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miércoles, 11 de julio de 2018

En el centenario de Alí Chumacero



Javier Aranda Luna


▲ Alí Chumacero (Acaponeta, Nayarit, 9 de julio de 1918-Ciudad de México, 22 de octubre de 2010), en una entrevista con La Jornada, en agosto de 2003Por su centenario, al poeta se le rinde un homenaje nacional.Foto La Jornada

El mejor Alí Chumacero no era el de las conferencias y recitales, donde por cierto era muy bueno. El mejor era el que se escuchaba en silencio mientras leía sus versos o aquel que se instalaba en el Refectorio de Salvador Novo de la calle de Madrid en Coyoacán, donde se servía la estupenda sopa María Candelaria hecha con flor de calabaza, rajas y granos de elote.

Era frecuente encontrarlo allí, conversando con jóvenes y refrescándose la garganta con unos wiskys. ‘‘Sólo cuatro, no más”.

Coincidir con el poeta en el Refectorio garantizaba, en un rápido saludo, salir de aquel lugar con un comentario sobre algún personaje del mundo cultural (‘‘Benítez sabía descubrir el talento”), una anécdota (‘‘en mi oficina del Fondo de Cultura Económica tuvieron que poner calcomanías en las paredes de vidrio para que no chocara”) o un dato interesante sobre su vida (‘‘en mi casa se habla más de pintura que de literatura”).

Alí Chumacero sólo publicó tres libros de poemas: Páramo de sueños (1944), Imágenes desterradas (1948) y Palabras en reposo (1956).

Me han imantado como a todos, los versos de su ‘‘Poema de amorosa raíz” por el que, decía, habrán de recordarlo. Aquel que inicia:

‘‘Antes que el viento fuera mar volcado,
que la noche se unciera su vestido de luto
y que estrellas y luna fincaran sobre el cielo
la albura de sus cuerpos...

Alí era famoso por sus versos, pero también por asesorar a los jóvenes en el extinto Centro Mexicano de Escritores. Yo lo admiraba por sus reseñas y ensayos sobre autores mexicanos, por su legendaria biblioteca de casi 40 mil volúmenes, donde además de primeras ediciones de autores como Martín Luis Guzmán, los diccionarios tenían un lugar de privilegio.

Según José Emilio Pacheco, su último libro, Palabras en reposo, es el más cercano a la concepción de la poesía pura.

Alí decía que en la poesía uno se juega la vida y la pierde. Sus temas fueron el amor, la muerte, el deseo, el sueño.

Decía una leyenda que gracias a él Pedro Páramo fue lo que ha sido porque fue su primer editor. Lo negó siempre.

De ello dio cuenta el poeta José Emilio Pacheco en una de sus espléndidas crónicas literarias publicada en la revista Proceso en agosto de 1977. Sostenía que Rulfo había entregado al Fondo de Cultura Económica un mamotreto casi inmanejable de más de mil páginas que el poeta Alí Chumacero había recortado, ordenado, compactado e hilvanado.

La versión clandestina que se decía existía era falsa y como prueba de ello Pacheco retomó unas palabras que Chumacero había escrito a propósito de Pedro Páramo: ‘‘una desordenada composición que no ayuda a hacer desde la novela la unidad que, ante tantos ejemplos que la novelística moderna nos proporciona, sea de exigir de una obra de esta naturaleza”.

Alí comentó que sólo le sugirió cambiar dos palabras, y Rulfo únicamente aceptó un cambio. Le quitó muchas comas, eso sí, porque Rulfo ‘‘las echaba como echamos maíz a las gallinas”.

Como crítico Alí Chumacero formó parte de varias publicaciones y particularmente, destaco, del suplemento de Fernando Benítez México en la Cultura del diario Novedades.

Un escritor como Chumacero se antoja inverosímil en nuestros días, cuando escribir se ha convertido en una industria donde más que la calidad importa la venta, el nuevo libro del autor que publicó el año pasado.

Ahora que el poeta ya cambió de costumbres, permanecen sus versos como un rumor de sílabas esperando el encuentro con nuevos lectores. Ojalá que las actividades por el centenario de su nacimiento fomenten la curiosidad de los jóvenes por el poeta.

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