El
acoso a Venezuela reverdece, en el marco de un prolongado proceso de
golpe continuo que ya tiene casi 14 años y donde destaca el papel
estelar que juegan los medios de comunicación hegemónicos, con su libreto cartelizado de mentiras y manipulaciones, repetido en diferentes idiomas.
Hoy
la derecha trata de imponer el imaginario que Venezuela es una
dictadura y que, por ende, debe ser expulsada del Mercado Común del Sur
(Mercosur).
Es consciente que no lograrán lo que se proponen,
pero su estrategia es la de crear ese imaginario. El 26 de febrero, el
diario venezolano El Nacional anunciaba que los parlamentarios
derechistas argentinos Roberto Pradines, Mario Negri, Patricia Bullrich
y Sergio Bergman todos miembros de la Comisión del Mercosur, expresaron
que la detención del alcalde Antonio Ledesma, “afecta la democracia en
el país”, y en consecuencia solicitarán la activación del Protocolo de
Ushuaia sobre compromiso democrático
Y pedían la presencia en
Venezuela de una Comisión del Observatorio de la Democracia del
Parlamento del Mercosur (Parlasur), con el objeto suspender su
participación en el bloque regional. A este coro se sumaron algunos
parlamentarios de la derecha uruguaya.
Cabe recordar que el
Protocolo de Ushuaia establece como único supuesto para su aplicación
la ruptura del orden democrático en alguno de países del Mercosur, y
prevé que, una vez agotada la instancia de consultas de los Estados
entre sí y con el Estado afectado y en caso de que éstas resulten
infructuosas, podrá acordarse la aplicación de medidas sancionatorias.
Pero
tanto el período de consultas como las eventuales sanciones deben ser
decididas por los presidentes, por consenso (no por vociferantes
legisladores, minoritarios en los parlamentos de sus países).
Es
más, no existe en Venezuela la ruptura del orden democrático y la gran
mayoría de los países latinoamericanos y caribeños han expresado
muestras de apoyo al gobierno de Nicolás Maduro.
Las
instituciones democráticas venezolanas, es decir todos sus poderes
públicos se encuentran legitimados y en pleno ejercicio de sus
funciones, en especial la Asamblea Nacional.
Por otra parte, el
Observatorio de la Democracia del Parlasur, desde su creación en 2008,
ha limitado su actuación al seguimiento de los procesos electorales en
los países del Mercosur y los estados asociados. Involucrar al
observatorio en procesos que impliquen la evaluación (o supervisión)
política lo convertiría en un instrumento de injerencia y abriría una
senda peligrosa para la integración que se caracteriza por lograr la
unidad de la diversidad.
El reglamento del observatorio establece
que tendrá un Consejo de Representantes (con tres parlamentarios por
país), y coordinado por el presidente del Parlasur. Actualmente, la
Presidencia del Parlasur la ejerce Venezuela. Pero cualquier decisión
obre eventuales sanciones depende de la voluntad consensuada de los
presidentes, no de la vociferación de algunos parlamentarios con
intentenciones desestablizadoras y atentatorias contra la integración.
Las razones
Toda
esta ofensiva tiene su razón: la derecha nunca estuvo tan débil en
nuestra región y demostración de ello es que pierde sucesivamente
elecciones en países como Brasil, Argentina, Uruguay, Bolivia, Ecuador,
Venezuela, El Salvador. Ha sido desalojada de gobiernos que creían su
propiedad. Y siguen sin entender las transformaciones sociales, la
recuperación del rol del estado, la activa participación en los
procesos integradores, su independencia de los dictados de Washington.
Es
clara la debilidad de las derechas: sus iconos están en crisis
institucional y de legitimidad. Chile con las consecuencias de la
privatización; México, como ejemplo de cómo un TLC disuelve el Estado;
Colombia con la legitimación paramilitar; Perú que termina ofreciendo
su territorio como base naval estadounidense…
Estas derechas no
se resigna a que sean gobiernos populares los que rescaten a sus
pueblos de los desastres producidos por las dictaduras cívico-militares
y los gobiernos neoliberales.
No solo han venido de fracaso en
fracaso los gobiernos neoliberales, sino que manifiestan una patética
incapacidad de formular propuestas alternativas, dedicándose a sabotear
los procesos de estos países, desestabilizar los gobiernos, apostar al
caos e, incluso, servir –como excelsos cipayos- a los propósitos e
intereses antinacionales de la banca trasnacional, de las empresas
trasnacionales, la geopolítica estadounidense en la región.
Emir
Sader señala que las derechas argentina y brasileña tienen enormes
similitudes, porque ambas se han reorganizado alrededor de los dos más
importantes gobiernos populares que han tenido esos países en el siglo
XX: los de Perón y de Getulio Vargas. Por ello son derechas elitistas,
oligárquicas, racistas, antinacionales. Es la derecha la que intentó
tumbar a Vargas en 1954 y lo llevó al suicidio. Es la que tumbó a Perón
en 1955 y llevó Argentina a iniciar el ciclo de las acciones militares
gorilas en la región.
Es la derecha la que dio finalmente el
golpe en Brasil en 1964 e instauró la más larga dictadura militar en la
región. Es la misma derecha que intentó hacer lo mismo en 1966 en
Argentina, pero vio frustrado su golpe. Tuvo que volver a la carga en
1976, para cerrar el círculo de terror de las dictaduras en el Cono
Sur, añade Sader.
Hablan del peligro de caos económico, de
corrupción, de respeto a los derechos humanos, aquellos que han sido
cómplices y copartícipes de desapariciones, torturas, asesinatos y la
mayor corrupción en las historia de los países, especialmente en los
procesos de privatización de los bienes y empresas públicos. Amenazan
con golpes: duros, blancos, mediáticos.
Ya no necesitan tanques ni fuerzas armadas. Usan su nuevo armamento, el terror mediático cartelizado regional e internacional.
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