Mala suerte la del Paraguay. Un país de gente tan noble sometida a
la insaciable voracidad de propios y ajenos. Salvajemente castigado por
sus vecinos en la Guerra de la Triple Alianza (1864-1870) y saqueado
hasta lo indecible por su clase dominante desde entonces, tiene para
colmo la desgracia de contar con un personaje como Federico Franco como
usurpador de la primera magistratura del país. Este personaje –mezquino
e insignificante- instalado en la presidencia por una criminal
conspiración utilizada como pretexto para desalojar a Fernando Lugo,
declaró días atrás durante su visita a España que “es un milagro que el
señor Chávez desapareciera de la faz de la tierra porque le hizo mucho
daño a mi país”.
En su incontenible vómito verbal dijo también que
Chávez dio “protección” a miembros del Ejército Paraguayo del Pueblo
(EPP) y en ese sentido responsabilizó al mandatario fallecido “del
secuestro y la muerte” causada por el grupo guerrillero. Fiel a su
condición de simple mandadero del imperio y de la mafia de narcos y
contrabandistas que se apoderó de su país, Franco invitó a los
empresarios españoles a invertir en el Paraguay, garantizándoles que si
así lo hacían sus ganancias serían tan fenomenales que tendrían que
“llevarse el dinero en carretilla”. Habrá sido por eso que Mariano
Rajoy, Presidente del Gobierno de España y un hombre que por lo visto
no tiene demasiadas preocupaciones, consideró que era del todo
apropiado subir la foto de su reunión con Franco en su cuenta de
Twitter.
Pero la bajeza moral del usurpador quedó retratada en toda su
miserabilidad cuando manifestó, al terminar sus declaraciones, que “ni
me arrepiento ni me avergüenzo de haber obtenido la presidencia en esas
condiciones.” ¡Claro que no! El arrepentimiento y la vergüenza son
atributos de quienes poseen un cierto espesor moral que Franco no tiene
como tampoco lo tienen sus mandantes: la “embajada”, a la cual solicitó
una vez tomada por asalto la Presidencia el reforzamiento de las tropas
norteamericanas acantonadas en las bases de Mariscal Estigarribia y
Pedro Juan Caballero. Franco, presidente ilegítimo e ilegal si los hay,
es no sólo hijo putativo de la “embajada” sino también de Cargill,
Monsanto, la minera de aluminio Río Tinto, la oligarquía local y los
latifundistas “brasiguayos”.
La oscura trama en torno al misterioso
Ejército Paraguayo del Pueblo –una de las artimañas más elementales
utilizadas por la CIA para desestabilizar gobiernos que no son del
agrado del imperio: inventar un pseudo grupo guerrillero y acusar de
complicidad con él a algún enemigo a quien se quiera perjudicar- ha
quedado al descubierto en los meses recientes. A raíz de ello el Comité
de Derechos Humanos de las Naciones Unidas exigió, el pasado 29 de
Marzo, que la Justicia paraguaya realice una “investigación inmediata,
independiente e imparcial de la muerte de 17 personas con ocasión del
allanamiento de Curuguaty, el 15 de junio de 2012, así como todos los
hechos vinculados que han sido denunciados por las víctimas.”
Prominente entre lo que la Comisión denomina como “hechos vinculados”
fue la posterior “destitución express” del Presidente Fernando Lugo,
para la cual los sangrientos sucesos de Curuguaty aportaron el
necesario pretexto. El Comité también manifestó su preocupación “por
las alegaciones de importantes irregularidades del Ministerio Público,
la judicatura y las fuerzas de seguridad en el caso”, así como la
“falta de imparcialidad e independencia en los procesos de
investigación”. Por esto y muchas cosas más Franco descenderá a la
historia sentado a la diestra de su homónimo español, el sanguinario
“caudillo de España por la gracia de Dios”.
Representante genuino de la derecha más primitiva y corrupta de
Sudamérica, Franco es la expresión política de una banda a la cual le
queda grande el nombre de oligarquía. La palabra “cleptocracia”
transmite con más rigor la naturaleza de ese impresentable conjunto de
rufianes que construyeron sus grandes fortunas desangrando al país bajo
la protección del dictador Alfredo Stroessner. Este organizó el saqueo
de las tierras fiscales, el contrabando en gran escala y el tráfico de
droga y de personas, con la abierta complicidad de sucesivos gobiernos
de Estados Unidos, Israel y Taiwán, sumiendo a la población en el
atraso, la ignorancia y la extrema pobreza. Mentiroso sin escrúpulo
alguno, Franco acusa a Chávez de haberle hecho daño al Paraguay: debe
ser porque incorporó a este país al programa de abastecimiento
preferencial de petróleo bajo muy favorables condiciones de precio y
largos plazos de pago, por debajo de los que rigen en el mercado
petrolero mundial.
Para Franco la generosidad de Chávez causó un daño
enorme a los paraguayos. Es más: el líder bolivariano persistió en su
“maldad” y por solidaridad con el pueblo paraguayo mantuvo esta
política aún después del golpe de estado, para cancelarla
definitivamente una vez que los continuos insultos, calumnias y falsas
denuncias de este bufón de opereta hicieron insostenible su
mantenimiento. Este desecho moral es quien celebró como un venturoso
milagro la desaparición física de Chávez. ¡Pobre Franco! Mientras su
ineluctable destino será pudrirse en su tumba, olvidado y despreciado
por su propio pueblo, Chávez tiene su lugar en la galería de los
grandes patriotas de América Latina y el Caribe y en el corazón de los
oprimidos de todo el mundo.
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