Si existe un
fantasma que recorre nuestro mundo es el fantasma de la extrema derecha.
El triunfo de Donald Trump en Estados Unidos ha desatado una ola de
émulos e imitadores que se han alzado en distintas latitudes: en Europa
está el éxito del Frente Nacional, en Francia; el gobierno de coalición
entre conservadores y ultraderechistas liderados por Sebastián Kurz, en
Austria; el ingreso al Parlamento alemán de Alternativa para Alemania, y
la radicalización del Partido Popular español con la violenta represión
al referéndum de independencia catalán. En América Latina esa ola
también avanza, especialmente en la Argentina de Macri, donde la
violencia policial contra los movimientos sociales genera niveles
inauditos de odiosidad social y política. En Brasil es posible que el
sucesor de Temer sea Jair Bolsonaro, un parlamentario de extrema derecha
que promueve la venta libre de armas y políticas abiertamente racistas.
¿Es posible situar el triunfo de la derecha chilena dentro de
esta misma lógica? Por un lado, parecería que esta analogía no es
válida, ya que Piñera es un representante de la derecha tradicional,
neoliberal, pero atemperada por la historia y el pragmatismo comercial.
Sin embargo, Piñera en 2017 no es el mismo que en 2009, entre otras
razones porque su triunfo se explica por la alianza de tres tipos de
derecha diferentes. En primer lugar, por su coalición Chile Vamos,
hegemonizada por Renovación Nacional y los parlamentarios de la UDI y
Evópoli, radicalizada en su forma y fondo luego de su paso por el
gobierno. Además, luego de la segunda vuelta se le debe sumar la nueva
ultraderecha liderada por José Antonio Kast y la llamada “derecha
social”, de Manuel José Ossandón, que más que social se debería
interpretar como una expresión neopopulista y conservadora.
Esta es la coalición que ganó el 17 de diciembre, representando un
discurso y una acción política de derecha mucho más fuerte y radical que
la que representaba en 2009, todavía llena de culpas y vergüenzas por
el pasado pinochetista. Hoy ese pasado parece olvidado y la nueva
derecha saca a relucir sus discursos radicales sin complejos. ¿Cómo fue
posible este triunfo? Para responder hay que separar las causas
inmediatas de las causas remotas. Empezaremos por las inmediatas.
PIÑERA Y SU EJERCITO
EN LAS SOMBRAS
Siguiendo la distribución de votos que proyectó Criteria Research entre
la primera y segunda vuelta, y sobre la base de los resultados finales
de ambas elecciones, se constatan tres hechos relevantes:
1.
Alrededor de un 80% de las personas que votaron por el Frente Amplio
(FA) lo hicieron en segunda vuelta por Guiller. Al respecto es muy
evidente la votación de la comuna de Valparaíso en primera y segunda
vuelta, donde Guillier logró un 55,51%, cifra 10 puntos por sobre su
media nacional.
2. Pero aunque el 100% de los votos por Goic,
Sánchez, Navarro, MEO y Artés hubiesen ido a Guiller, no hubiera sido
suficiente para impedir que Piñera resultara ganador, aunque en ese
contexto el resultado hubiera sido más estrecho.
3. A los
votantes de la primera vuelta Piñera sumó un altísimo porcentaje de los
electores de José Antonio Kast y una porción no menor de quienes votaron
por Goic y MEO.
Pero más allá de ese monto de votos,
provenientes de la primera vuelta, la verdadera novedad en la segunda
vuelta fue la movilización de más de 300.000 nuevos electores que se
sumaron a Piñera. De esa forma se explica que la participación general
subiera de 46,70% a 49,02%. Este incremento está muy focalizado en las
comunas donde tradicionalmente la derecha obtiene sus mejores
votaciones. Así, Piñera subió en Las Condes de 73,9% en primeva vuelta a
81,1%, en Vitacura de 81,1% a 88%, en Zapallar de 63,2% a 72,5%, en
Pucón de 58,6% al 67,5%, en Lo Barnechea de 80,3% al 86,5%. En comunas
similares los porcentajes son muy parecidos. Y en todos estos
territorios no sólo subió su votación porcentual, sino en votación real.
De esa forma Piñera logó 3,8 millones de votos, sumando 900
mil votos a los 2,9 millones de la primera vuelta. Y 300 mil votos más
que los 3,6 millones que logró en la segunda vuelta de 2009. En cambio,
Guillier logró casi 3,2 millones de votos, 400 mil votos por debajo de
los 3,6 millones de votos que sumaron las candidaturas de centro e
Izquierda en primera vuelta.
Lo anterior lleva a concluir que
no caben las recriminaciones de la Nueva Mayoría al FA y a los votantes
de Beatriz Sánchez, ya que las cifras prueban un trasvase de votos muy
significativo desde ese sector hacia Guillier, porcentualmente mucho
mayor que desde Goic y MEO. Pero a la vez queda claro que el candidato
oficialista no logró movilizar a votantes “nuevos” en segunda vuelta. Al
parecer ni el llamado a continuar las reformas ni el “antipiñerismo”
fueron suficientes para lograr ese efecto. Por su parte el candidato de
Chile Vamos consiguió mantener su votación, sumar a Kast, incorporar
muchos votos del ossandonismo, ya que en Puente Alto subió del 26 al
46%.
Pero lo impresionante es el margen del crecimiento de
Piñera, sobre la base de nuevos votantes que no lo hicieron en la
primera vuelta. Este efecto lo logró movilizando un verdadero “ejercito
clandestino”, formado por 50.000 apoderados de mesa, que nadie percibió
que se estaba articulando. Para lograr este reclutamiento la derecha
ocupó la estrategia del engaño, por medio de su extraña denuncia de
votos marcados a favor de Beatriz Sánchez y Guillier en la primera
vuelta del 19 de noviembre. Esa denuncia, que no acompañó de ninguna
prueba que la respaldara, dio pie a que Beatriz Sánchez anunciara su
voto a favor de Guillier, por lo cual el comentario general fue que
Piñera se había equivocado en esa estrategia de descalificar los
resultados. Lo que no percibimos era que en sus adherentes esta denuncia
sí tuvo mucha credibilidad y le sirvió para alimentar la campaña de
reclutamiento de apoderados.
Personalmente, estando en La
Serena el miércoles 29 de noviembre, caminando por la calle Gregorio
Cordovez a las 7 de la tarde, pleno centro comercial de la ciudad, vi
una gran reunión de apoderados de mesa de Piñera. Lo llamativo era que
se trataba de una reunión masiva, donde se hacía un análisis de la
coyuntura electoral, y se invitaba a las personas a sumar tres nuevos
adherentes a la campaña. Esta invitación, centrada en las redes directas
de una base de adherentes de confianza tuvo mucho éxito.
El 17
de diciembre en la escuela de la población Herminda de la Victoria, en
Cerro Navia, todas las mesas tenían apoderados de Piñera, en su mayoría
provenientes del barrio alto de Santiago. La misma imagen se repitió en
muchas comunas, donde en camionetas 4x4 y modernas Van fueron
repartiendo a los apoderados piñeristas por la periferia. La clave no
estuvo en la defensa de los votos. Esa fue la excusa. Lo importante fue
la cadena de adherentes que estos apoderados movilizaron en los días
previos.
La derecha, buena lectora de Sun Tzu y El arte de la guerra , aplicó varias máximas del estratega chino:
“Cansa a los enemigos manteniéndolos ocupados y no dejándoles
respirar”. Mientras Guillier y el FA se centraron en complejos debates
sobre las definiciones programáticas en la segunda vuelta, Piñera atacó
los territorios formando su ejército en la sombra.
“Aparenta
inferioridad y estimula su arrogancia”. Mientras Piñera atravesó la
campaña a la segunda vuelta entre errores y chascarros, la campaña de
Guillier resumaba optimismo por las adhesiones internacionales y la
fuerza de las adhesiones de grandes personalidades.
“La rapidez
es la esencia de la guerra”. La derecha logró movilizar una enorme masa
de votantes nuevos en menos de un mes, y sin llamar la atención,
solamente por el miedo a la derrota.
CAUSAS ESTRUCTURALES DE LA DERROTA
El arma más fuerte que utilizó la derecha fue el discurso del temor.
Las referencias a Venezuela (la caricatura de Chilezuela), y un
resucitado anticomunismo de la guerra fría, que parecían temas
anacrónicos, hicieron efecto en la derecha sociológica, que no está muy
armada de ideas, pero adhiere subjetivamente a los temores más atávicos
que despierta y cultiva el conservadurismo.
El miedo se unió a otros dos conceptos claves: una política fundamentada en el orden y en el mantenimiento del statu quo
y el bienestar individual, lo cual hace eco en una parte importante de
la sociedad chilena que sin ser de derecha ha naturalizado estas
expectativas. En este contexto los resultados de la primera vuelta no se
pueden interpretar como la izquierdización del país. Pero tampoco del
resultado de la segunda se puede desprender una derechización de la
población. Lo que se ha abierto es una nueva distribución del poder.
En ese contexto se ha comenzado a plantear la hipótesis de constituir
un “bloque por los cambios” que reúna a los sectores de Izquierda de la
Nueva Mayoría, al bacheletismo más convencido, y al FA. Esa idea es
todavía muy germinal y deberá pasar por muchos filtros antes de ser
realidad. Pero no parece posible que exista una oposición coherente y
fuerte si no se establece un acuerdo de esas características en el
próximo Parlamento. Para que sea posible es importante que el nivel de
desconfianza baje, y suba de forma significativa un grado de generosidad
y perspectiva de largo plazo, que hoy por hoy no abunda en nuestra
atomizada Izquierda.
Publicado en “Punto Final”, edición Nº 891, 22 de Diciembre 2017.
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