Guillermo Almeyra
Pese a todo, en las
elecciones parlamentarias venezolanas de este domingo estaré junto a los
trabajadores de Venezuela en la defensa angustiada pero decidida de lo
que queda del proceso chavista y en su lucha contra todos los enemigos
mortales que, desde el exterior y en el país mismo, acechan la
revolución bolivariana y la independencia misma del país.
Desde el caracazo, esa explosión de odio popular contra el
Fondo Monetario Internacional (FMI) y sus agentes locales, los
trabajadores y los pobres de Venezuela comenzaron a construir las bases
de una alternativa. Ellos adoptaron al grupo de jóvenes oficiales
nacionalistas que se alzaron contra los gobiernos de la oligarquía,
apoyaron y rescataron después a Hugo Chávez, entonces derrotado, preso y
en peligro de muerte, aplastando el golpe oligárquico-imperialista.
Apoyaron posteriormente al comandante en su evolución desde un humanismo
cristiano a una lucha confusa por la construcción de un socialismo
democrático y antiburocrático, apoyado en la movilización de los
sectores populares y en la intervención de éstos en la adopción de las
decisiones políticas.
La lucha de Chávez contra la boliburguesía –ese sector de prevaricadores y corruptos aprovechadores
bolivarianosdel poder estatal presente en el gobierno chavista– y contra la burocracia contó también con su apoyo y su entusiasmo. Los trabajadores y los pobres de Venezuela sentían y comprendían, en efecto, que Chávez aunque los hacía depender del gobierno estaba con ellos. Por eso toleraban sus errores al ver sus esfuerzos por vencer los obstáculos resultantes tanto del atraso y de la dependencia del país como de la ideología capitalista que permitían a las clases dominantes antichavistas lograr apoyo de masas, obstáculos que pesan también en las fuerzas armadas y en el gobierno.
La muerte de Hugo Chávez, que trataba de apoyarse en su base de masas
con las misiones y las comunas para derrotar a la oposición de derecha y
contrarrestar en el gobierno mismo a la burocracia y la boliburguesía, fue
un duro golpe al proceso revolucionario democrático. Chávez había
cometido errores en su avance a tientas hacia el socialismo y se había
apoyado en muchos asesores funestos formados en el nacionalismo
reaccionario o en el estalinismo. Sobre todo, como militar, no creía en
la independencia política de los trabajadores sino en el decisionismo y
verticalismo paternalista (como la creación desde el Estado del Partido
Socialista Unido de Venezuela –PSUV–, sin programa ni preparación
ideológica y teórica previa o la sumisión de los sindicatos a militares o
gobernadores). Pero, desde su poder bonapartista, se apoyaba en los
sectores socialmente más radicales para frenar no sólo la
contrarrevolución y el imperialismo sino también al ala conservadora de
las fuerzas armadas y del gobierno. Las masas chavistas veían sus
errores pero sentían que podían impulsarlo y que él estaba de su mismo
lado, aunque a su modo y con sus límites paternalistas y decisionistas.
Nicolás Maduro, elegido sucesor por Chávez debido a su
lealtad, no tiene en cambio ni el prestigio ni la capacidad y tampoco el
interés intelectual que tenía su mentor. También es más conservador y
mucho menos flexible. Por eso pasó a depender rápidamente del apoyo de
la burocracia estatal y, sobre todo, de las fuerzas armadas, sectores a
los que intentó depurar para que dependiesen más de la Presidencia.
En su bonapartismo no se apoya en los trabajadores sino en el
nacionalismo y la subordinación del aparato estatal. Sectores sindicales
enteros pasan por eso a la oposición, a la que Maduro acusa de ser toda
ella antipatriótica y proimperialista, ignorando que media Venezuela
–que vota contra el PSUV– no puede haber sido comprada por la CIA. En
vez de separar el voto democrático o de protesta por la situación
económica de la utilización de esa protesta por los jefes opositores
proimperialistas, une a todos contra el gobierno.
Eso ha hecho que, desde el punto de vista electoral, Venezuela esté
dividida en dos partes casi iguales y que la mayoría dependa de un
puñado de votos. La situación económica es muy grave, debido
principalmente a la caída del precio del barril de petróleo. En efecto,
en 2015 el presupuesto oficial se basó en el cálculo para 2015 de 60
dólares por barril, y para 2016, en 40 pero está en 40.53 dólares. Así
no hubo ni hay margen para importar alimentos, productos de primera
necesidad e insumos, ni para subsidiar a Cuba y a los países del ALBA o
para los planes de Unasur.
Venezuela debe vivir de sus recursos. Hay por eso sectores que
confían en la inversión imperialista y del FMI y otros que buscan un
cambio de fondo en la economía que el gobierno no prepara porque se
limita a poner parches al funcionamiento del capitalismo de Estado
venezolano y a exigir ingenuamente a la gran burguesía que se guíe por
el interés nacional y no por el afán de lucro.
En esta situación, en la que el gobierno carece de un plan nacional
anticapitalista que pueda movilizar a los trabajadores, y éstos tampoco
tienen una alternativa que proponer ni fuerza independiente, medran los
jefes reaccionarios de la oposición que sí tienen un programa: someterse
a Estados Unidos y al capital financiero internacional. La revolución
que no se profundiza se estanca y retrocede. El aparato del Estado no
puede ser nunca el protagonista de un cambio anticapitalista.
Las elecciones son parlamentarias. Si el gobierno de Maduro pierde
deberá discutir cada medida con la oposición de derecha. ¿Pesarán en tal
caso las fuerzas armadas, creando un bonapartismo militar, por fuerza
en crisis permanente? ¿O habrá en cambio un nuevo salto hacia adelante,
la vuelta de timón que reclamaba Chávez?
Vencer a la derecha proimperialista y las trabas de la boliburguesía y
de la burocracia conservadora y sin ideas dependerá en gran parte de
los sectores más pobres de Venezuela. A ellos va mi voto y mi esperanza.
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