Veintiocho nombres, 28 testimonios, 28 mujeres de todas las culturas guatemaltecas, convocadas un día 28 del mes de octubre del año ocho de este nuevo siglo. Veintiocho historias recogidas en un libro que celebra la esperanza y pasa a engrosar los anaqueles de la historia no oficial de este país desmemoriado. El libro presentado: Tejedoras de Paz. Y no puedo continuar este artículo sin contar que, pocas veces, un mes de octubre, con toda su evocación de resistencia y revolución, ha sido testigo de la reunión de tantas mujeres —principalmente mayas—, apropiándose de un espacio que es suyo por derecho.
Llegaron allí queriendo escuchar las historias de 28 mujeres, plasmadas en el libro, pero sabiendo que esos testimonios de sobrevivencia y esperanza podrían haber sido los suyos, los de sus madres, abuelas, hijas o hermanas. Ese día estaba allí un “mujerío”, para ponerlo en las palabras de la presidenta de Chile, Michelle Bachelet. Sentimos —con justicia— que una pequeña parte de la enorme deuda histórica que el Estado guatemalteco tiene con las mujeres, principalmente con las indígenas, había sido pagada.
Retrocedo en el tiempo. Hace casi 20 años, Rigoberta Menchú les contó a las mujeres de Noruega que había en Guatemala una organización de mujeres que habían quedado viudas a raíz del conflicto armado interno, y que ésta era liderada por Rosalina Tuyuc.
A partir de ese momento comenzó una estrecha amistad entre las mujeres noruegas y las guatemaltecas, que se tradujo finalmente en este libro que Rosalina había soñado por largo tiempo. “Por esas ilusiones no muertas es que estamos hoy aquí”, dijo Rosalina el día de la presentación. Coincido con ella y celebro que la historia de este país se cuente, también, desde la voz de las mujeres que jamás pidieron ser víctimas ni quieren serlo.
No estoy diciendo nada nuevo cuando afirmo que la historia oficial no ha sido contada por las mujeres, porque recién comenzamos a ser las protagonistas de nuestra propia historia y de la gran historia de la humanidad. Por ello, cuando por fin tomamos la palabra, ésta pasa a nutrir esa “otra” historia no oficial que se narra —casi siempre— desde experiencias de exclusión, subordinación, sometimiento, acomodamiento o vejación, pero también desde la sobrevivencia y la esperanza. No es casualidad que lo testimonial ha sido la forma de expresión por excelencia de las mujeres, y de cuanto grupo, país o región vive en situación de exclusión u opresión.
Decir testimonio es —en este caso— reconocer las narraciones de 28 mujeres testimoniantes que, a través de la propia voz, le dan voz a muchas más. Está demás decir que estas narraciones “paralelas” implican la elaboración discursiva de un lenguaje colonizado y la incorporación de una nueva palabra que rescata y cuenta lo que ha permanecido en el ámbito del silencio. Como dijera María José Arana en el libro: “Las mujeres hemos sufrido un arrinconamiento histórico y con ello, la humanidad entera ha perdido”.
Este libro nació con estrella, porque espanta el miedo a la palabra de las mujeres que vivieron situaciones difíciles durante la guerra, en la etapa de negociación de la paz y que siguen en pie de lucha al día de hoy. Cada una de sus historias nos muestra de qué material están hechas ellas y tantas mujeres de este país, que no es otro que el material de las luchas y los anhelos universales, de las entregas y las convicciones más profundas, de los sacrificios y las resistencias que nos aseguran que la historia está por construirse.
cescobarsarti@gmail.com
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