Caja).
Juan Montaño Escobar: periodista y escritor afroecuatoriano. Su último libro se titula El bisnieto cimarrón de F. Dzerzhinsky.
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