Marcos Roitman Rosenmann
Informar no es tarea fácil.
El periodismo de guerra es, tal vez, el más complejo. Inmerso en una
batalla sicológica, está destinado a crear una opinión pública sumisa,
acorde con los objetivos militares. Hoy, se ha decidido que Venezuela es
un objetivo militar estratégico para Occidente. Una guerra entre el
bien y el mal. Democracia versus dictadura. En esta guerra todo
vale. Hasta el Vaticano se ha decantado. La Iglesia se siente amenazada
y decide apoyar a los responsables de la violencia callejera, pero
comprometidos con Dios, la familia y la moral católica. El papa
Francisco se quita la careta, se decanta por la oposición, que ha
quemado, baleado a trabajadores, mujeres y niños. Lo mismo hizo la
Iglesia en Chile con el gobierno de Salvador Allende, en 1973. Apoyó el
golpe. Luego vendrían las lágrimas y los arrepentimientos. Era tarde.
Miles de ciudadanos habían sido detenidos, torturados y asesinados. El
argumento es siempre el mismo: la fe está en peligro y la amenaza a los
católicos.
El periodismo y los medios de información pertenecientes al
establishment de los distintos países del bloque occidental han tomado
una decisión: retrotraer a Venezuela a los tiempos del neoliberalismo,
la economía de mercado y el pacto interoligárquico. Sin excepción, desde
esta trinchera fundamentalista, alteran hechos, crean acontecimientos y
fomentan el odio hacia el pueblo venezolano contrario a dichas
posiciones y que sólo quiere vivir en paz. La última elección a la
Asamblea Nacional Constituyente lo demuestra, pero la declaran ilegal y
un fraude de ley. No aportan argumentos, salvo violencia, el sabotaje y
la sedición golpista.
Mientras unos ejercen el derecho a voto y reclaman participar, otros
queman urnas, ponen barricadas y lanzan cocteles Molotov contras las
fuerzas armadas y la policía ¡Vaya dictadura más extraña! La oposición
campa a sus anchas, desconoce el Poder Ejecutivo, amenaza a sus
adversarios, los quema, impide ejercer derechos, usa la fuerza, manda a
sus militantes a destruir edificios públicos, sabotear las elecciones y
poner barricadas, vanagloriándose de este comportamiento. El mundo al
revés. Tal vez por ese motivo sus representantes son admiradores de
Francisco Franco, Augusto Pinochet y se sienten cómodos con el discurso
neonazi y fascista. Para los incrédulos, sólo dos frases. Lilian
Tintori, abanderada del antichavismo y compañera sentimental de Leopoldo
López, declaró:
Los opositores venezolanos es normal que vitoreen a Francisco Franco. Si viviera, nos apoyaría, como Rajoy. Y el ex alcalde de Caracas, Antonio Ledezma, detenido por sedición y llamar al golpe de Estado, dijo sin complejo alguno:
Augusto Pinochet era una demócrata al servicio de su pueblo.
El control es total. Cuando se declara la guerra contra el gobierno
constitucional y legítimo de Venezuela se hostiga y patrocina la
estrategia del miedo y el terror. Así, es posible usar adjetivos como
asesino,
corrupto,
dictatorial, para referirse al gobierno. Todo, aderezado con declaraciones tendientes a desacreditar y negar la legitimidad del Estado, con el fin de declarar la
guerra a muerte al chavismo. Podríamos seguir esta política que encubre o invisibiliza la ideología de los llamados
demócratas venezolanos. La lista se haría interminable.
Pero sus aliados en el exterior no son mejores. Comparten
tales afirmaciones desde el silencio cómplice y se suman a la guerra
dando cobijo, financiando, desprestigiando a todo aquel que muestre su
discrepancia. La ex diputada de Izquierda Unida Sol Sánchez, actual
portavoz de IU en Madrid, ha sido amenazada, y el director de
OKdiario.com., Eduardo Inda, tertuliano habitual en programas de radio y
televisión, no tiene empacho en permitir artículos en los cuales la
llaman defensora de asesinos, tiranos y terroristas. El ejemplo podría
hacerlo en primera persona, pero desisto por pudor.
Los principales periódicos del Estado español secundan el golpismo en
Venezuela, se unen a la guerra con editoriales incendiarios y mal
intencionados. Los enviados especiales, un día sí y otro también,
mienten, manipulan y desinforman. Me recuerdan el libro publicado y
financiado por los servicios de inteligencia y el Grupo Prisa de los
corresponsales de Le Monde y El País Bertrand de la Grange y Maite Rico: Marcos, la genial impostura.
Una sarta de mentiras para desacreditar al EZLN. En ese mismo momento
dejaron de ser periodistas para ser títeres del poder. Hoy sus homólogos
renuncian a la profesión y se trasforman en soldados de una guerra.
Antonio Caño, en El País; Francisco Maruhenda, en La Razón; Francisco Rosell, en El Mundo; Bieito Rubido, en ABC, y Marius Carol, en La Vanguardia,
por citar los destacados, cumplen órdenes, aunque ello suponga
abandonar los principios deontológicos para mentir. Se reconocen en el
insulto, la descalificación y los exabruptos. No informan. Son parte de
las radioemisoras, televisiones públicas, privadas y por cable que se
dan a la tarea diaria de mentir, bajo el manto de una falsa objetividad.
Es una guerra declarada contra el pueblo de Venezuela.
No es la primera vez que asistimos a un teatro de operaciones donde
el control de la información conlleva manipular la realidad hasta
hacerla irreconocible, forjando una mentira para subir la moral de los
combatientes, aunque el resultado sea la derrota. Hitler no dejó de
arengar a sus generales mintiendo y distorsionando los hechos. Estados
Unidos, en la guerra de Vietman, hizo lo mismo, y hoy se repite en
diferentes escenarios. Venezuela no es diferente. Sin embargo, esta
guerra impuesta ha sido rechazada e impugnada en las urnas por el pueblo
venezolano. Pero aún así la oposición dará un paso adelante, no
reculará. Ha declarado una guerra y la llevará hasta sus últimas
consecuencias. Occidente lo tiene claro: el proyecto bolivariano debe
ser reducido a cenizas y sus militantes, aniquilados. Ese es el dilema.
Esperemos que la derech
a
venezolana, hoy dividida, entre en razón, abandone el campo de batalla,
la sedición y la violencia, acepte dialogar en beneficio de la paz. La
mano está tendida. Sólo hace falta ser demócrata. ¿Lo será la oposición
venezolana?
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