Sobre los Semilleros de Rebeldía con Carlos Aguirre Rojas
América Latina desde Abajo
Dedicado a la memoria de Héctor
Entre
 el 5 y 8 de junio la Editorial Quimantú realizó los “Semilleros de 
Rebeldía”, cuatro jornadas de diálogo con Carlos Aguirre Rojas1.Tales encuentros tuvieron al menos tres razones de fondo. La primera fue el lanzamiento doble de Antimanual del Mal Historiador o ¿cómo hacer hoy una buena historia crítica? y Movimientos antisistémicos y cuestión indígena en América Latina. Una visión desde la larga duración histórica,
 ambos de Aguirre. La segunda es el cincuentenario de la Revolución 
Cultural Mundial de 1968, acontecimiento que Aguirre abarca de un modo u
 otro en sus textos. La tercera es, manteniendo el mismo espíritu de 
otros semilleros ya realizados2, generar espacios de 
encuentro e intercambio de experiencias, principalmente entre 
organizaciones populares. Lo anterior también explica la razón de esta 
síntesis. Esperamos que sirva de insumo y aporte al diálogo entre 
quienes de un modo u otro buscamos transformar el mundo, con la 
esperanza además, de que semilleros como éstos sigan multiplicándose3. 
Nada menos que transformar el mundo 
En
 el Auditorio Mara Rita de la Facultad de Humanidades y Filosofía de la 
Universidad de Chile fue realizado el “III Encuentro de historiadores: 
Saberes desde abajo: el aporte del quehacer histórico en la comprensión 
de los movimientos anti-sistémicos del Abya Yala”, cuya mesa de debate 
estuvo conformada por Claudio Alvarado Lincopi, historiador y parte de 
la Comunidad de Historia Mapuche (CMH), Javiera Manzi, socióloga e 
integrante del Núcleo de gráfica y movilización estudiantil (NGME), 
Fernando Pairicán, también de la CMH y Gabriela Jiménez, de Editorial 
Quimantú y moderadora del encuentro. 
La ponencia de Claudio 
Alvarado Lincopi ofrece dos reflexiones. En la primera, “Cepillar la 
historia a contrapelo”, se refiere al Antimanual del mal historiador,
 obra que revaloriza la teoría crítica e historiográfica, principalmente
 desde Marx hasta Wallerstein. De Carlos Aguirre resalta su noción de 
tiempo, pues esto lo asume heterogéneo y no situado en el pasado sino 
que enfocado más bien en el presente, cuestión que Claudio encuentra en 
Silvia Rivera Cusicanqui y lo vincula con el concepto de presente 
sintagmático, donde habitan muchos pasados puestos jerárquicamente en el
 presente, vencidos y en condición de inferioridad pero no por ello 
desaparecidos. 
Destaca además la idea de documento que el autor 
desarrolla desde la historiografía realmente crítica, ya no 
entendiéndola desde lo escrito, sino más bien desde todo lo ampliamente 
desarrollado por la humanidad. Pues, parafraseando a Marx, “nada de lo 
humano nos es ajeno”4. Concuerda también con la 
reinterpretación de totalidad que ofrece Carlos, es decir, una totalidad
 no entendida como una estructura determinante de nuestro desarrollo 
social, sino como formación social concreta en el actual modo de 
producción capitalista, contextualizada según las condiciones de cada 
territorio. Totalidad que requiere además, agrega, la unificación de las
 disciplinas de análisis crítico y que toman a Marx como paradigma, 
debido a que éste no puede ser leído únicamente como economista, 
sociólogo, filósofo o historiador. En su obra no se observa el 
fraccionamiento al momento de analizar la sociedad, cuestión que Claudio
 asocia como típico de los estudios contemporáneos de las ciencias 
sociales y humanidades. 
Seguidamente, en “Un relato para el naufragio”, se refiere a Movimientos antisistémicos y cuestión indígena en América Latina.
 Parte remitiéndose a la lectura que concibe a 1989 como una fecha que 
da término a la utopía y en algunos casos, inclusive a la historia. Esto
 debido a que Aguirre, contraviniendo lo anterior, precisa que 1968, 
siguiendo a Wallerstein, es el colapso del liberalismo. Claudio, tomando
 en cuenta que el ‘68 o el ‘89 son fechas de clivaje para el mundo 
occidental, se pregunta ¿cuál es el momento de clivaje para Chile? ¿Lo 
es acaso el ’57 de La Victoria?5 
Por otra parte, ante
 la tesis de una nueva derecha, conservadora, represiva y autoritaria, 
surgida después de 1968, Claudio propone también la existencia de una 
derecha multicultural —por consiguiente, despolitizadora— y etnofágica 
de la cuestión indígena. Pues actualmente el Estado chileno no sólo le 
ofrece garrote al pueblo mapuche, sino que de vez en cuando, también 
zanahoria. 
Cuestiona, a partir de problemáticas sugeridas por 
Aguirre, hasta qué punto nuestra región alberga la temporalidad revisada
 en su momento por Marx. Considera así fundamental rescatar aportes 
locales, tales como los elementos de socialismo práctico de Mariátegui y
 su análisis de desarrollo desigual en la región. Asimismo, consulta 
sobre la reciente apuesta electoral del EZLN que Aguirre admite como 
táctica para el período. Si seguimos otra tesis del autor, distinguimos 
que una campaña presidencial puede perfectamente ser anticapitalista 
pero no precisamente antisistémica. Pero Claudio se pregunta hasta qué 
punto lo es en el caso del movimiento zapatista, tomando en cuenta todo 
el tiempo que éste ha llevado a cabo una política realmente 
antisistémica. 
Asimismo, aunque Claudio coincida con Carlos a la
 hora de descartar las categorías de lo decolonial y poscolonial, 
defiende lo anticolonial, pues para él esta última nos provee de una 
genealogía de pensamiento enraizado en América Latina, lo que permite 
recuperar aportes tales como los realizados por Huamán Poma o Mariátegui
 entre muchos otros y que, además, proporciona bases para configurar 
movimientos antisistémicos realmente propios, señala. 
La segunda
 ponencia fue de Javiera Manzi, quien enmarca su análisis de los 
movimientos sociales antisistémicos eclosionados en 1968 en la actual 
ola de movilizaciones feministas que vive el país. Desde su oficio 
posiciona al archivo como gestador de memoria y contramemoria, y por 
tanto una responsabilidad necesaria para los movimientos sociales. 
Del
 movimiento feminista Manzi plantea tres características centrales. 
Estas son 1) transversalidad, 2) perfil totalizador y estructurante de 
nuevas formas de análisis y organización y 3) carácter prefigurativo. 
Concibe además a la teoría feminista como indispensable a la hora de 
pensar las relaciones las condiciones en donde el capitalismo se produce
 y reproduce. Para Javiera, cuando el movimiento feminista contemporáneo
 chileno reivindica la realización de nuevas relaciones y roles 
sociales, niega su supuesta condición como suma de reivindicaciones y de
 paso, supera la asimilación nostálgica de la movilización estudiantil. 
También
 precisa lo importante de reconocer la raigambre popular del feminismo 
local, expresado a través de figuras tales como Teresa Flores, Esther 
Valdés de Díaz o Belén de Sárraga, entre otras, feminismo que fue parte 
del potenciamiento mismo del movimiento obrero en Chile. 
Desde 
el campo de la documentación, se pregunta dónde quedan los itinerarios 
de los movimientos antisistémicos librados a contrapelo con la historia y
 del mismo modo, en qué lugar se guardan el rastro de los pasados 
vencidos. Para ella la memoria es un lugar activo desde el que se 
construye y que permite pensar sin nostalgia y revolucionariamente. 
Fernando
 Pairicán por su parte, comienza situándose desde “La llamada de la 
tribu”, el reciente libro de Mario Vargas Llosa, que ubica al lado 
opuesto de los de Aguirre. El primero analiza las sociedades desde la 
oficialidad impuesta por la oligarquía y amparada por el Estado, 
sosteniendo que ha sido el liberalismo lo que más nos ha defendido 
nuestra libertad de “la tribu”, mientras que el segundo lo hace desde 
los movimientos autonómicos que se organizan desde abajo. Para Pairicán 
los autores ofrecen una lectura del liberalismo en América Latina, a 
favor en el primer caso y en contra en el segundo, siendo además, en 
definitiva, posiciones de clase. 
Fernando propone a la derecha 
latinoamericana racial antes que liberal, de modo que a dos décadas de 
avanzado el siglo XXI, ésta ha vuelto a pretender el consolidamiento de 
los nacionalismos locales. Desde la misma óptica, concibe un ‘68 
latinoamericano como un momento de florecimientos identitarios. No 
obstante no considera ésta como la una única fecha de ruptura en la 
región y se remite a Luis Vitale, quien en su acercamiento a la cuestión
 indígena a principio de la década de los noventa, le otorga un valor 
fundamental a los procesos de la Revolución Mexicana, la Revolución 
Boliviana y Revolución Cubana, al punto de llegar a coincidir con 
Howbsman cuando este caracteriza a nuestro continente como un 
“laboratorio de cambio histórico”. 
No obstante, nos recuerda 
Fernando, es el propio historiador británico quien en sus primeros 
estudios determina a Latinoamérica como una región “pre-política” 
reduciendo así la profundidad de sus movimientos sociales, una lectura 
que supone nos ha costado superar. Al respecto, recupera la condición de
 ensayo que Aguirre otorga al movimiento zapatista, cuyas acciones, ni 
erradas ni políticamente inviables, representan en la última década 
construcciones desde abajo, cuestión que lo asemeja en gran medida a lo 
desarrollado por el movimiento mapuche. 
Agrega por último que, en materia de estrategia política en la región, independiente de sí nos decantamos entre la toma del poder, según el sentido de Álvaro García Linera, o la táctica de la no toma del poder,
 según la perspectiva zapatista, conviene tomar en cuenta que es la 
cuestión indígena lo que marca el debate, de modo tal que los pueblos 
originarios pasan a ser así, como plantea el mismo Aguirre, la 
vanguardia del siglo XXI en América Latina. 
A partir de los comentarios preliminares Carlos Aguirre realizó una reflexión de la que podemos distinguir cinco aspectos: 
Un
 primer aspecto relacionado a las interrogantes planteadas por Claudio. 
Según Aguirre ninguna táctica, estrategia, medida o demanda es por sí 
misma antisistémica o prosistémica. Depende del contexto y del modo 
específico en que ésta se plantea si es anticapitalistas y 
antisistemica. Este doble carácter lo presenta la lucha por la tierra 
cuyos contrastes podemos verlos a la luz de la historia. Es cuestión de 
comparar como en la actualidad el EZLN sostiene una agricultura 
comunitaria y en estrecha armonía con la naturaleza, y como hace algunos
 siglos atrás, fue el mismo Napoleón Bonaparte quien realizó la primera 
reforma agraria en Francia, una de las más avanzadas de su época. De 
este modo la reivindicación de la tierra como propiedad individual 
coexiste con la demanda de la tierra como derecho colectivo. 
En 
este marco, Carlos Aguirre plantea la táctica electoral zapatista como 
profundamente anticapitalista y antisistémica debido a que visibiliza 
ante el pueblo mexicano la corrupción en el gobierno, denuncia el 
exterminio en curso de la población indígena y propone como única 
solución valedera a la autoorganización desde abajo y a la izquierda. 
Un
 segundo aspecto son las posiciones de autores decoloniales o 
poscoloniales. Para Aguirre éstos se emparentan estrechamente con los 
autores posmodernos, tornándose auténticos “enemigos del pueblo”. 
Reconoce, sin embargo, el matiz local que el pueblo mapuche agregan a la
 problemática, al encontrarse colonizado por el Estado chileno. Para 
Aguirre, son autores como Frantz Fanon, quienes sin entrar en 
fundamentalismo como Walter Mignolo, Enrique Dussel y otros, realizaron 
hace mucho tiempo atrás, una aguda crítica del colonialismo, crítica que
 de paso, es más sólida, concreta y vigente que la presente en las 
posiciones decoloniales o poscoloniales. 
Un tercer aspecto es la
 estrecha relación de los movimientos feministas con la Revolución 
Cultural Mundial de 1968, que Carlos considera como “madre” del 
movimiento feminista, al ser detonante de su masividad y especifidad 
como ningún otro momento en la historia.  
Un cuarto 
aspecto referente al reordenamiento del espectro político en 1968. 
Siguiendo a Wallerstein, Carlos Aguirre indica que previo a dicha fecha,
 mientras el capitalismo funcionaba con fuerza, el liberalismo fungió 
como ideología dominante, de modo tal que el centro liberal subsumía a 
su vertiente de izquierda y la tornaba un liberalismo socializante, y 
del mismo modo, subsumía a la derecha, volviéndola un liberalismo 
conservador. Pero tras 1968, la derecha devino en fascismo encarnizado y
 amplios sectores de la izquierda abandonaron el reformismo para 
volverse cada vez más radicales. 
Un quinto aspecto relacionado 
al progresismo latinoamericano. Para Carlos Aguirre La izquierda 
domesticada que representa los gobiernos progresistas fracasa porque los
 movimientos sociales realmente antisistémicos que en su momento les 
apoyaron, no buscaron becas, bonos o programas sociales, sino que por el
 contrario, se organizaron para nada menos que cambiar el mundo. 
Las mujeres sostienen la mitad del mundo 
En el Auditorio Sergio Flores de la Facultad de Humanidades de la UV, en el centro de Valparaíso, tuvo lugar el lanzamiento de Antimanual del Mal Historiador o ¿cómo hacer hoy una buena historia crítica?, que contó con la presentación y moderación de Elías Abarca, por Editorial Quimantú. 
Durante la ocasión Aguirre recuerda que la primera versión del Antimanual
 fue escrita hace 16 años. De modo tal que, luego de ser publicado y 
traducido en diversos países, la edición de Quimantú corresponde a la 
vigésima edición. Luego repasa su obra centrándose en dos críticas allí 
presentes. 
La primera se relaciona a la escuela positivista, la 
que para Carlos es dominante en la historiografía iberoamericana, sino 
es que en gran parte del mundo. Es un cadáver que se arrastra por la 
academia, cuyo sentido puede resumirse en la idea de limitarse a 
estudiar la historia sin emitir un juicio o asumir posición alguna. Para
 Aguirre, los positivistas dicen en prosa lo que los antiguos archivos 
señalan en verso. Lo que antes era la historia de los reyes, hoy lo es 
de los presidentes, y en definitiva, de la clase dominante. El 
positivismo supone los hechos más resonantes de la oficialidad a la vez 
como los más importantes. 
Ahora bien, Marx indica que la 
política no flota en el aire, y no es pues, una realidad en sí misma ni 
contiene dentro de sí las premisas de su propia explicación. De modo tal
 que no pueden explicarse los procesos políticos sin explicar las 
relaciones económicas y sociales subyacentes, esto sin caer en la 
lectura economicista, recalca Aguirre. 
Si nos preguntamos para 
qué existe la política hoy o a qué se debe el poder, no es para otra 
razón que para imponer los intereses económicos de la clase dominante. 
Esto explica también porque el positivismo ha perdurado en la historia 
más de siglo y medio. Precisamente, porque su investigación es 
insignificante frente al poder. Aguirre lo grafica del siguiente modo: 
al gobierno de México le conviene que los historiadores se dediquen a 
polemizar sobre si el 16 septiembre de Miguel Hidalgo se levantó del 
lado izquierdo o derecho de la cama. No les interesa saber si la 
independencia fue una propiamente tal, o más bien una descolonización 
—al decir de Wallerstein—, pues esto sería asumir abiertamente como 
México reemplazó el sometimiento de una metrópoli a otra, hasta llegar 
finalmente a depender de Estados Unidos. 
Por otra parte, si 
desde los albores de la humanidad las mujeres han sostenido la mitad del
 cielo, y con la otra mano, la mitad del mundo, como Mao alguna vez 
sostuvo, ¿cómo es que en la historia no se habla de ellas? A pesar de 
haber sido parte fundamental en los diversos procesos históricos, a 
veces inclusive más que los hombres, los historiadores positivistas poco
 se ocupan de ello. 
Los mismos también obvian el protagonismo 
indígena en la historia, a pesar de que en México a principios del siglo
 XIX la mitad de la población era indígena, y que para cuando la 
Revolución Mexicana se desarrolla, un tercio todavía lo era. Para el 
positivismo poco importa esto, pues son los individuos quienes hacen la 
historia, no las mujeres, ni los indígenas o afrodescendientes y menos 
aún, las clases populares. Es para criticar esta escuela que fue escrito
 el Antimanual. 
Pero el libro es escrito, y aquí formula 
su segunda crítica, para arremeter contra la escuela posmoderna presente
 en la historiografía. Esta escuela, en América Latina, toma la forma 
del denominado pensamiento poscolonial o decolonial. Aunque menos 
hegemónica, tiene igualmente presencia en la región al ser impulsada por
 algunos gobiernos, particularmente los progresistas. 
Para los 
decoloniales o poscoloniales, el “coco”, o en nuestro caso, el “cuco”, 
viene a ser cualquier pensador europeo, por más radical que éste sea, 
dice Aguirre. Aun cuando el pensamiento de Marx —por citar tan solo un 
ejemplo— sea la versión en negativo del pensamiento burgués, es 
comúnmente descartado, al tiempo que mal interpretado por la escuela 
decolonial, por el sólo hecho de haber nacido en Europa. De esta forma 
pretenden hacer tabla rasa del desarrollo material y de los pensamientos
 provenientes de Europa, buscando consolidar ciencias y humanidades 
‘originales’ en Latinoamérica. 
En definitiva, el “mal 
historiador” criticado en el libro, es el historiador positivista o 
posmoderno. Y frente a esto, se reúne una serie de pensadores y escuelas
 que son propuestos como base para construir una “historia crítica” para
 el siglo XXI, el mismo que para el autor comienza el 1 de enero de 1994
 con el Levantamiento Zapatista, no sólo para México sino que para que 
para toda América Latina. Por otra parte y por desgracia para el 
pensamiento decolonial, si realizásemos una radiografía de la historia 
realmente crítica, Marx sería el punto de partida inevitable, indica 
Aguirre. 
Inspirado por Elías, quien cerró la presentación con la
 lectura de “Intelectuales apolíticos” de Otto René Castillo, Aguirre 
cita un fragmento de “La poesía es un arma cargada de futuro” de Gabriel
 Zelaya, poema que, ajustándolo a su disciplina, cambió a “La historia 
es un arma cargada de futuro”. De tal modo declama: 
Maldigo la historia concebida como un lujo cultural por los neutrales que, lavándose las manos, se desentienden y evaden. Maldigo la historia
 de quien no toma partido hasta mancharse. Porque vivimos a golpes, 
porque apenas si nos dejan decir que somos quien somos, nuestros textos de historia no pueden ser sin pecado un adorno. Estamos tocando el fondo. 
Nuestra América es el porvenir 
En el Espacio Santa Ana, centro comunitario del Cerro Cordillera de Valparaíso, fue lanzado Movimientos antisistémicos y cuestión indígena en América Latina. Una visión desde la larga duración histórica.
 En esta ocasión la presentación y moderación estuvo a cargo de Fernando
 Villegas de Quimantú. Cabe que señalar que Carlos Aguirre ya había 
visitado el lugar cuando todavía estaba en construcción. Actualmente es 
un espacio consolidado para el encuentro entre pobladores y 
organizaciones del puerto. 
Aguirre abre la presentación 
asegurando que en América Latina se han gestado los movimientos sociales
 antisistémicos más consistentes y duraderos de la última época, lo que 
le lleva a retrotraerse a Hegel cuando éste, en sus Lecciones sobre la filosofía de la historia universal afirma que “América es el país del porvenir”6. 
Para
 él, son dichos movimientos los que han derrocado diversos gobiernos en 
América Latina o de algún modo u otro, fijado la agenda de sus 
respectivos países. Es cuestión de tomar en cuenta el Caracazo en 
Venezuela, el Cacerolazo en Argentina, la Guerra del Agua en Bolivia, 
por citar tan sólo algunos casos. No así la mal denominada “primavera 
árabe”, que para él son amplias movilizaciones y no movimientos sociales
 en sentido estricto. 
De este modo se pregunta hasta qué punto 
el movimiento estudiantil o el movimiento mapuche han incidido en la 
agenda política de Chile. En el caso del segundo, éste se ha vuelto más 
amplio que su propia dimensión demográfica, alcanzado eco hasta en el 
propio EZLN, que sigue la lucha del pueblo mapuche de cerca. No es menor
 que haya tomado el término marichiweu o “diez veces venceremos” en español como parte cierre habitual de sus encuentros o comunicados. 
Más
 adelante, resalta que los movimientos antisistémicos contemporáneos han
 recuperado el “lo queremos todo, y lo queremos de inmediato” presente 
en las nuevas izquierdas de 1968, lo que les ha llevado no sólo a 
derrocar gobiernos, sino que en algunos casos, a crear mundos nuevos. 
Lo
 último se justifica además, ante el fracaso de la denominada 
“estrategia en dos pasos” es decir, primero ganar el poder dentro del 
Estado; y segundo y solo después, transformar el mundo7. A 
causa de esto, los nuevos movimientos realmente antisistémicos han 
impulsado una nueva estrategia revolucionaria: la autoorganización 
popular. Aguirre enmarca aquí la creación de decenas miles de espacios 
radicalmente autónomos, de lógica anticapitalista, de toma de decisiones
 colectivas y sin dirigencias, donde el protagonismo sea de la gente 
común y corriente. Espacios así han ido creando redes de lógica 
anticapitalista, lo que en algún momento, pronostica, tomarán forma de 
‘archipiélagos’ y alcanzarán una dimensión nacional que derribará, de 
abajo hacia arriba, a la clase dominante. 
La humanidad como sujeto revolucionario 
El
 cuarto y último semillero fue realizado en la sede de Constramet, 
Confederación de Trabajadores Metalúrgicos de Chile. Aquí contamos con 
la presentación y moderación de Franco Ripetti y Lorena González, ambos 
de Editorial Quimantú, y el investigador independiente Rafael Agacino. A
 lo largo del encuentro la discusión fue desarrollada primordialmente en
 torno a Movimientos antisistémicos y cuestión indígena en América Latina. 
El
 primero en exponer es Agacino, quien tras realizar una síntesis del 
libro (destacada más tarde por el propio Aguirre), considera que la 
revisión del Antimanual del mal historiador es ineludible para comprender la posición en la que Aguirre enmarca su análisis en Movimientos antisistémicos. Realiza además dos consideraciones críticas sobre el último. 
De
 la obra, acota, es importante tomar en cuenta las configuraciones en 
las luchas libradas en América Latina durante los últimos siglos, tanto 
en su época como territorio. No es lo mismo, afirma, la situación a la 
que se enfrentaba la población afrodescendiente de Cuba a la hora de 
escoger si apoyar o no a la guerra independentista en la isla, que las 
circunstancias en las que la población mapuche debía hacerlo durante la 
guerra independentista en Chile, considerando por ejemplo, lo acordado 
entre España y el pueblo mapuche en parlamentos como el de Quilín8. 
Asimismo,
 ante la idea de nueva modernidad para la humanidad planteada, Agacino 
considera que ante la contrarrevolución neoliberal vigente desde hace 
casi medio siglo en la región, la cual ha consolidado la 
desestructuración de todas las posibilidades de construcción de 
comunidad en la sociedad, urge encontrar el modo de unificar la 
multiplicidad de movimientos sociales y reivindicaciones descritas en Movimientos antisistémicos. 
Más
 tarde Aguirre expone que las premisas unificadoras de los movimientos 
sociales realmente antisistémicos se encuentran presentes en el Antimanual del buen rebelde9.
 Asimismo, ahonda una última vez en la cuestión indígena. Por una parte,
 los pueblos originarios no son los únicos que están realizando mundos 
nuevos y por otra, tampoco se encuentran exentos de problemáticas o 
vicios. Es el caso del indigenismo fundamentalista, que considera como 
un racismo a la inversa. Nuestra realidad actual no permite miradas 
maniqueas donde, en este caso, todo lo indígena sea positivo y todo lo 
proveniente de occidente o resultado del mestizaje, pueda considerarse 
negativo. El EZLN aporta con una lectura sobre esa cuestión. Si en 
Occidente hay cosas horribles, como lo es el capitalismo o el Estado, 
hay también otras sumamente beneficiosas —en las manos indicadas—, como 
es el progreso tecnológico. Del mismo modo, en las comunidades indígenas
 existen elementos maravillosos, como lo es la relación con la tierra, 
también existen cosas negativas, como es que en muchos casos, las 
mujeres no tengan voz. El movimiento zapatista, subraya Aguirre, 
recupera lo mejor del mundo indígena por una parte y lo mejor del 
occidental por otra. 
Es así como el “sujeto de 
la revolución” para el período actual no es otro que la humanidad misma,
 la que en su multiplicidad y diferencias se enfrenta igualmente a la 
“larga muerte” de la humanidad, económica, moral, ecológica, crisis 
terminal que reclama como necesidad más que nunca su unificación. Y son 
precisamente los movimientos sociales realmente anticapitalistas y 
antisistémicos, indígenas y no indígenas, los que junto a las nuevas 
izquierdas se encuentran realizando ensayos para afrontar la barbarie 
del mundo actual. 
Notas
 1. Carlos 
Aguirre es investigador titular del Instituto de Investigaciones 
Sociales de la UNAM, con estudiaos en Economía e Historia. Es Director 
de la revista Contrahistorias. La otra mirada de Clío, desde el 
2003 y miembro del Sistema Nacional de Investigadores de México desde 
1988. Recibió el Premio Universidad Nacional en el Área de Investigación
 en Ciencias Sociales en 2013. Además de los libros mencionados, con 
Editorial Quimantú publicó en el 2015 también  Antimanual del buen rebelde. Guía de la contrapolítica para subalternos anticapitalistas y antisistémicos  y Mandar Obedeciendo. Las lecciones políticas del neozapatismo mexicano 
 2. Durante el 2015 tuvieron lugar los “Semilleros desde abajo y a la 
izquierda”, en los que, junto a Carlos Aguirre, también fueron lanzados 
dos de sus libros en distintos espacios académicos, sindicales y 
territoriales. Se trató en este caso de Mandar Obedeciendo. Las lecciones políticas del neozapatismo mexicano y Antimanual del buen rebelde. Guía de la contrapolítica para subalternos anticapitalistas y antisistémicos. 
 3. Debo señalar mi gratitud a Lucía y Marco, quienes revisaron la 
primera versión de esta síntesis, corrigiéndola y permitiéndome 
enriquecerla. 
 4. La frase pertenece originalmente a Publio Terencio Africano en su comedia Heautontimorumenos (El enemigo de sí mismo), del año 165 a.C. 
 5. Claudio se refiere a la primera toma de terrenos organizada en Chile
 y de América Latina, empezada el 30 de octubre de 1957, cuando más de 
1000 familias ocuparon los terrenos de la chacra La Feria, ubicada en 
Santiago, actual comuna de Pedro Aguirre Cerda. 
 6. Hegel señala
 “América es el país del porvenir. En tiempos futuros se mostrará su 
importancia histórica, acaso en la lucha entre América del Norte y 
América del Sur. Es un país de nostalgia para todos los que están 
hastiados del museo histórico de la vieja Europa.”. p. 275. Lecciones sobre la Filosofía de la Historia Universal. Traducción de José Gaos. Editorial Tecnos. 
 7. Extraído de Las nuevas rebeliones antisistémicas: ¿Un movimiento de movimientos? de Immanuel Wallerstein. Artículo
 ha sido publicado originalmente en la revista New Left Review, num. 18,
 de nov. – dic. de 2002, pp. 29 – 39. La versión castellana ha sido 
publicada en la revista Contrahistorias. La otra mirada de Clío, México, 2004 V1 N1 sep-feb pag. 77-86. 
 8. El Parlamento de Quilín (1641) fue el primer tratado de paz entre 
mapuches y españoles tras más de un siglo y medio de conflicto. 
Habiéndole dado la Corona de España un carácter de tratado 
internacional, y siendo ratificados por el rey Felipe IV el 29 de abril 
de 1643, entre los distintos acuerdos se encontraba el justo 
reconocimiento de la soberanía del pueblo mapuche, o que el mismo, se 
comprometía a considerar como enemigos a los enemigos de España. 
 9. El Antimanual del buen rebelde. Guía de la contrapolítica para subalternos anticapitalistas y antisistémicos fue publicado por Editorial Quimantú en 2015. 
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