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martes, 2 de junio de 2020

“No puedo respirar”


No puedo respirar EE.UU.
Fuentes: Rebelión - Foto: Protesta por el asesinato de George Floyd al frente de la Casa Blanca, 30 de mayo de 2020 (AFP)

I can’t breathe (no puedo respirar), salmodia definitiva de George Floyd. Esta súplica agónica debió repetirse por siglos en las sentinas de los barcos, en las plantaciones, en las minas o en las calles de las nacientes repúblicas americanas.
Debe ser abandonado el hábito de considerar al racismo como una disposición del espíritu, como una tara psicológica.
-Frantz Fanon
Las policías de estas Américas son el brazo armado y efectivo del racismo. En Estados Unidos, Brasil, Colombia  o en Ecuador. Son los killers of the race. Al servicio de la sociedad blanca dominante. El racismo no está solo en las policías, es consustancial con el capitalismo. O el capitalismo es su expresión económica. Los procesos de acumulación de capital ahí donde comienzan, sin importar la amplitud geográfica o la geografía humana su soporte cognitivo es el racismo. El racismo sofisticado o primario. Instaurado en colores asignados a la piel, en la estética arbitraria de los cabellos, en cierto valor deplorable de lo arriscado de la nariz o en la acreditación del grosor de los labios. De ahí saltó a la Cultura de aquella humanidad racializada. Sin embargo, esa Cultura tiene una piel (negra), esa Cultura tiene unos cabellos (rizos, apretados o crespos) y tiene una nariz extraña arriba de unos labios. Pero las ciencias, desbaratadoras del racismo primario, son derrotadas en la cotidianidad de las calles de cualquier ciudad de las Américas por el “primitivismo intelectual y emocional [que aparece] como una consecuencia banal y un reconocimiento de la existencia”[1] de las razas. Y del racismo.
Ocho de la noche, del lunes 25 de mayo, al parecer George Floyd habría intentado pagar por algo de comida con un billete falso ($20,00) a un dealer. El hombre había perdido su empleo de guardia por el Covid-19. Estaba asfixia’o económicamente. Aquello que vino después fue la rodilla de Derek Chauvin en el cuello hasta asesinarlo por asfixia. Four policemen at the crime scene, one active and three passive or complacent. Cuatro tipos de azul armados, pidiendo apoyo, discutiendo con la gente desesperada y luego el vídeo que estremeció a la humanidad planetaria. Al menos a esa humanidad antirracista de nación o por convicción. Are they from the death squad or just police? ¿Ellos son del escuadrón de la muerte o simplemente policías? Una pregunta caída de la mata, pero en este tiempo, justo ahora, es imprescindible hacerla a los Gobiernos americanos. ¿Simple y trágica brutalidad policial o los gobiernos, en sus pasillos de sombras, ya decidieron quiénes morirán? Necropolítica estatal y prolongada. Los asfixia’os  por la rodilla opresora podrían ser mucho más, sus muertes no fueron filmadas. Sus sombras están ahí mismo esperando el cambio profetizado.
Es la impunidad estatal que consagra la criminalidad policial. El Estado-nación privilegia la vida de unos nacionales y a la vez disminuye el valor existencial de esas otras naciones, de allá, de las barriadas, estudiadas por la sociología de oficio como ‘marginales’. O dicho con sus dichos: barrios de negros. O viven por allá, por donde a veces nace el sol o se vuelve caótico paisaje de lumbres sobre la techumbre de la marginalidad. Están ahí, los negros, es el genérico inventado hace 500 años para darle un destino al racismo: la gente africana. Y luego a la diáspora afrodescendiente y a aquellas recién expulsadas de las territorialidades. Sudamericanas o centroamericanas. Negro fue el calificativo sistémico para enunciar el racismo contra las personas africanas. Aunque el cimarronismo cultural le ha dado la vuelta efectiva, los grupos racistas, según el interés de opresión política, nos disputan el significante (el conjunto ideológico de la representación) y el significado (el simbolismo del significante). ¿Por cuánto tiempo se desconcertaron con el black is beautiful?
Los Dereks Chauvins de las ciudades americanas persiguen ese significado humano, quizás con una racionalidad primaria o mejor definida por sus historias de clase y pertenencia racial, con la historia del poder estatal al cual representan. La maldad estas tribus policiales de las Américas, eso son en mayor o menor grado, no es fingida tienen poder para no disfrazar su brutalidad racista. Y la exhiben y aunque el negro de mierda ya no sea exteriorizado sí tienen elementos (armas, toletes, puños, rodillas) para ejecutar el mandato de aquella especie civilizada. Se leyó bien: ‘civilizada’. Los procesos civilizatorios de una parte de la humanidad no tienen por qué beneficiar a toda la humanidad, una parte de ella ha sido víctima o es la víctima. La formación capitalista con sus ciencias y artes destruyó civilizaciones en África y América, hasta las reinventó con denominaciones definitivas: ‘negro’ e ‘indio’. Estas palabras de F. Fanon resultarían axiomáticas: “todo problema humano demanda ser considerado a partir del tiempo. Lo ideal sería que el presente sirva para construir el porvenir”[2].
I can’t breathe (no puedo respirar), salmodia definitiva de George Floyd. Esta súplica agónica debió repetirse por siglos en las sentinas de los barcos, en las plantaciones, en las minas o en las calles de las nacientes repúblicas americanas. No puedo respirar. Los palenkes fueron respiros emancipadores o el cimarronismo del siglo XXI es un nuevo respiro sobre la antigua sofocación. Ahora entiendo esa caridad de aire de madres, abuelas, bisabuelas y así hasta el filo de esta otra Historia: “¡dame un respiro!” La opresión racial ahí donde coloca su pie o su rodilla suprime el aire. Hay una constancia física y angustiante de la sofocación causada por el policía y aun una historicidad metafísica (“nuestros Ancestros no nacieron esclavos como nos dice la historia  nacional, ellos fueron sometidos a la fuerza por la sociedad dominante de esa época”[3]) que cimarronea resistencias habituales desafiando al Estado racista. Allá, en Minneapolis, el pretexto fue la suposición de un mínimo ilícito, pero la realidad esencial e histórica es el agobio a las personas negras. Ocurre con menos mass media y redes sociales en las ciudades de las Américas. Minneapolis y Mascarilla. En la una fue una rodilla en la garganta y en la otra un balazo sangre fría. Dos asesinados. Por negros.
Siwezi kupumua o sea no puedo respirar en swahilli. George Floyd apenas rogaba por un poco de aire, un hilo de aire lo tendría vivo. ¡Aire! Una demanda desesperada en la Amazonia de las nacionalidades indígenas, en las sofocadas metrópolis americanas o es necesidad para que el verde no se extinga en los territorios de las comunidades negras. El aire, benificio inesperado de la pandemia del Covid-19 para las ciudades. El aire para las comunidades negras urbanas es la expresión material de biopolítica. ¿Habrá comenzado la privatización del aire de los oprimidos? ¿Bastará una rodilla o un pie policial para confiscarlo? Hay una lógica de ganancia por la raza (blanca, para este caso), explica Achille Mbembe. ¿Para alcanzar esa plusvalía hay un valor de uso y un valor de cambio de la raza? “Para que se convierta en habitus, la lógica de las razas debe ajustarse a la lógica del beneficio, a la política de la fuerza y al instinto de corrupción; es decir, a la definición exacta de la práctica colonial”[4]. Así fue con George Floyd, se “ajustó a la política de la fuerza” despiadada, asesina e impune del Estado usaíta. Derek Chauvín ejecuta la supresión del aire por cuenta del habitus colonial interno. Comprende y aplica la lógica de las razas matables.
El primitivismo intelectual es un arma irrenunciable de las sociedades opresoras, son entregadas a sus organismos de represión, de manera exquisita, con la educación oficial y con el inmenso continente de simbolismos permanentes. En Estados Unidos o en Brasil, escenarios de la violencia racista. A lo mejor, Darek Chauvin siendo el victimario, también es víctima-instrumento, aunque consciente, del racismo estatal. O estructural. “El racismo, para retoñar en Norteamérica, atormenta y vicia la cultura norteamericana. Y esta gangrena dialéctica es exacerbada por la toma de conciencia y la voluntad de lucha de millones de negros y de judíos amenazados por el racismo”[5]. ¿Acaso la elección de Barack Obama fue una complicada “toma de conciencia” de millones de mujeres y hombres afroamericanos? A la distancia de los años F. Fanon responde: “Esta fase pasional, irracional, sin justificación, presenta para su examen un aspecto espantoso. […] En un momento determinado se pudo creer en la desaparición del racismo. Esta impresión eufórica, irreal, era simplemente consecuencia de la evolución de las formas de explotación”[6].
No sabía del asesinato de ese hermano afroamericano a miles de kilómetros de mis preocupaciones, fue con el technicolor  vespertino, del martes 26 de mayo, que supe del vídeo. Es insoportable y hay como una rabia consciente, antigua e insoportable. Allá en Minneapolis, Minnesota, una rodilla le estuvo suprimiendo el aire durante ocho minutos hasta que ya no lo necesitó más. Aún no paro de escuchar blues, el volumen bajo, solo para mí, me facilita la repetición continua de A change is gonna come [7]. En la versión de Sam Cooke, Aretha Franklin, Otis Redding y otros. Qué más da. It’s been a long long time coming, but I know A change is gonna come, oh yes it will [8]. ¿Será un axê premonitorio?       
Notas:
[1] El entrecomillado proviene de Racismo y cultura, de Frantz Fanon, p. 39. Las cursivas del paréntesis son del autor. Este texto fue la intervención F. Fanon en el 1er. Congreso de Escritores y Artistas Negros en París, septiembre de 1956. Publicado por primera vez en el número espacial de Préscence Africaine, junio-noviembre de 1956.
[2] Piel negra, máscaras blancas, Frantz Fanon, Schapire Editor S.R.L., Argentina, p. 18.
[3] Sembrar pensando/pensar sembrando con el Abuelo Zenón, Juan García Salazar y Catherine Walsh, Universidad Andina Simón Bolívar, Sede Ecuador y Editorial Abya Yala, Quito, 2017, p. 116.
[4] Crítica de la razón negra, Achille Mbembe, Ned Ediciones, España, 2016, p. 115.
[5] Racismo y Cultura, p. 44.
[6] Ibídem, p. 44.
[7] Un cambio está por llegar (traducción del autor).
[8] Ha tardado mucho tiempo en llegar, pero yo sé que se acerca un cambio, que las cosas, sin duda, van a cambiar (traducción de Alejandro Caja).
Juan Montaño Escobar: periodista y escritor afroecuatoriano. Su último libro se titula El bisnieto cimarrón de F. Dzerzhinsky.

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