Gilberto López y Rivas
La Jornada
El domingo próximo
tendrán lugar elecciones legislativas en la República Bolivariana de
Venezuela. El control mayoritario de la Asamblea Nacional por la
oposición derechista pondría en riesgo los logros de la revolución
iniciada por el comandante Hugo Chávez Frías, y constituiría un duro
golpe para la estabilidad, e incluso permanencia, del gobierno del
presidente Nicolás Maduro. Hoy más que nunca hay que recurrir al legado
político e ideológico de Chávez, como guía para la acción frente al reto
constante de una derecha golpista, que cuenta con el respaldo
político-militar de Estados Unidos.
El presidente Chávez restituyó el sentimiento y la conciencia de
patria. Comprendió a cabalidad lo que los marxistas denominamos cuestión
nacional, a partir del rescate de los próceres independentistas,
especialmente Bolívar, y transmitió esta conciencia patriótica a
sectores mayoritarios del pueblo. Antes de Chávez, la palabra patria no
era más que un recurso retórico en efemérides oficialistas de las
democracias tuteladas. Hoy en Venezuela la nación-pueblo ha recobrado la
idea de patria, en un contexto planetario de trasnacionalización
neoliberal, que destruye patrias y soberanías. Durante estos años se han
fortalecido la dignidad nacional y el sentido de pertenencia incluso a
la Patria Grande, esa Nuestra América de José Martí. Una derrota de la
revolución por la vía de un proceso electoral intervenido por el boicot
económico, el crimen organizado al servicio del capitalismo
trasnacionalizado y el paramilitarismo, trabajando codo con codo con la
derecha apátrida, significaría un retroceso estratégico en el ámbito
continental.
A partir de la base nacional, el comandante Chávez rescata también el
concepto de socialismo. Esto es, le imprime una perspectiva de clase a
un movimiento nacionalitario que se desarrolla a pesar de la crisis de
los paradigmas e imaginarios en torno al socialismo por la debacle y
desaparición de la Unión Soviética y el campo socialista. Con estas dos
perspectivas teórico-ideológicas, patriotismo y socialismo, se fortalece
el antimperialismo, que, en su interrelación, constituyen los factores
claves de la sobrevivencia y el desarrollo de la Revolución Bolivariana,
no puede haber el uno sin los otros, es el sustrato mismo de esta gesta
revolucionaria, y uno de los legados más importantes de Chávez.
En lo interno, el comandante busca la unidad de los revolucionarios,
pero para lograrla utiliza dos mecanismos fundamentales de una efectiva
opción emancipatoria: la crítica y la autocrítica que, si se pierden,
podría abrirse el camino de la derrota del campo popular. Documentos
como Golpe de timón deberían ser estudiados todos los días,
porque constituyen las grandes enseñanzas de Chávez. Él hace una crítica
a la corrupción, al arribismo, a la arrogancia y prepotencia de quienes
en los aparatos de Estado piensan que son únicos y predestinados.
Recuerdo al comandante Tomás Borge diciendo
nos creímos dioses, en referencia a la derrota electoral del Frente Sandinista de Liberación Nacional en 1990. Hay quienes de pronto se marean en un
tabiquito, y no se dan cuenta de que están en posiciones de gobierno porque se ha producido una revolución popular.
Chávez fue un gran estratega de la lucha de clases. Ante cada
ofensiva de la derecha, incluyendo las huelgas petroleras, el golpe de
Estado, el uso de la violencia y la subversión, él respondió con una
radicalización de la revolución. Esto es fundamental. Hay quien piensa
que al conciliar con la derecha y el imperialismo, se logra la
estabilización del gobierno revolucionario; ¡todo lo contrario!, es la
manera de desestabilizarlo. A cada golpe del imperialismo y la
oligarquía –siempre hermanos siameses–, la reacción de una dirigencia
revolucionaria debe ir hacia adelante, hacia la radicalización del poder
popular. Porque la única fuerza capaz de derrotar al imperialismo –lo
probó Vietnam y lo ha probado Cuba– es un pueblo políticamente
consciente, un pueblo que asume esa perspectiva indisoluble de
patriotismo-socialismo-antimperialismo.
Recordar el legado de Chávez es luchar contra el burocratismo y la
corrupción. El revolucionario no se prueba en la lucha armada, en la
clandestinidad, ahí se prueba un combatiente; el revolucionario se
prueba en el ejercicio del poder público. De aquí, el principio
zapatista de
para todos, todo, para nosotros, nada. La verdadera izquierda es la que coadyuva a construir poder popular sin esperar ni pedir nada a cambio.
Otro de los legados de Chávez es la unidad cívico-militar: la ruptura
de la relación fuerzas armadas-poder oligárquico, el seguimiento de la
estrategia de guerra de todo el pueblo, de creación de milicias; ya que
una oligarquía que pierde el poder político va a buscar recobrarlo a
toda costa y, sobre todo, hacerse de un brazo armado que defienda sus
intereses de clase; lo va a buscar dentro o fuera del país: mercenarios
colombianos, militares desafectos, fuerzas especiales de Estados Unidos,
crimen organizado, y sus propios reclutas entre sectores populares
cooptados y desclasados. Las oligarquías no pueden existir sin su
aparato represivo, brutal, parafascista. Chávez comprendió que no hay
reconciliación posible con la derecha recalcitrante, a la cual debe
aplicarse toda la fuerza de la ley, cuanto más en un estado de derecho
revolucionario.
El próximo domingo es la prueba de fuego de la revolución y del
pueblo venezolano. No hay táctica electoral más poderosa que la que
irradia de los procesos inmanentes de las familias, los campos, los
barrios, las escuelas, las fábricas, las universidades, las clínicas,
las viviendas, los poderes comunales, que la revolución
chavista-bolivariana asumió como suyos. Es el momento de cumplir con la
palabra empeñada por la patria y el socialismo.
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