Somos un Colectivo que produce programas en español en CFRU 93.3 FM, radio de la Universidad de Guelph en Ontario, Canadá, comprometidos con la difusión de nuestras culturas, la situación social y política de nuestros pueblos y la defensa de los Derechos Humanos.

viernes, 9 de agosto de 2019

Campos made in USA



Concepto y anatomía. Para A. Pitzer, autora de One long night. A global history of concentration camps (2017) −y referencia experta de AOC (véase: parte I)− los campos son un afán de inyectar el marco de guerra en la sociedad, una hazaña militar. Su explosión fue la Primera Guerra y la necesidad de retener un grupo grande de combatientes enemigos sin juicio. Pero su inserción en la sociedad es algo diferente: acaba en revocación de derechos humanos y legales (bit.ly/2IhnApz). Si bien el campo de exterminio nazi es hoy su tipo ideal, los campos de concentración nacieron en Cuba (1896) –el general español V. Weyler reconcentraba la población civil rural que apoyaba a los rebeldes tras el alambre de púas en ciudades bajo su control; el saldo: más de 150 mil muertos−, en Filipinas (1899) –los estadunidenses trataban de suprimir una revuelta independentista en su contra de mismo modo− y, finalmente, en Sudáfrica durante las guerras bóeres, donde los británicos erigieron los suyos “para la población local ‘no-civilizada’”. Los campos de hoy en la frontera estadunidense-mexicana son –para A. Pitzer− sus herederos directos (bit.ly/2RuprtV). También J. Hyslop − The invention of the concentration camp: Cuba, Southern Africa and the Philippines, 1896–1907 (2011)− apunta a la ley marcial como su origen y arroja otro antecedente: los campos kaiserianos en África sur-occidental. En fin: “algo puede ser ‘campo de concentración’ sin ser Dachau o Auschwitz”. Pero en realidad –bien apunta M. Gessen− el reciente debate sobre el uso del término campo no era sobre el lenguaje ni los hechos: era sobre la imaginación y sobre cómopercibimos a la historia y a nosotros mismos: lo monstruoso del pasado (Holocausto/Gulag) tiende a volverse inimaginable, mientras lo hasta hace poco impensable (Trump/campos) al materializarse, se normaliza y vuelve aceptable (bit.ly/31QYRzM).
Similitudes y diferencias. Si bien la barbarie nazi cargó al campo de un cierto significado –ya V. Klemperer en su diario de 1933 (sic) apuntaba que en el futuro el mundo pensando en campos pensará sólo en Hitler (en: N. Wachsmann, KL: a history of the nazi concentration camps, 2015, p. 18)− su anatomía y papel tienen que ser analizados en su momento y contexto. Campo –un lugar fuera del orden legal− como concepto y herramienta evolucionó y sigue evolucionando. Si bien la victoria imaginaria de la figura del campo de exterminación (Vernichtungslager) sobre la del campo de concentración (Konzentrationslager) dificultó el hacer las analogías (véase: S. Moyn, ídem), esto no significa que lo hizo imposible. Tal como los campos de Hitler han sido un elemento visible y publicitado del orden nazi por su rol disciplinatorio/disuasorio (salvo los campos de exterminación de la Operación Reinhardt mantenidos en secreto), los campos de Trump cumplen el mismo papel disuasivo en su política migratoria en la cual la crueldad es el objetivo (bit.ly/2yckRqV). Como recuerda Wachsmann los primeros campos nazis cumplieron perfectamente este papel: desencadenaron el éxodo masivo de judíos alemanes. Los de Trump a su vez apuntan a parar la invasión de los centroamericanos. Si bien para algunos Border Patrol es una agencia cuya esencia radica en deshumanizar a los migrantes –y siendo deshumanización la política central de los primeros campos nazis− aunque no esté exterminando gente por millones sí es la SS estadunidense (bit.ly/2RVMQok), para otros “BP/ICE no son la SS, pero tienen ‘similitudes preocupantes’”: Hitler –igual que Trump− estaba obsesionado con la migración y estas agencias –igual que aquella− tienen la misma ‘relación simbiótica’ con un presidente cada vez más y más autoritario” (nyti.ms/30o5lVF).
Peligros y consecuencias. “Necesitamos una historia de campos de concen-tración −remarca T. Snyder− para entender el riesgo de mantener este tipo de instalaciones: hoy en día ICE tiene encustodia más gente que Alemania durante 1939) Al pagar a las compañías para gestionar estos centros estamos creando incentivos perversos. Violamos el derecho internacional. Cuestionamos nuestra propia Constitución” (cnn.it/2LAddPo ). Otra particularidad de este tipo de sistema es su criterio expansionista: más tiempo permanece en función, más razones buscará el gobierno para meter a más y más gente allí. Este es precisamente otro punto de A. Pitzer (bit.ly/2RsZ1J0): mientras más tiempo los campos permanecen abiertos, menos probable que desaparezcan; y “el beneficio de usar el término ‘campo de concentración’ radica en ofrecer una ventana ‘que puede venir’ (la erosión del estado de derecho). Pero el peligro −según ella− no está solo para Estados Unidos. “Una de posibles consecuencias de las políticas migratorias de Trump es la ‘exportación’/el outsourcing de campos hacia México (y más allá)”. “Miles de migrantes ya han sido ‘inyectados’ al sur mediante el esquema Remain in Mexico que más que ‘proteger’ arroja a los desplazados en busca de asilo a zonas peligrosas y desconocidas bajo control del crimen organizado. Por otro lado, en Tijuana ya aparecieron centros de detención ad hoc en estadios.” ¿Qué pasará si esta situación se prolonga?: “tendremos campos de concentración made in Mexico” (wapo.st/2Yl9ig8 ). Entre muro y el campo, ¿acabará Trump imponiéndole a México el segundo?

*Periodista polaco.
Twitter: @MaciekWizz

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